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Tabárez y el complejo celeste por Gerardo Tagliaferro

Tabárez y el complejo celeste  por Gerardo Tagliaferro
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La última doble presentación de la selección uruguaya por Eliminatorias dejó gusto a muy poco, y enseguida echó a andar -sobre todo en redes sociales- la pulseada entre pro y anti Tabárez.

Así planteado el problema -que existe y que a mi criterio es que la selección uruguaya no juega lo que puede, pero no de ahora sino desde hace mucho tiempo- sucede eso que no debería suceder: la discusión se ubica en el blanco y negro, no da espacio a los matices. Y se centra en un antagonismo que no es el real.

Decir que el equipo de Tabárez muestra muy poco no implica desconocer todo lo que el entrenador ha aportado desde que se hizo cargo de la selección, hace casi 15 años. El llamado “proceso” del Maestro le ha dado al fútbol uruguayo, para empezar, un respeto como no cosechaba desde hace muchas décadas. Me atrevo a afirmar que su gestión despierta en el exterior una admiración comparable con la que expresaban los europeos hace 100 años, cuando Uruguay cruzó el Atlántico para hacer saber al viejo continente que por estas tierras se jugaba el mejor fútbol de la época.

En este siglo veintiuno, ese respeto y hasta admiración se sustenta en la capacidad de este hombre de liderar un proyecto que aisló a la selección de la mediocridad de nuestro fútbol profesional y la convirtió en un producto sólido, que compite desde hace más de una década sin pasar vergüenza -como la que solíamos pasar no hace tanto- y frecuentemente pelea cosas importantes. Y lo hace, algo no menor, desterrando de su libreto la trampa, la guapeza mal entendida, el buscar en el borde del reglamento un atajo para obtener ventajas. El mundo futbolístico también nos reconoce eso, y creo que es lo más valorable de todo, porque no olvidemos las épocas no tan lejanas en las que éramos -al decir de un encumbrado dirigente- “la escoria del fútbol mundial”.

Tabárez es el padre de esa criatura y algún día tendrá por eso un merecido monumento en el Complejo Celeste, a no dudarlo.

El debate pertinente, a esta altura, es si eso le vale a Tabárez el aura de intocable y si lo que hace hoy en una cancha de fútbol el equipo que él dirige -porque no olvidemos que es ante todo un entrenador- es lo mejor que podría hacer.

Para mí, la respuesta a esa interrogante es claramente no. No tengo tiempo, espacio ni ganas de hacer un repaso de los comentarios en los medios sobre el juego de Uruguay desde hace bastante tiempo, pero me atrevo a asegurar que es difícil encontrar dos partidos seguidos donde la síntesis haya sido convincente.

¿Puede jugar hoy Uruguay, con Valverde, Bentancur, De Arrascaeta, De la Cruz, Suárez, Cavani y los que empujan de abajo, mejor de lo que normalmente juega? Yo creo que la respuesta, en este caso, es claramente sí. ¿Por qué esos jugadores brillan en equipos muy importantes y cuando se juntan con la celeste en el pecho parecen principiantes, que no aciertan dos pases seguidos, que se muestran estáticos, lentos, sin ideas, temerosos de arriesgar? La explicación hay que buscarla, a mi juicio, en la estrategia de juego que elabora el entrenador, en la forma cómo los distribuye y el papel que les hace cumplir en el campo, pero sobre todo en la forma como entiende el fútbol. En lo que les pide y en lo que les inhibe de hacer.

Tabárez es un entrenador que muestra un interés casi obsesivo por “limitar al rival”. El concepto le pertenece y seguramente todos le hemos escuchado utilizarlo. Así, su equipo transforma en la cancha una virtud, que es el respeto por cualquier adversario, casi en un complejo que lo maniata, lo traba, le hace perder confianza y convicción en su propia propuesta. Al menos eso traduce su juego.

Este proceso ya ha cumplido la mayoría de edad, ya cruza la calle solo, está grandecito como para animarse a más. Sus jugadores de hoy parecen pedirlo, su valía parece invitar a otra cosa. A preocuparse un poco menos por lo que pueden hacer los demás y sacarle más provecho a lo que pueden dar ellos. Esos jugadores que hoy son figuras en Real Madrid, Atlético, Juventus, Manchester United, River argentino o Flamengo de Brasil piden más libertad, más confianza para mostrar lo que pueden construir juntos. Tan importante como respetar a cualquier rival es confiar en las propias fuerzas, y ahí parece estar el debe del entrenador.

En su afán por mantener la humildad y no creerse más que nadie, la selección uruguaya juega muchas veces como si se sintiera menos. Y no debería. En capacidad individual, Uruguay no es menos hoy que la mayoría de las selecciones del continente. Diría que, sacando a Brasil -a mi gusto, con su mejor versión desde 1982- la celeste no está por debajo de ninguna otra y por encima de la mayoría, en cuanto al nivel de sus jugadores. Si no tuviera a Messi, Argentina sería potencialmente menos hoy que Uruguay, cosa que no ha sucedido muy frecuentemente a lo largo de la historia.

Salvo una catástrofe, que tampoco va a suceder, nadie va a echar a Tabárez, ni él lo merece. El proceso seguirá su curso, veremos qué nos depara esta extraña Copa América y esperemos que todo culmine con lo que esta selección está capacitada para lograr: la clasificación al mundial de Catar 2022.

Pero desde esta pequeña tribuna hago un voto para que los uruguayos amantes del fútbol podamos disfrutar, además de todo lo que nos aportó el proceso del Maestro Tabárez, algo más de buen juego. Que se haga a un lado por una vez ese ridículo antagonismo -tan uruguayo- entre “jugar bien” y “ganar”. Este equipo puede ganar jugando mejor.

No se trata de ser ni pro ni anti Tabárez, se trata de que el fútbol es en definitiva un juego, y la belleza -al menos en el deporte- una virtud.

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