Vale cuatro
¿Usted ha pensado alguna vez, estimado lector, las complicaciones que en determinadas circunstancias políticas puede causar un astuto jugador de truco?
¿Quién sería hoy ese jugador? Pues Danilo Astori, el ministro de Economía, que ahora lo demuestra sin disimulos. Sí, el Soberbio Canoso Amarillento, como suelo decirle yo por puro chiveo intelectual pero con profundo respeto (espero que me crean, porque mis acciones de sinceridad vienen en baja).
Hay que fijarse no sólo en lo que dice, ni cómo juega sus cartas, sino especialmente en su cara, imperturbable. Es cada día más parecida a la del setter de mi amigo Cascarilla Batista, al que los costados del hocico, (que metafóricamente vendrían a ser las mejillas con manchitas coloradas del que le dije), le cuelgan y arrastra por el suelo más que las lánguidas, simpáticas orejas. Y como el Soberbio no ladra, sino que murmura, musita, como si necesitara un balón de oxígeno y testículos de reposición, igual que le pasaba a Bengoechea en Peñarol, sigue ganando manos dando real envidos con veinticuatro y contra flores al resto con treinta y uno.
Ahora está en medio de un partido rarísimo, no tanto por la pareja contraria –el Gaucho Payador y la Tronca, pícaros pero rústicos como Lugano, con ciento dos quilos saliendo del área “a cortar”-, sino porque el compañero obligado, el Pastor Masón, tal vez por culpa del párpado caído, dos por tres lo deja en bolas y lo putea porque no le hace las señas a tiempo. En la primera mano gritó fuerte “!truco¡” y entró a marear la jugada, como si tal cosa, al estilo de una charla con la tía Pirula, tirándole mierda al gobierno anterior por el déficit fiscal que afectó las cuentas públicas porque quiso adelantar los tiempos electorales. Al Pastor el párpado se le derrumbó y quedó con la boca abierta, mientras la otra pareja, con su habitual y sublime uso del idioma madre, contestaba “¡retruco, pituco apolillao!” y, golpeando las cartas con la mesa, gritaba al unísono que “no hay que entreverar todo, porque se embarran las patas”. El Pastor pidió un minuto para ir a orinar –o eso dijo porque quería enfriar la cosa-, al tiempo que se maldecía por no haber hecho pareja con el Letrista de Murgas. Pero el Canoso Amarillento, corriéndole un hilito de baba por la comisura de la boca, le avisó: “Que sea una meada corta, mirá que también nos jugamos esa jodita con UPM, que te tiene tan entusiasmado y que nos puede abrir un boquete. O si no, la miro con lupa y si veo algo raro te la paro” (supongo que se habrá referido a “la jodita”. No hay por qué inferir otras situaciones impresentables).
El Gaucho y la Tronca, prontos ya para echar el vale cuatro, envalentonados por unos vinitos, advirtieron que estaban jugando con un avispado y los líos se desparramaban encima de la mesa. Se apartaron y cuchichearon: éste ya era un truco para seis y les vinieron a la mente las caripelas del Oso Andrade, de Mirandita y del Bolche con Representación Internacional ad hoc Abdala, además, claro, de varios de la barra del quincho de Varela.
-El oncólogo no sale del excusado ni en media hora, lo conozco cuando se garca. Y vos no te apuntes pa’l 2019 que no jugás, gil –dijo el Gaucho, arrancando hacia la puerta y dando por suspendido el partido.
-Pa’ un truco como éste, hay que fijar las reglas en el plenario y con mazo nuevo -se afirmó la Tronca, siguiendo a los barquinazos a su marido.
-Aparte –remachó él- estos juegos necesitan un neutral que entrevere las cartas en cada mano. Y yo propongo a Caetano. Con barajas pa’l truco, mínimo, te hace un puchero a la española o una olla podrida.
Y se fueron al carajo.
El Soberbio, medio encabritado, quedó mascando bronca. Hasta que se acordó de las redes que los chinos andan tirado en las aguas de Rocha. Pensó mandar a vigilar cómo iba todo a… Bueno, al contador Asti. Siempre pensaba en él.
Y entonces, recién entonces, tomó conciencia de que eran más de los que creía los inquilinos de Asamblea Uruguay que estaban gestionando la rescisión del contrato.
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