Risas al viento
La risa anda por nuestros campos a su aire, como pocas veces antes.
Y luego de un par de noches de reflexión, pensando con un denuedo que merecería ser no sólo apreciado por usted, lector, sino premiado (al menos por el pelado Martínez, que se podría sacar otra foto al cohete), he llegado a la conclusión de que es casi una omnipresencia por causas diversas.
A primera vista, parece bueno.
Pero lo que no he desentrañado aún es, si perdura en sus distintas características y por las distintas causas que la provocan, si el país será más feliz o, simplemente, el imperio del absurdo lo volverá a su grisura existencial.
Una joven diputada salteña, representante del MPP, sufrió un convulsivo ataque de risa intentando leer un proyecto de designación de una escuela con el nombre de un señor de impecable trayectoria en su departamento, ya fallecido, y cuyos familiares asistían al frustrado homenaje. Virtualmente se cagó de risa y dejó la lectura a partir de haber dicho “conchilla roja” en lugar de “cochinilla roja”; en realidad debió suspirar de alivio, hacerse la distraída y continuar, ya que, al menos, no se precipitó en la mención de una “concha roja”, extremo que pudo haber ocurrido.
Su caso cae en la acepción de partirse de risa; o sea una risada con ganas de las que no permiten continuar haciendo otra cosa, aunque esta chiquilina está ahí para otra cosa, precisamente, y le pagan muy bien por lo que arruinó.
AFE compró vagones de segunda mano para pasajeros. Costaron cuarenta mil dólares la unidad, pero como en verano es imposible viajar en ellos sin cocinarse como vacío a la parrilla, el sistema de aire acondicionado para cada uno salió cincuenta mil. Yo no sé cómo explicar esto, pero reconozco que, apenas lo supe, sufrí varias contracciones y convulsiones de los músculos de mi cara por un tipo de risibilidad que por poco me asfixia.
Mi caso cae en la acepción sarcástica o sardónica de la risa. Soy culpable y disfruto con admitirlo. Incluso diría que mi risa fue un pleonasmo.
El pastor masón –perdón, lector, el presidente de la República- confundió, durante una conferencia de prensa en Buenos Aires por la organización del mundial 2030, a la periodista Andrea Tabárez de Canal 12 con la hija del técnico de la selección, Tania, que en realidad trabaja en TV Ciudad. El pastor rió, muy satisfecho de su observación, Andrea apenas sonrió, algo desconcertada, y el resto de los comunicadores de Uruguay desaparecieron bajo las sillas, empujados por la vergüenza ajena y dejando escapar algunas risitas muy sofocadas.
Este caso cae en la acepción de risa motivada –y contenida con el esfuerzo de un buzo al que le cortaron el cable del oxígeno- por el ridículo de un hombre grande que se quiso hacer el simpático y orinó afuera del mingitorio.
Para defender la política forestal del país, y esencialmente a las plantas de celulosa, la Tronca –perdón, lector, la vicepresidenta de la República- dijo a unos vecinos que visitó que los arbolitos son los que alivian nuestro aire “de los pedos que se tiran las vacas”, que, como los pedos de mi amigo Epifanio después de la cuarta caña, son francamente contaminantes. Los vecinos se descoyuntaron de la risa y hasta alguno se meó.
El caso de la señora del gaucho payador cae en la acepción de la risa que empuja a la vehemencia por el cachetazo de un lenguaje soez, y que se da con movimientos desconcentrados, que pueden descoyuntar a una persona a partir de una expresión inesperada, pero quizás liberadora para alguien con espíritu
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