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“Soy una afortunada”

“Soy una afortunada”
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Laura Canoura cumple 40 años en la música y lo celebra el próximo 16 de octubre en el Auditorio del Sodre. Comenzó vinculada al proyecto de Rumbo, pero a fines de los 80 apostó a un camino propio, cruzando varios géneros, momentos y desafíos. Mano a mano con una de las voces más singulares de la música popular uruguaya.

El 16 de octubre, Laura Canoura estará rodeada de un gran despliegue musical. Su banda, con los arreglos y la dirección orquestal de Andrés Bedó, que sumará la participación de Andrés Pigatto en bajo y contrabajo, Matías Romero en guitarra y Pablo Meneses en batería. A ellos se sumarán varios artistas invitados – desde Néstor Vaz hasta Larbanois & Carrero y Malena Muyala. Y se cerrará el festejo con la reunión de Las Tres, el legendario grupo femenino que integró en 1988 junto a Estela Magnone y Flavia Ripa. Laura festeja sus 40 años de música y lo hará de la mejor manera.

¿Qué tiene de bueno y de malo haber nacido un 2 de enero?

¡Qué buena pregunta! Bueno, no hay nadie. Cuando era chica, los compañeros de la escuela no existían. No sabés ni dónde están. Si querías hacer algo, la gente estaba recontra podrida de festejos (Risas). De niña me gustaba mucho festejar, pero de grande empecé a agarrarle fobia al festejo de cumpleaños. Hace muchos años no festejo mi cumpleaños.

¿Hasta qué edad lo viviste como algo disfrutable?

Mientras mis padres y mis hermanos se ocupaban de mi cumpleaños, de niña. Hasta los doce, por ahí. Después un poco en el liceo, y después los quince, que festejamos en la casa de mis viejos. De grande algún festejo hice, en todos estos años. Festejé los cuarenta con una banda de amigos. Eso es lo malo, lo lindo es que es verano. Puedo irme. Si tengo la chance me voy para Atlántida, o a donde sea. Me gustó eso. El 24 de diciembre, que festejamos en familia, siempre lo festejamos en la casa de mis padres hasta que la casa se desarmó y empezamos a festejarlo acá en mi patio. Embromo con eso y digo que es mi festejo de cumpleaños. Me gusta porque no hay responsabilidad y el centro son los nenes, los regalos, Papá Noel.

¿Cuán presente estaba la música en tu familia? ¿Había gente que tocaba o cantaba?

Mi madre siempre cantó. Tanto mi madre como mi padre siempre fueron muy cantores,  muy afinados. Súper afinados. Mi mamá cantaba y hacía un poquito “sopranita”, ponele. Y en la familia Canoura, sobre todo, que era la más numerosa y la que tenía más tradición de eso, siempre en las juntadas de Navidad, en la casa de mi abuela paterna —con siete hermanos, e imaginate con todos los primos, éramos un ejército—, siempre se terminaba en cantarolas. Murga, tango, Troupe Ateniense, etc. Todas esas cosas. Recuerdo que mi madre siempre cantaba mientras hacía las cosas de la casa.

¿Y se escuchaba radio?

Sí. Pero eso más por conversaciones que por saberlo por certeza. No recuerdo si había radio o qué había, pero calculo que sí.

O tocadiscos, que era lo más tradicional…

El tocadiscos llegó a casa más hacia mi adolescencia.

¿Instrumentos había?

La guitarra, cuando nos la dejaron los Reyes Magos. Yo tendría nueve o diez años. Pero otros instrumentos no.

¿Y cuándo empieza la música contigo, particularmente?

Es como un pasaje sin escalones, digamos. Tengo que hacer un ejercicio intelectual, porque no me acuerdo que mis hermanas dejaran de interesarse por la guitarra. Recuerdo que tocaban alguna cosa. Lo que no me acuerdo es cómo aprendí yo los acordes. Seguramente había algún librito en casa. Pero sí me acuerdo, y de hecho todavía lo tengo en mi biblioteca, de algunos cancioneros de esa época. No venían con los acordes, venían con las letras nomás. (Alfredo) Zitarrosa, Los Olimareños, la revolución española, esas cosas. Recuerdo tocar la guitarra en la sobremesa familiar y cantar siempre las mismas canciones que sabía tocar. Las mismas tres o cuatro que se repetían y mis viejos cantaban con mucha felicidad. Siempre cuento que trataba de sacar la de Los Olimareños, (tararea) “Caminito de tierras coloradas”. Es muy fácil hasta que pasa a menor: “Y parece que baja a sus orillas”. Nunca le embocaba a ese acorde. Y mi familia quedaba esperando. Hace unos años —mi viejo todavía vivía— un día agarré la canción con un cifrado y la saqué en la guitarra. Llevé a guitarra a la casa de mis viejos y dije: “ahora sí la sé tocar entera”.

Costó pero llegó…

Sí (Risas). Me costó muchos años, pero lo hice. Y después la barra de amigos de mi hermana Carmen, que yo curtía mucho, porque era gente de Facultad de Arquitectura, con Jorge Di Pólito, que tocaba muy bien la guitarra y cantaba. Siempre en las cantarolas yo cantaba. Él fue mi primer profesor de guitarra, siendo yo ya grande, cuando estaba por entrar a la Facultad. Él fue el que me dijo que yo tendría que ir al (Instituto) Nemus, al conservatorio. “Te vendría bien, aprenderías cosas, te encontrarías con gente de tu edad.” Me dio manija. Primero estudié teatro y después me metí en el Nemus y, efectivamente, ahí fue que conocí a Carlitos Vicente, a Mauricio Ubal y a Miguel López.

Tu primer acercamiento al arte, por llamarlo de alguna manera, fue con el teatro. Tuviste ese primer arranque…

Sí, para hacer algo extra. Tengo la idea de que llegó algún volante a mis manos. Cuando me empiezo a preguntar estas cosas, sobre esa etapa de la vida, mi vieja no se acuerda y mi viejo ya no está. Hay una cantidad de detalles que los infiero. Sí lo que te sé decir es que en esa época yo no trabajaba. En todo caso hacía alguna changuita de cuidar niños. Y tanto el conservatorio como los dos años que hice de teatro fueron pagos. En mi casa la situación económica no te digo que fuese delicada pero mi viejo era el único que laburaba fuera de casa, pero la formación para ellos siempre fue muy importante. Mi maestra de cuarto, que casi me deja repetidora, fue la que le dijo a mis viejos que yo tenía muchas condiciones artísticas y que lo tuvieran en cuenta. No me incentivaron para que lo hiciera, cosa que agradezco, porque veo ahora algunos padres que están tan encima de los hijos para que hagan esto o aquello.

Pero tampoco te lo impidieron.

No, y me lo facilitaron, porque pagaban mis clases.

¿En teatro llegaste a hacer alguna obra?

Sí, las típicas cosas de cierre de fin de año. El primer año, en la escuela de Nelly Goitiño y Roberto Fontana y al año siguiente —se ve que yo era buena— me pasaron al grupo de tercero. Ahí ya había gente que inclusive después se dedicó al teatro, como Elena Brancatti, por ejemplo.

¿Llegaste a agarrarle el gusto al teatro?

Sí, me gustaba. Lo que pasa es que después la música fue muy poderosa.

Te atrapó…

Claro, cuando empecé con Rumbo. Fue muy rápido todo. En un año pasamos de tocar en los Salesiano de Sayago al Palacio Peñarol. Fue todo muy vertiginoso. Y me gustaba pila.

Hace poco entrevisté a Mauricio Ubal, y te hago la misma pregunta. ¿Cómo ves el mojón de Rumbo en tu recorrido, cuarenta años después? ¿Cómo ves aquel fenómeno, a la distancia?

Fue importantísimo. Por lo que era consciente en ese momento y por lo que no lo era y tomé consciencia luego. El aprendizaje que significaba, cómo nos tomábamos las cosas tan en serio. A veces te olvidás cómo eran las cosas. Buscando fotos para la promoción de los cuarenta años me puse a mirar un fajito de fotos del (Teatro) Circular que tengo. Me pregunto si esa foto la habremos sacado durante un ensayo, y me digo que no puede ser, porque están los viejos de Miguel sentados en la primera fila. Entro a mirar y no veía micrófonos ni nada. Le escribí a Gonzalo. Él y Miguel son mis dos fuentes de recuerdos. “Gonza, ¿nosotros tocábamos sin amplificación?” Y me dijo que por supuesto. En el Palacio Peñarol ya no, pero en el teatro sí.  Ahí empecé a pensar que éramos unos genios. El nivel de empaste al que tenés que llegar, y el trabajo de dinámica que tenés que tener, para tocar así. Hoy en día lo ves muy poco, porque de la dinámica se ocupa el sonidista. Era increíble, porque había que aprender a tocar los instrumentos a un nivel tal que no tapara las voces, y a su vez que las voces estuvieran empastadas. Todas las etapas, incluida la de Rumbo, son muy importantes. Cada una tuvo su sentido. Éramos muy meticulosos. Y nunca más lo viví así.

Mauricio me dijo lo mismo. Que eran horas y horas, todos aportando a nivel de composición…

Sí. Ellos se ríen, porque yo siempre digo lo mismo: nos gustaba mucho estar juntos. Éramos como una barra de amigos, como el fútbol cinco. (Risas)

La amistad generó la música, y no al revés, como pasa muchas veces.

Lo que motivó esa amistad fue el empezar a hacer música juntos. Nos conocimos a partir de eso. Nos gustaba pila estar juntos. Era nuestro fútbol cinco, realmente. Era cuando nos desenchufábamos.

¿Cómo era la rutina? ¿Ensayaban todos los días?

No todos, pero muchas veces a la semana. Ensayábamos en lo de Miguel o en lo de Gonzalo, o en el taller de un novio que yo tenía en ese momento en Facultad de Arquitectura, que era pintor y tenía un atelier, un taller, una cosa así, medio rantifusa. Ahí ensayábamos.

Fue muy rápido, como decías recién. ¿Hay un momento en que notaste que aquello adquiría un carácter de importancia que no habían imaginado?

Sí. Fue muy rápido. Lo que recuerdo es que cuando Mauricio nos mostró “A redoblar”, por ejemplo, yo sentí una cosa especial. Hay muchas canciones anteriores; me gusta mucho el segundo disco (“Sosteniendo la pared”, 1982). El primero (“Para abrir la noche”, 1980) es súper auténtico y nos presenta tal como éramos cuando llegamos a Rumbo.

La frescura…

¡Super frescos! Cada uno con lo que traía. Pero el segundo disco es la consolidación y es donde más se trabajó grupalmente. Ya en el tercero hay cosas en donde no medimos muy bien lo que sabíamos hacer y lo que no, en la parte de arreglos e instrumentación, y también yo empecé a tener un papel más protagónico como intérprete. Y eso para el grupo no fue bueno, me parece.

¿Te acordás del momento en que Mauricio les mostró “A redoblar”? ¿Les anunció que tenía algo para mostrarles?

Siempre era así: él traía y destruíamos todo (Risas) Mauricio lo contaba el otro día en que tocamos en la Sala Camacuá.

Eran una picadora de carne.

¡Claro! (Risas). Date cuenta, hasta con “A redoblar”. Yo no me acordaba, se acordó Gonzalo. Mauricio había traído “A redoblar”, y en la letra hablaba del precio de las papas, y Gonzalo le dijo que no podía poner eso en una canción. Y allá se fue Mauricio a cambiar la letra. Me gustaba mucho cantar las cosas que hacía Mauricio, me sentía muy agradecida de estar en ese lugar, en ese momento. El espectáculo de Mauricio en la Sala Camacuá, donde yo canté “Lugar de mí” , fueron dos noches muy especiales, muy mágicas. Los dos quedamos muy emocionados, porque hicimos nuestra versión. Sobre todo el segundo día, cuando Mauricio ya estaba más tranquilo. Estaba TV Ciudad, había mucha cosa y mucha tensión. La prueba de sonido había sido muy larga, y él siempre de buen humor. Es un tipo súper especial.

La sala es una divina sala…

Es divina, y estaba preciosa armada. Le habían hecho todo un friso con el perfil de la ciudad. Y todos los invitados tenían un sentido, y todo el mundo estaba muy emocionado. Mientras yo cantaba, tratando de no distraerme —a veces los pensamientos se te cruzan mientras estás cantando, y son tres minutos de canción y nada más—, pensaba en qué afortunada que soy, porque todas esas canciones yo las canté por primera vez. Soy  una afortunada. Es lo mismo que me pasa con (la canción) “Piropo”, de Jaime Roos. La primera en cantarla fui yo. Me siento afortunada de pertenecer a una generación que pudo vivir todo eso.

¿Tenés canciones que sean tus preferidas por lo que han significado en tu vida, más allá de lo compositivo y de la estructura?

“Detrás del miedo” ni que hablar. Esa ha sido un regalo de la vida. Después hay un tango que me gusta mucho hacer, que he hecho con Hugo Fattoruso, que hago mucho con Andrés y que hice con Jorge Noceti pila de tiempo. Es un tema que cada tanto vuelve, de esos que no solamente no me aburren sino que, dependiendo con quién lo haga, le encuentro una vuelta distinta. “Al sur de tu corazón”, también, un tema que me generó mucha popularidad, que es muy conocido acá y en Chile también. “Para hacerte sentir mi amor”, que es la versión que hicimos del tema de Dylan, y que – además de ser una canción que tuvo mucho éxito – resultó un desafío enorme hacer. Soy muy irreverente, cuando me pongo a versionar trato de olvidarme del original. Trato de salirme de la admiración que tengo, pero con la de Dylan era imposible porque Carbone es absolutamente fanático, de esos que saben y consiguen todas las grabaciones. Cuando empezamos era muy intensa la situación. Versionar no es lo mismo que traducir. Y la verdad es que fue trabajoso pero quedé muy satisfecha, y siento que con la versión en español le aportamos mucho a esa canción. Es una canción que me genera mucha satisfacción.

¿Cómo viviste la separación de Rumbo? ¿Quedó pendiente volver a juntarse o considerás que es una etapa terminada?

En el momento en que se disolvió Rumbo fue súper doloroso para todos. Por un lado, cada uno ya estaba esbozando un interés por caminos distintos, pero por otro habíamos hecho mucho trabajo solidario. Y cuando quisimos hacer un Teatro Solís, algo muy novedoso en ese momento, porque nadie tocaba en el Solís, nos fue muy mal. No fue nada bien, fue muy poca gente. Ese fue el mazazo final.

Lo vieron como una señal…

Sí, ese fue el final, totalmente. En esa época yo ya estaba grabando mi primer disco solista, pero no empecé a tocar en vivo hasta muchos años después. Y de hecho el disco “Esa tristeza” lo grabé en el 85, dos años antes del nacimiento de mi hija, cuando me dediqué a la maternidad. Recién empecé a cantar en vivo más adelante. Muucho después armé grupo para hacer (el disco) “Esa tristeza”.  Para mí fue una tristeza las razones que llevaron a la disolución de Rumbo.

¿La razón fue ese no reconocimiento público o hubo, además, otras razones internas?

Hubo algunas razones internas que ya no vienen al caso, porque ya pasaron cuarenta años, y porque además, de hecho, somos todos muy amigos a pesar de que hubo situaciones internas súper coyunturales del momento que estábamos viviendo. Somos muy amigos. Si Mauricio toca, acompañamos. Respecto a lo otro que me preguntabas, cuando el Bicentenario fue tanto lo que nos insistieron, que hicimos una remake. Para mí fue tortuoso, primero porque creo que, de volver para hacer algo, creo que tendríamos que haber hecho algo pequeño, en un lugar que nos contuviera.

Más cálido…

Sí, más cálido, más para nosotros.

La Camacuá podría haber sido un buen lugar…

O el Solís, o lo que fuera. Pero contenido, con el tiempo necesario para probar sonido. Y no un festival. Eso no lo vimos. No lo pensamos. Hubo accidentes, un cable mal enchufado, etc. Es un grupo que no estaba habituado a tocar juntos, hacía muchos años que no hacíamos nada juntos. Y por otro lado los que continuábamos haciendo música con constancia éramos Mauricio y yo —en los últimos años también Ripa está volviendo—, y para mí hacer eso fue dar una marcha atrás, fue hacer algo que yo ya había dejado de hacer hacía tiempo. Lo que me conmovía era el hecho de estar juntos de vuelta, y eso me hizo muy feliz y me gustó. Juntarnos para el primer ensayo y arrancar a tocar y que pareciera que el tiempo no había pasado. Todo eso fue bárbaro. Pero artísticamente no me dejó muy contenta. Se ha hablado de hacer un Teatro de Verano, pero yo reculé mucho. Les dije que podían hacerlo con alguien que ocupara mi lugar, conmigo sentada en la platea aplaudiendo y llorando. No quiero hacerlo, no es para mí.

Tu carrera solista empieza en paralelo con la disolución de Rumbo. ¿La venías previendo o fue la influencia de Jaime de que tenías que hacerlo?

Ni idea. De hecho, cuando Jaime me lo propuso me llamó mucho la atención. Primero Jaime me invitó a cantar en un disco de él, donde canté “Si piensas en mí” con él. Después cantamos “Inexplicable”. Él vio todo. Jaime es un tipo muy inteligente, muy brillante. Yo no estaba muy segura, me daba miedo.

¿Qué argumentos te dio para convencerte de que tenías que hacerlo?

Me lo propuso directamente. “¿No te gustaría que produjera un disco solista?” Al principio me estresé un poco. Me dio una felicidad increíble que Jaime Roos se fijara en mí. Pero después vinieron los nervios tipo “no sé”, “qué voy a cantar”, “no estoy acostumbrada”. En Rumbo estaba rodeada, y había otros que componían y yo lo cantaba. Jaime fue muy didáctico. Me dijo que empezara a buscar canciones que me gustaría cantar, que les pidiera a mis amigos que me dieran canciones, a (Fernando) Cabrera, a Eduardo Darnauchans, a Mauricio Ubal. Hice lo que se hace: juntás una cantidad de canciones y después el productor te ayuda a orientarte sobre cuál es el material que tiene que terminar estando en un disco y por cuáles razones. Pensándolo ahora creo que Jaime me ayudó a marcar mi espíritu diverso como intérprete. Tanto mi primer y mi segundo disco son muy abiertos de repertorio.

Tu carrera ha sido así…

Sí, pero me gustó eso. Me pareció que tenía mucho que ver conmigo. Siempre digo que, como cantante, soy igual que como espectadora y oyente: no escucho una sola radio, y si revisás mi discoteca verás que tengo de todo. Al principio tuve una actitud medio rebelde, de chiquilina a la que nadie va a encasillar. Después me generó eso de generar una manera de cantar y de hacer canciones sin que importe mucho cuál va a hacer el repertorio. De hecho, nunca me gusta contar qué voy a cantar. No me gusta ponerlo en los programas, me gusta que la gente se siente y se entregue al factor sorpresa.

¿Cómo viviste la grabación de ese primer disco, superado el proceso de elegir las canciones?

Con una felicidad total y completa. Lo divertido era seguir todo el proceso. Iba a todas las grabaciones, algo que ahora sería impensado. De hecho, ahora voy a los tres o primeros cuatro ensayos, no es necesario que vaya todas las veces. Es preferible que no vaya, porque yo me pongo ansiosa y me pongo a cantar. Con “Esa tristeza” fui a cada una de esas grabaciones.

La base musical era la banda Repique

Sí, Repique. Que tenía un empaste que no podía más. Me acuerdo que Jaime me dijo que me comprara un cuadernito. Yo iba anotando, haciendo un poco de secretaria, tomando notas de qué se había grabado o no, de qué faltaba en tal tema, de qué bases faltaban, de si faltaba meter el teclado, de que en la próxima grabación venía Hugo y teníamos que aprovechar a hacer tal cosa. Además de que fue recontra divertido, fue muy aleccionador.

¿Tenés aún ese cuadernito?

Lo tengo, sí. En algún lado está guardado. Porque además eso me acostumbró a una forma de trabajar. Comprar un cuadernito.

Entonces, cada disco tiene un cuadernito asociado…

¡Exactamente! (Risas). Aunque estemos en plena época digital. Con Estela (Magnone) lo hemos hablado miles de veces. Soy mucho de la computadora y uso las redes, pero a la hora de escribir canciones lo hago en papel.

Cuando entrevisté a Jaime el año pasado me dijo que recién hace poco había empezado a grabar en digital, que antes lo hacía en cassette…

Imponente.

¿Cómo viviste la tapa de “Las tres”? Fue otro mojón importante.

Hay dos, la del vinilo y la del CD. No lo tenía tan presente hasta que lo hablamos el otro día con Estela y Claudia. La tapa del vinilo es una foto de Mario (Marotta) donde estamos las tres de frente. “La foto Beatle”, le decimos. Es medio Beatle, con mucho negro, mucho contraste. Ahora lo vamos a subir a la plataforma, y tuvimos que elegir. Al final vamos a poner la del CD. Que me gusta mucho, creo que nos refleja muy bien como éramos, más que la otra, que es muy linda, pero estamos muy serias.

El proyecto de Las tres te agarra ya en tu camino solista. ¿Cómo lo viviste?

Sí, aunque no tenía montado todavía el espectáculo. Además de que fue una experiencia divina, súper gratificante, divertida, donde aprendí una cantidad de cosas, y donde amplié mi registro gracias a cantar las canciones de Estela, que era soprano, aunque ahora estamos más cerca, por la edad. Aprendí mucho de producción, porque trabajamos las tres juntas bajo el foco de Jaime.

Jaime fue como un Gran Hermano…

¡Sí! (Risas) El Gran Hermano orientando y sugiriendo. Ese fue el impulso para armar mi banda y empezar a tocar como solista: “Las tres”. Al principio estuvo Estela tocando mucho, y de hecho fue mi representante por un tiempo.

¿Cómo era la banda cuando iniciaste el proyecto solista? Gustavo Etchenique estaba en batería…

Sí, Etchenique. Y estaban también (Andrés) Recagno, Estela. Gustavo Ripa estuvo un tiempo. Y después Bernardo Aguerre.

¿Jaime tocó con ustedes alguna vez?

No, nunca. Popo Romano estaba en “Las tres”, también. Conmigo estaban Recagno, Etchenique, Estela, y después Cedrés, el Coco Fernández, Nicolás Arnicho. Hasta que los eché, como dice el Nico (Risas). Tocaban demasiado, me caminaban por arriba. Eran una aplanadora, tremendos músicos. Y después, casi que el principio, Jorge Noceti, que era la segunda guitarra y pasó a ser la primera cuando se fue Aguerre.

Seguramente estos festejos que estás organizando sean a la vez un ejercicio de memoria. Es una pregunta difícil porque hay muchos, pero ¿cuáles son los momentos que recordás con especial cariño?

Los discos siempre son un mojón. Ahora eso ha cambiado mucho y ya no más. Pero hasta hace unos años eran un mojón, algo que uno preparaba con mucho tiempo, grababa y después presentaba. Más allá de los discos, están Rumbo, Las tres, y todas mis etapas solistas más allá de las formaciones. “La Piaf” fue un momento súper importante. “Bolero” también fue un espectáculo que me encantó hacer. Cada tanto insisto en volver a hacerlo, sólo por el placer de hacer un repertorio tan gentil, tan amable, tan cargado de cotidianeidad, tan conocido, tan fácil.

¿Cómo surgió lo de la Piaf? En aquel momento fue un acto de osadía, fue sorpresivo. Porque saliste absolutamente de lo que venías haciendo.

Siento que mi vida fue siempre así. Las casualidades me han ayudado mucho. No creo ser tan valiente, sino todo lo contrario. Un atardecer de invierno me encontré en la puerta del Palacio de la Música con Omar Varela, con quien somos generacionales. Mientras yo estaba haciendo teatro, él estaba haciendo teatro en otro lado. Nos paramos y nos saludamos. Me dijo que se estaba yendo a París pero que tenía algo que quería que leyera, para protagonizar una obra. Fue en el 95. Lo miré, y con la poca paciencia que me caracteriza, le dije que me parecía que me estaba confundiendo, que yo era Laura Canoura, la que canta. Me estaba ofreciendo una obra de teatro (Risas). Me dijo que sabía perfectamente quién era. Me dijo que era una obra sobre Piaf. Le respondí que hablábamos cuando volviera, como para patearlo. Cuando volvió, me insistió. Me pareció que yo no iba a poder, que no era actriz. Y en esa época había muchas actrices muy buenas. Me convenció por el lado de la música. Le dije que lo hacía si lo que tenía que ver con lo musical era mi responsabilidad. Me dijo que claro, que cómo no. Y le dije que me gustaría tener músicos en vivo, y no cantar con una pista. Y fue genial. Capaz fue el primer musical que se hizo acá. De hecho, no se considera obra musical sino teatral.

La Piaf, Bolero, Rumbo, la época de Jaime, ¿cómo sentís que la gente te recuerda más? Porque sos varias Laura a la vez…

A esta altura del partido creo que me identifican a mí como persona. Ahora tengo el pelo blanco y todo el mundo me ve, todo el mundo sabe quién soy, aunque esté igual que muchas mujeres que andan por la calle. Pero creo que hay algunas cosas que la gente asocia rápidamente. Jaime es uno, increíblemente, porque, de las cosas que la gente pueda reconocer, con Jaime sólo hice “Inexplicable”.

El video tiene una estética tan llamativa que quedó.

Claro. Pero también está “Detrás del miedo”, donde aparece su figura y su imagen, más allá de que la gente no tiene consciencia de que él tiene un papel protagónico en esa discografía. Creo que también me asocian mucho con Piaf, porque la gente se acuerda mucho de eso. Sobre “Inexplicable” todo el mundo me pregunta, hasta el día de hoy. Me preguntan si la voy a cantar.

¿La has integrado a tu repertorio?

La canté muy pocas veces. Es una canción muy chiquita, muy pequeñita, hecha solo por mí. Le faltaba algo fundamental. Ahora la voy a hacer, aunque no con Jaime.

También hubo una especie de debate público por aquella publicidad famosa que hiciste, de Pepsi Diet. Son moldes que has ido rompiendo, porque era una artista popular haciendo publicidad.

Fui la primera, como en tantas otras cosas que me tocó estar en su momento. Vuelvo a decirte que las casualidades han operado. Soy como era mi papá, que era de ver el vaso casi lleno. Tengo una actitud optimista en general. Estábamos en La Barraca, calculo que para algún espectáculo de Las tres, y vino Carlitos Cotelo, que era publicista. “Bo, ¿cuándo me llamás para cantar en una publicidad?”, le dije. No porque fuera una veta laboral, porque yo en ese momento trabajaba en otra cosa, sino porque me generaba mucha fantasía cantar algo que no tuviera nada que ver y salirme bien por la tangente. No era que yo pusiera una canción de pop rudo en mi repertorio. Pero se ve que a él le quedó picando, porque cuando le llegó ese jingle para hacer, me llamó. Me lo mostró cantado por Norma Galfetti, que es una enorme cantante, que ahora canta con Mauricio Ubal. Ahora tenemos un registro más parecido pero en aquella época el de ella era mucho más alto que el mío. Tuve que cantarlo muy forzada en los agudos, y me parece que eso gustó mucho. Fueron muchas cosas que pasaron. El jingle estaba bueno realmente, era una canción, y como quedó bueno lo pautaron muchas veces por día en la radio. Yo ahí no era conocida, y la gente empezó a preguntarse quién era. Fue por el 92. “Es la que cantaba en Rumbo”, decían. Ahí empecé a mover mi carrera solista. Con Las tres nos estaba yendo muy bien, se hizo el videoclip de “Detrás del miedo”. Es decir, hubo una serie de cosas que coincidieron. Si hoy un agente de marketing que trabajara en mi compañía lo quisiera armar, no le saldría. Porque todo fue casual. El clip lo hicimos con Casablanca, una productora top en ese momento, que le había hecho a Jaime un video y por simpatía con él, y en aquel momento trabajaba ahí un novio mío, José María Ciganda, que era director de fotografía. Todo coincidió.

Hasta el día de hoy es un video de culto. No ha perdido frescura.

Está súper bien hecho. Ahí trabajó todo el mundo de onda, aprovechando otras locaciones que se estaban usando en publicidades en ese momento. Hasta el que llevaba el catering, todo el mundo de onda.

¿Cómo te has llevado con tu voz en estos años? ¿Fue un vínculo amigable, estuviste más o menos conforme en algunos momentos?

Creo que ahora estoy cantando mejor que hace cuarenta años. Soy autodidacta. Clases de canto tomé tres meses con Nelly Pacheco y con la mamá de Estela Magnone. Fueron muy eficaces, pero fueron tres meses. Y también por los encuentros, y por escuchar mucho. Creo que los intérpretes tenemos que escuchar mucho más que lo que cantamos. Siento que estoy con más recursos. Y más aún desde que doy clases, porque al enseñar a otros tengo que investigar un poco cómo hago yo tal o cual cosa, para poder enseñar. Me gusta mucho enseñar lo que tiene que ver con la interpretación, pero también algo de técnica tenés que compartir.

¿Qué es lo más importante a la hora de transmitir, como docente?

Siento que el plus que tengo para dar es en la interpretación. En todo lo que tiene que ver con la técnica hay docentes infinitamente mejores que yo. Tengo recursos, y los comparto, pero me parece que la etapa donde más puedo hacer un cambio en el alumno es en lo interpretativo.

Ha habido últimamente una bienvenida reivindicación de la mujer en arte, y en particular en la música. Seguramente sin haberlo buscado en ese sentido fuiste una pionera. ¿Cómo vivís haber sido de avanzada en ese sentido?

Con todo eso que está pasando decidí ponerme en un costado y observarlo. Con ese y otros muchísimos temas estamos con la teoría del péndulo. Estamos en un extremo y hay que dejar que termine de moverse y se quede quietito. Siento que hay muchas cosas que están muy bien, y hay que poner el ojo en eso, pero también pienso que hay que tener paciencia y buscar los cambios de manera inteligente y fraterna. Los cambios son más sustanciales cuando todos estamos de acuerdo en que algo hay que cambiarlo. Pertenezco a una generación que atravesó las primeras etapas en la dictadura, y estaba clarísimo para todos dónde estaba el enemigo y de qué lado estábamos. Muchas veces me han preguntado cómo era para las mujeres. No tengo recuerdos sexistas. Si me pongo empecinada en recordar, hay algunas cosas que sucedían y que hoy serían impensadas y que me alegra mucho que hayan cambiado. Pero había una actitud muy fraterna, y ni qué hablar en el ambiente. También dependía mucho de la actitud de cada una y de cada uno. Éramos muy poquitas mujeres haciendo música en ese momento. Yo tenía cinco hombres alrededor mío. Estela Magnone fue pareja de Cabrera y después de Jaime. Cristina Fernández tenía un dúo con Washington Carrasco. Mariana (Ingold) estaba con Osvaldo (Fattoruso). Todas de alguna manera teníamos un hombre o varios que eran nuestros referentes. Hoy no es así. Yo soy líder de mi proyecto desde hace muchos años, y está lleno, si entrás a mirar, de mujeres en todos los géneros. Todavía algunas cosas tontas me siguen pasando, como estar en un ensayo y que se pregunte si alguien quiere algo para tomar y todos se queden quietos. Una vez me mandé una frase en un ensayo: “les aviso que hace muchos años dejé de ser la chica de los mandados en un grupo de varones”. Y enseguida se dan cuenta, porque no hay una intencionalidad. Hay algo que está recontra arraigado en todos, y en mí también. Porque yo también tengo esa actitud primera en mi casa, con mi hija, con mi ex pareja.

¿Cómo te llevás con el escenario? ¿Cómo vivís ese momento?

Bien, muy tranquila, muy confiada. Hace muchísimos años que no me estreso arriba del escenario. Lo único que me pasa es que a veces sufro un poco en la prueba de sonido. Es un momento complejo, es un equipamiento que no conocés, a pesar de estar con tus técnicos. Ese momento no me gusta. Sinceramente, si pudiera no iría y dejaría que hicieran todo. Bueno, de hecho cada vez que me subo a un escenario mis sonidistas me dicen “ya sé, querés un disquito”, que es lo que les digo yo, que quiero escuchar todo un poquito. Eso es lo único que me incomoda un poco. Pero el escenario es algo que disfruto, no lo paso mal. Tengo un súper grupazo y un equipo de gente que labura conmigo desde hace muchos años, que son recontra buenos y me hacen sentir muy cómoda.

Si mirando hacia atrás todo este recorrido que has hecho en la música tuvieras que resumirlo en un par de frases, ¿qué dirías?

Una frase de un comercial que dice “has recorrido un largo camino, muchacha”. Creo que era un reclame de desodorante o algo así. Es algo tonto. Reivindico pertenecer a una generación. La actitud es súper importante, pero estar en el lugar y momento adecuado es bien importante también. Mirando el mapa general percibí una cosa y la repito siempre que puedo. En los Premios Graffiti del año pasado ya hubo una mujer en recibir un premio y no ser yo: fue Florencia Núñez, la primera mujer que recibe un premio a la composición. Eso pasó en 2018. Estamos lejísimos, porque compositoras mujeres acá habemos muchas y recontra talentosas. Que recién otra mujer, con su segundo disco grabado, reciba un premio así me alegra. Me alegra no ser yo. De hecho, le tomo el pelo y le digo que empezó con la ruta de ser “la primera en”. Que cunda el ejemplo.

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