1º DE MAYO: ¿Oportunidad perdida? por Hoenir Sarthou
La decisión de impedir que la dirigente de ADEOM, Valeria Ripoll, haga uso de la palabra en el acto del 1ero de Mayo, y la reacción de la propia Ripoll, que se declaró “vetada” como expositora, ponen en evidencia algo que todo el Uruguay sabe pero que difícilmente se formula en palabras, mucho menos en palabras impresas.
El “secreto a voces” es que la relación entre la cúpula del PIT CNT y el gobierno ha llegado a tal punto que compromete la tradición de independencia y de unidad del movimiento sindical.
Desde luego, la dirección del PIT CNT argumentará que no hay proscripción de la persona de Ripoll, ni de ADEOM, ni de la corriente sindical minoritaria que ambos integran, pero, más allá de argumentos formales, el malestar interno es claramente perceptible.
Los conflictos internos están muy lejos de ser la única consecuencia de la relación “carnal” entre la cúpula sindical y el gobierno.
En muchos organismos públicos, los sindicatos ejercen una suerte de cogobierno de hecho. Aliados o en negociación con los directorios y gerencias, inciden en las políticas, controlan cargos y obtienen beneficios impensables en otras épocas.
La actitud de la dirigencia del PIT CNT se ha traducido en apoyos, tácitos o explícitos, a decisiones políticas y legislativas de alcance nacional que otrora habrían generado fuerte resistencia. La ley de bancarización obligatoria, la ley de riego, el acuerdo con UPM para su segunda planta de celulosa y ahora el llamado “puerto chino”, fueron aprobados sin objeciones y, en varios casos, con el beneplácito expreso de la dirección sindical.
El nuevo papel de la dirigencia sindical ha dado lugar a un nuevo tipo de sindicalista, más parecido a un ejecutivo o a un negociador empresarial que a los viejos luchadores sociales, ideologizados, sufridos y ascéticos, fundadores del sindicalismo uruguayo.
Las licencias sindicales, los viajes, la administración de fuertes sumas de dinero, la ausencia de persecuciones, la seguridad en el empleo y el codeo constante con empresarios y gobernantes han fomentado, sobre todo en la cúpula, un sindicalismo cómodo, adaptado y burocratizado, infinitamente más inclinado a co-gerenciar la realidad que a cambiarla.
Mientras eso ocurre, más de la mitad de los trabajadores uruguayos no llegan a cobrar de sueldo ni media canasta básica.
La defección de la cúpula sindical –salvo honrosas excepciones- ha hecho que muchas causas, que deberían haber contado con el aporte de los trabajadores organizados, se defiendan solas, a través de campañas y acciones ciudadanas.
Las campañas contra la ley de riego, contra la bancarización obligatoria, y contra el acuerdo de UPM2, por poner ejemplos, se han desarrollado ante una dirección sindical que las observa de brazos cruzados, o, lo que es aun peor, finge a último momento un apoyo que no es tal.
Desde luego, esa indiferencia no es patrimonio exclusivo del movimiento sindical. La oposición política comparte en buena medida la actitud. Si bien formula algunas críticas de compromiso, está muy lejos de hacer jugar los mecanismos constitucionales, parlamentarios y cívicos que le permitirían oponerse efectivamente a medidas de gobierno inadmisibles.
A todo eso hay que sumarle un gobierno que cuenta con mayorías parlamentarias propias y no se ciñe demasiado a los procedimientos y límites constitucionales, lo que le permite gobernar con cierta impune discrecionalidad.
Esa situación ha permitido que el gobierno asumiera compromisos internacionales no anunciados que afectarán a todo el País (la bancarización obligatoria, la ley de riego, UPM2, y ahora el “puerto chino”, son recomendaciones o imposiciones externas). También le ha pemitido gastar dineros públicos en forma arbitraria y desatender deberes prioritarios del Estado, como la educación, la seguridad y la salud públicas.
¿Qué ocurre en un país cuando el gobierno actúa de espaldas a los intereses de la sociedad, los sindicatos participan de la gestión y la oposición política sólo hace críticas menores, aquellas que, estima, pueden aportarle votos sin crear conflictos serios con las políticas oficiales?
La respuesta quizá la sabremos dentro de poco. Por ahora, lo visible es que la tarea de oponerse a todas y cada una de las medidas inconvenientes adoptadas por el gobierno queda librada a organizaciones ciudadanas que están brotando como hongos –hongos saludables- en todo el País.
¿Las elecciones de octubre reflejarán de alguna manera esa especie de orfandad de la ciudadanía uruguaya respecto a los partidos políticos históricamente dominantes?
¿Lograrán esos partidos -u otros- conectar con las necesidades y demandas más acuciantes de nuestra sociedad?
Lo cierto es que, en vísperas del 1º de Mayo, el movimiento sindical está desaprovechando la oportunidad de expresar y representar a los intereses profundos de la sociedad uruguaya. Una tarea que históricamente supo hacer, y a la que hoy parece darle la espalda.
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