Venezuela como dilema
Cada vez que pienso en Venezuela –y en los últimos tiempos es difícil no hacerlo, sobre todo si uno tiene allí amigos y parientes- llego a la misma conclusión: hay problemas que no tienen solución.
¿Cuántas veces nos topamos con situaciones que no pueden resolverse a fuerza de voluntad, problemas con los que hay que convivir a la espera de que los factores en juego se equilibren por su propio peso? Es más, ¿cuántas veces nos encontramos con situaciones en que es mejor no actuar, porque cualquier intervención sólo empeoraría las cosas?
Es difícil saber con exactitud qué está pasando en Venezuela. La violencia en el Siglo XXI se manifiesta también, ante todo, como guerra informativa y comunicacional, dándole a la realidad un carácter neblinoso, en el que es difícil saber incluso cosas tan concretas como quién murió, quién lo mató, o cuántas personas votaron en un acto electoral. Entonces, las opciones son aceptar a pura fe militante la versión de uno de los bandos, o considerar incierta toda información relativa a Venezuela y suspender el juicio hasta nuevo aviso.
De cierto, sabemos que hay manifestaciones, violencia y muertes, aunque es casi imposible decir qué parte del pueblo venezolano participa en las protestas o las apoya, qué parte las sufre pasivamente y qué parte apoya al gobierno. Cualquiera que se moleste en revisar varias fuentes de información –sin limitarse a las versiones CNN que reproducen los noticieros ni a los engolados informativos oficiales venezolanos- sabrá que gobierno y oposición se acusan mutuamente por la violencia. He visto en videos e informativos a gente golpeada con saña por quienes aparentaban ser policías o bandas parapoliciales, pero también a gente rociada con nafta por los que parecían ser manifestantes opositores y luego prendida fuego bajo la acusación de ser chavista. Entre las víctimas mortales de la última jornada electoral hubo varios militantes antichavistas (o antimaduristas) pero también un candidato a la asamblea constituyente, al parecer asesinado a balazos en su propia casa por un grupo antichavista.
Desde el punto de vista estrictamente político, ¿cuáles son las alternativas?
El gobierno ha quedado en manos de una fracción chavista, o neo chavista, o post chavista (dudo sobre cómo definir a la fracción encabezada por Maduro), que, pese a estar desgastada por la crisis económica y la corrupción, no admite la posibilidad de ser desplazada del gobierno. Por eso desconoció al parlamento electo y ha pospuesto y rehuido varias consultas electorales. Curiosamente, esa misma fracción apostó ahora a legitimarse mediante una consulta popular para la elección de la asamblea constituyente.
Del otro lado, desplazando al discurso de oposición democrática encarnado en algún momento por Henrique Capriles, se ha instalado una dirigencia opositora que, pese a proclamarse mayoritaria, no busca salidas negociadas ni soluciones electorales. Apuesta a agudizar los enfrentamientos, al parecer con la expectativa de justificar una intervención externa que derribe a Maduro. Si no, ¿cómo explicarse que no haya aprovechado la posibilidad electoral del domingo pasado para “tapar” al gobierno de votos opositores? En 1980, en situación similar, los uruguayos “tapamos” a la dictadura de votos contrarios a la reforma constitucional.
Así las cosas, ¿qué solución esperanzadora puede esperarse para el pueblo venezolano?
Si el gobierno de Maduro se mantiene (habría que evaluar los apoyos externos que tenga o crea tener, ¿Rusia, China?) cabe esperar un régimen de creciente autoritarismo, corrupción y violencia.
¿Y qué pasaría si la actual dirigencia opositora concretara su inocultable esperanza de una intervención externa?
EL MITO DEL DERECHO INTERNACIONAL
¿Conocen algún ejemplo reciente de intervención internacional exitosa y deseable?
¿Cuál? ¿Haití, Irak, Libia, Siria? ¿Dónde la intervención, ya sea de la ONU, de la OTAN, o directamente de los EEUU y sus aliados, produjo paz y vida democrática?
En ningún lugar. Y eso por una razón sencilla: los organismos internacionales y el derecho que éstos producen mal ocultan su papel de fachada de intereses económicos y políticos muy obvios, tanto estatales como privados.
Como ejemplo, basta ver la incoherente trayectoria del MERCOSUR. Hace unos años, cuando fue destituido el presidente paraguayo, Fernando Lugo, los Estados miembros del MERCOSUR suspendieron a Paraguay y aprovecharon para hacer ingresar a Venezuela. En ese momento, la mayoría de los Estados del MERCOSUR estaban dirigidos por gobiernos “progresistas”, muy interesados en Venezuela, en el petróleo y los petrodólares venezolanos, y poco afectos a quienes destituyeron a Lugo. Hace muy poco, Dilma Rousseff fue destituida mediante un proceso similar. Pero ya los gobiernos de los Estados miembros, salvo Uruguay, habían cambiado de signo y no había interés material en suspender a Brasil ni en frenar a Temer. Entonces el MERCOSUR se abstuvo de tomar medidas. Ahora se suspende a Venezuela, coincidiendo, casualmente, con una fortísima embestida del gobierno de los EEUU (y de los intereses económicos a los que representa) contra el gobierno de Maduro.
No es que en este caso no haya motivos para aplicar la cláusula democrática. El problema es que el MERCOSUR la aplica o desaplica según a quién y según como soplan los vientos, lo que termina por deslegitimarlo como garante democrático.
Las suspensiones y declaraciones del MERCOSUR tienen para Venezuela efectos más bien simbólicos. Pero contribuyen a instalar el clima para otras intervenciones que pueden ser mucho más dañosas. No olvidemos que Venezuela comparte con Irak, con Libia y con Siria el papel estratégico en la provisión de petróleo. Y ya sabemos la clase de caos político y humano que dejan las intervenciones “humanitarias” de los EEUU y su “combo” de aliados, socios, empresas petroleras y militares, aun cuando las realicen bajo el sello de la ONU o la OTAN (ni hablemos de la OEA).
De modo que, quienes esperen de la intervención internacional el restablecimiento de la paz y la democracia en Venezuela, seguramente estén viviendo una ilusión.
UN CLASICO QUE PUEDE SER SANGRIENTO
El gobierno uruguayo decidió votar la suspensión de Venezuela en el MERCOSUR y buena parte de los uruguayos toma partido encendidamente a favor o contra el gobierno de Maduro.
En las redes sociales, el apasionamiento supera al de un clásico entre Peñarol y Nacional. De un lado (que suele coincidir con los sectores supuestamente más “radicales” del Frente Amplio) se afirma que el gobierno de Venezuela, tenga los errores que tenga, es un bastión del socialismo y del antiimperialismo en América y debe ser defendido sea como sea, aunque se saltee las reglas institucionales que el mismo chavismo estableció. Del otro lado (que suele coincidir con los partidos tradicionales y los sectores “moderados” del Frente Amplio), se afirma que es una dictadura sangrienta y corrupta, al tiempo que se omite decir que un sector importante de la dirigencia opositora contabiliza muertos a la espera de una intervención externa que les permita tomar el control del Estado e –ingenuos de ellos- de la renta petrolera.
Pro Maduro y anti Maduro, como izquierda y derecha, o Peñarol y Nacional, se ha convertido en un nuevo “clásico” uruguayo, jugado vicariamente a través de una causa y una sangre ajenas.
Porque lo triste es que, gane quien gane, a Venezuela la amenaza un baño de sangre. Y que, si llegare a haber intervención externa, a la sangre puede sumársele el despojo.
¿Cómo tomar partido entre semejantes alternativas? ¿Cómo no aferrarse al principio de que el problema de Venezuela deben resolverlo los venezolanos? ¿Y cómo no desear fervorosamente que entre los venezolanos surja una fuerte corriente de opinión que exija a los dos bandos la única solución posible: resolver el conflicto mediante una elección garantista y saneadora?
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