Home Entrevista Central Valentín Trujillo: “La Biblioteca tiene algo de museo, algo de iglesia y también algo de fábrica”

Valentín Trujillo: “La Biblioteca tiene algo de museo, algo de iglesia y también algo de fábrica”

Valentín Trujillo: “La Biblioteca tiene algo de museo, algo de iglesia y también algo de fábrica”
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El escritor y periodista Valentín Trujillo asumió en marzo como nuevo director de la Biblioteca Nacional. Enfrenta desafíos a varias puntas: que la Institución llegue “a territorio” en el interior del país, la digitalización de sus archivos y transformarla en una biblioteca del siglo XXI.

Por Mauricio Rodríguez

Faltan unos minutos para las nueve de la mañana de un día frío. Las escaleras de la Biblioteca Nacional desprenden una humedad pegajosa mientras por la vereda de 18 de Julio algunos pocos transeúntes, de tapabocas, sacos y algún gorro, comienza una jornada en la que se anunciaron lluvias. Valentín Trujillo, recientemente designado director de la Biblioteca, se deja guiar por el fotógrafo. Se apoya en una de las paredes del edificio, justo debajo de la estatua de Cervantes. “El mármol se está rajando en la base del monumento, por la vibración de la calle”, dice y señala las grietas que surcan la piedra. Algunos de los trabajadores de la Biblioteca comienzan a llegar y Trujillo intercambia con ellos un saludo cortés.

La historia de la Biblioteca Nacional se ubica, hace más de 200 años, en el 4 de agosto de 1815, cuando el presbítero Dámaso Antonio Larrañaga envió una carta al Cabildo en la cual proponía suplir con buenos libros la falta de maestros e instituciones. Y plantó, en ese acto, la piedra fundacional de la Biblioteca Nacional. Las inquietudes de Larrañaga lo llevaron a plantear la necesidad de crear una biblioteca pública donde pudiesen concurrir los jóvenes, y todos aquellos que quisieran acceder al saber.

Incluso se ofrecía él mismo para desempeñar la función de director, y solicitaba un edificio para instalarla, a lo que José Artigas le respondió desde el campamento de Purificación: «Yo jamás dejaría de poner el sello de mi aprobación a cualquier obra que en su objetivo llevase esculpido el título de la pública felicidad. Conozco las ventajas de una biblioteca pública y espero que V.S. cooperará con el esfuerzo e influjo a perfeccionarla coadyuvando los heroicos esfuerzos de tan virtuosos ciudadano…».

Artigas apoyó la creación de aquella primera Biblioteca Pública y poco más adelante le escribió a Larrañaga reafirmando la idea de que aquella iniciativa sería de gran utilidad.  Que se ligaría para siempre con aquel santo y seña de su ejército en Purificación que fuera el «sean los orientales tan ilustrados como valientes».

Larrañaga fue el primer director de la Biblioteca Nacional. Luego le seguirían, entre otros, Francisco Acuña de Figueroa, Alberto Zum Felde y, más acá en el tiempo, Tomás de Mattos y Carlos Liscano. Valentín Trujillo fue designado y asumió hace pocos meses por el nuevo gobierno.

Capaz no sos el más joven de los directores, pero sí de los más jóvenes…

Sí.

¿José Enrique Rodó fue el más joven?

Es probable. No tengo exactas las edades de todos los directores, pero lo que sí te puedo decir es que (Dionisio) Trillo fue el más longevo. Empezó con treinta y siete. Y (José Enrique) Rodó tenía veintinueve. Yo tengo cuarenta. Y como muchos ejemplos en esta administración, la edad del director acá bajó treinta años. No es un mérito en sí mismo, pero inevitablemente cambia la visión.

Como tampoco ser longevo te acredita automáticamente…

Efectivamente. Lo que puede decir una persona longeva es que ha vivido más, y eso no es siempre sinónimo de una mejor gestión o de tener más experiencia en el cargo. Ni de tener un programa o buenas ideas. Eso te lo da la creatividad, que la podés tener de joven o de viejo.

¿Cuáles creés fueron las características profesionales y personales por las cuales se te hizo la propuesta de asumir este cargo?

En Uruguay estamos medio formateados a que nos de incomodidad hablar de nosotros mismos y ponderarnos. Pero objetivamente creo que mi currículum, como a todos, nos precede, y eso influyó, mi carrera como escritor, como periodista, y mi vinculación al mundo del libro y la Literatura. Además, hace cinco años tuve una experiencia en la gestión cultural pública, en la Dirección de Cultura de la Intendencia de Maldonado, donde hubo que gestionar un montón de proyectos grandes. Desde el más grande de todos, que es el Festival de Cine de Punta del Este, que depende casi íntegramente de la Intendencia, hasta otras actividades más chicas, que se dan a lo largo de todo el año y en distintos territorios. Maldonado, a nivel nacional, de alguna manera, y lo digo en el buen sentido, es como un experimento un poco más chico de gestión en territorio. Tenés desde José Ignacio y Punta del Este hasta Aiguá, un pueblo rural en el norte mucho más cercano a la serranía minuana que al glamour de la península. Además, hay un asunto de confianza. Como en todo, no solamente es una cuestión de currículum sino también técnica y humana. Tengo una gran relación con (el ministro de Cultura) Pablo Da Silveira. Fui alumno de él en la Universidad Católica, donde él era profesor de Filosofía Política en la carrera de Comunicación. Yo estudié periodismo, si bien no egresé y no tengo la tesis. Estudie con gente muy importante, como él, Tomás Linn, Nelson Fernández, etc. Por suerte tuve un plantel de profesores muy importantes. Luego tuve profesores en la práctica, como lo fueron mis colegas y amigos del diario El Observador: Simón Gómez, Gabriel Pereyra, Claudio Romanof y un montón de amigos y colegas como Pablo Starico, Natalia Roba, Maximiliano Montautti, Martín Natalevich y varios más. Y toda una nueva camada que llega hasta hoy, donde constantemente en el día a día aprendés muchísimo, más de lo que te puede enseñar la Facultad. Te destaqué la cercanía con Pablo porque él, obviamente, en esta nueva administración tiene una responsabilidad gigantesca como ministro de Cultura. Me junté varias veces con él a lo largo de la campaña.

Cuando te hizo el ofrecimiento, ¿tu respuesta fue espontánea o te tomaste un tiempo para responderle?

Se demoró un poco, por una situación personal mía. En diciembre del año pasado falleció mi padre, vinieron las fiestas y fueron momentos complicados. Pero por el 10 de enero tuvimos un encuentro en Punta del Este. Nos tomamos un café, me planteó la idea y acepté. Y empezamos a pelotear algunos temas. Habíamos venido conversando desde 2019, desde finales 2018. Él había estado en Maldonado, donde nos habíamos juntado los tres, él, mi padre y yo. Si bien yo no tenía claro cómo, sabía que él quería que yo integrara su equipo. Fue una instancia muy linda, porque pasamos de ser alumno y profesor a tener otra cercanía. De verdad me siento muy a gusto con el equipo que armó, porque de verdad funciona como equipo, con el SODRE, con Ana Ribeiro, que es la subsecretaria, a la que obviamente conocía de antes y con quien nos respetábamos mutuamente. Ella estuvo en la presentación de mi primera novela en la Feria del Libro de Montevideo, por ejemplo. Está (el nuevo director del Museo Histórico) Andrés Azpiroz, una persona que viene de la administración anterior, joven y muy capaz, muy creativo. En el Archivo General está Alberto Umpiérrez, a quien no conocía. Con ellos dos y Ana integramos la nueva comisión de Clásicos de la Biblioteca Artigas. Con el Sodre, (Carlos) Muñoz y Gerado Sotelo en el CECAN, en fin… Creo que de verdad hay un conjunto de gente que si bien tiene diferencias en edad y trayectoria tiene una linda interacción. Compartimos las ganas de hacer cosas buenas por la cultura. No quiero que esto suene a cliché. Hubo algunas cosas que se hicieron bien, y hay un montón para mejorar. El espacio más grande es todo lo nuevo que hay para hacer.

Además de ser escritor y docente de Idioma Español y Literatura, antes de llegar a la dirección de la Biblioteca Nacional, Trujillo fue periodista del diario El Observador durante 10 años. Trabajó docente en Secundaria, en un vivero, en una estación de servicio, en una librería y en un aeropuerto. Estudió cine en Cinemateca Uruguaya y periodismo en la Universidad Católica. El primer género en el que incursionó fue la poesía, en la adolescencia, cuando iba al liceo. Junto con Damián González y otros compañeros crearon en esos tiempos dos revistas literarias: MAT e Iscariote. Ahí “jugaban» a ser poetas. En 2007 obtuvo Premio Nacional de Narrativa Juan José Morosoli por su libro de cuentos “Jaula de costillas”, editado ese año por Banda Oriental. Publicó un cuento en la antología “Sobrenatural”, editada en 2012 por Estuario Editora. Luego llegaría el libro “Entre los jíbaros”, su segundo libro de cuentos. Luego publicó junto a su esposa, la también periodista Elena Risso, el libro “Nacional 88. Historia íntima de una hazaña”. En 2017 fue incluido en la lista Bototá39 como uno de los mejores escritores latinoamericanos de ficción menores de 40 años. Su libro, “Real de Azúa, una biografía intelectual”, fue ganador en los Premios Nacionales de Literatura y del Bartolomé Hidalgo. Le siguió “¡Cómanse la ropa!”, su primera novela, que había terminado en enero de 2015, y que al año siguiente ganó el premio de narrativa en los Premios Onetti. Su libro “Entre jíbaros” forma parte de la Biblioteca Ceibal. 

 

¿Cómo era hasta el momento del ofrecimiento tu vínculo con la Biblioteca Nacional?

Mi experiencia con la Biblioteca era de usuario, de investigador.

Conocías los cartoncitos…

¡Conocía los cartoncitos! (Risas) Había venido mucho a leer, sobre todo para dos libros de investigación periodística sobre el Club Nacional de Fútbol y para la biografía de Real de Azúa. Estuve mucho en la Sala Uruguay, en las colecciones de diarios. O sea, tenía la visión del usuario tradicional.

¿Cuál era tu sentir en esas instancias, además del cariño por los libros?

Como usuario, distintas sensaciones. Ya ahí tenía claro el valor increíble y quizás inconmensurable que tiene la Biblioteca. Es la cueva de los tesoros, la cueva de Alí Babá. Tenía claro que es el principal reservorio de libros y uno de los puntales de la historia cultural del Uruguay. Al mismo tiempo veía algunas cosas un poco particulares. Esto se lo he contado a algunos funcionarios: recuerdo venir a pedir diarios, cuando en 2005 estuve investigando el caso de un espía en Punta del Este, que no se sabe bien por qué lo mataron. Una historia que merecería una película. Venía a buscar diarios desde el año 58. Si llegabas al mediodía en la zona del mostrador principal, al lado del montacargas, detrás, donde hoy está la sala Julio Castro, donde había unas mamparas, había una garrafita de tres quilos y alguien haciéndose los huevos fritos. ¡Eso en mitad de la Biblioteca Nacional! Por un lado, tenías una especie de desequilibrio entre el valor y la reverencia a todo lo que preserva a la Biblioteca en su enorme acervo, y por otro, cosas inaceptables. De todas formas, reconozco que eso ha cambiado. La Biblioteca que recibe esta administración está opuesta a esa “tierra de nadie” que yo conocí acá también en otros tiempos. Es un lugar que está excelentemente mantenido desde el punto de vista de infraestructura. Puede verse. Basta caminar por su interior. Está pintado, la madera está barnizada, hay olor a limpio, la iluminación es buena, no hay humedades. Al mismo tiempo me llevé una linda sorpresa con la parte humana. Me encontré con un plantel de gente entusiasmada. Siempre se dijo que la Biblioteca tenía una plantilla de funcionarios avejentada, y no, no es así. Eso ha venido cambiando. Mucha gente se ha ido jubilando, y hay una renovación interesante.

Según se cuenta en la web de la Biblioteca, se plantea como “misión”, la de “reunir, preservar y difundir los diversos documentos culturales, en todos los soportes y formatos ya sean físicos o digitales que forman parte del patrimonio nacional. Facilitar el acceso a ellos a los usuarios del país e internacionales sin incurrir en ninguna exclusión de hecho o de derecho, ya sea en forma presencial o a distancia”. Y en cuanto a la “visión”, se dice que dispone de la “estructura tecnológica, dotación de personal y de las sedes necesarias, para el cumplimiento de sus objetivos. Es través de la prestación de sus propios servicios – en sala o en línea – o de la cooperación e intercambio con otras bibliotecas, uruguayas o extranjeras, un agente primordial de promoción de la cultura, la educación y la información de toda la sociedad”.

Uno de los primeros aportes de libros llegó del presbítero José Manuel Pérez Castellano, un “ilustre ciudadano” que murió el 5 de setiembre de 1815, quien legó un importante acervo bibliográfico. A esta donación se sumaron los libros aportados por José Raimundo Guerra, los padres franciscanos y el donativo del propio Larrañaga quien ya poseía en aquella época una vasta colección.

La primera Biblioteca Pública fue instalada en los altos del fuerte de Montevideo, en la zona de la actual Plaza Zabala. El presbítero Larrañaga en su carácter de director, pronunció la «Oración Inaugural», donde expresó, en el Fuerte de Montevideo y en el primer edificio de la primera Biblioteca Nacional, fundada el 26 de mayo de 1816: «Una biblioteca no es otra cosa que un domicilio o ilustre asamblea en que se reúnen, como de asiento, todos los más sublimes ingenios del orbe literario o por mejor decir, el foco en que se reconcentran las luces más brillantes que se han esparcido por los sabios de todos los países y de todos los tiempos. Estas luces son las que el ilustrado y el gobierno vienen a hacer comunes a sus conciudadanos.»

Esa historia y ese legado fue el que asumió cuidar Trujillo desde su lugar de director.

¿Cuánta gente trabaja en la Biblioteca?

Los funcionarios son setenta y nueve u ochenta y dos, los que están efectivos, presupuestados. Y luego hay tres empresas tercerizadas, una de vigilancia, una de limpieza y una cooperativa que es la que se encarga del mantenimiento. En total son unas cien personas. Ahora no está abierta al público, pero cuando sí lo está el horario es bastante grande, de 9 a 19 horas. Hay distintos turnos, es complejo. Hay un montón de secciones internas. No olvidemos que la Biblioteca es una unidad ejecutora del MEC, y eso implica que tenés desde una Tesorería hasta Recursos Humanos. A lo que se agregan secciones técnicas, materiales especiales, hemeroteca, microfilm, etc. Hay un grupo de investigadores, que son los que hacen la revista, y luego tenés el área de atención al público, las colecciones de revistas y las colecciones de libros. También procesos técnicos. Y está el archivo literario, por supuesto. En cuanto a las personas, tenés bibliotecólogos, archivólogos, administrativos, el sector que se ocupa de la parte eléctrica y sanitaria. ¡Es un edificio gigantezco! Desde afuera no se sospecha las dimensiones, porque esto va desde 18 de Julio hasta la calle Guayabos. También tenemos la sala Vaz Ferreira. Y respecto a eso, lo hablamos con (presidente del Consejo Directivo del Sodre Martín) Inthamoussú y con (la vicepresidenta del Sodre) Adela (Dubra), porque desde hace un tiempo depende del SODRE. Y queremos cogestionarla.

Estuvo abandonada mucho tiempo. Creo que fue Carlos Liscano el que la levantó…

Sí. Hasta donde yo pude reconstruir, en la administración de Mujica, que fue donde el dinero fluía, se hicieron inversiones muy interesantes. La sala Vaz Ferreira se refaccionó y se la equipó con un montón de tecnología japonesa. Los que saben de acústica dicen que es la mejor sala del Uruguay. Es una sala específica para música, así fue concebida desde el proyecto inicial.

Y la ubicación geográfica en el centro de la ciudad le da aún más ventaja.

Totalmente. Y también es muy buena para obras de teatro chicas.

¿Estás pensando llevarla para ese lado?

Sí. El pequeño detalle es cómo se va a volver, en esta llamada “nueva normalidad”. El otro día vi que Inthamoussú compartió la imagen del primer concierto que se dio en estos días en Alemania, en un teatro, con gente cada cuatro o cinco butacas. Hay que ver hasta dónde la tecnología lo permite. La iniciativa “CulturaEnCasa.uy” salió bastante rápido para haberse armado sobre la marcha. Se le puso mucho contenido. Ha habido un montón de streaming y un montón de experimentos con cámaras, a través de diferentes plataformas. Hay que ver hasta dónde la gente se adapta a eso o aguanta. Inevitablemente el público va a querer volver a las condiciones de antes. Así que sí, efectivamente tenemos ideas, y hemos hablado de eso con Inthamoussu, con Álvaro Ahunchain. Se está pensando en un ciclo que se conecte con los escritores homenajeados este año por su centenario, Mario Benedetti, Idea Vilariño y Julio C. da Rosa. Así que está la posibilidad de colaboración. Nosotros ya tenemos el protocolo de reapertura el público, aunque todavía no tenemos la fecha. Ayer fue un día muy importante, el primer día en que hay cero contagio. Veamos si las cosas siguen así… Ahora el foco pasó a Rivera y el riesgo que implica Brasil, donde las cosas están un poco más descontroladas. Quisiera creer que volvemos a reabrir lo más pronto posible. Es una expresión de deseo. Creo que podríamos hacerlo en condiciones.

Seguramente se está pensando “un proyecto país” a nivel de políticas culturales, donde vos tenés tu participación desde tu lugar. ¿Cuál es tu proyecto cultural para la Biblioteca? ¿Qué temas te gustaría haber llevado adelante cuando finalice tu gestión?

Sería caer en un error si me concentrara en un solo punto. La Biblioteca es un organismo vivo, que todos los días crece, literalmente, con la llegada de los diarios y revistas de todos los días. Hay un punto fundamental que es la digitalización.

O sea, no más cartoncitos…

No solo por eso. Los cartones son importantes. El catálogo en línea no está completo y hay veces en que los viejos cartones te salvan. Me refiero a la digitalización de los materiales que tiene la biblioteca. Es fundamental. Se ha trabajado, pero falta. Ayer tuve una reunión con gente vinculada al proyecto Anáforas. “La Biblioteca es un Ferrari que sólo puso primera”, me decían.

Es una muy buena definición.

Esperemos no chocarlo (Risas). Pero sí, me encantaría entregar la Biblioteca en cuarta o quinta. Hay que rearmar internamente el organigrama, porque tiene algunos resabios de otras épocas, lo que no es raro en las estructuras públicas. El último que existe es de la década de 1980. Hay algunas secciones que tiene gente que inevitablemente tienen que reconvertirse, como en la sección de microfilm. Hablás de microfilm y parece una película de la Guerra Fría. Hay que digitalizar mucho. Hay un trabajo previo, y con la llegada de la tecnología eso va a acelerarse.

¿Se precisan recursos para eso, o con lo que ya tenés vas a poder por lo menos acercarte al objetivo?

La distancia entre el deseo y la posibilidad real es siempre lo que determina todo. Hay un equipo de gente, que eventualmente podrá renovarse, en la medida en que alguno de ellos se vaya jubilando. Pero el equipo es el que está. Lo que quizás haya que hacer es una reconversión de tareas, apuntando específicamente hacia la digitalización. Cuando hablo de digitalización eso implica un criterio, porque de todo lo que hay acá hay que ver qué se digitaliza y cómo, y cómo se avanza sobre lo que ya se hizo. Creo que es fundamental entrar en el archivo literario. Ahí, sobre todo, está la chance de generar nuevo conocimiento, y esto se conecta con otro de los objetivos: que la Biblioteca pase a comandar los principales centros de estudios culturales y humanísticos del Uruguay, o que esté dentro de ellos, por lo menos. Eso es importantísimo. Para eso hay que ampliar el grupo de investigadores, y generar más convenios con otras instituciones que puedan alimentar ese grupo, que hoy solamente funciona con cinco integrantes que están en pase en comisión desde Secundaria. Son docentes, sobre todo de literatura, que trocan sus horas de docencia directa por horas de investigación. En otra época el departamento de investigación tenía énfasis en Filosofía, en Literatura, en Historia. Ahí también hay que apuntar. Por supuesto que la Biblioteca mantendrá sus funciones tradicionales y presenciales. El otro punto que destacaría, y no por falta de ambición sino por realismo y posibilidad de concreción —porque ideas puedo tener muchas, pero no para que queden en el aire— es llegar al territorio y que la Biblioteca sea la Biblioteca Nacional del Uruguay.

Por ahora es la Biblioteca de Montevideo, podríamos decir…

Sería injusto decir eso. Físicamente está en 18 y Tristán Narvaja, y eso no se puede mover. Pero sí se puede mover a través de la virtualidad. Pongo un ejemplo concreto: una funcionaria, que además es escritora infantil, colgó en Instagram un cuento que fue trabajado en la escuela 74, Paso del Tapado, en el departamento de Rivera, muy cerca de la frontera con Brasil. Eran cuatro alumnos y la maestra. Con esto te estoy dando un ejemplo muy cortito de cómo, efectivamente, ahí sí la Biblioteca es nacional. La emergencia del Covid-19 hizo que varias giras que teníamos pensadas quedaran truncas. Desde la mirada montevideana pasan algunas cosas. Por ejemplo, yo soy de Maldonado. Punta del Este no es afuera. Pero La Pedrera sí. O Las Toscas. Es un concepto que tenemos incorporado …

Y en el concepto fernandino, ¿qué es Punta del Este?

La  Punta. Yo nací en Maldonado y viví indistintamente en Maldonado y Punta del Este. Con mi familia nos mudamos mucho. Es la misma diferencia, por poner un ejemplo similar, que puede haber entre Punta Gorda y el Cerrito de la Victoria. Es el mismo espacio urbano. Tiene sus diferencias, sí, obviamente. Hay lugares estéticamente más lindos, o donde la gente que vive tiene determinado poder económico. Sucede en todas las ciudades. Hay un fenómeno histórico y sociológico, y obviamente antropológico, que todavía no se ha trabajado bien, por varios motivos, pero sobre todo por dos: durante mucho tiempo el que quería estudiar tenía que venir a Montevideo, y Montevideo pensaba el Uruguay desde acá. Por otro lado, tampoco surgió, como en otros países, que las ciudades tuvieran sus universidades. Hay responsabilidad de las propias ciudades, también. Había que ir a Montevideo, y la gente se descansaba un poco en eso. Lo mismo vale a nivel artístico y literario, específicamente en lo “librezco”. Creo que la Biblioteca necesita conocer distintas realidades. Se puede estar en contacto, pero las realidades hay que conocerlas in situ. Me parece importante que en su cronograma de actividades realice congresos, simposios y encuentros afuera, donde participen también los montevideanos, porque es innegable el rol de Montevideo es cuanto a literatura, su creatividad y su cultura. Esto no es, por supuesto, oponer los dieciocho departamentos contra la capital. No es eso. Creo que tiene que haber un diálogo que tiene que ser más fluido, y me parece que la Biblioteca, en eso, debería ser uno de los protagonistas, coordinando con otras instituciones educativas, públicas y privadas. Manteniendo muchísimo mayor contacto con Facultad de Humanidades, con el IPA, con el CLAEH, con el Ateneo, con los liceos y las escuelas. Con una gran cantidad de instituciones.

La Sala Artigas es la que se utiliza para consulta de material, donde los  lectores tienen acceso a libros, revistas, diarios y folletos, nacionales y extranjeros. A esta se suman tres salas para eventos. La sala maestro Julio Castro se destina a presentaciones de libros, charlas y conferencias. Tiene capacidad para 140 personas y está equipada con sillas, amplificación, wifi, pantalla led y aire acondicionado. La sala Francisco Acuña de Figueroa se destina a charlas, actividades y cursos para menos de 50 personas. La sala está equipada con sillas, pantalla led y aire acondicionado. Por su parte, la Anhelo Hernández cuenta con la muestra permanente «Centauromaquia» de ese artista uruguayo Anhelo Hernández. La sala José Pedro Varela está ubicada a la entrada del edificio y se utiliza para consulta de material propio. Está equipada con meses y sillas, wifi, aire acondicionado y baños. Y también hay una sala infantil y juvenil. Se trata de un espacio lúdico y creativo que busca incentivar el disfrute por la lectura. Posee una gran colección de libros para niños y adolescentes y diferentes propuestas.

¿Hay un perfil del usuario que viene a la biblioteca, o es tan heterogéneo que es imposible definir?

Durante mucho tiempo a la Biblioteca le costó sistematizar sus cifras. Hoy eso es más sencillo, porque las redes sociales y herramientas como Google Analytics lo hacen por vos. Te puedo decir que desde marzo hasta acá tenemos claro cuál es el perfil de la gente que nos sigue en redes e interactúa. Y una amplia mayoría son mujeres jóvenes, entre treinta y cincuenta años. Cerca del 70%.

¿Ese dato es un insumo para hacer algo?

Por supuesto. Por ejemplo, con los temas vinculados a la mujer, que siempre han sido importantes y que hoy están resignificados, por decirlo de alguna manera, o están sobre el tapete y con una mayor atención de la opinión pública y los medios. Que que en general se abordan de una manera distinta, más profunda. Es un gran insumo. Reconocemos que cuando hablamos de nuestro archivo literario en Internet, están los archivos de Delmira Agustini y María Eugenia Vaz Ferreira, o Juana de Ibarbourou. O Idea Vilariño, con la cual éste es un año especial. Estamos hablando de escritoras… Paulina Luisi, también, una de las feministas pioneras, cuyo archivo también está en la Biblioteca. Ahí nos damos cuenta, cuando abordamos temas como éstos, que el tráfico sube, que hay más interacción. Esto no significa que nos vayamos a quedar con esto porque queremos solo aprovechar los temas taquilleros.

Pero tampoco podés desconocerlo…

No, y es muy importante ese dato. Es muy importante tener una serie de datos de quiénes son los usuarios y cuáles son los libros más pedidos. Eso todavía no está sistematizado. Seguimos teniendo las viejas y queridas fichas. Justamente, uno de los objetivos de la Biblioteca es terminar de transformarse en una institución del siglo XXI. Tenemos, por ejemplo, algunos proyectos vinculados a trámites en línea. Es importante y tiene que ver con la democratización. No puede ser que para hacer un depósito legal se tenga que mantener aquel viejo sistema en el que la persona viene con el original y lo tiene que entregar en una ventanilla. Es un trámite burocrático. Eso tiene que ser digitalizado, y debería poder hacerse en todos los departamentos. No estoy diciendo que la Biblioteca Nacional tenga que tener una oficina en cada departamento, porque eso sería imposible. Por ley debe hacerlo, pero hay que buscarle la vuelta. Lo hemos manejado con los referentes aquí dentro. Vamos a ver qué chanches hay y se lo vamos a plantear el Ministerio y las comisiones de Cultura de los departamentos, para ver si hay chance de agregar algún inciso en la ley, la 9.739 si mal no recuerdo, para que una persona, en cualquier lugar del Uruguay, pueda dirigirse de pronto a la capital departamental más cercana cuando quiera hacer algo así. Y que no tenga que venir hasta la capital del país Ayer en la interpelación a los ministros escuchaba el nombre de un pueblito en Tacuarembó que poca gente conoce, Chamberlain. Imaginemos que hay un escritor o escritora en Chamberlain. ¿Tiene que venir a Montevideo? ¿Por qué no puede hacer ese trámite en Paso de los Toros o en la capital del departamento? La modernización “horizontaliza”, además, y le da a los ciudadanos una comodidad que hoy no tienen.

De alguna manera democratiza…

No solo democratiza, les hace ahorrar tiempo, dinero. Si no, seguimos, como decía la canción, en aquello de “morir en la capital”.

A propósito de la entrada en el siglo XXI, ¿estuviste hurgando en alguna otra biblioteca del mundo que, aunque sea algo inalcanzable, sea una referencia?

Sí. La Biblioteca Nacional integra la ABINIA, la Asociación de Bibliotecas Nacionales de Iberoamérica, y por lo tanto tiene contacto con las bibliotecas de América Latina y de España. No sé Portugal, pero también están las bibliotecas de Brasil. Ahí comparte un montón de experiencias y tiene, por ejemplo, un congreso anual, que este año se suspendió. Conocemos, por ejemplo, el trabajo muy importante que hace la Biblioteca Nacional de Chile, en Santiago, o la de Colombia, en Bogotá. Son referentes en la web. Es muy importante también la Biblioteca Nacional de España. Fuera de este ámbito, la Biblioteca Nacional de Francia, si no tengo mal el dato, tiene toda su colección digitalizada. Y tenemos el ejemplo de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos es una de las mayores del mundo. Es el lugar de referencia para buscar fuentes o información para diversos países, que tienen ahí más información de la que hay en sus propias bibliotecas. Y luego están las bibliotecas de varias universidades. Para nosotros es muy particular el trabajo que se hace en la Universidad de Camden, en New Jersey, frente a Filadelfia. También debemos hablar de Princeton. ¿Por qué Princeton? Princeton es muy importante porque tiene una biblioteca específicamente dedicada a autores latinoamericanos, donde hay muchos uruguayos. Idea Vilariño, por ejemplo, está allí. La mayor parte de los papeles de Idea Vilariño están ahí, y los de muchos otros escritores latinoamericanos, como los del “boom”. Están los papeles de Emir Rodríguez Monegal, por ejemplo. Hay un montón de bibliotecas que, por supuesto que con presupuestos distintos, a lo largo del tiempo y tomando decisiones muchísimo antes, llevan adelante un trabajo de referencia. Esto es como la pandemia que estamos viviendo: si tomás decisiones en el momento justo después tenés mejores resultados. De todas formas, estamos en un momento muy particular. Teníamos pendiente una reunión con el nuevo director de la Biblioteca Nacional Argentina, que quedó pendiente. Junto con la Feria de Libro de Buenos Aires, que se suspendió. Hay un muy buen trabajo con la Biblioteca de Asunción, también, con los paraguayos, que son muy serios en esto. El 1º de junio Uruguay pasó a tener la presidencia protémpore del Mercosur. Estamos trabajando con Mariana Waintstein, que es una capa, una mujer muy sensible, muy intuitiva y culta. Ha compartido con nosotros varios proyectos para que Uruguay promueva una agenda cultural en estos seis meses, en coordinación con otras bibliotecas. Dejame, de todos modos, meter una pizca de orgullo: también la Biblioteca Nacional es referencia para la región. Es una de las más antiguas, la cuarta más antigua de América Latina, como biblioteca pública y nacional. No estamos nada mal. Primero vino la de Colombia, luego las de Argentina y Chile y luego la nuestra. Es anterior a la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, por ejemplo. Tenemos una gran tradición, que hay que honrar. El otro día la Biblioteca cumplió doscientos cuatro años. Es más vieja que la República Oriental del Uruguay. Junto con la Aduana, debe ser de las únicas instituciones que se mantienen del período pre republicano, funcionando ininterrumpidamente.

La Biblioteca Nacional posee diferentes colecciones de materiales que se están ingresando en forma digital. Gran parte de ese material se puede consultar en todas las bases de la Biblioteca o se puede elegir una colección en particular. Esto incluye desde bibliografía nacional, la hemeroteca, manuscritos y materiales visuales y partituras.

La colección digital está conformada por acuarelas, afiches, fotografías, postales, imágenes que en su gran mayoría reflejan la vida social y las costumbres del Uruguay durante los siglos XIX y XX. Dentro del acervo publicado en línea, destaca la colección de fotografías de la Guerra del Paraguay (1865-1870) tomadas por la casa Bate & CIA., de la que la Biblioteca Nacional conserva la colección de copias originales más completa a nivel mundial, la colección de fotografías de la Aviación, y la colección de fotografías de distintos lugares y personajes del Uruguay compiladas por el historiador Aníbal Barrios Pintos

Hay una colección de mapas que comprende material cartográfico nacional y extranjero: su cobertura temática es fundamentalmente el Uruguay, la región platense y América del Sur. De proveniencia diversa, es interesante destacar la calidad de la colección de mapas españoles, holandeses y franceses de los siglos XVII y XVIII, que se podrán encontrar en las colecciones de América y América del Sur, así como los mapas españoles de la región platense del siglo XVIII.

A esto se agrega una colección de medallas que posee la Biblioteca Nacional y que se compone de alrededor de unas 4.000 piezas. En esta primera etapa se seleccionó la colección de medallas uruguayas o relacionadas con algún acontecimiento del Uruguay. Las más destacadas pertenecientes al S. XX fueron realizadas en el taller de un italiano Gerónimo Tammaro, instalado en Montevideo. Las medallas fueron emitidas con fines artísticos, conmemorativos de acontecimientos de la vida de una comunidad, históricos, políticos, militares, religiosos, deportivos etc., por lo que constituyen una riquísima fuente de información para el conocimiento de la historia de una nación.

¿Cómo recordás el día en que llegaste a la Biblioteca ya en calidad de director? ¿Cómo fue sentarte en el sillón de Rodó?

El 2 de marzo, que fue un lunes, asistimos a la asunción del ministro, la subsecretaria y del director Pablo Landoni, que fue en el Palacio Taranco. Luego tuvimos una juntada con toda la cúpula de Cultura y sus unidades ejecutoras, en el noveno piso del MEC. De ahí me vine para acá. Me recibió mi actual secretaria, Patricia de León. Y en realidad subí las escaleras siendo director designado, porque el trámite que culmina con la firma del presidente se dio recién el 19 de marzo. Ese día asumí oficialmente. Te reconozco los nervios de esos momentos. Nervios en el buen sentido. Mariposas en el estómago, como dicen los enamorados. Fue una emoción grande. Vine para acá, conocí este lugar que no conocía, este fabuloso despacho. Y me parecía que lo primero que debía hacer era saludar. Empecé una recorrida que duró cuarenta y ocho horas. Me llevó dos días recorrer y saludar a la toda la gente que estaba acá. Esto es interesante: el usuario, la persona que viene a la Biblioteca a buscar un libro, va al fichero, pide un libro en mostrador y pasa a sala, y quien hace eso conoce el 10 por ciento del edificio. Bajé a las catacumbas, donde están las turbinas y toda la conexión. La Biblioteca tiene algo de museo, algo de iglesia y también algo de fábrica. Tiene unas calderas gigantescas, tiene un sistema de seguridad y eléctrico muy complejo. A partir de esos primero días fui aclimatándome. Lo primero fue tomar las riendas en la primera semana. Yo venía ya con un plan de comunicación. Recibirte hoy acá es parte de eso. Creíamos que la Biblioteca era un gigante dormido, un lugar donde pasan cosas fabulosas puertas adentro, y que la opinión pública no conoce tanto, salvo alguna gente vinculada, en los nichos de docentes, por ejemplo, o en los investigadores. Ese es otro problema: los investigadores hacen investigaciones muy buenas, publican libros y nadie se entera, no se pueden comprar, no se sabe si están en las librerías.

¿Eso tiene que ver con un pecado capital mayor, que es el lugar que se le da a las políticas culturales estatales? ¿Hay un vínculo con eso?

Sí, contundentemente. Durante mucho tiempo el Estado uruguayo, y en particular el sector de la cultura pública, ha tenido problemas con el mercado. Creo que hay una desconfianza. No sé si llamarla “desconfianza batllista”, porque no me gustaría politizar.

Pero sí ideológica, sin duda.

¡Tremenda! Una traba donde el lucro es satanás. Eso impidió la correcta o adecuada difusión de los clásicos. Hasta hace poco ibas al Archivo General de la Nación y en el hall hay una mini librería donde están los últimos volúmenes publicados, que compras a un precio ridículamente barato, lo que no está mal. Lo que quiero decir es que hasta hace poco no tenían difusión. Ahora sí, desde hace poco, hay una empresa que los distribuye y uno los puede llegar a encontrar en librerías. Pero no tienen presentación.

No son fáciles de ubicar, y la mayoría de la gente no sabe que existen.

Sí, de hecho no se sabe cuáles son los títulos. Sí hubo, en la comisión anterior, un trabajo destacado que los mantuvo con vida. Se publicaron títulos muy importantes, por ejemplo de Emir Rodríguez Monegal. Pero si las instituciones no los promueven, no los difunden y no les hacen publicidad, colgándolos en las redes, presentándolos, difundiend0, no trasciende. Me pregunto por qué la revista de la Biblioteca no se presentó en cada departamento, o por lo menos en cada región. El plan de comunicación intentó revertir esa opacidad que había. Opacidad no en un sentido sospechoso, sino en los hechos. Por suerte ya está dando resultados. Hemos tenido una respuesta muy buena. Y  también la emergencia sanitaria y la cuarentena voluntaria ayudó. El 99% del Uruguay estaba en su casa, accedía a las redes desde sus teléfonos y computadoras, y ahí generamos una interacción muy buena. Tenemos una community manager que nos actualiza la información, y han venido subiendo las cifras cada semana.

A propósito de las redes sociales, a través de sus cuentas de Facebook, Twitter e Instagram, la Biblioteca lanzó el jueves 21 de mayo una acción denominada “¿De quién es la frase…” en donde se invita a participar de un cuestionario con diez frases de escritores y escritoras uruguayas con múltiple opción. Es un juego donde se seleccionarán tres ganadores que podrán disfrutar de una visita guiada personal bajo la convocatoria “La Biblioteca para vos”.

Además, durante la jornada del 26 de mayo – el Día del Libro – desde las cuentas de la Biblioteca, se compartirán diferentes materiales referentes a la historia de la fundación de la institución y otras imágenes del acervo.

Ese día, la Biblioteca recibió la donación de documentos y libros del escritor Tomás de Mattos, quien supo ser también director de ella en el período 2005-2010. Fue uno de los primeros actos importantes que debió afrontar el flamante director. Estuvieron presentes la vicepresidenta de la República, Beatriz Argimón, la subsecretaria de Educación y Cultura, Ana Ribeiro, y la directora nacional de Cultura, Mariana Wainstein. El ministro de Educación y Cultura, Pablo da Silveira, afirmó ese día que la Biblioteca Nacional es el lugar donde merecen estar los libros de Tomás de Mattos, un hecho que calificó como “una vuelta a casa”.

La donación se suma a los “tesoros” con los que ya cuenta la Biblioteca, que son los archivos de María Eugenia Vaz Ferreira, Delmira Agustini y José Enrique Rodó. El Departamento de Investigaciones de la Biblioteca Nacional presenta, a través de la web,  el archivo digital María Eugenia Vaz Ferreira, gracias al convenio con la Fundación Vaz Ferreira – Raimondi. El material digitalizado corresponde a la totalidad del archivo papel conservado por la familia Vaz Ferreira, al que se suman las piezas documentales que forman parte de los fondos del Archivo Literario de la Biblioteca Nacional de Uruguay.

En el caso de Delmira Agustini, el primer antecedente de ingreso de manuscritos y piezas documentales de María Eugenia Vaz Ferreira al Archivo Literario de la Biblioteca Nacional de Uruguay tuvo lugar el 19 de marzo de 1948, cuando la señora Elisa L. de Bertani donó las copias manuscritas de La isla de los cánticos, hechas por su hija, con correcciones manuscritas de María Eugenia. En esa época El Archivo Literario formaba parte del Instituto Nacional de Investigaciones y Archivos Literarios (INIAL), fundado y dirigido por el profesor Roberto Ibáñez. 

El segundo aporte documental se dio con la incorporación de la correspondencia activa de María Eugenia dirigida a Alberto Nin Frías. La donación fue realizada por el señor Pedro Badanelli, el 6 de junio de 1960. Finalmente, el 20 de marzo de 2017, con la firma del convenio realizado entre la Biblioteca Nacional y la Fundación Vaz Ferreira – Raimondi, se puso en marcha el proyecto de producción del Archivo Digital María Eugenia Vaz Ferreira. Esta colección digital reúne toda la documentación del archivo papel de la Fundación Vaz Ferreira – Raimondi, en su mayoría inédito, y también los documentos que forman parte del acervo del Archivo Literario de la Biblioteca Nacional.

Respecto al “archivo Rodó”, en 1945, Julia Rodó dona la totalidad del archivo de su hermano al Estado uruguayo. Con el fin de resguardarlo y estudiarlo se funda la Comisión de Investigaciones Literarias, que en 1948 pasa a ser el Instituto Nacional de Investigaciones y Archivo Literario, bajo la dirección de su fundador, el profesor Roberto Ibáñez. Finalmente, la institución y su acervo conforman el Departamento de Investigaciones y Archivo Literario de la Biblioteca Nacional de Uruguay, en 1965.

La Colección José Enrique Rodó es, por tanto, el archivo fundacional del actual Archivo Literario de la Biblioteca Nacional. También es la colección más grande, de las muchas que hoy en día este custodia, con más de dieciocho mil piezas documentales. El archivo José Enrique Rodó permite el acceso a parte de los fondos documentales del Ciclo de Proteo. Se presentan en una primera etapa dos de los once cuadernos de la papelería inédita del ciclo. Todos los documentos pasaron por un proceso de digitalización, transcripción e información, en una tarea que comenzó en marzo de 2019. 

¿En qué lugar quedará la escritura, tú escritura, en esta nueva etapa?

Ante todo, soy escritor, no jerarca. Tengo claro que la escritura tiene que tener un cuidado especial en tiempos en que no le puedo dedicar todo lo que merece.

¿Y la lectura? ¿Tendrás tiempo para leer libros?

Soy un lector obsesivo y mi mesa, feliz, no para de crecer en libros y papeles. Ahora, además, con el yacimiento inagotable de la Biblioteca Nacional.

Hay una pregunta infaltable para los escritores que tiene que ver con cuáles son sus autores preferidos…

Son tantos que sería un chiste de mal gusto nombrar unos pocos. Cela, Melville, Simenon, Acuña de Figueroa, Felisberto, Cormac McCarthy

¿Qué estás leyendo ahora?

Ahora estoy leyendo un conjunto de reflexiones literarias de Ernst Jünger

¿Cómo ves el panorama de los libros hoy en nuestro país?

En Uruguay el sector editorial está en problemas económicos, sin dudas. Pero al mismo tiempo hay una explosión de publicaciones y autores, temas y colecciones, que a nivel creativo lo ponen muy arriba. De esa extraña dicotomía saldrá el futuro y la suerte de nuestros libros.

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