Taller literario por Mauricio Rodríguez
Haruki Murakami acaba de presentar el libro “De qué hablo cuando hablo de escribir” (Tusquets Editores), un trabajo donde reflexiona en voz alta sobre los desafíos de dedicar la vida a ser escritor. Y que permite ingresar al espacio privado y creativo de uno de los grandes nombres de la literatura mundial.
Haruki Murakami nació en Kioto en 1949 y lleva como pergamino el de ser uno de los pocos autores japoneses que han “dado el salto” de escritor de prestigio a autor con grandes ventas en todo el mundo. En su largo camino literario ha recibido numerosos premios, entre ellos el Noma, el Tanizaki, el Yomiuri, el Franz Kafka o el Jerusalem Prize. En España, ha merecido el Premio Arcebispo Juan de San Clemente, la Orden de las Artes y las Letras, concedida por el Gobierno español, y el Premio Internacional Catalunya 2011. Cada año, su nombre suena reiteradamente como candidato al Nobel de Literatura. Y en caso de lograrlo no causaría mayor sorpresa
Entre sus trabajos se destaca las novelas Tokio blues. Norwegian Wood y Los años de peregrinación del chico sin color—, y obras más “personales” como De qué hablo cuando hablo de correr, Underground, y los cuatro volúmenes de relatos Sauce ciego, mujer dormida, Después del terremoto, Hombres sin mujeres y El elefante desaparece.
Ahora Tusques Editores presenta “De qué hablo cuando hablo de escribir”, un trabajo en el que Murakami, tal como se afirma en la contratapa, “encarna el prototipo de escritor solitario y reservado”; que “se considera extremadamente tímido y siempre ha subrayado que le incomoda hablar de sí mismo, de su vida privada y de su visión del mundo”. A pesar de eso, en este libro se revisita a sí mismo, abre las ventanas de su mundo íntimo y decide compartir, con una honestidad brutal, sus vida como lector y escritor. Para ello recurre a una lista de autores de referencia (desde Kafka y Chandler hasta Dostoievski o Hemingway) a quienes cita, como en una conversación nocturna en un bar perdido, para reflexionar sobre la literatura, la imaginación, los premios literarios y la figura del escritor. Y redobla la apuesta al aportar “ideas y sugerencias” para quienes se vieron o se vean ante la disyuntiva de intentar escribir algo: “¿qué narrar?, ¿cómo preparar una trama?, ¿qué hábitos y rituales sigue él mismo?”.
Para ubicarse – y ubicar al lector – en ese escenario y desde qué lugar elige compartir sus pensamientos y recuerdos, Murakami abre el libro con una especie de reflexión en voz alta que toma como epicentro el mundo de sus colegas escritores y, naturalmente, a él mismo. Dice el escritor: “Desde una perspectiva puramente personal, y con total franqueza, me parece que la mayoría de los escritores —no todos, obviamente— no destacan por ser personas con un punto de vista imparcial sobre las cosas y por tener un carácter apacible. Quizá no convenga decirlo en voz muy alta, pero pocos poseen algo realmente digno de admiración, y, de hecho, muchos tienen hábitos o comportamientos ciertamente extraños. La mayoría de los escritores (calculo que alrededor del noventa y dos por ciento), y me incluyo a mí mismo, pensamos: ‘Lo que yo hago o escribo es lo correcto. Salvo unas pocas excepciones, los demás se equivocan, ya sea en mayor o menor medida’. Vivimos condicionados por ese pensamiento por mucho que no nos atrevamos a decirlo en voz alta”. A continuación, se refiere recuerda una anécdota entre Marcel Proust y James Joyce en París en 1922. En aquella oportunidad ambos compartieron una velada sin dirigirse la palabra. “Imagino que fue el orgullo lo que frustró una simple charla, y eso es algo muy frecuente”, dice Murakami para destacar que los escritores son “seres egoístas, generalmente orgullosos y competitivos”.
Señala, sin embargo, que, en el terreno exclusivamente profesional, “no hay nadie más generoso y con un corazón tan grande como los escritores de ficción”. Y desarrolla su idea en estos términos: “La experiencia nos enseña a los escritores lo duro que es seguir siendo escritor. Me parece que esa es la razón de que seamos generosos y tolerantes con los recién llegados, con quienes se atreven a saltar la cuerda del ring para lanzarse al terreno de la escritura. La actitud de la mayoría suele ser: ‘¡Vamos, ven si eso es lo que quieres!’. Pero hay otros que, por el contrario, no prestan demasiada atención a los recién llegados. Si estos terminan por besar la lona al poco de llegar o se marchan por su propio pie (en la mayoría de los casos suele ser una de estas dos razones), lo sentimos de verdad por ellos y les deseamos lo mejor, pero cuando alguien se esfuerza por mantenerse en el cuadrilátero, suscita un respeto inmediato, tan imparcial como justo (o al menos eso es lo que me gustaría que sucediera). Tal vez tenga que ver con el hecho de que en el mundo literario no se da lo de ‘borrón y cuenta nueva’, es decir, que aunque aparezca un nuevo escritor, nunca (o casi nunca) sucede que uno ya establecido pierda el trabajo por su culpa y tenga que volver a empezar de cero. Al menos no ocurre de una manera clara. Algo completamente distinto a lo que sucede en el mundo del deporte profesional. (…) Casi nunca se da el caso de que la irrupción de un novato suponga el fin de un nombre consagrado, o de que alguien en camino de consagrarse acabe malogrado. Tampoco ocurre que una novela que vende cien mil ejemplares le reste potencial de ventas a otra semejante. De hecho, un autor novel que vende muchos ejemplares suele revitalizar el mundo literario, dinamizar su actividad y la industria editorial en su conjunto termina por beneficiarse”.
Al referirse a sí mismo, dice Murakami: “En mi caso particular, me dedico profesionalmente a escribir novelas desde hace ya más de treinta y cinco años. O sea, llevo más de tres décadas en el ring del mundo literario y, sirviéndome de una vieja expresión japonesa, puedo decir que vivo gracias al pincel de caligrafía. Desde una perspectiva estrecha, puedo considerarlo un logro”.
En las páginas siguientes, a modo de “taller literario”, se refiere a temas vinculados a cómo se convirtió en escritor, los premios literarios, la “originalidad” (a la que ilustra recordando la emoción que le produjo escuchar por primera vez “Please please me” de los Beatles), cómo escribir una novela larga donde el tiempo debe ser un aliado, los personajes a crear, para quién se escribe y cómo se vive la experiencia de escribir para lectores de todo el mundo. Es decir, una serie de temas sobre los que Murakami tiene mucho para decir y aportar.
Antes de cerrar el libro cuenta que se tomó seis años para escribirlo y agrega: “Desde hacía tiempo tenía ganas de hablar de lo que significa para mí escribir novelas, de lo que representa este trabajo en concreto. Reescribí todo para darle un tono de conversación, de intimidad. Nunca tuve oportunidad de leer ninguno de estos textos frente a un público real. En primer lugar por pudor a hablar abiertamente de mí, de mi trabajo como escritor. Cuando uno habla de sí mismo tiende a poner excusas, a justificarse, a enorgullecerse de ciertas cosas o protegerse de otras. Siempre he pensado que en algún momento tendría la oportunidad en algún momento de hablar de todas esas cuestiones. (…) Espero que este libro se lea únicamente como una recopilación de opiniones personales relacionadas con el hecho concreto de escribir novelas”.
Como bien se señala sobre el final del libro, se trata de un “texto cercano, lleno de frescura, delicioso y personalísimo”, en el que los lectores descubrirán, por encima de todo, cómo es Haruki Murakami, y tendrán un acceso privilegiado al «taller» de uno de los escritores más prestigiosos y leídos de nuestro tiempo.
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