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Un virus nuevo, para un tema viejo por Alberto Rodríguez Genta

Un virus nuevo, para un tema viejo por Alberto Rodríguez Genta
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El viejo tema de gravar al gran capital, una vez más está sobre la mesa. Y es que  una vez más, hay un factor detonante que enciende las alarmas de la economía en todo el mundo.  En esta oportunidad, se trata de la inesperada irrupción en escena de un nuevo virus: esta vez el Covid 19. ¡Vaya con esto de los virus…! Ya son demasiadas estas irrupciones con carácter de pandemia que nos descalabran la economía y nos ponen a prueba de cuanta resiliencia humana sea posible. Y es que cada 20-30 años aparece una nueva pandemia.

Recordemos brevemente los estragos de las pandemias más letales: Viruela,  que se calcula que a lo largo de la historia mató a más de 300 millones de personas, aparte de dejar a innumerables personas con la piel marcada; el sarampión, que acabó con más de 200 millones; la “influenza” A de 1918 (virus H1N1),  con muertes estimadas de al menos 50 millones a nivel mundial, y el virus del sida o VIH, que ha matado a más de 35 millones.

Pienso que ni por asomo  esta resultará tan letal. Pero también pienso  que hay un virus más poderoso aún, y que pone a prueba la mayor o menor respuesta de cada nación para hacer frente -tanto a estos ataques biológicos – como a las destructivas políticas socioeconómicas con que algunos de nosotros empobrecemos a nuestras poblaciones: el virus de la desconfianza. Y es que el virus de la desconfianza se alimenta de la corrupción, la falta de credibilidad, la malversación de los recursos públicos, el abuso de poder, y los engaños hacia la población; los mayores trasmisores de la falta de confianza en una nación.

Algo que afortunadamente no ha dañado la salud del Uruguay de las últimas décadas. Y que por el contrario, ese imperceptible valor que significa la “confianza”, ha sido la influencia necesaria para salvarnos de tantas “influenzas” destructivas, y se ha vuelto parte de la mayor fortaleza y el  mayor capital que ostenta la pequeña nación sudamericana. Al punto de que, luego de recuperar nuevamente en el año 2012 – tras diez años perdido – el “grado inversor”, concedido por las más diabólicas agencias calificadoras de riesgo mundiales, y sorteando, todas  las pandemias económicas producidas por agentes externos e internos,  ya, en  2019, son cuatro las calificadoras que ratificaron el grado inversor de Uruguay.

Y es que los seres humanos y los países que conformamos, necesitamos tener y ofrecer confianza para poder crecer, para poder evolucionar, para poder desarrollarnos. Necesitamos confianza en nosotros mismos y en las personas que nos rodean. Y necesitamos transmitir confianza al resto del mundo. Sin confianza no tenemos nada, ni somos nadie,  y no podemos avanzar. En un mundo de incertidumbre,  en constante cambio y evolución como el que nos toca vivir, la confianza es el recurso más valioso para enfrentar la vida. Y para tener y obtener confianza, tenemos que creer en nuestro potencial, en nuestra gente,  en nuestros valores.

Por eso, y por la credibilidad que significa la confianza, Uruguay ha logrado, aún en diferentes gobiernos con diferentes ideologías, las mejores notas y calificaciones a nivel mundial. Y esas notas y calificaciones en confianza, son las que nos han permitido superar – aun siendo un país tan pequeño – tantas crisis  devastadoras para otros países inmensos, y con inmensos recursos naturales, que Uruguay no tiene. Lo increíble de Uruguay es que produce su propia riqueza, sin depender de los favores que pueda haberle concedido la naturaleza.

El virus de la desconfianza ha penetrado profundamente en algunos de nuestros países hermanos, al punto tal de paralizar las importantes decisiones que deben tomarse en estos momentos de pandemia, frente a la necesidad de obtener recursos financieros para hacer frente a las innumerables pérdidas económicas y sociales. En Uruguay, el nuevo gobierno de Luis Lacalle Pou reglamentó medidas extremas como, por ejemplo, gravar los sueldos de los funcionarios públicos y jubilados, a partir de determinados montos superiores a 100.000 pesos mensuales. Quince años atrás, esto hubiera dado lugar a otra de esas revoluciones ideológicas que tanto en sangre y lágrimas nos costaron a los uruguayos.

Y claro que ello ha revivido el viejo dilema de ¿Por qué no gravar más al “gran capital”, en lugar de exigir un sacrificio a los asalariados y jubilados? Por aquello de “que aporte más el que tiene más”. Uruguay no escapa al fenómeno de la concentración de la riqueza en pocas manos. Mauricio De Rosa, economista investigador del Instituto de Economía de la Udelar, estima  según sus estudios, que más del 60% del patrimonio, de la riqueza, del capital, están concentrados en el 10% más rico de la población. Pero el presidente Luis Lacalle Pou ilustró su negativa tajante a gravar el capital, en el entendido de que son  las empresas (el gran capital) quienes “van a pedalear” y “traccionar en la economía”, para la recuperación del país.

Lo cierto es que hoy, pese a la permanente diatriba entre gobernantes y opositores (¡bendita democracia…!) y a la reciente elección de un nuevo gobierno por ínfimos márgenes de diferencia, los uruguayos hemos demostrado una vez más nuestra confianza y apego a las instituciones, que respetamos las decisiones de las nuevas autoridades, y hasta los combativos gremios sindicales, dando muestra de gran madurez y responsabilidad, han ayudado a mantener la paz social. Y  todo ésto ayuda a la generación de confianza, y por tanto, a la generación de riqueza.

Por otra parte, para el director académico del Centro de Estudios para el Desarrollo, Agustín Iturralde, “al final del día podés poner un impuesto más o un impuesto menos, pero estás tapando partes”. Para el economista, “poner un impuestito ahora” no movería la aguja, y además, como ya se ha dicho, también asegura que exigir recursos económicos a las empresas significaría retraer su intención de invertir. Me parece muy coherente.

Mientras que el director del Departamento del Hemisferio Occidental del FMI, Alejandro Werner, se refirió a  Uruguay ante la crisis del coronavirus, afirmando: «Uruguay tiene algunas ventajas, que se espera amortigüen la caída económica y apoyen la recuperación. Además, la cobertura y generosidad de su sistema de protección social actúa como un amortiguador contra el shock». «Uruguay también cuenta con grandes proyectos de inversión extranjera directa e infraestructura ya en desarrollo, que apoyarán la recuperación a finales de este año y en 2021. Como resultado, se espera que el PIB real aumente en un 5% en 2021», agregó.

Y esta es otra muestra de confianza que el país ha generado ante propios y extraños. Confianza que nos permite, a la hora de acudir al crédito internacional, cuando sea necesario, lograr los intereses más ventajosos y tener todas las opciones crediticias abiertas. Por algo tenemos el ratio de “riesgo país” más bajo de la región. Confianza que no han logrado otros países hermanos,  cuyas erráticas políticas económicas, sus vergonzosos casos de corrupción,  y sus reiterados incumplimientos en el pago de sus obligaciones, les han quitado toda credibilidad.

¡Ese es el virus de la desconfianza! Amen.

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