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Referéndum: Jugar a la política por Hoenir Sarthou

Referéndum: Jugar a la política por Hoenir Sarthou
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El referéndum del pasado domingo permite concluir algunas cosas, no demasiado novedosas, pero confirmadas ahora por la votación popular.

La primera es que el resultado, con mínimos ajustes, prácticamente reproduce el del balotaje de 2019. Eso parece indicar que, más que pronunciarse sobre el contenido de la LUC y los efectos de derogar los 135 artículos (contenido y artículos que muy pocos uruguayos conocen cabalmente), la población aprovechó la consulta para manifestar su aprobación o desaprobación al gobierno.

En un sentido estrecho de la palabra “política”, limitado a lo partidario-electoral, se puede decir que las dos facciones en pugna sobrestimaron sus propias fuerzas.

El oficialismo, probablemente alentado por las encuestas sobre su gestión, sin duda esperaba un respaldo mucho más cómodo que el que obtuvo. Si no se toman en cuenta los votos en blanco, estuvo a menos de un punto de ser noqueado en la primera mitad de su mandato. Nada cuesta imaginar el calvario que habría sido el resto de su período si hubiese tenido que remarlo con la expresa desautorización popular a su “ley insignia”, sobre todo por lo que simbólicamente habría significado, más que por la ley en sí misma. Zafó muy apretadamente y no debería ignorar eso hacia futuras instancias electorales.

En cuanto a la oposición frenteamplista y sindical, se diga lo que se diga, nadie promueve un referéndum para perderlo. De modo que los festejos triunfales y la negativa a admitir públicamente la derrota no pueden ocultar la realidad.

El análisis de por qué el Frente Amplio, impulsado por el PIT CNT, se lanzó a esa campaña tan audaz a un año y poco de haber perdido la elección nacional es complejo.

Por un lado, la cúpula frenteamplista y parte de su militancia parecen no haber digerido nunca la pérdida de las elecciones de 2019. En la mente de muchos militantes y dirigentes frenteamplistas existe la idea de que hubo una especie de malentendido, por el que más de la mitad de la población se equivocó y no los votó. Eso explica, por ejemplo, que la cúpula frenteamplista no haya hecho nunca un balance autocrítico de sus quince años de gobierno y de su relación con la derrota. Y explica también que su principal estrategia política actual sea afirmar que el nuevo gobierno es peor y fomentar un odio visceral hacia Lacalle y hacia todo lo que él, real o simbólicamente, representa.

Por otro lado, la cúpula frenteamplista tiene otro problema. Casi todo lo que puede imputarle al actual gobierno lo cometieron antes los gobiernos frenteamplistas. Si hablamos de corrupción, el FA la tuvo. Si hablamos de entrega del país a intereses extranjeros, el FA tuvo a UPM2. Si hablamos de crisis educativa, los quince años previos no mejoraron gran cosa. Si hablamos de desprolijidad administrativa, acomodos, amiguismo y designaciones a dedo, el FA también los cometió. Entonces, toda crítica al gobierno es de alguna forma un escupitajo hacia arriba que suele caerle en la frente.

Los más de cien mil votos en blanco y anulados algo le están diciendo a la cúpula del FA. Porque esos más de cien mil individuos que se tomaron el trabajo de ir a votar, y no apoyaron al gobierno ni a la oposición, no eran históricamente blancos ni colorados. En su enorme mayoría, hasta hace cinco o diez años, votaban al FA. Ahora no quieren apoyarlo. Es otro tema que la cúpula frenteamplista prefiere ignorar, aunque por segunda vez se le escapa una elección por la falta de esos votos históricamente de izquierda que no logra sumar.

En el mejor de los casos, el referéndum fue una jugada apresurada, que no esperó la trayectoria pendular de los ciclos políticos y desafió al gobierno antes de que empezara el natural descenso por el desgaste de gobernar. En el peor de los casos, fue para la cúpula del FA una jugada desesperada, para mantener la cohesión y la actitud militante de sus bases, aun arriesgándose a un fracaso que podría haber sido muy grave.

En suma, todo indica que, luego del referéndum, las cosas seguirán como antes. El gobierno, levemente respaldado. La cúpula del FA, en sus trece. Abominando del gobierno pero sin lograr diferenciarse de él por propuestas políticas concretas, esperando que, en 2024, el péndulo haya iniciado el descenso y pueda ganar la elección sin revisar ni cambiar nada.

Ahora, si analizamos el fenómeno del referéndum y la campaña previa en un sentido político más amplio, como asunto de “la polis”, hay una conclusión más inquietante.

Puede afirmarse que, en los asuntos más importantes que afectan al Uruguay y al mundo, la LUC, los 135 artículos y el referéndum nada importante tienen para decir. De hecho, excepto por la bancarización obligatoria, que el referéndum quería restaurar a pleno, ninguno de los problemas más graves que hemos enfrentado y enfrentamos tiene origen o se soluciona con la LUC.

Cuando los partidos políticos uruguayos empezaron la campaña para medir sus fuerzas en el referéndum, el mundo atravesaba la pandemia, con sus efectos de crisis económica, desocupación, encierros, concentración de la riqueza en menos manos, empobrecimiento, omisiones de asistencia médica, abusos laborales, cierre de la enseñanza, falsedades informativas, presiones vacunatorias, efectos adversos de las vacunas, censura y limitación de libertades. Pero todos los partidos que se movilizaron a favor o contra la LUC estaban de acuerdo en esas políticas. Es más, la oposición reclamaba aun más limitaciones que las que imponía el gobierno.

Ahora, tras cartón y nada casualmente, soportamos los efectos de la guerra de Ucrania, que, como mínimo y aunque nadie lo diga, causará aumento mundial del precio de los combustibles y de los comestibles, sin descartar incluso que puedan escasear. Y ni hablemos de la censura y el miedo que están imponiéndose en el mundo, primero con el pretexto de la pandemia y ahora con el de la guerra. Nadie en el sistema político predominante habla de eso. Nadie analiza cómo se generaron la pandemia y la guerra, ni quién se beneficia con ellos, ni a qué países, potencias y poblaciones (que no son solo las de Rusia y Ucrania) se va a perjudicar y cómo repercutirá eso en el Uruguay.

En conclusión, la realidad -la que de verdad importa- va por un lado y nuestro sistema político por otro. Encandilados de falsa importancia, cómplices en ocultar su impotencia para decidir sobre los asuntos graves y globales que vivimos o se nos avecinan, adulados por una prensa que nada quiere averiguar y menos informar, nuestros políticos juegan a la política.

Eso no es lo más grave. Lo grave es que les creamos. Que no sepamos exigir que se nos trate y hable como adultos, con la verdad, por fea o terrible que sea.

 

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