Solari a medias por Nelson Di Maggio
Recordar el centenario de Luis A. Solari (1918-1993) con una muestra itinerante por varios departamentos es bienvenida. Al difundir el conocimiento de uno de los grandes creadores del arte uruguayo se extiende y democratiza el patrimonio artístico nacional.
La muestra, en el achicado acervo del Museo Nacional de Artes Visuales reducido a medio centenar de obras, fagocitado por las múltiples muestras temporarias, presenta 47 pinturas y un solo grabado del período comprendido entre 1948 y 1990, en su mayoría pertenecientes a la familia del artista.
Desde el vamos, el visitante hesita en optar entrar a la derecha como es hábito en el museo o a la izquierda. De comenzar por la izquierda, un Autorretrato de los años mozos, sólido en su factura, recuerda de inmediato la figura de José Clemente Orozco, el muralista mexicano de gran predicamento en esa época. Nacido en Fray Bentos, Solari estudió en el montevideano Círculo de Bellas Artes; estableció contactos con Zoma Baitler y Guillermo Laborde, maestros formadores. Casi de inmediato Solari abandonó las convenciones naturalistas para internarse con asombrosa naturalidad por el mundo popular y cercano de su ciudad natal. Una infancia familiarizada con el carnaval y sus mascaritas y carros alegóricos, con la tradición campera de cuentos fantásticos, de apariciones y supersticiones, como lo hicieron Pedro Figari y Carlos González. Los tres establecieron una narrativa autobiográfica pensada en la reconstrucción de una memoria colectiva, tensando el relato íntimo y el valor testimonial, entre lo público y lo privado.
Solari se apartó de los colegas nombrados al preferir viajar por numerosos países (Europa, Estados Unidos), estudiar en París y Nueva York y hacer del grabado en metal un potente elemento expresivo. Esas largas estancias en el exterior no disminuyeron su estrecha vinculación con el terruño, ni abandonó su modus vivendi ni la mirada socarrona y pícara del hombre rural.
Los festejos carnavalescos propician la transgresión de la moral y las buenas costumbres; el público acepta sin reservas las críticas a los poderosos, la hipocresía de la clase política, la denuncia de las desigualdades sociales, los vicios y la callada indiferencia de las clases marginadas, la antromorfización de animales, la presencia indiscreta de la muerte, todo el bagaje fantástico que cultivaron el Bosco, James Ensor, Goya, Chagall que Solari absorbe con absoluta originalidad. En especial en sus 450 grabados y los numerosos e inventivos objetos, dos aspectos ausentes en esta exposición. Esta ausencia empobrece la personalidad de un creador mayor, impide vislumbrar los contactos con las estéticas dominantes (informalismo, pop art), a lo que se agrega un desabrido montaje y una deficiente iluminación.
Álvaro Gelabert (1964-2018)
La sorpresiva muerte de Álvaro Gelabert, conocida el lunes en una reunión de artistas, entristeció la cita. Arquitecto, escultor, pintor, formado en el taller de Nelson Ramos, se singularizó por utilizar pequeños cuadraditos, a la manera de teselas, para componer piezas planas y volumétricas, fijas o móviles, en un clima surrealizante. De técnica precisa, fría elegancia y cierta ironía kitsch lo singularizó en el panorama del arte uruguayo actual.
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