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Te mintieron Por Hoenir Sarthou

Te mintieron Por Hoenir Sarthou
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La semana pasada, en un artículo titulado “La triple traición”, sostuve que las dirigencias de los tres partidos históricos (Blanco, Colorado y FA), se apartaron groseramente de sus tradiciones históricas al ejercer el gobierno, e incluso al actuar como oposición, para cumplir las exigencias que los intereses económicos transnacionales imponen a través de los organismos internacionales de crédito (FMI, Banco Mundial, BID).
Testimonio de ese apartamiento-traición son los contratos secretos por los que se entregan nuestros recursos naturales e infraestructuras, el enorme endeudamiento público, y una serie de reformas y de políticas sociales, sanitarias, educativas y previsionales que parecen diseñadas para desmantelar económica, política y anímicamente a la sociedad uruguaya.
Pero también sostuve que eso no ocurre por casualidad, ni por una sorpresiva “dada vuelta” de las dirigencias partidarias. Ocurre porque casi el 90% de la población ha legitimado esas políticas votando una y otra vez a esas mismas dirigencias, elección tras elección, al menos hasta 2019.
Para mi sorpresa, la nota fue interpretada en varias redes sociales como una de esas típicas críticas “de boliche” o “de almacén”, que se expresan en frases como “los políticos son todos iguales”, o “la política es una mierda”. Ese tipo de críticas tienen la maravillosa virtud de colocar al crítico en un elevado pedestal de superioridad y, a la vez, librarlo de toda responsabilidad y de todo esfuerzo. El desprecia a la política. Por lo tanto, no tiene ninguna responsabilidad en lo que ocurra y nada tiene que hacer. Lo más sorprendente, con todo, suele ocurrir cuando uno se entera de a quién votó ese crítico de pedestal.
Ni tanto ni tan poco. Dedicar un artículo a criticar a ese pequeño cogollo de personas que vive profesionalmente de la política sería, desde mi punto de vista, un despropósito. Lo interesante es cómo y por qué ese cogollo de personas, de uno u otro partido, logra hacerse elegir cada cinco años para seguir haciendo lo que tanta gente después entiende que hace mal.
La respuesta no es difícil. Pero, claro, es menos cómoda que decir “los políticos son todos iguales”, o “la política es una mierda”. Bastaría con que cada uno de nosotros se preguntara qué razonamiento hizo para definir su voto.
Si el razonamiento fue “Voto a Fulano porque Mengano es peor”, o “Voto a Mengano porque no quiero que gane Fulano”, la respuesta está ante tus ojos. Si votaste malo para no votar peor, no esperes nada bueno.
¿Es esta una apología de la política electoral o una técnica de vendedor callejero, que te presenta un problema para sacar después un producto milagroso que te quiere vender?
No, para nada. Como tanta gente, no me siento plenamente expresado por ningún partido político y no tengo definido mi voto para octubre de 2024. Pero tengo claro que, pese a la big data y a la manipulación mediática, por un milagro que no sabemos cuánto durará, en nuestro país todavía podemos incidir, al menos, en quiénes se sentarán en las bancas parlamentarias, ya sea para convalidar u oponerse sistemáticamente a todo lo que diga el presidente de turno, o para ejercer una función de contralor, información pública y honesta representación de las personas que lo votaron.
¿Es eso importante?
A los que peinan canas y vivieron la dictadura de 1973 a 1985, no tengo que explicárselos. A las generaciones más jóvenes es difícil transmitírselo. Sin embargo, hay algo que puede indicarles a qué me refiero. Si no te gustaron los encierros y aislamientos pandémicos, y no quisiste vacunarte entre 2021 y 2022, tuviste una sinopsis (un trailer) de lo que es una sociedad en la que no podés decidir nada y en la que tus derechos valen muy poco.
Duró poco y fue relativamente amortiguado por un gobierno recién asumido, pero todos pudimos sentir el escalofrío de la máquina autoritaria, en ese caso capitaneada por la OMS y el aparato sanitario, que decide por nosotros, se impone a la fuerza, y argumenta que lo hace “por nuestro bien”.
Lo que quiero decir es que el año próximo, en octubre, tendremos la posibilidad de hacer que el Parlamento siga siendo esa Corte de Versailles que no interviene y a la que no se le mueve un pelo cuando te encierran, te despiden, te exigen vacunarte contra tu voluntad, te endeudan para el resto de tu vida o te dejan sin agua potable. Pero también tendremos la posibilidad de que se parezca más a un ámbito en el que haya voces dispuestas a investigar, a destapar tarros, a decir verdades incómodas, a exigir y defender tus derechos y tus intereses. Mejor dicho: los de todos.
Todo depende de que, votes al partido que votes, busques llevar al Parlamento a candidatos que no hayan participado, ni estén dispuestos a participar, en políticas penosas, como las aplicadas durante la pandemia, o en los negociados secretos de entrega que se conocen como “mega contratos de inversión extranjera”. Te digo las palabras clave para reconocerlos: celulosa, puertos, zonas francas e hidrógeno verde, para ser más claro.
Hay posibles candidatos así en todos los partidos, te lo aseguro. A veces sólo necesitan apoyo. Otras veces hay que convencerlos.
Entre esos dos modelos de Parlamento, no tengo dudas de qué prefiero.
Tampoco tengo dudas de que no existen super hombres ni super mujeres. Los políticos, aun los de muy buena voluntad, sólo pueden funcionar rectamente si tienen detrás el respaldo y el control de quienes los votaron. De quienes los hicieron sus representantes.
En suma, una política aceptable no es un montón de buenos señores y señoras sentados en cómodas poltronas, sino una ciudadanía activa que sabe lo que quiere, y que elige representantes con una intención clara, decidida a permanecer activa y atenta para que sus representantes se sientan respaldados y controlados en la defensa del interés común.
Si te dijeron que la política era votar, elegir al menos malo de los candidatos de la TV y luego irte para tu casa a trabajar, o a mirar Netflix, o a subir fotos y videos en Instagram, Tik Tok o Facebook, te mintieron, te engañaron como a un chorlito.
Esa es la visión de la política que les conviene a los organismos de crédito, a los inversores extranjeros y a los políticos profesionales dispuestos a actuar a su servicio. No la que te conviene a ti. Ni una que pueda conducirte -conducirnos- a buen puerto.
En otras palabras, si entre vos y los gobernantes no hay más que la TV, Tik Tok y Netflix, estás -estamos- fritos.
Pero no te engañes. La cosa no cambia si te das por decepcionado, dejás de votar y te dedicás a cultivar vegetales orgánicos. Que votes o no votes, que mires Netflix, subas fotos en las redes o cultives vegetales les es indiferente a quienes tienen la sartén por el mango. Lo que les importa es que no intervengas y, en lo posible, que ni te enteres.
¿Es posible una ciudadanía activa a tanta distancia temporal y mental de las viejas polis griegas y de los viejos procesos revolucionarios que en los últimos trescientos años han pretendido cambiarlo todo? ¿Es posible para ciudadanos activos poner al sistema político a trabajar en su beneficio?
No sé si es posible. Sí sé que hay muy poderosos intereses empeñados en que eso no ocurra, en que todos seamos jóvenes, modernos, sensibles, despreocupados, lindos, divertidos, virtuales, colaborativos, “diversos” (pero no mucho), y, a fuer de hipersensibles, un poquito miedosos, en que no nos hagamos problemas ni le busquemos la quinta pata al gato. En eso trabajan la publicidad, las redes sociales y, cada vez más, el sistema educativo formal.
No sé si es posible ese papel activo. Lo seguro es que, sin él, fuera y dentro de la política electoral, el camino será mucho más fácil para quienes aspiran a controlarlo todo.

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