Estamos en la mitad de un gobierno que entró con una hoja de ruta y a los 13 días tuvo que enviarla a la papelera para enfrentar un tiempo inesperado, de incierto camino y enigmático final.
Por más que sea un lugar común, nada puede pensarse hoy en términos de política o economía sin la pandemia de 2020 y la guerra europea de 2022. Aquella, un salto atrás en la historia, que nos llevó a atender urgencias sin perder el rumbo; la guerra, un conflicto aún en proceso, de profundas consecuencias universales. Todo en medio de una globalización que marca el cambio de la sociedad posindustrial a la civilización digital.
La pandemia postergó el inicio del proceso de Transformación Educativa, porque el desafío era preservar la mayor presencialidad posible y organizar de urgencia una educación general a distancia. El gobierno, sin embargo, planteó la Ley de Urgente Consideración con un cambio fuerte en su gobernanza; aprobada en julio de 2020, terminó convalidada electoralmente recién el 27 de marzo de este año. Sin embargo, hoy se avanza promisoriamente: un nuevo “paradigma”, como suele decirse, apunta hacia una educación por competencias, estructuras curriculares modernas y una fuerte experiencia de cambio en la educación media, ya en marcha en los Centros María Espínola.
Como es triste tradición, todo es impugnado violentamente por los gremios docentes. Su histórico conservadurismo les ha enfrentado a todos los cambios. En 1972 deliraban en contra de la creación de una autoridad común, el Codicen. En 1995, nada les venía bien de la reforma de nuestro gobierno, pese a su dominante perspectiva social. El Frente Amplio gobernó 15 años y solo hizo fortalecer al Codicen; no pudo ir marcha atrás en las escuelas pero volvió a retrasar la educación media, incluso abandonando los progresistas programas de enseñanza por áreas que estaban desarrollando los CERP. Se gastó mucho dinero, pero los resultados fueron negativos. Hoy, como en el Mito de Sísifo, hay que volver a levantar la misma piedra y empezar el escarpado camino de subida. No han faltado oposiciones ni agresiones, que perturban, dilatan y frustran a mucha gente de buena voluntad. Felizmente nada se detendrá.
De aquella ley emanó también una Comisión de Expertos en Seguridad Social, de amplia representación, por la cual circularon todos los gremios y corporaciones posibles, para terminar en un diagnóstico, en noviembre de 2021, que ya no tuvo unanimidad. Hoy el gobierno ha presentado a todos los partidos políticos un anteproyecto que cuenta, en términos generales, la aceptación de la coalición y una táctica actitud de expectativa del Frente Amplio. Le es muy difícil oponerse a la idea cuando hace años que todos sus líderes han insistido en la necesidad de una reforma impuesta por la baja demografía del país. Ahora, oficialmente, dicen esperar el proyecto final, pero a cuenta ya se han escuchado voces de estentórea oposición. En todo caso, al gobierno actual el tema no le cambia nada en el terreno fiscal, pero le da al país la certeza de estar enfocado en los grandes desafíos estructurales. Sin mayores consecuencias, podía haber hecho lo mismo que el gobierno anterior y aplazar ese debate, pero eso significaría poner en cuestión la ética de todo el sistema político frente a las nuevas generaciones.
En los últimos meses, se ha acentuado el problema del narcotráfico y su criminalidad anexa. Es una pesada herencia, que no se reconoció a tiempo y ahora nos atosiga. El delito en general ha bajado y se ha mantenido en niveles mucho mejores que al comienzo, pero la virulencia del mundo de la droga pone notas dramáticas. Tanto o más que esa espectacularidad del crimen, nos preocupa la caída de la percepción del riesgo en el consumo de las drogas. Pocos asumen, salvo los científicos, que la marihuana es particularmente dañina, como lo decía el propio Presidente Vázquez. Su adicción es un capítulo parcial del avance incuestionable de un fenómeno más amplio y aún más pernicioso. Basta salir a la calle de noche para ver seres humanos degradados que pululan como zombis. No aceptan ir a refugios que ofrece el Estado. Alejados de sus familias, vegetan en la penuria. He allí un enorme compromiso para la sociedad uruguaya.
Pese a todo, el gobierno sigue andando, con mirada de futuro. Ya dejó atrás la pandemia, enfrentada con eficacia en el terreno de la salud y la asistencia social, sin desbarrancar el equilibrio financiero. Ello ha permitido volver al crecimiento, 4,4%el año pasado, más o menos 4,7% a fin de éste. La exportación ha marcado el ritmo de esa expansión. El empleo ha retomado su ritmo y está muy por encima del comienzo de la administración. Los salarios vienen mejorando y ya se está cerca de la recuperación plena.
Como siempre, cabe esperar más, pero se ha hecho lo mejor posible. El gran tema es que el mundo nos desafía. Hay que asumir que los nuevos empleos son distintos, que demandan otras capacidades. La nueva economía no supone abandonar nuestro destino agropecuario, ni nuestra expansión logística ni dejar librados a la industria y el comercio a la buena de Dios. Pero a todos ellos se le imponen cambios constantes, exigentes de inversiones permanentes y gente preparada para ese mundo. Es la condición de preservar un nivel de vida que se reducirá si no estamos a la altura. Él es el sustento de una democracia que sigue viva y resplandece, pese a las anécdotas diarias que parecen desmentirlo con ruidos pasajeros y ominosos excesos sindicales. A mitad de camino, la mirada en perspectiva nos habla de un país que vecinos cercanos y espectadores lejanos observan con respeto. Algunos hasta con admiración. No es poca cosa.
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