Agustina Willat: “De una experiencia así no se puede volver siendo la misma persona” Por: Martín Imer
El pasado jueves llegó a las salas SALAM, ópera prima de la realizadora Agustina Willat que sigue la epopeya del pueblo saharaui, comunidad del Sahara, para sobrevivir en el exilio y en la guerra a la vez que construyen una escuela de cine que sirve como una poderosa forma de expresión y catarsis ante las dificultades del día a día. En esta oportunidad pudimos conversar con la directora sobre el origen del documental y los problemas de este pueblo.
¿Cómo se gestó este documental?
Este documental tiene su origen en el encuentro entre cineastas. Primero a través de dos escuelas de cine y luego entre personas que viven y hacen cine con la misma pasión y convicciones bastante similares. Todo comenzó con la visita de Omar Ahmed, director de la Escuela de Formación Audiovisual de los campamentos de refugiados saharauis, a la Escuela de Cine del Uruguay. Tras una charla sobre las experiencias y la realidad que se vive en los campamentos, dos personas de la sala se acercaron a Omar y le dijeron con total convicción: «nosotros vamos a ir». Estos dos entusiastas fueron Diego Soria y Cristhian Orta. En un principio, pensaron en una cooperación académica, pero luego surgió la necesidad de realizar un documental. Es aquí donde me uno a este pequeño grupo de entusiastas, motivados por un sentimiento justiciero cargado de curiosidad, decidimos atravesar todos esos kilómetros que nos separan de los campamentos de refugiados, ubicados dentro de Argelia, en la Hamada, el desierto de desiertos. Este escenario distópico donde nos instalamos durante tres meses en total, repartido en dos viajes en 2017 y 2019, para filmar esta película.
¿Cómo fue el primer contacto con los estudiantes de la escuela de cine?
Al llegar en 2017, fuimos recibidos por los egresados de la Escuela de Formación Audiovisual, eran tres: Lafdal, Mohamed (Chino) y Brahim. Ellos estaban muy motivados en su profesión, pero sentían incomprensión por parte del pueblo saharaui acerca de la importancia del cine. Esta percepción cambió completamente dos años después, en 2019. La escuela de cine tuvo dos momentos muy marcados durante nuestra visita: en 2017, la escuela no había abierto, no habían llegado al número de jóvenes inscritos ni al de docentes. La infraestructura de la escuela era básica, pero con lo necesario para funcionar, tenía sus salones con proyector, su biblioteca, sus islas de edición y su almacén con equipos. Me dio la sensación de que los equipos se componían muchas veces de lo que quedaba obsoleto en el primer mundo y se enviaban en forma de donación cuando ya no les servían más. Durante ese primer encuentro compartimos mucho, pero también nos dimos cuenta de lo lejos que estábamos de poder pensar en una película desde Uruguay, de cómo la realidad te interpela en cada instante y de cómo todo puede ser cambiante y efímero. En ese lugar donde las cosas aparentan ser estáticas y el tiempo parece haberse detenido hace tanto, nuestra sensación fue: «Vinimos a investigar y vamos a ir a Uruguay a postular a fondos para volver y filmar la película». La noche antes de irnos, Brahim se acercó y nos dijo: «Vamos a reabrir la escuela». Nuestra alegría fue inmediata. En 2019, cuando regresamos, la escuela estaba abierta, funcionando con más de 15 alumnos, muchas chicas y chicos saharauis, con deseos de aprender. Estaban recibiendo equipos nuevos y de buen nivel técnico, y estaban llevando adelante una serie de cortometrajes. Durante la película, acompañamos de cerca el proceso de rodaje de «En busca de Trufas», dirigido por Lafdal.
¿Qué fue, personalmente, lo que más le impactó de este intercambio cultural?
De un viaje y de una experiencia así no se puede volver siendo la misma persona. Desde cosas cotidianas como el agua, la comida, las costumbres y lo que podemos asumir como de sentido común y para otros no lo es, hasta cosas más profundas. Me impactó sobre todo sentirnos habitantes de un mismo mundo y que este mundo sea tan injusto y desigual. ¿Cómo hacer para reconocernos como iguales pese a nuestras diferencias? ¿Por qué se teme a lo diferente? ¿Cómo podríamos transformar las lógicas de conflicto?
Soy una persona de alma pacífica que sinceramente cree en que mientras sigamos perpetuando la lógica de víctima y victimarios, de opresores y oprimidos, vamos a seguir repitiendo las mismas historias pero cambiando de roles. Porque tal vez pasen siglos, pero los dolores permanecen y se transmiten de generación en generación. ¿Hay otra construcción de mundo posible que escape a esta lógica?
¿Qué cree que significa el cine para los estudiantes de esa escuela?
Los saharauis están empezando desde hace poco a comprender el valor del cine. Los jóvenes están cada vez más motivados con este lenguaje y esta herramienta de comunicación, de transformación y de lucha. Por ser una cultura de origen nómade y de tradición oral, los cineastas llevan la bandera y predican que, así como antes eran el verso, la canción y el poema los encargados de llevar el mensaje, hoy en día, en el mundo, es el audiovisual y por lo tanto, deben adecuarse al mundo. Las últimas imágenes que vi de la escuela, me dejaron muy contenta de que haya seguido mejorando y profesionalizando su infraestructura y su currícula. Si algún lector se siente tocado -como nosotros a raíz de esa charla en 2016- y quisiera colaborar, sepa que esto se mantiene y se sostiene en gran medida por apoyo y cooperación extranjera.
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