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Tomás Linn, periodista: Me preocupa un periodismo de opinión “de café”

Tomás Linn, periodista:  Me preocupa un periodismo de opinión “de café”
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Sin dudas es un referente en el periodismo nacional, no solo por su larga trayectoria en diversas redacciones sino también por su tarea docente con las nuevas generaciones que ayudó a formar. El lanzamiento de su nuevo libro fue la excusa para charlar, con quién me abrió una puerta para escribir hace más de cuatro décadas.

Por Alfredo García / Fotos: Rodrigo López

¿Naciste en Montevideo?

Sí, nací en Montevideo hace casi setenta y cuatro años. Viví un tiempo corto en Villa Biarritz, porque mi familia se mudó a Punta Gorda, donde pasé toda mi infancia y adolescencia. Y me fui después a Buenos Aires.

¿Cuándo te fuiste a Buenos Aires?

Me fui en el año 70, con 19 años. Fui a estudiar periodismo porque me había entusiasmado la idea de ser periodista y acá no había nada. Uno aprendía en las redacciones. Pero yo quería una educación más formal. En ese momento, en las universidades en Argentina no tenían la carrera, pero había un instituto que tenía una trayectoria y se llamaba Instituto Técnico. Tenía una Escuela Superior de Periodismo, que daba un título terciario, lo que hoy se llamaría una tecnicatura. Pero la verdad es que fue una época muy interesante. Era una época de transición.

¿Por qué?

Yo llegué y a los pocos meses vi mi primer golpe de Estado, que fue cuando derrocaron a Onganía. Yo fui a la Plaza de Mayo a ver qué era, y después de la caída de Onganía viene ese período de transición a las elecciones que termina ganando Cámpora, que es un período de dos años bajo el gobierno de Lanusse. Era muy una época muy fermental, cultural y políticamente. Yo era muy joven. Ahí conocí a Lidia. Vivía muy cerca del centro, entonces iba a los Cine Arte, en la calle Corrientes. A ver las películas que no eran muy viejas, pero eran las que unos años antes por mi edad no me dejaban entrar y que era una manera de ponerse al día. Todos esos cines, además, te daban el programa con reseñas que habían salido en las revistas, entre ellas las de HAT, Homero Alsina Thevenet, y las de Emir Rodríguez Monegal. Era una época muy interesante. Entonces, además de tener muy buenos profesores de periodismo, también vivir solo en pensiones estudiantiles con gente que venía de todas las provincias fue una experiencia personal muy rica.

¿Estuviste tres años allá?

Tres años trabajando de cadete en una oficina que administraba campos. Fue muy enriquecedor.

Terminaste y te volviste.

Me volví. Ahí estuve un año haciendo pruebas para entrar en algún medio. Ya se estaba complicando acá la situación. Había hecho un contacto a través de un familiar con Guillermo Pérez, que era secretario de redacción de El País. También hice un contacto, a través de un amigo que era compañero de liceo, pero no de mi generación, que era Connie Hughes. Me conectó con Antonio Manino Mercader.

¿Qué pasó?

Guillermo Pérez me hacía hacer notas como prueba y me las publicaba. Pero no tenía vacantes. Y yo lo llamaba todos los meses a Mercader para tomar un café e iba con la carpeta y le mostraba lo que había hecho en El País. Finalmente se dio una vacante de una periodista mujer que era muy inusual, menos en El Diario de la Noche. En ese momento los diarios eran el Club de Toby. Ella era Dolores Castillo, que firmaba con el seudónimo de Dotty Cash, y se había enfermado con una convalecencia larga. Y ahí me llamó y enganchamos. En marzo del 74 empecé a trabajar en El Diario, o sea, hace cincuenta años.

Además, en plena dictadura.

Era muy difícil, porque había temas que estaban vedados. Lo que sí tengo de recuerdo y de aprendizaje ahí fueron los compañeros de trabajo. Manino Mercader era mi jefe. Daniel Álvarez trabajaba en el escritorio al lado de Iván Kmaid, era una maravilla. También estaba Juan Francisco Fontoura, era una generación de periodistas increíble. Todo muy sofocado en ese momento, pero en el espíritu de la redacción y en la amistad uno aprendía mucho.

Era una academia.

Una escuela de periodismo práctico. Así que empecé cubriendo información municipal y terminé siendo subsecretario de redacción en ocho años. Desde el 74 hasta el 82.

¿Y Opción, cuándo empezó?

Opción empezó en el 81. Yo más o menos iba manteniendo los dos trabajos, y los perdí a los dos a la misma vez. Uno porque en El Diario no les hacía gracia que estuviera en Opción y me generaba una situación de cortar el sueldo. Y en Opción porque la clausuraron. Así que estuve ahí un periodo de unos meses sin trabajo y después ya con el proyecto de empezar Aquí. Era el mismo equipo, muchos no firmamos por un año y pico no, no aparecíamos como parte del elenco. Yo en Opción había sido redactor responsable y secretario de redacción.

Seguro no te acordás que yo tuve una entrevista contigo y escribí en Opción.

Sí, sobre la etapa final, claro que me acuerdo perfecto. Y no avanzó más porque desapareció, porque por ahí hubiéramos seguido siendo compañeros por más tiempo.

Después surge el proyecto Aquí y seguiste con eso.

Sí, en Aquí era, en los hechos, el secretario de redacción, pero no empecé a figurar hasta dos años después. Éramos unos cuantos que, por las dudas, no aparecíamos. Era esa especie de paranoia que había, porque estoy seguro que sabían perfectamente quién era quién en la revista Aquí. Pero, por las dudas, para que no dijeran que era lo mismo que Opción. Pero el diagramador y diseñador era Antonio Dabezies que era también el de Opción. O sea, era todo lo mismo.

¿Qué hiciste después?

Trabajé hasta fines del año 88 en Aquí, donde fui secretario de redacción. Después, en un momento, dejé de serlo. Pero seguí escribiendo en Aquí. Opción y Aquí eran como todos los semanarios de aquella época, que respondían a un color político. En este caso era a la Democracia Cristiana. Pero como era un partido que en dictadura estaba proscripto, no se podía decir. Se sabía, pero no se podía decir. Entonces, la manera y la imagen que tenía que dar era que era un producto periodístico más que un producto de prédica. Y eso para mí era un desafío muy interesante. Y el elenco de periodistas que armamos eran periodistas cansados de trabajar en ese aire limitado y sofocante de los diarios o gente joven que quería empezar a hacer periodismo. Pero claro, después vino la apertura, vinieron las elecciones y Aquí ya dejó de ser ese producto más estrictamente periodístico.

Empezó a tener color político.

Ahí está. Y ahí ya se me empezó a hacer más incómodo, porque siempre había tensiones entre lo que los periodistas queríamos hacer con lo que quería hacer la dirección. Yo no se lo reprocho, porque tenía su lógica. Pero yo no estaba muy de acuerdo y había siempre tensión. Entonces dejé primero la secretaría de redacción y a fines del 88 me vino a buscar Danilo Arbilla. Mientras tanto, había hecho otras cosas.

¿Cuáles?

Estuve un año trabajando con Emiliano Cotelo en Emisora del Palacio en ese momento, pero era el programa En Perspectiva, que todavía existe. Y trabajando con Emiliano un año fue justo cuando me llamó Arbilla. También estuve en un noticiero muy bien hecho que tenía Canal 5 a mediodía. La que lo producía periodísticamente era Alexandra Morgan, que había sido alumna mía en la Católica, en aquel tiempo era el Instituto de Filosofía y Letras, de la primera camada de egresados. Y ahí era mi jefa. Ahí yo lo que tenía, una vez por semana, era un pequeño espacio para hacer una especie de análisis de alguna noticia internacional. Confieso que me costaba la televisión. Eso lo hice un año. Entonces vino lo de Búsqueda y ahí era dedicación exclusiva, y trabajé veintisiete años en Búsqueda.

Era una época de Búsqueda muy fuerte.

Sí, era la Búsqueda que marcaba agenda de alguna manera.

Y con un brutal plantel periodístico.

Danilo siempre decía: “Si alguna habilidad tengo es elegir gente”. Y yo creo que era así. Además, sabía quién era bueno para qué. Era una redacción muy sólida. Creo que en todos los medios, y en los medios escritos en especial, quien manda tiene que ejercer un cierto liderazgo. Si uno mira incluso la historia de los grandes medios en el mundo, siempre hubo un gran editor o un gran personaje que ejerció un liderazgo respetado, y que eso le daba al medio cierta personalidad. En el caso de Búsqueda, Arbilla tenía esas condiciones, lo cual lo hacía a veces fácil y a veces difícil.

Como todo liderazgo.

Pero de alguna manera él marcaba reglas muy claras y uno sabía dónde estaba parado y qué espacio tenía y hasta dónde llegaba. Y yo trabajé muy cómodo. Al principio hacía la página internacional y la columna, pero después Danilo me dice: “Tu ventaja comparativa es la columna, dedicate a eso”. Con Daniel Gianelli éramos una especie de editores sin tropa, digamos. Los editores eran otros, pero integramos el equipo cuando había que discutir cómo hacer determinada cobertura, qué temas había que abordar, etcétera. Y realmente fueron años desde el punto de vista profesional y políticamente muy interesantes también. Uruguay salía de la dictadura. Se estaba forjando una nueva clase política. Los periodistas estábamos aprendiendo a informar sin miedo. Que no era fácil, era todo un aprendizaje. Y para mí fue una buena experiencia esos años de Búsqueda.

¿Qué evento recordás de esos años de Búsqueda?

No sé, tendría que repasar la historia de Uruguay de esa época. Fue muy fuerte la época que se estaba cubriendo y después quedó todo en la nada, de la investigación parlamentaria de qué había pasado con Michelini y Gutiérrez Ruiz. Eso fue un momento de mucha tensión y atención periodística. Las campañas electorales siempre son una prueba dura, son agotadoras para los que tienen que cubrir candidatos. Yo siempre les decía en el semanario Aquí que la campaña más apasionante e interesante para un periodista es la primera. Después ya se sabe que si vas a hacer una pregunta te van a dar la respuesta que ya tienen memorizada, que no hay manera de arrinconar a ningún candidato, que ellos ya tienen su discurso hecho. Y no hay cómo salir de eso.

¿Qué otras experiencias fuertes? ¿Algún choque por alguna columna que hayas escrito?

Choque no. Esto sí es importante decirlo, choque no, porque no sé. También era parte de la estrategia de Danilo de parar él.

Él era el que tomaba los golpes.

Sí, lo llamaban y le decían cosas horribles de lo que habíamos escrito tanto yo como Gianelli o de alguna nota, él se hacía cargo y nunca te transmitía.

¿Ni siquiera transmitía?

No te enterabas. Por eso te digo, no sé. Él era el amortiguador. Y además su idea era que, si te lo contaba, de alguna manera te presionaba. Es más, a veces él estaba en desacuerdo con alguna nota y me enteraba dos o tres días después de publicada. Y a veces tenía razón. Yo le decía: “Pero, ¿por qué no me dijiste? Lo hubiéramos hablado, lo hubiera pensado de una manera distinta”. “Yo no te puedo presionar”, respondía.

Tenía un concepto muy claro del periodismo.

Eso a mí me marcó. Y creo que a ese grupo que estuvo en esa etapa de Búsqueda, también. Eso no quiere decir que como director y editor no daba indicaciones. Él siempre contaba que a veces lo llamaba gente amistosamente y que le decían: “¿Cómo puede ser que usted haya publicado eso?”. Y él respondía: “Bueno, viste cómo son los muchachos, ¿no?”.

Y con eso alcanzaba.

Sí, sí. Hay dos que sí recuerdo y fueron con presidentes. No me acuerdo el tema, pero algo era al final de la primera presidencia de Sanguinetti. Él había tenido algunos roces con el movimiento sindical, que habían generado mucho revuelo. Yo había escrito una columna diciendo que después de cinco años de ejercicio de gobierno, a veces, los gobernantes se aíslan. Los americanos usan mucho la expresión del “Jardín de Rosas”, que es un jardín que hay en la Casa Blanca y lo usan como expresión del presidente cuando llega a salirse de la realidad. A los dos días me llegó una carta de Sanguinetti a casa que encabezaba: “Desde el Jardín de Rosas muy respetuosamente…”, defendiéndose y explicando por qué había hecho las cosas que yo le cuestionaba.

¿Y la otra?

De Lacalle había hablado un poco de esa impronta patricia que tiene y Lacalle me llama. “Vi eso que dijiste, me interesaría hablarlo contigo. ¿Por qué no te venís tal día y almorzamos en casa?”. Él vivía en la calle Echevarriarza. Fui a la casa al mediodía y llegan los chiquilines del colegio y tiran las mochilas y tiran las cosas y nos sentamos a comer milanesas con no sé qué. Y hablamos de política, pero no me dijo nada, lo que me mostró era cómo vivía. Una forma de vida que no era patricia, eso era lo que me quiso mostrar y no me dijo nada. Pero yo me di cuenta de que todo eso estaba montado para plantearme que el reproche no había sido justo.

¡Qué carpeta para hacerlo de esa manera!

Y bueno, son los políticos que saben administrar, porque es obvio que se enojan, pero saben administrarlo. Después, otra que tuve fue cuando había publicado cuestionando algo del Partido Nacional y alguien le sopló a Lacalle, él lo tomó personalmente y me llama la secretaria, que era Marta de Fuentes. “¿Y por qué Lacalle está enojado?”, pregunté. “No, porque vos dijiste esto y esto. Te va a llamar”. Le dije: “Por favor, Marta, dale el artículo, que lo lea bien, porque si me llama, va a meter la pata”. Nunca me llamó. Y después una muy interesante fue cuando se discutía la creación de las AFAP. Yo escribí una columna que estaba a favor de las AFAP. Era una época en que se estaban juntando firmas para derogar la ley de las AFAP, y yo decía que era un poco despareja la pelea. Sanguinetti, que era el presidente recién elegido por segunda vez, mandó una carta de lector a Búsqueda.

Siendo presidente.

Como presidente y además Arbilla la recibió y dijo: “Esto es carta de lector”, y salió entre las cartas de lectores dando sus razones en esa polémica. Tuve algún lío con Korseniak también. Pero en el fondo uno mira para atrás y dice…

Fueron poquitos.

Pocos o muchos, era más ruido que otra cosa. Yo tenía mucha libertad para opinar lo que quería. Quizás me esté batiendo el parche, pero yo era muy de cuestionar ideas, cuestionar propuestas, cuestionar políticos, no personalizar. No entrar en que tal persona no me gusta. Y creo que eso me ha permitido, justamente, a lo largo de los años, con gente con la que nunca estuve de acuerdo no tener necesariamente una mala relación. Era y sigo siendo, cuando quiero, muy crítico.

Tus columnas eran muchas veces duras.

Sí, eran duras, pero no agresivas. Y opinaba con fuerza, pero siempre traté de evitar la cosa personal.

¿En qué año terminaste en Búsqueda?

En diciembre del 2015.

¿No fue lindo el fin?

Pasaron varias cosas. La razón básica era el tema de la crisis de los medios. Yo tenía un buen ingreso en Búsqueda. Había que hacer ahorros y me hicieron un recorte muy grande y, sacando cuentas, iba a tener mejor ingreso jubilado. La idea de jubilarme y seguir contribuyendo no me convencía. Y entonces ahí tomé la decisión de irme. Como es natural en muchas empresas o instituciones de larga vida, el ciclo que yo había vivido y disfrutado ya estaba cerrando y empezaba otro donde yo no me sentía tan cómodo o tan incluido como antes. Entonces coincidieron esas cosas. No me fui mal con Búsqueda, pero era como que era hora.

Ya está, se acabó.

Sí, exacto. Bueno, ahí quedé unos meses sin nada. Pero yo me fui en diciembre y en febrero estaba veraneando en Parque del Plata y me llamó el Negro Beltrán de El País, que estaba esperando agazapado. Entonces le dije que me interesaba y decidimos esperar un poco para que no fuera demasiado inmediato. Y a mitad del año 2016 empecé, primero quincenalmente y después semanalmente.

Siempre estuviste ejerciendo la docencia.

Desde el año 81, 82. Ahora no me acuerdo y hasta el 2019. Fueron muchos años, muchas generaciones, y me gustaba hacerlo. Me gustaba la docencia, esa especie de sensación de formar a los que van a ser colegas. Incluso en muchos casos tus compañeros de trabajo.

Hablan muy bien tus alumnos de vos.

Sí, muchos me quieren. Era un profesor exigente, no dejaba pasar una. Hay profesores exigentes, pero de mal talante. Si ellos necesitaban una explicación, yo les hablaba. No les aflojaba, pero tampoco trataba mal al estudiante. Entonces pasaba que al principio había quizás una relación muy tensa y años después, cuando egresaban, teníamos ya una relación mucho más amistosa y más personal, sí, pero no iba a aflojar, exigente era.

¿A quién destacarías de tus alumnos?

Todos los años había algunos. Los grupos que elegían hacer periodismo eran quince o veinte, a veces. Y yo tenía claro que muchos no necesariamente tenían vocación de periodistas, pero, entre las opciones que había era la que más les atraía. Y se habían dado cuenta que ya en este mundo que vivimos no podían ir muy lejos si no tenían el grado universitario y ese era el que les resultaba más atractivo, aunque después no hicieran periodismo. Yo creo que eso habría que respetarlo. Pero bueno, había cuatro o cinco todos los años. Yo había sido jefe de redacción en Opción y Aquí, había trabajado en Búsqueda y uno desarrolla un cierto olfato. Por ejemplo, ahora cuando presente el libro, los dos que lo presentan fueron brillantes alumnos míos. Iván Kirichenko y Alina Dieste. El libro anterior me lo presentó Martín Aguirre, el compañero de El País y jefe, pero lo presentó Romina Andreoli, que también fue alumna mía. Otro libro me lo presentó Mónica Botero, que había sido compañera mía, y Valentín Trujillo, que fue alumno mío también en la Católica, y ahora es director de la Biblioteca Nacional. Alexandra Morgan, que fue de la primera generación.

Tenés un montón de gente atrás.

No fueron alumnos míos en la Católica, pero empezaron a aprender periodismo conmigo como jefe, Gerardo Sotelo y Carlos Muñoz, los dos. Siendo muchachos bien jovencitos, me vinieron a ver en El Diario, porque ya estábamos armando el equipo de Opción, porque querían hacer periodismo. Leonardo Haberkorn, también. Eran de la misma generación y hacían trabajos juntos para el curso, incluso llevaron algunos a Aquí con Jaime Clara. Eran muy compinches. Me llevaron al semanario Aquí dos o tres informes. Uno sobre cómo vivían los pescadores en Punta Gorda, en los puestos de pesca que había en la zona de la Rambla. Unos informes preciosos. Haberkorn y Jaime Clara. Después Haberkorn fue compañero mío también en Búsqueda, cubría información sindical, pero con un rigor.

Es muy metódico y es un perro perdiguero.

Eso es una cosa que yo dando clases siempre les insistía a los estudiantes. Es importante conocerse bien a uno mismo, sus virtudes y sus defectos, para potenciar las virtudes y que no todos tenían las mismas. Había algunos que iban a ser muy buenos investigadores, había otros que iban a ser muy buenos entrevistadores, había otros que iban a ser mejores analistas, y que tenían que conocerse y potenciar eso e incluso conocer sus formas de ser. Yo, hasta el día de hoy, pero ahora ya no se nota, pero sí, de joven era extremadamente tímido. Y así empecé a hacer periodismo, y me entré a dar cuenta de que me daba resultado, porque las fuentes, cuando me veían, muy tímido, acercarme y hacer una pregunta, entonces me confiaban y se abrían quizás más que con otro.

O sea que la aparente debilidad fue una fortaleza.

Eso es lo que yo les decía. Miren que ciertas cosas que pueden parecer debilidades, si las manejan bien, terminan siendo una ventaja. Y Haberkorn es un investigador de primera y un gran comunicador porque es muy claro para informar, no confunde. Y además de hacer sus informes periodísticos, están sus libros de temáticas muy diversas.

Es un todo terreno.

Realmente un todo terreno. Bueno, una que era un todo terreno, también, y ahora está en France Presse es Alina Dieste. Ella entró en Búsqueda a cubrir temas de ciencia y salud y después Danilo hizo una apuesta muy fuerte y le salió bien. Cuando Sanguinetti gana la segunda elección le dice Alina: “Tú vas a cubrir Casa de Gobierno”. Hasta entonces no había habido mujeres que cubrieran Casa de Gobierno. ¿Cómo iba a acercarse a un presidente que le gusta el fútbol? Se le acercó y supo sacarle información y ganar su confianza. Después dejó Búsqueda y se puso a hacer comentarios de cine para el programa de Jaime Clara en Radio Sarandí y ahora está trabajando en France Presse, es todo terreno en serio.

¿Hay futuro periodístico en Uruguay?

Hay futuro periodístico. Yo tengo 74 años, no sé si lo voy a ver. Es decir, soy optimista, pero estamos pasando un tiempo muy complicado y a veces a mí me enoja y me rebela un poco ver en qué está el periodismo hoy. No sé cómo se va a resolver. Yo creo que el periodismo en una sociedad democrática libre es fundamental. Entonces, de alguna manera se va a tener que acomodar. No puedo imaginar de qué manera, porque todo lo tecnológico todavía está haciendo mucho ruido y nadie sabe muy bien cómo adaptarlo y cómo usarlo y potenciarlo. Pero creo que sí, creo que hay futuro. Lo que no sé si voy a llegar a ver cómo.

¿Qué leés? ¿Cómo te informás hoy?

Recibo El País todos los días, es mi primera información. Tengo algunas suscripciones online, como el New York Times. En una época estuve suscrito a La Nación pero después no sé qué problemas tuve con la tarjeta y me borré. Tuve durante muchos años al The Economist, que me resultó un poco caro, y una revista que trae mucha información de actualidad y de literatura y de libros que se llama The New York Review hace años que estoy suscrito y la mantengo. Y después miro lo que hay en redes.

¿Manejás redes?

Manejo lo que necesito. No, soy muy fan. Lo único que tengo es Facebook, no tengo Twitter o X. Y bueno, obviamente, WhatsApp. Ahí recibo alguna información que es información desordenada. Lo que sostengo es que recibir información de esa manera, como mucha gente recibe, hace muy difícil tener una visión de conjunto que es lo que se tenía antiguamente, y habrá que buscar otra manera de hacerlo. Uno recibía el diario, el diario tenía sus secciones, tenía arriba lo más importante, y abajo, lo más o menos. Y uno se hacía una composición del lugar, uno prendía el noticiero, tanto de radio como de televisión, y te daba una visión. Ahora no es que falte información, pero está un poco a lo que uno encuentre de casualidad. Y creo que eso se ha vuelto un problema y que ese es un tema que los periodistas van a tener que ver cómo resuelven, usando las redes, porque las redes ya están para quedarse. No es que haya que renegar de ellas, pero hay que cuidar algunas cosas. Yo siempre digo que Twitter o X ha sido un gran instrumento, pero también ha sido un problema para el periodismo, porque los periodistas se han acostumbrado a que ya tienen la cita. Tienen que hacer la nota y hay que citar a alguien. ¿Qué dijo fulano en Twitter? No le repregunto, no profundizo, no lo salgo a buscar, a ver por qué lo dijo o para qué lo dijo. Yo lo cito y la cita es legítima. Pero, al final, ¿quién controla la nota, el periodista o el político que larga una frase en Twitter o X?

¿Hay una tensión ahí en lo referido a quién controla la nota?

El periodista sí, obviamente, que hay un juego con la fuente o con el protagonista. A veces el protagonista no es fuente y a veces sí es fuente y hay un juego. Ahí hay un juego de conveniencia también. A mí me sirve que la fuente me confíe ciertas cosas, entonces le doy un espacio de control, pero tampoco puedo dejarme avasallar y ahí lo tengo que frenar yo. Hay un juego de confianza-desconfianza entre fuente y periodista que es permanente y es parte de las reglas de juego también.

¿Qué tan incisivo tiene que ser el periodismo?

Es una buena pregunta, porque hoy han aparecido algunos fenómenos que hacen que lo que parece incisivo no es incisivo. Es otra cosa. Tiene que ser incisivo en el sentido de ir a fondo con las preguntas e ir a fondo en la búsqueda de la información. No dejar pasar, no perdonar. Pero lo que está pasando un poco con esta onda del periodismo de panel, donde hay paneles, traen un invitado y todos quieren ser más incisivos que el siguiente. Y entonces lo que se termina viendo no es a periodistas preguntando incisivamente a un protagonista sobre determinado tema, sino una discusión de igual a igual, como si fueran políticos los periodistas. Entonces lo que hay es una polémica y los periodistas, en vez de preguntar para sacar información, están preguntando para discutir con el participante.

No es el rol.

Ese no es el rol y eso está pasando. Y además, y esto lo digo porque fui reportero, fui editor y ahora soy columnista y como columnista doy opinión, hay que diferenciar bien los terrenos. Ser periodista de opinión implica primero pasar por otras etapas de aprendizaje de la profesión para poder manejar información fundamentada en tu opinión. Y no es lo que está pasando. El periodismo de panel está dando lugar a periodismo de opinión de café, y eso es lo que me preocupa. Eso por un lado. Por otro lado, no es un tema que todavía se vea muy agudo en Uruguay, pero está pasando en muchos lugares del mundo. Pasa en Argentina, en Estados Unidos, pasa en Europa, está pasando en España. Es muy claro que determinados políticos empiezan a hacer política a partir de lo que ellos llaman el relato. Es decir, ellos van a explicar qué es lo que van a hacer y cómo están actuando y trabajando. Y eso no tiene nada que ver con la realidad. Y a veces a los periodistas les fastidia porque se están dando cuenta que les están mintiendo. Y entonces el periodista se vuelve incisivo para de alguna manera dejar en evidencia la mentira. Y termina un poco siendo un periodista militante, de alguna manera, sin quererlo. Claro que hay periodistas militantes. Este es otro fenómeno. Pero el periodista que es consciente de que le están mintiendo se vuelve más agresivo en su manera de cuestionar al político. Y al final casi parece que estuviera jugando parte del partido político. Claro, y no es que quiera, pero los hechos lo están llevando a eso.

A algunos periodistas como que les gusta ser vedettes.

Creo que, en la medida que hay una crisis fuerte del periodismo impreso, sube el rol de los periodistas televisivos y eso lleva a cierto vedetismo. Siempre me acuerdo de una cosa muy personal. Mi hija en una época estuvo en un programa de televisión matinal. No era un público masivo, pero a ella le pasaba que en ciertos lugares la reconocían muy al estilo uruguayo. Ella una vez entró a una papelería y quería comprar estos marcadores de colores y los estaba mirando y la chica que la atiende le dice: “Sí, porque tú con tu compañero de mañana marcan los diarios para después leerlos”. Otra vez había salido con unos amigos a tomar algo y en un momento dice: “Bueno, me voy porque si no mañana no llego temprano”. Y la moza que estaba atendiendo dice: “Sí, porque tú arrancás muy temprano”. Entonces yo le decía: “Esa es la televisión, porque puede ser que yo entre en un restorán con tu madre y me siente a comer algo y la mitad del restorán ese día haya leído mi columna y no tenga ni idea de que yo esté sentado ahí”.

Exactamente.

Esa es la diferencia. Entonces, en la medida que el espacio de la televisión periodísticamente crece y decrece el de la prensa, da lugar a vedetismo. Y hay algunos periodistas en el mundo, y en Uruguay también, que tienen sus egos grandes, ¿no?

Creo que a veces se confunde el rol del periodista.

Y eso creo que tiene que ver con la fuerza que están teniendo determinados periodistas en los medios audiovisuales.

Danilo Arbilla dijo que como periodista estoy en la primera fila, pero nunca estoy arriba del escenario.

El privilegio del periodista es estar en la primera fila y ver bien de cerca, bien clarito, pero no estar arriba. No estás arriba, no sos parte del escenario y hay gente que se cree que es el protagonista.

Vos sos el megáfono.

Claro, pero un megáfono que no podés dejar pasar desinformación o errores. Incluso a veces pienso que determinadas dificultades que se plantean en el ejercicio de la profesión son un problema que el periodista lo tiene que resolver por sí, con el apoyo de sus compañeros.
Con esto quiero decir que muchas veces se generan situaciones en que alguna información incomoda y el incomodado presiona y presiona fuerte, y entonces el periodista empieza a hacer ruido de que está siendo presionado y es un poco también algo de autodefensa. Pero también hay algo de vedetismo. “Miren lo que me está pasando a mí por ser quien soy”. Creo que eso hay que manejarlo con discreción, como todo lo que uno hace en el trabajo. Cuando daba clases siempre les decía a los periodistas: “Cuando ustedes van a entrevistar a alguien, tienen que tener incluso cuidado con el tipo de vestimenta que llevan. No puede ser algo que llame la atención. Ustedes no son la nota, la nota es el otro”. Es un detalle, sí, pero era una manera de decir: “Ustedes perfil bajo, la nota es el otro”. Hay vedetismo, sí.

¿Se puede ser objetivo en periodismo?

Objetivo, no. Siempre digo que tenemos la carga subjetiva de dónde estamos, de dónde venimos, cómo nos formamos, dónde nos paramos. Se puede ser cuidadoso, de alguna manera imparcial. Y los hechos son los hechos. No me acuerdo ahora quién era el primer ministro de Francia cuando termina la Primera Guerra Mundial, pero dijo que se podrá analizar la guerra desde el punto de vista que quieran. Pero no fueron los belgas los que invadieron Alemania, fue Alemania la que invadió Bélgica. Como diciendo: los hechos son los hechos y eso hay que cuidarlo.
Si yo me paro en una esquina, los hechos los voy a ver de una manera y si me paro en otra, los puedo llegar a ver de otra manera. En ese sentido no se puede ser objetivo porque depende un poco de en qué esquina estemos. Pero hay que ser muy cuidadoso con los hechos y tratar de ser lo más fiel a cómo ocurrieron.

¿El periodismo independiente sigue siendo viable?

Yo creo que sí, pero no hay mucho periodismo independiente hoy en día. Yo he tratado de ejercerlo toda mi vida. El periodismo independiente tiene un problema que es que el periodista queda solo. Si trabaja en un medio que respeta esa independencia, el medio lo va a amparar de alguna manera, pero si no, está a la intemperie. Es mucho más fácil pertenecer, ser miembro de. La independencia en ese sentido que se entiende en el ejercicio de la profesión es complicada, pero yo creo que quizás no exista en forma perfecta, pero sí un ideal a alcanzar.

¿El periodismo militante no es una contradicción?

Es una contradicción justamente porque creo en que el periodismo debería ser independiente. Obviamente no puede ser periodismo y militante, pero es verdad que ha surgido o también depende de los procesos históricos. Antes había lo que se llamaba “el periodismo de tribuna”, que era un periodismo militante. Eso llevó por un montón de causas a un periodismo más independiente, y como que ahora se está volviendo a un periodismo de tribuna. De alguna manera hay periodistas que están a favor de determinadas corrientes y lo dicen y lo muestran y lo expresan en su forma de trabajar. Hay toda una tendencia en todos lados. No es un problema nuestro acá en Uruguay, en Argentina es mucho más fuerte. En Estados Unidos está pasando en todos los medios que están con Trump y los medios que están contra Trump.

Sin anestesia, no ocultan nada.

No, no. En Argentina es lo mismo. Yo a veces tengo la sensación de que hasta el 2004 todos éramos periodistas independientes y después empezaron a aparecer los que dijeron: “Simpatizo con el que ganó la elección del 2004” y a mostrarlo. Antes, como no gobernaba el Frente Amplio, nadie se mostraba lo que era y daba esa sensación de un periodismo ampliamente independiente. Después eso fue cambiando un poco. Entonces yo diría que en Uruguay, periodismo militante, más allá de los medios, que son tribunas políticas, no hay. Hay, sí, tendencias a ser sesgado. Que no es periodismo militante pero esta ahí, en la frontera.

Es difícil abstraerse de tu escala de valores o tu ideología.

Quizás en Uruguay no hay periodismo militante más allá de los partidos que tienen su propia tribuna, pero en algunos casos uno ve esa compulsión a ir al sesgo que debería poder controlarse.

¿Está en riesgo la democracia en Uruguay?

Bueno, vamos por partes. Yo soy de los que viviría pensando siempre que estamos en riesgo porque es una manera de cuidarla. Pero creo que hoy, de la manera que está funcionando, no hay un riesgo cercano a que esto se desbande. Ahora, esto uno lo dice por viejo, pero yo nací y me crié de chico en un país democrático y rápidamente del “en Uruguay esto no pasa”, terminó pasando. Pasó. Entonces por eso digo: hay que ser muy prudente. Pero hoy por hoy yo tengo también la impresión de que la democracia que emerge después del 85, a medida que fue avanzando, es una democracia mucho más sólida y mucho más aceitada que la que habíamos conocido antes, que era, en su momento, también un modelo de democracia, pero que ha mejorado algunas cosas. Y bueno, yo lo pongo en el libro. Usando el índice de The Economist, Uruguay figura en el lugar catorce de las veintiocho democracias plenas que hay en el mundo. La primera de América Latina y la segunda en América. La primera es Canadá, que tiene un punto más en el puesto trece. Ahora hay que cuidarlo. Uno tiene que recordar que a veces son pocas cosas las que hacen falta para que de golpe se pierda.

Capaz que las nuevas generaciones no la valoran porque no la perdieron.

Eso pasa, pero de alguna manera hay que hacerles notar las ventajas. Que podemos vivir en una sociedad donde discrepamos y no por eso vamos a las piñas. Donde hay intereses y son escuchados y eso implica que los distintos grupos de interés deben sentarse, si hay que buscar una solución. Algunos van a tener que ceder y otros menos y otros más, es eso, es buscar esa armonía en la diversidad. Las sociedades son complejas. La democracia es lo que nos da reglas para entendernos lo mejor posible. Sin ir a las piñas, claro.

Y a nivel de libertad de expresión, ¿ves cambios en Uruguay?

Yo tengo la impresión de que, más o menos con altibajos y con algunas situaciones más puntuales, desde que volvió la democracia hasta ahora, la libertad de expresión ha sido más o menos la misma. Hay gobernantes que presionan un poco más y hay gobernantes que presionan menos. Está siempre la lucha por la publicidad oficial, pero en general digo que no es un país que tiene serios problemas de libertad de prensa o de expresión. Es también un país que es cuidadoso en la manera que informa y en la manera que discute sus temas, ¿no? Entonces se puede dar información complicada sin llegar a ser conflictiva. Uno se pregunta si en determinado tema se avanzara un poco más, ¿habría una reacción más dura, más represora o más censuradora? Pero la situación no digo que sea perfecta, pero no es muy distinta a la que hemos tenido prácticamente desde el retorno de la democracia.

Algunos índices de afuera nos dan como que bajó la libertad de expresión con este gobierno.

No sé cuáles son los parámetros. Hay gente que sostiene que determinados legisladores son muy agresivos con los periodistas. Ahora, vuelvo a decir, en la medida que muchos periodistas se han vuelto opinólogos, bueno, están aceptando una respuesta también en el mismo tono. El ataque a la libertad de expresión es cuando yo trato de hacer algo y alguien viene sin razón y sin motivo y me aplasta. Ahora, si yo empiezo a cuestionar libremente la conducta de determinado político, ese político va a querer contestarme, entonces hay que tener cuidado ahí dónde es el límite. Pero uno no ve que haya censura o presiones para que determinados temas no se toquen. Algo siempre hay. Las sociedades no son perfectas. Pero no en un nivel que uno diga: acá está pasando algo que hace cinco años, diez o quince años no pasaba. Esa es mi sensación.

Hay una reacción corporativa del periodismo que no acepta críticas.

Pero si yo soy un reportero y salgo a investigar un tema y consigo información verificada una y dos y tres veces, la manejo bien y la informo, sería falta de libertad de prensa si alguien desde el poder usara formas de presión para que yo no siga investigando y no siga diciendo lo que estoy investigando.

Está claro.

Ahora, si yo empiezo a opinar sobre cómo se comporta determinado político o determinado gobernante que no me gusta, le estoy dando pie a la otra parte a que me conteste. Eso está pasando. Es decir, yo sé, como columnista, que cuando opino piso callos y que a alguien no le va a gustar.
Y bueno, y si se enoja y escribe una carta enojada, eso no es censura. Se enojó conmigo porque yo dije algo y él se la tendrá que bancar. Y yo también. Son terrenos distintos y en la medida que está creciendo mucho esto de que todos los periodistas quieren opinar, están abriendo la puerta para recibir opiniones, hay que marcar esa diferencia. Entonces, yo no sé si estos informes que están saliendo ahora se están refiriendo a que en el Twitter un político se enojó con un periodista o a que desde el Poder Ejecutivo se dictó una medida que limita. Yo creo que se refieren a lo primero y lo primero es parte de las reglas de juego. Es que también estamos viviendo una época que no se banca nada, ¿no?

La corrección política es una especie de religión que nadie puede trasgredir.

Pero mucho tiene que ver con ese cambio de rol del periodismo, que se ha vuelto mucho más de opinión. Y si aceptas hacer eso, tenés que aceptar lo otro.

¿Cuál es el rol del periodista en este mundo que te abruma con información?

Se pierden las referencias de credibilidad. Antes había cinco diarios, diez emisoras y cuatro canales, etcétera, etcétera. “Este exagera mucho y no le creo, le creo a este otro”. Aquel te miente mucho y tal. Tengo estos otros dos Teníamos referencias. Ahora todo viene mezclado, los que inventan sitios que parecen periodísticos y no son y aparecen al lado del sitio del diario al que hasta ahora le creía y todo corre por igual. No hay una manera de decir: “Esta marca es seria y le voy a creer y a esta no”. Eso es un problema serio, que de alguna manera va a haber que empezar a ver cómo se separa la paja del trigo, porque todo es igual. Lo veo mirando el celular y soy un profesional. “En este no creo hasta que no vea claro dentro de dos o tres días qué pasó”. Después está la otra gran trampa que hizo que algunos medios de prestigio estén cayendo. Como tienen el público en el celular o en la computadora y lo quieren atrapar, usan títulos engañosos. “Sepa usted qué pasó y por qué se enojó fulano en tal sesión del Parlamento”, y tenés que abrirlo y leer todo para al final enterarte que se enojó porque se le cayó un vaso de agua o alguna banalidad así. Entonces eso está generando un problema. Primero, porque no todo el mundo va a abrir para esperar hasta el final para saber lo que pasó. Es el concepto contrario al del famoso copete. Donde uno tenía que decirte que el asesino era el mayordomo en la primera línea. Y lo otro es que ya empezás a no creerle y va en contra de la necesidad de estar informado. Hay mucho ruido.

¿Qué consejo le darías a alguien que quiere hacer periodismo hoy?

Hace unos años escribí un libro que se llamaba: Pasión, rigor y libertad, que era un poco sobre los dilemas de la práctica periodística profesional. Era un libro que yo escribí porque, en las universidades, gente que no estaba en el periodismo daba cursos de ética del periodismo. Y muchas veces esos cursos lo que enseñaban era: “no haga periodismo, porque si lo hace está violando la ética”, prácticamente. Entonces yo medio me enojé y hablé con una decana que me entendió el problema y me permitió abrir un curso que se llamaba Dilemas de la práctica profesional. Con eso junté material y publiqué un libro y el libro tenía un título con tres palabras que para mí son los ingredientes básicos y el orden no altera que tiene que haber en la tarea periodística.

Son palabras claves.

Pasión, te tiene que gustar, tiene que ser un trabajo que lo disfrutas. Rigor, es decir, disciplina, método, verificación. Ir a fondo, no dejarse ganar por la pereza y, por último, la libertad. Y son tres palabritas, pero yo creo que las tres resumen muy bien, quizá un poco apretadamente, lo que implica la tarea del periodismo. Te tiene que gustar, porque si no, ni te metas. El rigor es importante y creo que a veces es donde se flaquea. Hay método. Hay formas de verificar. Hay que hacer un trabajo minucioso de paciencia. Yo creo que últimamente hay una tendencia a la pereza. Pero mirá que no es solo acá, es en todos lados. Como que se dan por sentadas muchas cosas y después nadie sale a verificar y terminan convirtiéndose en verdades que no son verdades. Entonces, luchar contra la pereza, ir al rigor. Y manejarse en un margen de libertad que es indispensable para el trabajo periodístico.

Lo del dilema periodístico es un tema que se plantea muchas veces.

Eso es un poco lo que discutía en el curso. Recordaba a un periodista que decía que él nunca había tenido un dilema ético como periodista y yo decía: “Bueno, eso quiere decir que nunca pagó para conseguir una información y nunca cobró para dar una información”. Ahora, dilemas tenemos todos los días y de todo tipo. A veces estamos enfrentados en una situación donde la resolvemos de una determinada manera y mañana nos enfrentamos a una situación muy parecida pero que hay que resolverla de otra manera. Entonces, un poco lo que enmarcaba en ese curso es que había que tener cuidado, que no eran Los Diez Mandamientos, y por eso la palabra dilema. Claro que siempre hay un dilema, qué consecuencias puede tener.
Siempre me acuerdo de una discusión que tuvimos en Búsqueda cuando las famosas caricaturas de Mahoma en Europa. Y entonces, ¿qué se hacía? ¿Se daba o no se daba?

¿Qué definieron?

En la redacción se armó una discusión. Estamos a favor de la libertad de expresión. Vamos a darlo. Entonces Arbilla reunió a todo el equipo y le explicó la dimensión de la empresa. Búsqueda es una empresa de tales y tales características. Yo no puedo garantizarle a ninguno de ustedes seguridad. Cuando pueda, las publicamos; mientras no pueda, no. Bueno, ese era un dilema. Y era un dilema bien enfrentado porque además, explicado y discutido, todo el mundo lo entiende y se acaba la discusión. Y creo que muchas veces los periodistas tienen que darse esas discusiones honestas. Y entonces se puede llegar a conclusiones sensatas y razonables. Y que van a ser distintas, porque quizás si Arbilla hubiera dicho en ese momento: “Tengo cincuenta guardaespaldas, uno por cada periodista”, damos las caricaturas. Las situaciones cambian y hay que resolverlas en función de las realidades.

Pienso en la crisis de 2002 y el dilema de informar sobre la corrida bancaria.

Si informas, quizás acelerás la corrida; si no informás, estás dándole al círculo interno la posibilidad de que ellos sí saquen la plata y perjudicás al resto. Ese es un dilema sin salida. Pero es un dilema.

Acá la vida privada todavía se sigue respetando bastante.

Lo que pasa también es que la vida privada se respeta cuando el protagonista respeta su vida privada, ¿no? Si el protagonista va a changar con su vida para conseguir más votos, ya deja de ser privada. Discusiones como en la vida en Estados Unidos, el candidato que se vende como una familia modelo y resulta que tiene tres amantes. Bueno, me estás mintiendo, no es una familia modelo. Voy a denunciar que tenés tres amantes. Ese es el punto de dilema que hay que resolver acá. Uruguay es muy pacato, digamos, con la vida privada los políticos son muy cuidadosos. Las figuras públicas, más que los políticos, son muy cuidadosos con su vida privada. Tú prendés la televisión argentina y están todos contando todo lo que les pasa. Acá no, en consecuencia el periodismo no entra en ese terreno y es el resultado del cuidado de la privacidad.

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Alfredo Garcia Nació en Montevideo el 9 de agosto de 1954. Es Licenciado en Historia por la Universidad de Estocolmo, Suecia; que fue su lugar de residencia entre 1975 y 1983. Hizo un postgrado en Marketing y realizó los cursos del Master de Marketing en la Universidad Católica de Montevideo. Trabajó durante veinte años en la industria farmacéutica en el área privada. Su labor como periodista comenzó en los semanarios Opinar y Opción a principios de los ochenta. Participó en 1984 en el periódico Cinco Días clausurado por la dictadura. Miembro del grupo fundador del diario La Hora, integró luego el staff de los semanarios Las Bases y Mate Amargo. Escribió también en las revistas Mediomundo y Latitud 3035. Es el impulsor y Redactor Responsable del Semanario Voces. Publicó el libro Voces junto con Jorge Lauro en el año 2006 y el libro PEPE Coloquios en el año 2009. En el año 2012 publica con Rodolfo Ungerfeld: Ciencia.uy- Charlas con investigadores. En 2014 publica el libro Charlas con Pedro y en 2019 Once Rounds con Lacalle Pou. Todos editados por Editorial Fin de Siglo.