VOTO$$$ por Hoenir Sarthou
Las mediciones de intención de voto le dan mal al Frente Amplio. Si bien es posible que en octubre continúe siendo el partido más votado, su horizonte de alianzas para la segunda vuelta de noviembre es casi inexistente.
En cambio, quien resulte su adversario sumará presumiblemente para la segunda vuelta a gran parte de los votos blancos y colorados y de partidos menores, como Cabildo Abierto y el Partido Independiente.
Así las cosas, octubre será una elección parlamentaria (es prácticamente imposible que la Presidencia se decida en primera vuelta) y en noviembre se definirá a quien le toca gobernar.
Si las mediciones de intención de voto son acertadas, es muy posible que se produzca un cambio de partido de gobierno.
Eso en cuanto al voto popular. Pero cabe preguntarse cómo jugarán –en rigor, cómo están jugando ya- otros factores de poder, menos democráticos pero no menos reales. En otras palabras, ¿cómo están actuando los grandes intereses económicos ante el proceso electoral?
Los primeros gobiernos del Frente Amplio contaron con la indisimulada aprobación de los centros mundiales de poder económico. Grandes préstamos , cuyos intereses comprometen nuestra economía ahora y a largo plazo, les fueron concedidos a los gobiernos frenteamplistas. Se calificó positivamente al País como destino de inversiones y un flujo importante de inversión extranjera directa llegó a nuestra economía.
Por supuesto, nada de eso fue gratis. Por un lado, la deuda siempre es deuda y no un regalo. Pero, además, hubo que aprobar leyes como la de bancarización obligatoria, la de riego, las de lavados de activos y la de reforma del sistema procesal penal. Sin contar con la generosa distribución de zonas francas, puertos y exoneraciones tributarias concedidas a los inversores extranjeros.
Hasta 2016, más o menos, las cosas funcionaron como lo preveían las recetas neoliberales del Banco Mundial y del BID. Entraban inversiones, se les regalaban a los inversores ventajas que ninguna empresa uruguaya tiene y todo parecía marchar. Nos endeudábamos cada vez más, pero también entraba dinero. Una especie de calesita que parecía no tener fin.
Mareados por la calesita, ensoberbecidos por los elogios de las calificadoras de riesgo, de los organismos internacionales y del sistema financiero, los gobernantes frenteamplistas se la creyeron. Creyeron que podían darse el lujo de abandonar a su suerte a la producción agrícola y a la debilitada industria nacional. Confiaron en que la inversión externa resolvería el desempleo. No advirtieron, o no les importó, el cierre constante de establecimientos rurales e industriales, la demanda de trabajo y las mil señales de incipiente dificultad.
La calesita tuvo fin. Ya hace unos años que la inversión externa se retrajo y muchos sectores de la economía nacional están con un pie en el aire y el otro sobre un jabón.
El despertar del gobierno fue sorprendente. ¿Qué hizo? Pues, redoblar la apuesta. “Si no viene inversión, vamos a buscarla. Al costo que sea.
Así se explican negocios como UPM2 y el puerto chino, por dar ejemplos.
En rigor, esos dos negocios son la receta neoliberal llevada al paroxismo. Esa receta para la que la inversión externa es el bien absoluto, obtenible a cualquier costo. Por eso, el actual gobierno está dispuesto a entregar lo que sea, miles de millones de dólares en deuda, el agua, la tierra, el principal río del País, 300 kilómetros de vía férrea, la Constitución y la legislación nacional, la enseñanza, el acceso al Atlántico Sur, la relación con los países vecinos, lo que sea.
¿Y cómo le pagan al gobierno los inversores?
Bueno, el puerto chino está en duda. Y UPM ya escrachó dos veces al dúo Vázquez-Rossi. A comienzos y antes de mediados de año, Vázquez y Rossi anunciaron como inminente la Decisión Final de Inversión, supuestamente antes de las elecciones internas. Pero está avanzado julio, y nada.
Era esperable. Para quien invierte en un país extranjero, lo lógico es tratar con quien va a gerenciar el País durante un tiempo razonable. Y el pronóstico sobre eso ha cambiado mucho en Uruguay en lo que va del año. Por lo tanto, es razonable que los supuestos inversores balconeen la elección, esperando ver con quién les conviene redondear el trato.
Parece ser un destino del progresismo latinoamericano el de complacer a los centros de poder y a los inversores externos, sacrificando su confiabilidad política, para ser luego desechados y sustituidos una vez que se desacreditaron dando todo lo que podían dar.
Es cierto que los capitales no votan directamente. Pero sus actitudes no dejan de ser un buen termómetro de lo que ocurre. Muchas veces, más que un termómetro, son también quienes crean o ayudan a determinar la temperatura.
Es muy probable que algunos “inversores” ya hayan emitido su voto.
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