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Dramáticas coincidencias por Luis Nieto

Dramáticas coincidencias por Luis Nieto
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Los hechos de diez días atrás en el barrio Casavalle, pusieron una señal de alarma en la opinión pública. Un despliegue inusitado, que incluyó un helicóptero y razzias, como las de otros tiempos, un muchacho de 14 años muerto, gran cantidad de detenidos, y la incautación de armas, algunas automáticas como las que usa la Policía Republicana, una carabina M 1, y numerosos proyectiles. Una población de 80 mil personas en medio del fuego cruzado entre bandas organizadas de delincuentes dedicados, sobre todo, al narcotráfico.

Las incomprensibles declaraciones del ministro del Interior, atribuyendo esos enfrentamientos al éxito policial dan la idea de que no alcanza a ver la profundidad de la crisis de seguridad que vive el país. No es la primera vez que un ministro del Interior juega con la inteligencia de la ciudadanía. Cuando en 2009 cae el arsenal que escondía el contador Saúl Feldman, consistente en 700 armas y 40.000 municiones, armas de guerra como lanzacohetes RPG-7, fusiles AK-47, FAL y M 16, un arsenal que nunca los Tupamaros llegaron a tener todo junto, la explicación final de la investigación, dirigida por personal a las órdenes de la ministro Daisy Tourné, se redujo a una especulación sicológica: el contador sufría del síndrome de Diógenes, que consiste en la tendencia compulsiva a acumular. ¿Y en defensa de su patología resistió a tiros durante 18 horas en un búnker preparado para eso? ¿Qué papel jugó el Parlamento ante una situación tan grave?

¿Qué hay detrás del enfrentamiento armado en el barrio Casavalle, de los descuartizados que el ministro Bonomi intenta minimizar explicando que son ajustes de cuentas, de los coches incendiados con jóvenes adentro, de la infinidad de hechos violentos que sólo él parece no ver?

Podemos estar frente a un iceberg del que apenas vemos la punta. Cuando en junio de 1967, el MLN (Tupamaros) concluye y aprueba su Documento Nro. 1, el proceso de su formación llevaba, por lo menos, cinco años trabajando en la clandestinidad. ¿Esto tiene algo que ver con las posibles organizaciones delictivas que se mueven en Uruguay? Desde el punto de vista ideológico y político nada, desde el punto de vista de un fenómeno social que responde a similares condicionantes pudiera ser.

El Documento 1 del MLN-Tupamaros definía tres condiciones para iniciar la preparación de la lucha armada: La continentalidad de la lucha, la existencia de condiciones objetivas para la lucha armada, y la necesidad de crear las condiciones subjetivas en la población para que adhiera y participe de una lucha generalizada por la liberación de nuestros pueblos.

Fueron palabras sobre papeles que el tiempo se encargó de desmentir. Ni la supuesta generalización de la lucha armada fue exitosa ni las condiciones objetivas que señalaban pobreza, explotación y dominio imperialista pudieron ser resueltas por medio de la lucha armada. Finalmente, no hubo grupo guerrillero en América Latina que pudiera acometer las titánicas tareas de conducir a nuestros pueblos, ni siquiera a uno, hacia niveles de bienestar y justicia comparables con la de los países nórdicos, por ejemplo, que han avanzado sin participar del festín colonialista europeo, y con sindicatos fuertes y convencidos de su rol negociador en una sociedad democrática.

Las instituciones del Estado, en la década del sesenta no supieron detectar lo que estaba pasando. ¿Las detecta hoy? Cuando Bonomi afirma que los enfrentamientos internos entre las bandas de narcotraficantes que operan en el barrio Casavalle son debido al éxito que la Policía está teniendo en otros barrios, nos lleva a los anuncios triunfalistas de la época de Pacheco, cuando un policía solitario intentaba hacerse oír, afirmando que detrás de lo que encontraban en cada allanamiento, o tras cada detención él creía ver un fenómeno preocupante para el futuro del país. Nadie le creyó al  comisario Otero, el único que la vio.

Pero así como 1959 fue la constatación de la profundidad de la crisis, 1984 fue el comienzo de la decepción. La clase política parece únicamente ocupada en los movimientos tácticos propios del que tiene como horizonte ganar la siguiente elección. Desde 1984 volamos con piloto automático, no sabemos muy bien hacia dónde vamos, porque si creíamos en el socialismo ya sabemos en qué terminó, y lo que hay ahora no es más prometedor.

Si aquel país acabó en una dictadura, ¿en qué puede terminar éste si el sistema político falla? Si el pensamiento de que “son todos iguales” acaba en “que se vayan todos”, ¿cuáles serán las reservas en un escenario de crisis económica, educativa e institucional.

Si la ciudadanía votó por el Frente Amplio convencida que tanto blancos y colorados eran una fuente de corrupción, y que los frentistas podían meter la pata pero no la mano en la lata, ¿en qué puede creer después?

Las ideas colectivistas eran un fuerte motivo para la juventud del sesenta, convencida que el socialismo era inevitable, para quienes se mueven, hoy, en la clandestinidad tratando de aprender a defenderse de la Policía, y de guardar mejor armas y mercadería, el motivo de su lucha es el dinero. ¿Cómo no va a causar confusión todo esto cuando el propio gobierno transmite la convicción que “a esto no lo para nadie”? Y para mayor enredo, el propio gobierno uruguayo transmitió a la ciudadanía, y al mundo, que era mejor estrategia participar en el negocio de la droga para quitarle el monopolio al narcotráfico.

En los hechos firmó su derrota y transmitió la idea de que era débil frente al poder seductor del dinero. ¿A qué exponemos a jóvenes absolutamente desprotegidos intelectualmente, y además, anímicamente indispuestos a defender una idea de la sociedad que represente el bien colectivo, tanto en las grandes aspiraciones sociales como en las pequeñas acciones de todos los días?

El Casavalle es sólo uno de los barrios expuestos a este monstruo del que apenas conocemos algunas manifestaciones. En Casavalle la mayoría intenta hacerse cargo de sus hijos y de darles lo mejor, al mismo tiempo de protegerlos de las cien caras de la delincuencia.

Si la ideología que sostenían los grupos que formaron la guerrilla tupamara estaba basada en que tomar el poder del Estado era el paso previo para construir una sociedad socialista, para el narcotráfico, si existe una ideología es la del dinero, y el dinero se multiplica más rápido cuando no hay reglas, cuando no hay Estado. La “creación de las condiciones subjetivas”, para estas bandas, pasa por conseguir el apoyo o la neutralidad de la población que no sólo le da protección sino, también, la fuerza militar para proteger el negocio.

El ministerio del Interior, dirigido por un ex integrante del MLN anuncia programas, pero da la impresión de que el crecimiento de este nuevo tipo de delincuencia crece a más velocidad que los éxitos de la Bonomi. No debería olvidar que las organizaciones clandestinas aprenden rápido.

Cabría preguntarse si el ministro Bonomi es el adecuado para lidiar con este problema. En principio es el síntoma de la omnipotencia de un gobierno y la débil preocupación del resto de los partidos políticos que esperan más los errores del gobierno que en construir una alternativa que no pase por entrar a los barrios dominados por el narcotráfico a “matar o a morir”. Esto es mucho más complejo que matar o encarcelar delincuentes que están  demostrando, en los hechos, que ya tienen dominio sobre partes del territorio nacional, y que golpean cada vez con más fuerza.

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