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Álvaro Brechner y Alfonso Tort estrenan “La noche de 12 años”

Álvaro Brechner y Alfonso Tort estrenan “La noche de 12 años”
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La noche de 12 años es un desafío inusual: para Álvaro Brechner significa la posibilidad de continuar la buena senda crítica y popular de Mal día para pescar y Mr. Kaplan, y para Alfonso Tort es la oportunidad de demostrar su enorme crecimiento interpretativo, desde las ya lejanas épocas de la mítica 25 Watts.

Antes que nada, ¿qué sintieron ante la enorme ovación recibida en el Festival de Venecia? 25 minutos de aplausos se dice fácil, pero cuesta imaginarlo…

A.B.: Lo que sucede es que no vas pensando en eso. Vas con mil cosas en la cabeza y el corazón, y cuando llega el momento y eso ocurre lo recibís con extrema emoción y te deja paralizado. Mientras hicimos la película, que es muy visceral por los asuntos que trata, más allá de las lógicas planificaciones la realizamos desde el estómago, diciendo: “Si esto está saliendo así por algo será, dejemos que ocurra porque naturalmente surge así”. Con esa forma de trabajo no pensás en cómo será recibido el resultado final.

 

A.T.: Te abocás a lo concreto, al día a día, sin pensar en la instancia última. Al llegar el momento de la exhibición en Venecia quedamos paralizados al acabar la proyección. La emoción que sentimos por lo conseguido, y lo que se comunicaba desde la pantalla, era tan fuerte que nos inmovilizó. Fue un segundo si lo medís en tiempo, porque enseguida estalló ese aplauso generalizado que nos volvió a la realidad. Y lo bueno es que no fue un aplauso glamoroso o festivalero. Fue sentido, fue una ovación de contención.

 

Álvaro, ¿cuándo y por qué sentiste que éste y no otro debía ser tu nuevo trabajo? Recorre sendas diferentes a tus dos labores anteriores tras la cámara.

 

A.B.: Como director lo que más me interesa es explorar la condición humana. Más allá del diferente anecdotario de cada película, lo interesante es explorar los cambios de la existencia del ser humano enfocados desde su esencia. En La noche de 12 años es el poder hablar del cambio íntimo que supone para tres seres libres verse sometidos a una situación extrema, por la cual se enfrentan a un descenso hacia un lugar fronterizo entre su soledad y el abismo de deshumanización que los rodea. La película se presta de esa manera a un debate entre esencia y existencia, más que a una discusión política. Acá lo que hay es un marco kafkiano como sostén de todo lo demás.

 

Esta película es coproducción de España, Argentina y Salado Media por Uruguay, y veo que los tres protagonistas pertenece a cada uno de esos países. ¿Pensaste en ellos en lo previo o hubo casting? ¿Cómo manejás ese aspecto de la coproducción?

 

A.B.: Acá como cineasta hacés el cine que querés y a la vez el que podés. En Uruguay por la escasez de recursos económicos siempre recurrimos a la coproducción, pero el asunto está en que la obra al verla luzca nuestra, y a la vez sea suficientemente universal como para que cobre sentido de similar manera en el resto del mundo. La coproducción es algo muy positivo porque permite abrir fronteras hacia diversos prójimos a los que de otra manera no sería tan fácil acceder. Respecto a lo específico de tal o cual elección, como por ejemplo la que decías de los actores, todo resulta consensuado, nadie impone nada al otro. Incluso las influencias son mutuas. Yo he trabajado con españoles en todos mis films, y he observado que ellos aprenden tantas cosas de lo nuestro como nosotros de su universo. Y ese tipo de compromisos es muy bueno porque oficia de reactivador creativo. Te obliga a superarte día a día, porque es ahí donde cuadra tu compromiso frente a tu obra y a quienes te han dado todo el apoyo. Con respecto a la experiencia de juntar actores tan disímiles y talentosos como Alfonso, el Chino Darín y Antonio de la Torre, es un desafío extra que te incentiva a superarte más aún desde lo creativo.

 

Alfonso, me decías en la previa que a diferencia del Chino y Antonio, tú no llegaste a poder hablar con Eleuterio Fernández Huidobro debido a su fallecimiento. ¿Qué sentiste cuando te eligieron para ese rol y cómo te pusiste a trabajar en él?

 

A.T.: Hice dos pruebas, una acá y la otra desde México, donde vivía en ese momento. Esa segunda prueba tenía que ser contundente para presentarme como correspondía. La hicimos por Skype y todo fue re loco. Álvaro me llamó, me dijo que me preparara y que me volvía a llamar en una hora, y en ese lapso con mi novia hicimos un desbarajuste total en el apartamento, para que luciera lo más sucio posible, a los efectos de crear un clima visualmente impactante que ayudara para lo que tenía que volcar de mi parte en esa prueba. Hasta llegué a cortarme el pelo en cinco minutos para lucir más adecuado.

 

A.B.: Sí, fue todo muy cómico. Cuando lo volví a llamar un ratito después era otro. No sólo él. El lugar era otro… lo había dejado que parecía un calabozo, realmente.

 

A.T.: Y bueno… a mí me dijiste que fuera contundente y yo fui al hueso. Porque más allá de mi afán por trabajar con Álvaro, me daba cuenta que era un rol muy importante como nuevo proyecto. Por eso cuando ves el resultado en la pantalla la emoción es tan grande. Porque está lo tuyo, pero incorporado a la labor conjunta de todo el equipo de colegas y técnicos.

 

La pregunta es inevitable: ¿cómo se hace para soportar 17 kilos de rebaja súbita, y luego poder recuperar tu peso y la masa muscular?

 

A.T.: Hay que hacerlo con mucha seriedad y conciencia. A nivel estético me parecía impresionante verme en pantalla y notarme los huesos. Pictóricamente fue impactante para mí. En lo concreto de la existencia, durante el rodaje se vive con mucha hambre, pero además te provoca mucha ansiedad, te cambia el carácter. Todo eso resulta muy paradójico, porque puede complicar un poco tu relación con los que te rodean pero te ayuda mucho a nivel laboral. Pasaban cosas muy extrañas, como por ejemplo que yo proyectara en mi novia el asunto del hambre, decirle que por qué no comía tal o cual cosa, y ella responderme que no la obligara porque no tenía hambre. O algo más íntimo, como puede ser un abrazo de cariño o de amor, y notar que ella tenía más fuerza que yo. No olvides que consumíamos por día menos calorías de las que gasta un individuo normal estando en reposo en la cama. Imaginate la energía que hay que tener para hacer cada cosa. Pero en forma inconsciente eso te ayuda a buscar tu personaje y saber para dónde vas a proyectarlo en tu experimentación. Y a todo eso sumale la total ausencia de deportes y la nula exposición al sol para lograr la enorme palidez que hay que tener.

 

¿Por qué hay tan pocas ficciones uruguayas sobre el período de la dictadura? ¿No es fácil acceder a financiación para eso, o hay miedo de revivir esa etapa penosa?

 

A.B.: Lo primero que quiero decir es que en ningún momento se me ocurrió que estaba haciendo una película sobre la dictadura, y de hecho hoy sigo pensando que La noche de 12 años tiene cero por ciento sobre ese asunto. No analiza la dictadura bajo ningún punto de vista. Ese período es sólo el marco para analizar a individuos cuyo tiempo vital deja de ser lineal para convertirse en cíclico, con lo que volvemos a lo que decía antes, lo de la lucha de la existencia frente a la esencia. Esto es lo que distingue mi película de algún antecedente como puede ser Estado de sitio, donde existe la voluntad de retratar un determinado momento histórico. Lo mío lo veo más cercano a Jack London, Ray Bradbury o Kafka que a un análisis político. Yendo a lo específico de tu pregunta, que no quiero eludirla por supuesto, creo que si no ha habido más ficciones uruguayas sobre el tema es porque se filman muy pocas películas al año. No dudo que si se rodaran 40 o 50 por temporada tendríamos más cine uruguayo sobre aquel período.

 

A.T.: Y no creo que los uruguayos queramos olvidar o dejar de lado el tema porque nos duela. Nada más que a veces creo que está bueno abordar la reflexión desde un punto de vista no tan histórico sino más cercano al análisis de la condición humana. Situarte en un lugar inhabitual al de todos los días. Si hay gente que quiere olvidar o no, cada uno sabrá responder a eso desde su lugar.

 

Tu película, al tratar de seres confinados en un único espacio físico, corría doble riesgo. Por un lado, que la narración fuera una meseta. Eso lo subsanaste con flashbacks al pasado y sueños de los prisioneros, pero pudo condenarte a una ruptura de la atmósfera opresiva que debía mantener el relato. ¿Cómo hiciste para sortear la valla? ¿Planificaste los cambios de ritmo o te adaptaste sobre la marcha?

 

A.B.: Tenía una idea general, pero nada puede ser férreo en una película que trata temas tan humanos y sensibles como verse envuelto en una odisea donde te pueden quitar todo lo que te define como ser humano. El debate entre determinismo y libertad, cuando estás encerrado e incomunicado durante años, de forma tal que todo lo que te caracteriza como persona se te cercena, hace que te termines preguntando qué te queda para seguir siendo ser humano. Ahí advertís que es la propia existencia la que te mantiene.

 

A.T.: Claro, respiro, como, mantengo las mínimas cosas básicas para que el cuerpo siga funcionando, y sobre todo conservo la imaginación, la memoria, los recuerdos, y la búsqueda constante de todo aquello (aún lo más mínimo) que te deje seguir aferrado a la supervivencia. Las ideas juegan un rol importante en eso porque son las que te permiten paliar ese cambio temporal al que Álvaro se refería, cuando te decía que la vida dejaba de ser lineal para convertirse en cíclica.

 

Alfonso, ¿haber protagonizado una película mítica como 25 Watts sigue pesando, para bien o para mal, en tu currículum?

 

A.T.: Al principio influía, pero ya no. Pasaron tantos años, dieciocho casi… La película va a seguir estando ahí y mi experiencia en ella también, pero experimenté tanto cambio en esos años, no sólo a nivel laboral sino personal, que aunque forma parte del historial ya no pienso en función de eso. Pero fue muy lindo por su carácter iniciático.

 

La película sale con un plus imprevisto. Debido a la inseguridad y la violencia que se vive a diario hay gente que pide la salida de los uniformes a patrullar de nuevo las calles. La película muestra las consecuencias que en una situación también muy violenta tuvo ese tipo de patrullaje. ¿Han pensado en esto?

 

A.B.: Nunca está de más recordar los peligros que existen cuando una sociedad inicia una escalada de violencia, pero no sé…

 

A.T.: Además, la película no debe apropiarse de un rol que no le corresponde. A mí no me parece que esta o cualquier película pueda cambiar ciertas cosas.

 

Pero podría ser un llamado de alerta, ¿no?, como recordarle al ciudadano lo que sucedió antes cuando se aplicó ese método…

 

A.B.: No creo que vaya por ahí. El cine puede llevarte a experimentar al otro, a llevarte hacia la otredad, a que como espectador viajes y experimentes junto a alguien, que vivas y sientas algo igual a lo que padece o goza el personaje. Que dejes de ser vos por un rato, y al viajar con el otro adviertas pequeñas cosas que te iluminan sólo por el hecho de tener un espejo en el cual la interlocución te refleja. Pero el viaje es individual. Como colectivo no siento que pase. Sería como abanderar a la película con otra vestimenta, o como si yo me vistiera con el ropaje de un profeta.

 

A.T.: Además, en la película te conectás con el otro desde la angustia. Las palabras son otras. No creo que la inseguridad se filtre directamente acá. Eso es muy subjetivo. Por supuesto que hay gente que podrá reflexionar sobre eso, pero en La noche de 12 años todo va por un lado más íntimo y personal.

 

 

 

 

 

 

 

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Amilcar Nochetti Tiene 58 años. Ha sido colaborador del suplemento Cultural de El País y que desde 1977 ha estado vinculado de muy diversas formas a Cinemateca Uruguaya. Tiene publicado el libro "Un viaje en celuloide: los andenes de mi memoria" (Ediciones de la Plaza) y en breve va a publicar su segundo libro, "Seis rostros para matar: una historia de James Bond".