¿Voto estratégico ? por Hoenir Sarthou
Las encuestas, la prensa, los análisis políticos y los discursos publicitarios suelen mirar a las elecciones a través de los ojos de los candidatos, de quienes compiten y esperan ser electos. Por eso se habla tanto de porcentajes, de resultados, de ventajas y desventajas, de alianzas y rupturas, de expectativas y pronósticos.
Desde esa perspectiva, los votantes somos considerados materia inerte. Público comprador en un mercado de imágenes, jingles y consignas. Se supone –con o sin toda la razón- que los votantes “comprarán” un “combo” completo envuelto para regalo: el candidato X, del partido X, con el programa X y las listas de senadores y diputados X. Por lo tanto, basta con hacer atractivo a uno de esos ingredientes (por lo general el candidato presidencial) para que el resto del “combo” sea adquirido.
Así se trabaja desde tiempo inmemorial. Cada partido cuenta con una base de votantes fija, por lo que basta con promover un candidato “vendible” e impedir el voto “cruzado” para ampliar esa base y obtener el resultado esperado.
Es posible que antes de la reforma electoral, cuando se votaba en el mismo acto al Presidente y las listas al Parlamento, eso fuera inevitable. Pero las reglas han cambiado, aunque el sistema político prefiera que eso pase desapercibido.
Miremos por un momento al fenómeno electoral desde los ojos de los votantes.
Las elecciones de octubre son ante todo elecciones parlamentarias. En ellas –dada la correlación de fuerzas entre los principales partidos- no se define la presidencia, ya que ninguno tiene chance de obtener las mayorías necesarias.
Sin embargo, por alguna razón que habría que rastrear en el inconsciente colectivo, se suele votar como si en esa elección se jugara el futuro gobierno del País.
La realidad es que podemos hacer con nuestro voto algo más que elegir entre dos o tres “combos” electorales completos. Por ejemplo, es perfectamente posible votar en octubre pensando en la integración del Parlamento, y dejar para noviembre la decisión sobre la presidencia.
Me refiero a un “voto estratégico”, en que el ciudadano-votante sale de las opciones prefijadas y busca causar efectos que no son los previstos por las propuestas electorales.
Tres períodos con mayoría parlamentaria del partido de gobierno deberían habernos enseñado que esas mayorías no son buenas. No lo son porque le impiden al parlamento cumplir su función de filtro y control de las políticas del gobierno, generando en los gobernantes la sensación de impunidad, ya que están seguros de que no serán desautorizados ni acusados por el Parlamento.
Las mayorías absolutas degradan al parlamento como poder del Estado. Transforman a los legisladores opositores en impotentes o complacientes con el gobierno, y a los oficialistas en ociosos “levantadores de mano”. Desaparecen la tensión, el debate y la negociación, que son la esencia de la vida democrática.
Tal como están los pronósticos para este año, octubre puede ser la ocasión de pensar por nuestra cuenta qué tipo de parlamento queremos.
Para eso habrá que desoír los discursos partidarios, que nos dirán “Hay que sacar de una vez al Frente-tupa-comunista-corrupto del gobierno”, o “Hay que frenar a los que hacían que los niños comieran pasto y a la derecha-ultraconservadora-fascista que avanza en el Continente”.
Nada de eso es verdad. En octubre no se sacará del gobierno al Frente Amplio ni se frenará a ninguna derecha fascista o no. En octubre se elegirán parlamentarios y se confirmará lo ya sabido: que la segunda vuelta de noviembre será entre la fórmula presidencial del Frente Amplio y la del Partido Nacional. En suma, ninguna novedad.
Por lo tanto, el verdadero tema en octubre es qué se puede hacer para tener un mejor parlamento que el de los últimos años.
El primer paso para mejorarlo es de Perogrullo: no votar mirando a los candidatos presidenciales sino en función de quién será legislador con nuestro voto. Es decir, atender a los primeros puestos en las distintas listas de senadores y diputados, y no tanto a las fórmulas presidenciales. Es posible hacer una diferencia si uno observa quiénes encabezan las listas parlamentarias. Saber quiénes son, que han hecho antes y qué proponen ahora. Muchas veces, los avatares electorales hacen que un candidato parlamentario con el que coincidimos figure en la lista o en el partido que no querríamos en la presidencia. Y viceversa. Por eso, recordemos que no estamos eligiendo presidente.
El segundo paso posible es la diversificación del parlamento. Muchos senadores y decenas de diputados que sigan el mandato de un caudillo político no hacen un buen parlamento. Sólo concentran el poder en una persona. Podrá ser útil si esa persona condensa en sí misma un maravilloso proyecto político para el País. Pero ese no parece ser el caso en esta elección. Quizá sea posible apoyar a listas o a partidos minoritarios, a condición de que sus candidatos parlamentarios lo ameriten.
Basta mirar el panorama electoral de este año para notar que las opciones partidarias se han multiplicado, y que la tendencia a votar por fuera de los tres partidos más antiguos también ha crecido mucho, igualando casi a la intención de voto del Partido Colorado.
¿Eso augura un parlamento sin mayorías, con ideas más variadas, y legisladores de mejor nivel que el de los últimos años?
La respuesta no es obvia, pero hay muchos indicios de que es una fuerte posibilidad.
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