Una indómita pasión literaria por Pablo Galante
Alicia Torres es egresada del IPA en literatura y Magíster en Literatura Latinoamericana por la UdelaR donde se desempeñó como docente. Crítica literaria, ensayista y periodista cultural, se dedica fundamentalmente a la difusión de escritores uruguayos. Algunos de sus libros publicados son: La Gazeta de Montevideo (1810-1814). Encubrimiento y representación (2010), Humor a la uruguaya (2000), Marosa, con Ana Inés Larre Borges (2019), Idea Vilariño. Diario de Juventud (2013) con Ana Inés Larre Borges.
El martes 30 de agosto a las 18.30 en el Centro Cultural Alfabeta realizará la última conferencia del ciclo Tres Mujeres Indómitas dedicada a la poeta Marosa Di Giorgio.
Tu trayectoria como ensayista y crítica literaria nace
tempranamente. ¿Qué lecturas y que profesores te incentivaron a que la
literatura se convirtiera en tu pasión?
Mi pasión por la literatura nació con Alicia en el País de las Maravillas, de Lewis Carroll. Que la protagonista se llamase igual que yo me emocionaba, y sin advertirlo caí en la madriguera literaria de la que no volví a salir. Tendría unos 9 años, no entendía la lógica del sinsentido, ni los múltiples significados de la obra, pero aprendí a leer de otra manera. Los personajes jugaban con las palabras de modo insólito: recitaban poesías, tarareaban canciones, proponían adivinanzas y aventuras imposibles. El lenguaje en ese libro era otra cosa. Nacía del juego y era el juego. Hizo que me preguntara cómo era posible llegar tan lejos sin moverme de casa.
En cuanto a los profesores, dos son inolvidables. En Preparatorios, Jorge Albistur. Era tal la pasión que nos trasmitía que con 17 años me dije: “Yo quiero hacer eso y de la misma manera”. Ojalá haya honrado su legado. Y en el IPA, Jorge Medina Vidal, el poeta sofisticado que nos sorprendía y nos seducía con los artilugios y la ironía de su inteligencia y su modernidad.
Tuviste el privilegio de cultivar la amistad de estas tres escritoras indómitas, Idea, Armonía y Marosa. Contanos que destacas de cada una de ellas y que aportes hicieron a la literatura nacional?
Conocí a Idea casi al final de la dictadura, en su apartamento del Palacio Salvo. De toda su obra poética, desgarrada y nihilista, los Poemas de amor son los que marcan a fuego a quienes ven pasar, por la intensidad de sus versos, la película de su propia vida, el ímpetu del deseo y la calamidad de la pérdida. También Armonía vivía en el Palacio Salvo y allí la conocí, a fines de 1989. La dualidad entre la maestra juiciosa y la creadora de una literatura que narra las circunstancias más abyectas de la condición humana, fue un tópico. La llamaron “bicho raro” y “escritora maldita”, reprobaron su literatura por “mal escrita” y “macabra”. Símbolo de los distintos feminismos, hoy se la estudia en el mundo como una narradora ineludible. A Marosa la conocí cuando ya era una leyenda, en alguno de los cafés donde la originalidad de su extravagante personaje encontraba refugio y amistad. Su extraña y desconcertante narrativa erótica –mágica, inocente y salvaje– hace saltar en pedazos cualquier idea previa sobre pasión y sexualidad.
¿Qué rescatas del pasado literario y crítico uruguayo y del
ambiente literario y la creación literaria actual en Uruguay?
Es una pregunta ambiciosa. Dejo el pasado afuera. Entre las infinitas carencias que sobrelleva la cultura uruguaya desde hace tiempo, pero sobre todo ante la desafortunada –y significativa– ausencia institucional de políticas culturales, un lugar en el que pararme para responder apresuradamente tu pregunta tiene que ver con la falta de una sistematización de la historia literaria uruguaya reciente. Va para tres décadas la publicación de los dos primeros tomos de la Historia de la Literatura Uruguaya Contemporánea, de la editorial Banda Oriental. Fue un esfuerzo súper importante, pero no pudo completar el tercer ejemplar. Me pregunto si ya no somos capaces de encarar un proyecto de tal magnitud. Si los investigadores están sumergidos en el pluriempleo y no dan abasto. Si las editoriales no consiguen fondos para pagar esos trabajos. Si la Academia no puede hacerles frente. En fin, para ir al principio de las cosas, si a nadie le importa la construcción –o la reconstrucción– de la literatura uruguaya.
¿Qué escritores entiendes están olvidados y cuales son más
recientes, valiosos y todavía desconocidos o por conocer?
Los escritores olvidados son demasiados. Voy a dar solo un nombre, por corresponder a una grande, Amanda Berenguer, creadora inclasificable, una de esas voces poéticas que conmueven como únicas, y en Uruguay permanece como un secreto compartido entre poetas e iniciados. A fuerza de formar parte del lenguaje cotidiano, sus palabras persuaden como diáfanas, pero abordar los enigmas que ocultan constituye una nueva manera de filosofar que busca articular el pensamiento abstracto con el saber del cuerpo, en una lógica que integra lo racional y lo afectivo y todo lo transforma. En los últimos meses me sorprendió gratamente el nombre de Gabriela Escobar (Montevideo, 1990). En Si las cosas fuesen como son (su primera novela y ganadora del Premio Onetti 2021), la singularidad de la protagonista se moldea por el peso de los vínculos amorosos malogrados y por la necesidad de salvarse y salvar a otros del pasado y sus heridas. La sutileza reflexiva, la potencia de las imágenes, el mundo onírico y un humor negro finísimo, le otorgan al libro un tono inusual.
¿En qué proyectos te encuentras actualmente?
Estoy abocada al ciclo de charlas que estoy dando en el Cultural Alfabeta. Las últimas notas que escribí estuvieron motivadas, una, por el reciente fallecimiento del periodista y escritor Miguel Ángel Campodónico, y la otra por el centenario de Carlos Maggi, uno de los exponentes más jóvenes de la Generación del 45. En cuanto a Marosa, Armonía e Idea, a las que tanto he estudiado y a las que tanto quiero, revisar una y otra vez sus biografías y sus literaturas me lleva siempre a comenzar de cero o a descubrir tesoros escondidos. Es un trabajo eterno. Prefiero dar un paso a la vez. Porque, total, como tan bien nos enseñó Antonio Machado, se hace camino al andar…
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