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Reflexiones para el mes de mayo por Juan Martín Posadas

Reflexiones para el mes de mayo por Juan Martín Posadas
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Todos los años, en el mes de mayo, tiene lugar en nuestro país la marcha por los desaparecidos. La concurrencia ha sido siempre importante: algunos años menos, cuando la politizaron, y otros años más, solo dejó de hacerse los dos años de la pandemia del Covid 19. La continuidad de esta manifestación pública no puede explicarse solamente por la constancia de sus promotores. Hay en ellos, en sus corazones, un dolor infinito, es cierto, pero no se trata de un asunto personal. El formato particular, marchar en silencio, sin otras insignias que las fotos de los desaparecidos, convoca a participar. Y el asunto es considerado por muchos orientales como una causa de todos, nacional.

El análisis y la reflexión sobre el caso que pueden arrojar mayor provecho son las que no aíslan el asunto de los detenidos desaparecidos, sino que lo ubica en su contexto. Ese contexto es, a mi juicio, el siguiente: la salida que el Uruguay se dio del período dictatorial alcanzó ciertos propósitos o metas y no fue suficiente para otras.

Hubo distintos tipos de salidas a los regímenes militares de la región: tantas cuantas dictaduras militares hubo. Si miramos la región encontramos diferentes salidas en Argentina y en Chile por ejemplo.  En la Argentina fue con juicio y condena a todos los integrantes de las juntas militares que gobernaron. En Chile la salida consistió en que el dictador Augusto Pinochet pasaba a ser senador. En nuestro país la salida fue mediante un pacto, el acuerdo del Club Naval y de forma escalonada. Dos características: acuerdo o pacto y siempre por etapas.

Empecemos por esto último: no hay un único paso. Siempre con la idea de pactar, de buscar un acuerdo, la salida comenzó con el plebiscito del año 1980. Allí empezó todo.

El escalón principal de ese proceso, que tuvo dos protagonistas, mandos militares y dirigentes políticos, fue el pacto del Club Naval. En el Club Naval los militares acordaron con el Partido Colorado y con el Frente Amplio las condiciones bajo las cuales volverían a los cuarteles, es decir, dejarían el gobierno y desistirían de intervenir en política y volverían a estar subordinados al poder civil y a los gobernantes que los uruguayos libremente se eligieran.

Muchos compatriotas –periodistas, politólogos y algunos actores políticos- sostienen o sospechan que el acuerdo del Club Naval tuvo cláusulas secretas que aseguraran impunidad a los efectivos culpables de los brutales excesos que habían sido ´perpetrados en dependencias castrenses por personal militar. Piensan que no pudo no haberlas. Sin embargo, hasta el momento no ha aparecido ninguna evidencia de ello. Ya me he extendido explícitamente sobre ese punto en muchos artículos publicados y principalmente en mi libro “Memorias del Regreso”, la vuelta de Wilson Ferreira al Uruguay (Edit. Fin de Siglo, Montevideo 1993). Cuando se pacta lo primero que se hace es explicitar los términos o los límites del acuerdo: pactamos esto y todo lo que no está comprendido en esos límites no obliga y, por lo tanto, no se pueden pedir cuentas sobre eso.

Pero lo importante para esta reflexión hoy es que el tipo de salida que el Uruguay se dio –el que eligió, o el que estuvo a su alcance (hay variedad de opiniones al respecto)- solucionó algunas cosas y otras no, desenredó algunos entuertos y otros quedaron sin desenredar.

Tanto hubo asuntos sin desenredar o es tan claro que el proceso de salida fue por pasos o por escalones, que el acuerdo del Club Naval entre militares, colorados y frentistas necesitó un paso más, un paso en el que tuvo que estar presente el partido que había estado ausente antes, el Partido Nacional.

Mucho se ha elogiado el discurso de Wilson en la explanada municipal. Mucho y con mucha razón, pero pocas veces se lo percibe en su calidad de paso esencial en el camino pausado de la salida. El Pacto del Club Nava había habilitado elecciones nacionales después de más de diez años, pero fueron unas elecciones chuecas, con candidatos proscriptos, lo cual menoscababa la legitimidad del acto electoral. Wilson, personalmente perjudicado al habérselo mantenido preso en el cuartel de Trinidad hasta dos días después de las elecciones y el Partido Nacional perjudicado al no poder contar con su candidato, devolvieron en esa noche, en la explanada municipal, la legitimidad electoral al primer gobierno post dictadura. Legitimidad y, por ende, gobernabilidad. Un paso más.

Pero el proceso de salida iba a requerir de más pasos y traspasar más escalones. Otro paso más fue la ley de caducidad. Esta ley, en su primer artículo, no decreta la caducidad, sino que reconoce (verbo expreso) que, en virtud de pactos anteriores entre militares y partidos políticos, había caducado la potestad punitiva del estado. Hubo dos intentos posteriores de anularla mediante consulta popular y el pueblo uruguayo, consultado y exhortado, no cambió de opinión y mantuvo la ley. Yo no voté la ley de caducidad, pero tengo presente las señales de la realidad. Mucho hay para decir y reflexionar sobre este paso de la salida: ya lo he hecho en varios lados, por lo que no abundaré aquí.

Pasados muchos meses y varios gobiernos llega un momento en el cual el Presidente Jorge Batlle, percibiendo que los pasos dados habían arrojado resultados parciales y que se necesitaba algo más para poder decir que la salida del período de facto estaba completa y que se dejaba definitivamente atrás todo lo que había que dejar atrás, convoca y forma la Comisión para la Paz. Esto no solo fue un paso más sino que fue un abordaje diferente del problema, no tanto en términos de justicia sino haciendo énfasis en la dimensión de reconciliación nacional.

Nuestro país encaró tanto la tarea política de salir de la dictadura como la tarea moral del manejo de su historia –de lo que quería que fuese el relato de la salida- en una tónica de búsqueda de justicia, de reparación. Fue claramente así y está bien. Pero desde muy al principio de ese camino, que hoy comprobamos ha sido tan largo, hubo registro de otra tónica. Podía haber sido prevalente pero no lo fue. Pero existió. El énfasis en la reconciliación.

Me voy a permitir desempolvar un viejo texto de mi autoría como prueba de que la idea –y la búsqueda- de la reconciliación tuvo un lugar. El texto es de marzo de 1981, a la sombra e influjo del espectacular plebiscito del 80. Fue publicado en Opinar, semanario colorado donde este blanco escribía semanalmente. Decía: “Ha quedado demostrado: este es un pueblo capaz de tomar por sí solo las decisiones cruciales, las decisiones que necesita, y es capaz de tomarlas sin mayor guía, en ausencia de sus guías y no obstante la avezada manipulación de los espejismos a la que es sometido. Y si esto ha quedado demostrado y nos da confianza, lo que hay que hacer es mirar hacia adelante y encarar la decisión siguiente, la decisión que tiene que venir, la que ya ha hecho su lugar en el corazón de los orientales (también sin mayor guía y a pesar del manejo ideológico) y está esperando que le den su oportunidad: la decisión de abrazarnos entre uruguayos: la reconciliación nacional”. Este enfoque quedó relegado ante el enfoque por la justicia, que resultó ser el prevalente, pero no deberíamos olvidarlo del todo.

Después de eso tuvo lugar otro paso, otro escalón en el prologado camino de la salida que ha recorrido (o está recorriendo) nuestro país. Ganó las elecciones en primera vuelta y con un formidable apoyo político y popular Tabaré Vázquez. Con ese respaldo él mandó entrar a los predios militares y excavar. Hubiera o no datos absolutamente confiables había que buscar a los detenidos desparecidos. Y se hizo pasar por los tribunales de justicia y delante de un juez a los militares acusados de violaciones a los derechos humanos. Hasta aquí hemos llegado.

Cuando uno tiene ahora delante de los ojos todo el panorama, todos los pasos y escalones transitados en el proceso de la salida del período de facto le vienen a la mente dos consideraciones. Por lo menos me vienen a mí.

Por un lado, la desazón y casi desesperación por la lentitud y parsimonia casi irritante con que se han desarrollado y procesado estos trámites. Es como una constatación de las dificultades o resistencias con que el Uruguay enfrenta todos sus problemas de fondo, cualesquiera que ellos sean o hayan sido. Pero a la vez me aparece la imagen de un país con prudencia, que no se abalanza sobre los proyectos, que no se embala detrás de soluciones sin medir las consecuencias, un pueblo que ha sido siempre poco dispuesto a lanzarse a la aventura o a seguir atrás de iluminados o fanatismos. El Uruguay es así y los lideres o dirigentes políticos y sociales tienen que empezar por entender qué y cómo es el Uruguay. ¿Cómo es la cosa? No sé. Tengo estas cavilaciones y las dejo a consideración del sacrificado lector.

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