Ricardo Darín: Todavía sigo creyendo en un mundo mejor
No era un encuentro cualquiera. Era una conversación con el actor más exitoso del actual cine de habla hispana. Y venía con una agenda sumamente apretada: menos de 24 horas para ofrecer una conferencia de prensa, tener una serie de encuentros con diversos medios de prensa, radio y TV, y presentar al público su última película, El amor menos pensado. A pesar de esa parafernalia, al saber que Voces pretendía darle una cobertura extensa, Ricardo Darín accedió a conversar de todo aquello que hiciera falta sin pararse a pensar en cuán ajustada se veía su agenda. Puede decirse que casi terminamos la entrevista frente a la puerta del coche que lo trasladaría al aeropuerto. Porque así es Darín: sinónimo de sinceridad, respeto, profesionalismo y humildad.
Ricardo, ¿cómo llegaste a interesarte por esta propuesta de Juan Vera?
Juan me mandó el libro, lo leí y automáticamente me movilizó. Me gustó mucho lo que allí se planteaba, lo distintivo del diseño por el cual los personajes llegan a tomar la decisión que toman. Me atrapó esa manera de dibujar un cambio fundamental en la vida y hacerlo de manera escalonada, como sin darse cuenta de lo que puede significar en sí misma la decisión de separarse. Que los dos personajes estén charlando y de golpe, entre frase y frase, se empiecen a plantear quiénes son y dónde están parados. Me gustó ese encare poco traumático, imperceptible y episódico, paulatino pero no por eso menos contundente.
Y que no es para nada habitual, además…
Claro, generalmente el cine (y la vida) nos muestra que una pareja llega a la decisión de separarse por medio de una pelea o una traición. En cambio a mí lo que me resultó removedor de esta situación es justamente lo contrario. Que la decisión de separarse esté dada sin terremotos emocionales visibles, pero que justamente por esa ausencia de un hecho claro, rotundo, todo el asunto esté plagado de preguntas internas realmente inquietantes.
Quizás también te haya gustado porque podés haberte identificado con lo que en la película sucede, ¿no? Varias veces dijiste a los medios que hubo un momento en tu matrimonio que con Florencia decidieron separarse, y lo hicieron de manera tan amigable, que ella hasta llegó a redecorar tu nueva vivienda. ¿Aportaste vivencias tuyas al personaje en ese sentido?
Por supuesto que siempre que uno ha vivido una experiencia similar a la que le toca representar es inevitable que, aún sin proponérselo, va a estar alimentando su personaje con pequeñísimos, sutilísimos detalles de lo que sufrió o disfrutó. Esa situación es muy nutritiva, porque te da un piso y un sostén bastante más creíble, más verosímil a ojos del espectador. Pero en el caso de El amor menos pensado el libreto no necesitaba muchos aportes más, porque estaba planteado desde el vamos en forma muy lisa y llana. En todo caso, los agregados que hubo surgieron de lo que es la cotidianeidad de gente que atravesó ya seis décadas de vida, la mitad de ellas compartida con otra persona, y llega a este tipo de situación con bastante kilometraje andado. Y en el diálogo permanente entre Mercedes Morán y yo se producía que ambos, cada uno por su lado, reconocíamos el aroma de las cosas propias o cercanas de la gente que conocimos. Entonces, estaba todo muy bien planteado ya en el guion, por eso no hizo falta agregarle demasiado.
¿Y qué tipo de cosas no quisieron ponerle Mercedes y vos a los personajes?
La única decisión polémica que se tomó (polémica para mí, por lo menos) fue la de no tener escenas de sexo más gráficas. No explícitas, obviamente, pero sí visibles. Escenas que refirieran en forma más específica a lo que es una relación entre dos personas de estas características. Fueron filmadas, pero después se eliminaron en la posproducción. Es una decisión del director, y seguramente tenga razón, pero yo no estuve muy de acuerdo con ese punto de vista. Es cierto que los personajes dicen varias veces a lo largo del film que no era la falta de sexo el motivo de su separación, pero a mi entender algunas imágenes sueltas hubieran dado un aporte mayor a la contundencia de lo que se plantea. Pudo haber estado bueno esbozar alguna situación un poco más amorosa, pero Juan consideró que era innecesario por redundante y, como te dije antes, posiblemente tenga razón. Sucede que a veces uno se engolosina con la labor realizada, y quiere que todo esté a la vista…
Como dijimos, la película plantea una separación muy civilizada, pero el noventa por ciento de los casos no se dan así. ¿Intentaron ustedes por esa vía plantear alternativas desde la pantalla, para que el espectador luego las evalúe en forma personal?
Si la intención existió fue más bien por el lado del director y su colibretista. El proyecto tiene la capacidad de tomarse el atrevimiento de sugerir cosas, y sobre todo presentar un muestrario muy variado de distintas relaciones entre parejas. Porque esa es la razón por la cual la cámara se detiene no solo en lo que nos pasa a Mercedes y a mí, sino a sus amigos y los demás personajes secundarios. A mi entender, a lo más que se atreve la película es a formular preguntas en voz alta, ponerlas sobre la mesa, y que después cada uno meta mano ahí de acuerdo a sus intereses y conveniencias.
Y sus propias experiencias, ¿no? Porque es una película dirigida sobre todo a una franja de público madura, digamos superior a los 40…
Vos sabés que yo al principio creí lo mismo, y la realidad me mostró algo diferente. Nos ha pasado mucho que los jóvenes se han acercado a nosotros a transmitirnos que viendo la película han reconocido la metodología de la relación en gente que conocen, ya sean tíos, padres, hermanos mayores o amigos. Entonces eso también hace que el abanico se abra y un sector joven de público disfrute la experiencia desde otro ángulo.
La película es bastante más que una comedia romántica, y eso requirió de un determinado tempo narrativo y escenas extensas con abundantes diálogos. ¿Cómo trabajaron esa faceta: la planificaron, o se permitieron partir de un esquema inicial para improvisar los diálogos a medida que rodaban? Porque si hay una cosa que funciona a la perfección es la naturalidad con la que todos interactúan.
Eso es lo más difícil de explicar, ya que requiere de muchísimo trabajo previo. Por eso no hay demasiada improvisación, sino que todo estuvo bastante ceñido a lo que era el guion. Siempre hay alguna inflexión o algún detalle en la interconexión de los diálogos, por supuesto, pero todo fue muy respetuoso del libreto original. Además, fue sometido a varias revisiones previas en mesa de lectura. Allí se hizo una labor seria, lapicera en mano, para dejarlo lo más natural o verosímil, como decís. Pasó por ese filtro para que luego en el rodaje las cosas se dieran como hoy pueden verse en pantalla. Es de esa forma que se llega a la dosis de fluidez que puede haber en la propuesta. Pudimos hallar una base de comunicación interna que nos posibilitó hacer la puesta en escena de tal forma, que nos permitiera abandonarnos al juego interpretativo y lograr lo que describís, que todo surja natural ante el espectador. Fijate vos la paradoja de esto, ¿no?, estamos hablando de una naturalidad trabajada, lo cual puede parecer una contradicción. Pero porque previamente atravesó todas esas facetas es que se llega a obtener la fluidez de la que hablábamos, y eso es lo más difícil. Porque una cosa es la espontaneidad que pueda surgir en determinado momento, vos tenés la suerte de captarla y utilizarla a tiempo, y después eso es aplicado en una edición. Pero otra cosa muy diferente es hacer de eso el rasgo distintivo de 120 minutos de película. No hay que olvidar que el montaje final siempre es una reescritura, una reorientación de los objetivos buscados. Cuando vos tenés todo el material, y el director con el editor se juntan y deciden cuál es el timing que deben darles a las tomas que componen una escena, ahí también hay una reescritura, porque están imprimiendo una determinada vibración al asunto, y pueden ratificar o rectificar cosas que el actor dijo en la toma. Todo esto que te digo apunta a reafirmarte que, paradoja mediante, también la naturalidad debe estar trabajada.
Y a todo eso habría que sumar que están en un set de filmación, que muchas veces puede ser un escenario bastante caótico…
Sí, pero por suerte no fue este caso. En el set de El amor menos pensado todo fue muy amable. El clima de un set siempre está relacionado con el temperamento de la cabeza visible, que es el director, quien siempre determina cuál es el nervio con el que se va a trabajar. Hay cineastas que apelan a tratar de imponer de golpe sus ideas de una manera determinada, y hay quienes sugieren las cosas en forma sutil y generan una atmósfera de amabilidad donde todo surge con mayor amor… si se puede utilizar el término para este tipo de ejemplo. Aunque hoy ése sea un término polémico…
En todo esto se percibe además una gran química entre vos y Mercedes, que ya habían trabajado juntos en Luna de Avellaneda. ¿Qué es la química, Ricardo? ¿La química se busca, surge, o es como el amor precisamente, al que no se lo puede ni debe racionalizar?
No, no, ahí sí que no hay nada para hacer. Ahí está o no está. Es algo que no tiene nada que ver con el talento.
Exacto. Yo siempre recuerdo la versión de los años 70 de El gran Gatsby. Tenía al Gatsby perfecto, Robert Redford, y sin embargo nada funcionaba bien, porque era imposible imaginarlo perdidamente enamorado de esa Mia Farrow.
Claro, y ambos son talentosos, pero cada uno por su lado. Por eso, a falta de definición precisa, se emplea el término química, porque es una corriente de ida y vuelta que se retroalimenta. Te doy un ejemplo que todo el mundo va a entender. Es como cuando en el fútbol uno dice que dos jugadores, de tanto jugar juntos, no necesitan ni siquiera mirarse para saber dónde está posicionado el otro en la cancha o qué es lo que está haciendo. Lo que hace es pasar la pelota a un determinado sitio y listo. El contexto, la coyuntura, nos hace presuponer que si uno, que es el estratega, está corriendo hacia un determinado lugar, el otro lo va a acompañar de tal o cual manera específica porque funcionan en la misma longitud de onda. Ese tipo de acción-reacción no tiene explicaciones racionales, sino que forma parte de una corriente de energía que le permite a uno contar con el otro, más allá que eso sea visible o no. En nuestro caso contamos con Mercedes, que es una jugadora muy atenta y vivaz, y no solo con mucha experiencia sino además con ideas muy ricas. Entonces vos estás obligado a estar atento todo el tiempo, porque en cualquier momento se le puede ocurrir una genialidad, y si en ese instante no estás a su nivel perdiste, porque quedás fuera de foco. Entonces, cuando dos colegas se encuentran y trabajan de esa forma, hay un nervio establecido en el que todos confían. Eso genera un clima muy especial. Y además es un desafío, porque hace que cosas aparentemente muy comunes puedan convertirse en momentos especiales.
Sí como los cinco minutos electrizantes que compartís con Norman Briski…
Ah, bueno, pero él es un fenómeno. Es un hombre como pocos en la materia. Fue una suerte tenerlo en la película. Nunca había trabajado con él. Me pasé toda la vida desde chico viendo sus trabajos y admirándolo. Norman es esa clase de actores que son como matrices, porque abren una teta de la que después maman muchos. Son tipos que no tienen reemplazo. Y para mí fue importantísimo no solo por la suerte de tenerlo en El amor menos pensado, sino porque además hace el rol de mi viejo. Eso me movilizó tremendamente, porque me hizo acordar mucho a él: son tipos que pertenecen a una generación que uno a veces siente que se ha perdido o que está en extinción. La vida en la actualidad se ha convertido en una cosa tan pragmática que esta gente bohemia, estos “locos” que soñaban con un mundo mejor, cada vez son menos, y precisamente por eso mismo se los extraña mucho y parecen día a día más necesarios.
En El amor menos pensado debutás como productor con tu empresa Kenya. ¿Cómo fue ese tema para vos? ¿Te va a gustar seguir incursionando por ahí o fue una experiencia coyuntural, independientemente que tu empresa pueda subsistir?
De eso no estoy muy seguro todavía. He estado todo este tiempo analizándome dentro de esta situación. Yo no soy muy bueno en términos de frialdad cerebral o empresarial para tomar decisiones. Me dejo influenciar demasiado por cosas que intoxican mi opinión, y estoy empezando a sospechar que hace falta ser más frío, más equilibrado, más cerebral, para este tipo de tarea. De todos modos es una actividad que he intentado ir aprendiendo. Obviamente sabía unas cuantas cosas sobre el tema, pero vistas desde otro ángulo, muy alejado por cierto. Entonces tengo mucho por delante para aprender en esta área. En ese sentido ésta fue una buena oportunidad, ya que me permitió enterarme de un montón de cosas. Fue como si me hubieran dado una beca. Y no fue traumático debido al apoyo de Patagonik y de mis socios en Kenya, que, al ver que en la película me desempeñaba como protagonista, no permitieron que me hiciera cargo de un montón de cosas inherentes a la producción para no distraerme de lo principal, que era actuar.
De puro curioso nomás: ¿por qué le pusieron Kenya a la productora?
Porque hace unos doce o trece años hicimos un viaje con mi familia a ese país. Hicimos un safari fotográfico que nos cambió la vida. De esa experiencia tanto mi esposa como mis hijos y yo salimos modificados, a tal punto que… nosotros somos muy perreros… la primera perra que tuvimos, y que por suerte aún vive, se llama Kenya. Todo lo que se refiere a ese país nos ha tocado mucho. Tuvimos relación con muy buena gente de ese lugar, por eso nos impactó y dolió mucho todo lo que ocurrió allí después del viaje, los 1.500 muertos y las 600.000 personas internamente desplazadas de su lugar en el 2007, o la enorme sequía del 2011, con todas las consecuencias que aparejó…
En El amor menos pensado se da una situación atípica. Vos sos un actor de vasta experiencia, pero debutante en la producción, mientras que con Juan Vera pasa exactamente al revés: él debuta detrás de la cámara pero tiene enorme experiencia en la producción. ¿Eso los ayudó o en algún momento pudo haber complicado el panorama?
No, ayudó muchísimo por supuesto. Pero más allá de eso tan atípico que señalás y que es cierto, es real, en todo eso no hay nada más importante que lo humano, porque lo demás es canjeable. Hay cosas que se pueden sortear, se pueden trabajar en conjunto, incluso hasta se pueden dejar de lado en aras de un bien común, pero siempre y cuando haya calidad humana. Con eso cualquier camino se allana.
Tu anterior película, Todos lo saben, aún está en cartel en Montevideo. No voy a preguntarte cómo fue tu experiencia al haber trabajado para un director como el iraní Asghar Farhadi, porque me imagino que fue buena…
Buena es poco… increíble fue…
…y me imagino que te comunicaste con él, que habla cero español, por medio de intérpretes…
Sí, y en inglés, idioma que Farhadi habla muy bien. Incluso nos hubiéramos entendido igual, porque en este tipo de relación se genera una suerte de idioma gestual, físico, que es el idioma propio del cine, donde en situaciones complicadas en las que uno debe hacerse entender por el otro, se establece una especie de plan por el cual hasta que no sale humo blanco no nos quedamos tranquilos. En ese sentido fue un rodaje duro y muy placentero a la vez.
Bien, pero lo que me interesaba saber era otra cosa. En la película tal como está, se te ve mucho menos de lo que el público puede esperar, dada la importancia del personaje que componés. ¿Eso ya era así desde el libreto que te llegó, o se dio a raíz del montaje final de la película?
No, eso fue una cuestión de montaje. Había tres o cuatro escenas bastante definitorias respecto al personaje y su incidencia en la historia. Lo que sucedió es que Farhadi se encontró al final con un metraje de película inesperado y tuvo que tomar decisiones que, conociendo la clase de persona que es, estoy seguro le debe haber costado mucho tomar. Y eso lo avalo porque hablamos mucho al respecto. Aquí hubo necesidades y no malas intenciones, por supuesto, pero es cierto que se nota la falta de peso final del personaje en la historia, su ausencia en varias instancias, y algunas explicaciones que aclaren un poco su comportamiento. Todo eso lo deja al final bastante fuera de cuadro. Fijate que yo aparezco exactamente en la mitad de la historia. Sin embargo, había una aparición inicial mía, y tuvo que dejarse de lado porque nos hubiéramos visto obligados a filmar con una cámara inventada para la ocasión, que era una cosa rarísima, una especie de teléfono con cámara, que me permitía realizar una suerte de Skype que hacía con mi familia en el arranque. Eso lograba introducir al personaje y que cuando mucho más tarde reapareciera, el espectador ya supiera cosas de él y de su comportamiento, o su manera de reaccionar ante tal o cual situación. Y eso se perdió. Pero lo más grave en términos de desaparición de metraje, como decís vos, tiene que ver sobre todo con la mitad del conflicto y con el final. El desenlace era diferente. Son decisiones que tomó Farhadi, y entiendo que por algún motivo que desconozco las habrá tenido que tomar.
¿Y qué siente un actor cuando escenas importantes son eliminadas? Mirá ahora lo enojado que está Tom Hardy por las secuencias que le suprimieron a Venom…
En mayor o menor medida eso pasa en todas las películas. La primera vez que te sucede, no te lo voy a negar, es decepcionante, porque uno se enamora un poco de cada cosa que hace. Pero con la experiencia te acomodás, y al final terminás entendiéndolo.
A lo largo de tu carrera has sido muchas cosas: héroe, galán seductor, cura, presidente corrupto, ingeniero enojadísimo con el diario vivir, sencillo hombre de la calle… ¿Cuál sería Ricardo Darín de todos esos roles que encaraste?
Sin duda el último, el sencillo hombre de la calle que tiene un determinado talento para ganarse con él su pan cotidiano y lo hace intentando no jorobar a nadie. Por un tema hormonal jamás podría ser el cura, y en cuanto a presidente corrupto… bueno, mejor ni hablar de eso…
Muchas de tus películas y personajes tienen tendencia a la reflexión sociopolítica. ¿Para cambiar qué tipo de cosas pensás que el cine puede ser útil?
El cine, como cualquier forma de arte, no es ni tiene por qué ser una solución para los problemas que padece el ser humano. Pero estoy convencido que a veces puede ser una buena ayuda para reflexionar, ampliar el arco de pensamiento y abrir el corazón de la platea. Y eso puede pasar en todo tipo de situaciones, no solamente las de tono político o social. Era lo que te decía hoy cuando me preguntaste si en El amor menos pensado buscamos decirle algo a la gente. Sí, queremos que vean la historia, que la mastiquen y después salgan pensando en algo. Cuando eso sucede pueden pasar cosas maravillosas. De eso estoy convencido. Sí, es verdad, el mundo en que vivimos es muy duro y lo que digo suena a quijotada, pero yo todavía sigo creyendo en un mundo mejor.
Hay dos cosas que leí en Internet sobre vos que me llamaron la atención, una por curiosa, y la otra por contundente. Empecemos por la primera: ¿es verdad que participaste en un programa televisivo de niños prodigios?
Sí, tristemente sí… Dentro de aquellos programas ómnibus de la tarde, que eran en vivo (estilo Sábados circulares o Sábados de la bondad), había una sección que se llamaba “La mesa redonda de los niños prodigios”. Allí había un chico que tenía doce años y era egiptólogo. También estaba Claudio María Domínguez, que era especialista en literatura grecorromana, y Daniel Melero, que terminó siendo un gran músico y en aquel entonces ya apuntaba así. En medio de todos ellos estábamos Pablito Codevilla y yo, que éramos dos impostores.
Ah, estaban actuando de niños prodigios…
Bueno, en realidad no, porque nos citaron como ejemplo de actores infantiles. Aunque es verdad que estábamos contratados para hacer de niños prodigios. Y dijimos una serie de barbaridades que pasaron a la historia. Yo una vez dije que en Argentina había un 78% de analfabetismo, en lugar de un siete punto ocho, y el conductor del programa me lo preguntó varias veces para tratar que me percatara de la macana y me corrigiera, pero yo no, yo insistí en que era un 78%. Claro, tuve la suerte que después el futuro ha ido avalando lo que dije, y continúa haciéndolo inexorablemente, porque el tema de la educación (mejor dicho, la falta de ella) es muy doloroso en la actualidad.
Lo otro que leí es que cierta vez declaraste algo así como que “si los argentinos no fuéramos tan mansos no tendríamos 30.000 desaparecidos durante la dictadura”. Es una frase realmente contundente…
La dije siendo muy joven, y quizá por eso sea tan fuerte la expresión. Pero no por joven estaba faltando a la verdad, solo que hoy la expresaría de otra manera. Aunque la verdad seguiría siendo la misma. Lo que pasó en aquel momento es que cierta vez estaba en un bar del cual se habían llevado a un fotógrafo, y su propio hermano dijo que eso había pasado porque seguramente andaría en algo raro… y todos nos callamos, nadie dijo nada. Entonces, lo que pienso es que si en algún momento todos hubiésemos tenido algún tipo de reacción -no sé cuál, pero alguna- quizás no hubiéramos llegado a una cifra tan terrible de desaparecidos. Pero está claro que la clave de todo el asunto es que el terrorismo de Estado se dedica precisamente a eso: a aterrorizar a los ciudadanos.
Si bien fuiste mediático desde muy joven, es innegable que en tu carrera hay dos momentos inigualables. Uno es allá por el 2000, cuando largaste un combo que te disparó como actor dramático: Nueve reinas y El hijo de la novia. Y hay otro en el 2009, El secreto de sus ojos, que es una suerte de Everest que te proyectó al Olimpo estelar. Y sin embargo siempre has sido un tipo muy de familia. ¿Cómo has hecho para ir adaptándote -y contigo tu gente- a los cambios que trae la fama?
Lo que pasa que la fama es puro cuento, como dice el tango, y tenés que tenerlo muy claro desde el inicio, porque si no tarde o temprano te va a ir muy mal en la vida. No hay que olvidar que la fama, el éxito, es algo muy volátil, puede llegar a ser intenso pero efímero. En casa todos, empezando por mí, siempre hemos tenido instaurada la idea que, hagas lo que hagas, esta profesión siempre es un camino de ida. No podés estar recostado en una especie de sitial privilegiado, porque es muy resbaloso. Por eso lo que dijiste del Olimpo prefiero ni escucharlo. No, no, no hay ningún Olimpo en esto. El propio hecho de estar en continua exposición pública ya implica un autoexamen permanente. Está muy bueno eso de andar por la calle y que la gente te pare para manifestarte su cariño sincero. Pero eso que es tan agradable también tiene su precio, el de marcarte un lugar, una base, por debajo de la cual ya no vas a poder transitar nunca más, porque si fallás a ese puntal le estás fallando a la gente que te brindó su apoyo, y en base a ese error no dudes que vas a terminar siendo juzgado. Como te decía, en mi familia eso lo hemos tenido claro desde el principio de los principios, y por ese motivo nosotros no cambiamos. Justamente: si nos ha ido bastante bien en la materia es porque decidimos seguir siendo los que éramos, aún antes de la fama.
En la carrera de todo actor siempre hay escenas conmocionantes, o por lo menos así las puede recibir el espectador. Pienso, por citarte un ejemplo, en El hijo de la novia, cuando faltando poco para el final hablás con Norma Aleandro en la casa de salud. ¿Cómo abordás ese tipo de escenas y cuánto pueden llegar a afectarte?
Sí, esa es una secuencia que aún hoy continúa siendo de las que más me impresiona entre las que me tocó realizar. ¿Qué querés que te diga? Cada vez que la veo, aún si es de refilón haciendo zapping, me emociona como la primera vez. Es inevitable. Creo que la explicación puede estar en que toca el punto exacto que existe en la relación entre una madre y un hijo, y en eso nada tiene que ver el Alzheimer que ella padece. No va por ahí la emoción. Va por el lado de las cosas que esa madre, o mejor dicho, que todas las madres esperan de sus hijos. Es esa la clave de la emoción, y no la enfermedad.
No voy a preguntarte nada específico sobre Valeria Bertuccelli, porque ya se habló hasta el hartazgo de ese asunto, y además ese perfil que indaga en lo privado para fabricar el chisme no es el de Voces precisamente. Para colmo, ahora Valeria salió de nuevo a hablar anteayer y qué necesidad…
¿Qué? ¿Salió a hablar otra vez? No me enteré. ¿Qué dijo ahora?
Salió a detallar con exactitud los episodios que ella considera pueden calificarse como maltrato. Pero eso podrás chequearlo vos mismo en Internet. Te repito: no es lo que al lector de Voces más le interesa. En cambio, al común denominador de la gente que te aprecia sí le importa saber cómo sale Ricardo Darín de una situación tan enojosa como ésta. ¿Cuáles son los soportes para poder zafar tarde o temprano de un episodio tan traumático? Porque aquí no están en juego tu profesionalismo y tu buen nombre solamente, sino una relación de amistad.
Bueno, en realidad lo de la amistad ya no corre, a estas alturas dejó de existir eso.
Sí, claro, por eso la urgencia detectable en mi pregunta. ¿Cuál es el puntal que te puede ayudar a salir de todo esto? ¿La familia, quizás?
No lo sé, pero no, no, la familia no. La familia no puede ser, porque está sufriendo lo mismo que yo. Y eso también pasa con los amigos. Esta mancha nos toca a todos. Está claro que el daño no fue dirigido solo hacia mí, sino que va más allá. Yo no sé si esto ha sido medido o no, pero es así. Incluso ahora esta noticia que me das me reafirma en la duda íntima de si todo esto ha sido deliberado o no. Pero si tengo que responderte con sinceridad, te digo que no sé cómo se sale de esto, no sé cómo seguir. Supongo que con paciencia, y tratando de no alimentar una de las cosas más peligrosas, que es intentar defenderte atacando al otro. Porque de esa manera alimentás lo que decías vos, esa maquinaria de chismes de la que muchos se nutren. Entonces es difícil la situación, porque también hay otros que te quieren y que por eso te exigen que hagas o digas algo para defenderte. Y entonces a veces con la almohada armás declaraciones que al día siguiente terminás desechando, porque te das cuenta que seguirían contribuyendo al escándalo, y uno no quiere caer en eso. De todos modos, lo que yo desearía nunca va a ocurrir: que alguien diga que se equivocó no va a ocurrir jamás, porque ahora de alguna manera están obligados a ir más allá en todo esto. Lo único que puedo hacer es seguir confiando en mí, en los que me quieren e intentar no dejar llevarme por la corriente. Por eso te agradezco el tono con que hiciste la pregunta, y el haberme dado esta noticia.
Creo que es el tono de lógico respeto que debe tenerse con alguien que siempre ha manifestado mucha sinceridad en sus respuestas y su trato a la prensa. Pero al igual que todo el mundo, sos un ser humano que debe tener errores. Entonces, permitime cerrar la charla preguntándote qué cosas cambiarías de ti mismo para mejorar.
La que primero se me ocurre no sé si es para mejorar o empeorar, porque endurecerse para enfrentar ciertas cosas, que es lo que hoy siento que debería hacer, no me queda claro si me convertiría en alguien mejor. Lo que sé es que me pondría a salvo de episodios como el que recién hablábamos. Porque a lo largo de la vida, cuando recibís algunos golpes fuertes, vas endureciéndote casi de manera natural, y en ese camino terminás perdiendo mucha ingenuidad y espontaneidad. Pero insisto: no sé si es para aplaudirlo o para lamentarlo. Si me apurás, te digo que, pese a todo lo que me pueda ocurrir, soy de los que aún piensan que perder naturalidad y frescura es lamentable. Pero la vida te hace algunas cosas que te dicen: “Ey, despertate pibe, porque la gente no es como vos pensás que es. La gente es de otra manera”. Y eso duele, pero es así. Por eso te decía que seguiré confiando en mis costados. Son ellos el verdadero plus de mi vida.
15 VECES DARÍN.
1993: Perdido por perdido.
Esta fue la película que comenzó a marcar un antes y un después en la labor de Darín en el cine. Después de veinticinco años de intervenir en muchas comedias de bajo nivel, a los 36 años de edad el actor componía aquí a Ernesto Vidal, un modesto representante de una fábrica de vidrio a punto de quedarse sin su apartamento por no tener dinero para pagar la última cuota. El director de la financiera le pone en contacto con un raro personaje que le sugiere un golpe audaz: fingir que le robaron el coche, y con el importe que le dará la aseguradora, más un préstamo de gente de dudosa reputación, podrá solucionar el problema. El director Alberto Lecchi redondeaba un interesante producto policial y Darín sorprendía con un espectro interpretativo que no era el que la gente esperaba.
1999: El mismo amor, la misma lluvia.
Seis años tardó Darín en volver a destacarse en el cine, porque en ese período intervino en uno de los mayores éxitos argentinos, la telecomedia Mi cuñado, con Luis Brandoni. En este nuevo film en cambio estamos en Argentina en los años 80, con la represión del gobierno militar, la guerra de Malvinas, el retorno de la democracia, la crisis económica y la llegada de Menem al poder, telón de fondo de la historia de Jorge (Darín) y Laura (Soledad Villamil). Él, joven promesa de la literatura, dormido en los laureles mientras escribe para una revista de actualidad; ella, camarera que espera el regreso de su novio, un artista plástico del que hace tiempo no tiene noticias. Se conocen, no tardan en irse a vivir juntos, la convivencia se deteriora y la relación se rompe. Estupendo film de Juan José Campanella, en su momento ignorado en Montevideo y actualmente reivindicado.
2000: Nueve reinas.
La película proyectó internacionalmente a Darín y permitió a los espectadores descubrir en él áreas de talento impensadas hasta entonces. La trama, ingeniosa y cínica, cuenta la historia de dos estafadores de poca monta, uno joven e inexperto (Gastón Pauls), y otro más veterano, un verdadero artista del fraude (Darín, claro). Ambos tienen menos de 24 horas para llevar a cabo una estafa que no debería fallar y podría convertirlos en millonarios, aunque al final todo termina siendo diferente a lo esperado. El éxito de este film de Fabián Bielinsky fue tan mayúsculo que en Hollywood terminaron haciendo una remake (pésima). Darín por su parte ya no se alejaría nunca más del mundo del cine.
2001: El hijo de la novia.
Aquí Darín es Rafael, un joven que dedica las 24 horas del día a su restorán, y como es divorciado ve muy poco a su hija. Tampoco tiene demasiados amigos, elude un mayor compromiso con su actual novia y hace bastante tiempo que no visita a su madre, Norma Aleandro, internada en un geriátrico porque padece Alzheimer. Pero su vida se verá revolucionada debido a la decisión de su padre, Héctor Alterio: cumplir el viejo sueño de su madre, que era el de casarse por iglesia. Segunda colaboración de Darín con Juan José Campanella, el resultado es una conmovedora historia sobre la esclavitud hacia el trabajo, la falta de compromiso con los seres queridos, la elusiva búsqueda de sueños y el aflorar de los sentimientos ocultos. Tiene además uno de los mejores momentos de la carrera de Darín: la estremecedora secuencia junto a su madre en la casa de salud.
2002: Kamchatka.
Un muestrario de los difíciles años de la dictadura militar argentina, vistos por la mirada de Harry, niño de diez años que solo desea jugar y hacer travesuras, como corresponde. Pero estamos en 1976, y sus padres (Darín y Cecilia Roth), perseguidos por los militares, deberán esconderse en el campo, dando lugar a una nueva vida que pondrá fin a la infancia del pequeño protagonista. Aunque el libreto no le permite gran lucimiento, el film importa en la carrera de Darín por haberlo volcado a un cambio de registro, en una experiencia de cine directamente militante y cuestionadora, inhabitual en su currículum.
2004: Luna de Avellaneda.
El título es el nombre de un club social, deportivo y cultural de barrio, que en el pasado vivió una etapa de esplendor pero ahora atraviesa por una crisis que pone en peligro su futura existencia. Los descendientes de los fundadores deberán resolver si salvarse a cualquier precio (convirtiendo el club en un casino, por ejemplo) o conservar como sea el espíritu original del lugar. Una labor interpretativa de carácter colectivo, donde Darín trabajó por tercera vez a las órdenes de Juan José Campanella. También se cruzó por primera vez con Mercedes Morán y Valeria Bertuccelli, dos mujeres que por razones muy diferentes ocupan un espacio visible en Darín al día de hoy.
2005: El aura.
Darín es Esteban Espinosa, uno de sus personajes más inquietantes y enigmáticos. Un hombre honrado, apesadumbrado y huraño, un taxidermista que se dedica a dar vida a materia muerta, y mientras lo hace imagina golpes perfectos, fruto de una inteligencia que nada tiene que ver con el típico duelo entre policías y ladrones. El último film del malogrado Fabián Bielinsky es un thriller dramático seco, lacónico, tenso y psicológico, con buen uso del entorno natural salvaje en que se desarrolla la acción. Tiene además una de las más eficaces labores de Darín, que de a ratos se codea con el uruguayo Walter Reyno, un actor para el mejor de los recuerdos.
2007: XXY.
Darín es un biólogo marino dedicado a cazar tortugas, que vive en la costa uruguaya junto a su esposa, Valeria Bertuccelli, y su hija Alex (Inés Efron). La historia inicia con la llegada de una segunda familia, compuesta por una amiga de la pareja (Carolina Peleritti) y su marido (Germán Palacios), un reconocido cirujano plástico, y la visita se debe a que la joven Alex es hermafrodita y sus padres desean saber si se la puede operar extirpándole el órgano genital masculino, ya que ha sido criada como mujer. Pero también llega el hijo de la segunda pareja (Martín Piroyansky), que entabla relación con Alex. La película trata un tema tabú y lo hace de forma cotidiana, evitando discursos, prédicas y grandilocuencias. Una película muy riesgosa donde Darín reencontró a Valeria Bertuccelli y de paso se cruzó con el uruguayo César Troncoso.
2009: El secreto de sus ojos.
El Everest mediático de Darín (Oscar al film extranjero) y uno de sus caracteres más emblemáticos: Benjamín Espósito, oficial jubilado de un Juzgado de Instrucción que se obsesiona por un brutal homicidio irresuelto ocurrido veinticinco años atrás, en plena época de la dictadura. Mezcla de drama, thriller y fábula moral, es magnífica la química de Darín con su compañero de reparto Guillermo Francella, en una suerte de “dúo dinámico” de hipnótica presencia. Darín ganó el premio al mejor actor en La Habana, además de otros galardones argentinos. Era su cuarta labor para Juan José Campanella.
2010: Carancho.
Una película muy potente de Pablo Trapero, historia de ribetes desesperados y “sucios” entre un abogado (Darín) que, perdida su licencia, ingresa a una sociedad ilegal que se encarga de provocar accidentes automovilísticos para estafar a las aseguradoras, y una doctora drogadicta del turno de noche de un hospital barrial (Martina Gusmán). Mezcla de tragedia sentimental, thriller y drama social, tiene una nueva labor impactante de Darín, que pasaba por su momento de mayor gloria artística.
2012: Elefante blanco.
Una vez más Darín en un film comprometido con el entorno social latinoamericano. Es la historia de dos curas y una joven asentados en una barriada marginal de Buenos Aires desarrollando una mezcla de apostolado y labor social, mientras se enfrentan a la jerarquía de la Iglesia, la policía, el gobierno y la corrupción generalizada. El resultado fue muy exitoso a nivel de público, tuvo una adecuadísima ambientación, pero Pablo Trapero no llega a comunicar correctamente los conflictos íntimos de sus personajes. Darín no está mal, aunque resulta extraño verlo en un rol sacerdotal.
2014: Relatos salvajes.
Pese a ser un film en episodios, el cineasta Damián Szifrón le brindó a Darín el que con el paso de los años quizá termine siendo su personaje más recordado, el del “ingeniero bombita”, como supo denominarlo la gente desde que hizo irrupción. Media docena de episodios que alternan la intriga, la comedia y la violencia. El de Darín nos provocó inmediata empatía con el personaje, porque al fin y al cabo ¿quién ha estado libre de sufrir en algún momento la impunidad del Estado? En medio de esa bronca Darín se debatía entre los conceptos de civilización y barbarie. El espectador también.
2015: Truman.
Dos amigos de la infancia que rozan la cincuentena (Darín y Javier Cámara) se reúnen después de muchos años y pasan juntos momentos inolvidables, mientras el fantasma de una enfermedad terminal acecha a uno de ellos y un perrazo que da título al film otorga sentidos más profundos a todo el asunto. Una película sobre el arte de saber morir con dignidad, narrada de manera sobria y sin golpes bajos por el catalán Cesc Gay. Darín recibió el Goya, y junto a Cámara compartió además un galardón en San Sebastián.
2017: La cordillera.
Entre estrategias y alianzas geopolíticas un joven presidente argentino que parece ser idealista y honesto se ve envuelto en un doble drama de carácter político y familiar. Dirigida por Santiago Mitre, en libreto compartido con Mariano Llinás (dos talentosos), el resultado fue un fracaso absoluto. Sin embargo, importa mucho en la carrera de Darín porque permitió verlo en un rol de villanía inhabitual en su registro.
2018: Todos lo saben.
Penélope Cruz viaja con su familia desde Buenos Aires a su pueblo natal español para asistir a la boda de su hermana, Inma Cuesta. Allí reencontrará a un antiguo amor (Javier Bardem) pero en medio de los festejos su hija mayor será raptada, lo cual provocará la llegada de Darín, marido de Penélope y padre de la joven desaparecida. El film debe destacarse porque, a pesar de lo que se narró en la presente entrevista, no todos los días un actor argentino puede actuar a las órdenes del iraní Asghar Farhadi, maestro del cine actual dos veces ganador del Oscar.
EL AMOR MENOS PENSADO.
El amor menos pensado aborda temas referidos a la relación de pareja, la convivencia, el deseo (y la falta de él), la separación y las conquistas amorosas posteriores. Marcos (Ricardo Darín) y Ana (Mercedes Morán) llevan 25 años de casados y cuando su hijo decide irse a estudiar a España se genera un vacío emocional que los lleva a separarse sin una sola fricción, intentando hallar un nuevo destino a sus vidas. El film de entrada acierta en dos cosas fundamentales en este tipo de propuesta: la extraordinaria química existente entre la pareja estelar y un conjunto de diálogos muy certeros, que profundizan en tópicos cotidianos sin caer nunca en la solemnidad. Otro acierto es el coro que ofrecen los mejores amigos de la pareja (Luis Rubio, Claudia Fontán), que también deberán sobrellevar su propio ciclón personal. La trama luego se extiende a los avatares románticos de los protagonistas por separado. En el caso de Darín, el periplo incluye a una deschavetada psicóloga (Andrea Politti, en una escena desopilante en un bar) y una relación que intenta ser estable con una mujer más joven e independiente (Andrea Pietra). Del otro lado Morán no se queda atrás, y conoce primero a un excéntrico vendedor de perfumes (Juan Minujín), luego a un ex compañero de estudios (Gabriel Corrado) y finalmente a un pintor (Jean Pierre Noher), con quien también planifica una convivencia, mientras no sale de su asombro al ver a su octogenaria mamá (Claudia Lapacó) enamorada como una liceal de un irreconocible Chico Novarro. Mención aparte merece Norman Briski en una secuencia que no supera los siete minutos de duración y se constituye en la verdadera cima de la película.
Es verdad que El amor menos pensado tiene desniveles. Es demasiado larga, algunas escenas no agregan demasiado a lo que se veía, y hay recursos que están algo gastados (la ruptura de la cuarta pared, con Darín hablándole al público), pero en la balanza los aciertos pesan más que esos desniveles. La película luce audaz y arriesgada. Es seria al plantear con buen nivel su temática durante la primera mitad, y cuando pudo caer en el melodrama el director optó por virar hacia la comedia mordaz de tono inconformista, lo cual le hace mucho bien al resultado. Por supuesto, la naturalidad de Darín y Morán es pilar fundamental a la hora de aceptar el film. Sin ellos quizá nada fuera tan efectivo.
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