Sofía Gala: “Yo hablo porque a mí no me van los tabúes, me va la honestidad”.
Hoy se estrena la película Alanís de Anahi Berneri, y para presentarla días atrás en el Festival Monfic, nos visitó su protagonista, Sofía Gala. Voces habló con la ganadora de la Concha de Plata de San Sebastián sobre este nuevo desafío y otras cosas más.
Dejaste de ser solamente la hija de Moria Casán para convertirte en una actriz de definida personalidad, que ahora se da el lujo de actuar junto a su hijo, quien tenía apenas un año de edad en el momento del rodaje. Contanos qué te llevó a aceptar esta propuesta: ¿el riesgo de su temática, los quilates de su directora?…
Ambas cosas. Me interesaba mucho la tarea previa de Anahi Berneri. Es una directora que tiene una voz femenina muy definida y potente, y una mirada extremadamente lúcida sobre la mujer y los temas que tienen que ver con el feminismo. También me llamó mucho la atención la propia temática del film, el lugar desde donde se mira a la prostitución. Hay un punto de vista súper novedoso en este enfoque. Uno repasa viejos títulos y se percata que en este tema nunca se ha mostrado a una mujer que no fuera víctima de esta profesión, sino que la eligiera. Eso me motivó muchísimo a la hora de dar el sí a esta propuesta, porque esta situación no es “de cine”, sino que existe.
Aunque no pueda evitar ser víctima del universo sórdido que la rodea…
Por supuesto. Pero no la juega de víctima, ¿entendés? De última todos somos víctimas del sistema. Ella trabaja a partir de las posibilidades que su vida le da, y sale adelante como puede.
¿Fue esa tu postura a la hora de convertirte en Alanís?
La película enfoca tres días en la vida de una prostituta junto a su bebé. Y yo creo que lo que el personaje muestra en la situación límite que le toca vivir es sobre todo mucho temple. Eso es algo que le pasa mucho a las mujeres cuando deben resolver. Nosotras somos muy prácticas, y más allá que podamos llegar a ser obsesivas e hinchapelotas, estoy convencida que nadie resuelve nada mejor que las mujeres. Vos nos das cuatro alimentos sueltos y te hacemos una cena, nos das una casa y te hacemos un hogar… Es decir, la mujer sabe cómo proceder, ¿entendés?, y en este momento de su vida Alanís no podía caer, porque se le caería todo su universo. A mi entender, antes de empezar la película y después que termina, Alanís no es la que vemos durante esas 72 horas, sino una mujer como todas. Nadie tiene de continuo el temple que ella muestra en la película, pero sí tenés que tenerlo cuando te quedás en la calle, cuando debés cuidar a tu bebé, cuando hay que salir a buscar laburo para mantenerlo y mantenerte. Fue con todo eso que me identifiqué, y desde ese lugar específico fui armando mi personaje.
Muchas veces los medios vendemos un titular sacado de contexto para llamar la atención. Explicanos bien cómo es eso de “mejor ser puta que ser moza”.
Fijate que es una frase que desde un titular intenta “venderle” al público una explicación de diez minutos. Es muy loco, ¿no? Yo estaba hablando de la prostitución, de cómo se margina y se humilla a la prostituta por el hecho de ser puta, por elegirlo, porque se supone que si sos puta sos fácil, si sos puta no trabajás… ¡mirá vos, no trabajás! Querría ver a unos cuantos trabajando de puta a ver qué les pasa… Bueno, en un momento me pregunta una periodista: “¿Y si vos estuvieras en una extrema necesidad, entre las tareas básicas para las que no se pide estudios secundarios completos, elegirías limpiar una casa, servir una mesa o atender un cliente?”. Y yo lo que dije y digo es que nadie elegiría hoy entre esas opciones a la prostitución, menos en un país con un agujero legal tan grande, donde el Estado no las ampara, donde no están cuidadas, donde no les asiste ningún derecho como trabajadoras, donde cada día muere una mujer a golpes. Si te llega a pasar eso ejerciendo la prostitución es caso cerrado, porque ¿a quién le va a importar si hay una puta más o menos en Buenos Aires o Montevideo? Pero lo que también dije es que si ese trabajo tuviera las mismas posibilidades legales que tienen los otros dos yo lo elegiría sin duda alguna. Primero porque si me ubico en ese lugar teniendo dos hijos me conviene, ya que se trabaja muchas menos horas y se gana el doble de plata que en los ejemplos restantes. Segundo, porque no tengo pruritos ni tabúes al respecto. Tercero, porque no considero humillante ser prostituta. Lo que es humillante es el lugar donde la pone el inconsciente colectivo, cómo la marginan por elegir usar el cuerpo para trabajar. Y somos todos tan falsos que no molesta que nos elijan por el cuerpo para atender una mesa, ni que por estar buena al fin y al cabo quizá la mucama se termine yendo a la cama con el señor. Pero “hacer el amor contigo no, por favor, ¿cómo se te ocurre que esté bien que yo tenga que pagar para eso?”. Es toda esa falsedad la que me molesta. Entonces, pensando todo desde un contexto legal correcto, y con dos hijos a los que me gustaría tenerlos sin tener que abandonarlos doce horas por dos pesos, elegiría ser puta antes que moza o mucama. Lo elegiría, ¿cuál es el problema? El que discrimina es aquel al que le molesta mi opinión, porque si yo hubiera dicho que querría ser cualquier otra cosa antes que moza, nadie hubiera dicho nada. Está claro que el tema de la prostitución es un conflicto de los demás, no mío.
En estas declaraciones, al igual que en tus personajes y tus películas, sos polémica, transgresora, mostrás una actitud firme y valiente ante la vida y ante las cosas. Y yo siento que es algo real, no parte de una actitud prefabricada. Si es así, ¿cuáles son entonces los miedos que aún podría tener Sofía Gala?
Todos, los de cualquiera… Le tengo mucho miedo a la muerte, la maldad, la ignorancia, el sufrimiento emocional. Soy una persona muy insegura y con muchos temores, quizás por eso intento ser tan osada, porque en el momento que algo me atemoriza redoblo mis propuestas para seguir adelante. Si no, viene una ola que me lleva y quedo como muerta en vida. No podés estancarte en lo que te frena o te tira al piso, porque te quebrás y no podés continuar. Yo he tenido momentos así, porque soy híper conspiranoica y bastante hipocondríaca. Pienso mucho todo el tiempo, entonces cada vez que surge un miedo o una inseguridad piso el acelerador para superar esas instancias, aunque ese aumento de velocidad pueda ser en sí misma un nuevo riesgo.
Volviendo a Alanís, no podemos dejar de hablar de lo que más debe gustarte, o sea de tu hijo Dante, un roba cámaras de primera categoría. ¿Cómo pudiste mezclar a la profesional con la mamá?
El hecho que Alanís comenzara con la intención de ser un cortometraje ayudó a saber cómo se manejaba Dante en tiempos muy acotados. Siempre digo que si de entrada me hubieran ofrecido hacer Alanís como un largo seguramente no hubiera aceptado, porque no es lo mismo rodar cinco días que un mes. Pero como experiencia fue increíble. Primero porque yo aún le estaba dando la teta, entonces el hecho que Dante tuviera que venir conmigo aunque no interviniera en determinadas escenas era un placer. Y segundo porque yo soy madre de un hijo varón, y quise hacerlo participar pensando en su futuro, por lo que hablábamos hoy: para que cuando sea hombre sienta con orgullo que siendo bebé tuvo una mamá que lo integró a una película que se ocupa de otra mamá que, aún desde la marginación, se juega por lo que más quiere, por su hijo. Ahí va a calibrar que tomó parte en mucho más que una película. Participó en una suerte de declaración de principios, que no son sólo los míos ni tampoco serán sólo los suyos, sino de todos los espectadores. Al menos yo estoy criando a Dante para que mañana sea un individuo que posea ese tipo de cabeza y de valores.
¿Cómo fue el trabajo con Dante?
Anahi es una directora muy experimental y ya hizo varias películas con niños, entonces todo el set estaba basado en el nene, desde esperar horas para que se durmiera y poder filmar, hasta que en las escenas en que interactúa se moviera por donde quisiera y fuera la cámara la que lo acompañara en sus desplazamientos. El nene era totalmente libre en el set, excepto en un par de momentos donde por imposición de libreto tenía que llorar o reír. Fue una enorme labor de improvisación que como actriz me sirvió mucho también. Ya la había experimentado en teatro, porque al mantener una obra en cartel todos los días durante dos años llega un momento que vas reelaborando ciertas cosas junto a tus compañeros. El cine en cambio es inmediatez, es lo contrario a la reflexión, recorrés tu personaje una sola vez. De todas maneras, en ambos medios lo más importante de un actor es entregar una verdad, no la absoluta sino la tuya. Tu verdad. Lo cual es una gran paradoja ¿no?, porque actuar es mentir. Pero ahí está el desafío: convencer al público que esa ficción es la realidad.
¿Cómo fue tu experiencia con Francis Ford Coppola en Tetro? Te pregunto esto porque durante el rodaje hubo mil problemas y de alguna manera ese caos se nota en el acabado final de la película…
Yo no viví ese caos realmente, pero aunque lo hubiera tenido que padecer, por Dios… yo vi La conversación cuando tenía 14 años y deliré ¿viste?, entonces trabajar con él es el sueño del pibe hecho realidad. Entendámonos: por supuesto que me dolió el Coppola que viene, filma y después no paga, pero también me dolió cómo fue tratado en nuestro país. Porque por más que venga a tirarse un pedo, sólo con que este tipo te dedique un plano, vos como actor sentís que es un placer. Yo lo hubiera hecho gratis, no me da vergüenza decirlo, porque actuar para este tipo de genios es como hacer un curso por el cual encima te pagan. Entonces no seamos tan estructurados los actores, por favor. Muchos colegas no se dan cuenta que deberían habérselo tomado como un aprendizaje y no como un laburo. No te está dirigiendo tu amigo de la esquina: te está regalando su cámara, para que te hagas un lugar en el cuadro, nada menos que el autor de El Padrino y Apocalypse Now, entonces degradarlo como artista y calificarlo de chanta que vino a lavar dinero a Buenos Aires me parece excesivo. De última, ¿cómo actor qué te importa a qué vino? No es un político, es un artista. A los políticos hay que exigirles. Al artista hay que agradecerle lo que te da, porque te muestra lo que sabe hacer y te regala la insólita oportunidad de que vos participes de su obra. Estoy segura que ninguno de los modelos que posaron para los mayores genios de la pintura nunca se quejaron de no haber recibido un mango por el tiempo invertido. Sin embargo pasaron siglos y aún los vemos, y en algunos casos los conocemos como si fueran nuestros familiares. ¿Por sus talentos? No: por el genio del artista que los inmortalizó.
La desnudez y la droga son dos tabúes de los que vos empero hablás sin tapujos. ¿Cómo lidiás con el cuerpo expuesto y con tu actual abstinencia?
Intentando tener la mayor limpieza mental posible y mucha claridad de conceptos, sobre todo en el tema de la droga, porque no podés echarle la culpa a un objeto inanimado. Allí las responsabilidades van compartidas entre vos que consumís y el hijo de puta que anda impunemente por la calle vendiendo una sustancia que lo enriquece mientras de paso te mata. Entonces el problema no es la droga sino el dealer, el narco, el que se hace millonario a costa de la muerte de la gente. Yo no estoy en contra del consumo responsable e individual de la droga, porque hay determinadas sustancias que te abren la cabeza y te ayudan, pero siempre hay que encararlo caso por caso. Hay gente que se fuma un porro y se vuelve loca, y hay otros a los que no los afecta en absoluto. El mal verdadero no es la droga, el sexo, la desnudez libre o lo que sea, sino el juzgar al otro. Por eso yo intento ser siempre lo más sincera posible en cuanto a los tabúes, justamente porque tabú es todo eso de lo que no se quiere hablar. Pues entonces yo hablo porque a mí no me van los tabúes, me va la honestidad. Y entonces digo sin vergüenzas que amo la desnudez porque sin ropas somos más bellos que cubiertos. No estoy pensando necesariamente en lo visual, sino en lo conceptual. Yo salgo desnuda en Alanís poco después de haber parido. Allí no soy la Sofía desnuda de antes, sino la de ese momento. Es mi presente, por lo tanto ¿qué mejor que esa Sofía desnudada en su verdadera realidad, dando la teta con algún kilo de más? Proyectar mi realidad mediante la desnudez es lo más bello que puedo dar. Es sincerarse mediante el despojamiento total. Hoy soy esta, y si un día tengo que hacer el rol de una bomba sexy trataré de ponerme en forma, si tengo ganas de hacerlo. Pero sea una u otra, lo importante es que nunca deje de ser yo misma, la que acierta y la que da pasos en falso, la Sofía de los logros y la de los fracasos, y por sobre todas las cosas la que no oculta, a la que no le interesa mentir para gustar más. Para eso ya tenemos a la política.
“ALANIS”: 72 HORAS EN LA VIDA DE UNA MUJER.
La protagonista es una joven madre prostituta que alquila un apartamento en el Once junto a una amiga. Allí vive con su bebé y además trabaja. Un día tocan el timbre, abre y dos sujetos irrumpen a la fuerza: son policías que se llevan presa a su amiga luego de revisar el hogar y romper cosas sin necesidad. De inmediato el dueño del apartamento llega y desaloja a Alanís y su bebé, por lo que la joven deberá revolverse en un hostil ambiente callejero, mientras deja por unas horas al niño al cuidado de una tía que tiene un local de ropa en esa zona.
Alanís es un film de diseño corporal, poroso. Su objeto de estudio es precisamente el cuerpo, el más real que el espectador pueda concebir. Ese que la cámara taladra de manera casi quirúrgica, que se somete para sobrevivir, que –como bien dijo Sofía Gala a un colega- “se mueve en medio de lo que los demás desechan, ya sea semen o mierda”. El cuerpo despojado de las cosas más elementales, desde el hogar hasta el respeto por sí mismo, y que termina refugiado junto a otros cuerpos también despojados. No el bello cuerpo de los magazines, sino el que vive entre sangre y moretones, que se nos presenta desde el inicio tocado y tocable, cojido y cojible, atractivo por fuera y roto por dentro. Cuerpo real en todo sentido, incluso en el de realeza: es un cuerpo con soberanía carnal.
Así, duro y verdadero como ese cuerpo, es este film donde Anahi Berneri (Un año sin amor, Encarnación, Por tu culpa, Aire libre) vuelve a sorprendernos al abordar un tema fuerte con mucha energía y descarnada decisión. El resultado obtenido es intenso, sin golpes bajos ni trampas, apabullante en su sucio realismo visual. Todo eso revela una sobresaliente labor de dirección, pero además cuenta con Sofía Gala, quien redondea la mejor actuación de su carrera dando vida a Alanís con inesperadas dosis de agudeza, ternura y compromiso. Alanís aborda un tema siempre polémico, pero no se alimenta de eso para obtener rédito comercial. Tiene además la honestidad de no juzgar al personaje, mientras levanta un dedo acusatorio contra la falsedad social. Lo hace navegando entre el realismo documentalista y la poesía de los charcos, pero siempre con inteligencia y honestidad, dos virtudes que no suelen abundar en la actual cartelera.
Calificación: Muy buena.
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