Se definió la que faltaba, Carolina Cosse finalmente anunció que no va a votar el plebiscito de la seguridad social, por el cual, pocos meses atrás firmó para habilitar. La razón de esta negativa es que, para la ex intendenta, no se ha podido “hasta ahora, concitar los consensos colectivos…”. Después de meses de espera y dos carillas de redacción, francamente, quedan más dudas que certezas. ¿Cosse está o no de acuerdo con el contenido del plebiscito?
Cuando lo que está en juego es tan grande y relevante, la dirigencia política debe asumir un rol de responsabilidad y claridad. Con el plebiscito, no puede haber medias tintas: o se está de acuerdo o no. Porque si en un tema en el que el país se juega gran parte de su sostenibilidad económica, una persona que aspira a ocupar el puesto de vicepresidente, pero que aspiró también a ocupar el de presidente, y no lo consiguió, no puede tantear la cancha para ver qué conviene a la hora de recoger adhesiones.
Se puede no estar de acuerdo con la reforma de la seguridad social que impulsó este gobierno, ya que los desacuerdos son la base natural de la actividad política. Se puede elegir acompañar el plebiscito que impulsa el PIT-CNT, a pesar de los numerosos y variados informes que muestran las posibles consecuencias del mismo. Lo que no se puede hacer es dar un paso hacia adelante, dos hacia atrás y dudar en el medio. A quién se le ocurre estar especulando con proyecciones electorales con un tema en el que cualquiera que aspire a ocupar un lugar de responsabilidad, en este y en cualquier país del mundo, debe tener una postura definida.
Frente a este dilema, surge la pregunta ¿es ético poner la firma para habilitar un plebiscito, que en caso de aprobarse pondría al Uruguay en una situación de incertidumbre absoluta, para conseguir el apoyo del Partido Comunista, Socialista y el PIT-CNT? Podemos creer que fue una decisión involuntaria, que se vio obligada a tomar, por la presión de los sectores que la rodearon. Si esto fuera así, esta decisión habla de una persona que carece de liderazgo y personalidad, dos habilidades imprescindibles para gobernar. Pero también podemos creer que lo hizo para reafirmar su liderazgo y avivar la llama militante dentro de estos sectores. En ambos escenarios hay un ejercicio de la ciudadanía absolutamente irresponsable.
El dirigente dirige, y si la gente está de acuerdo lo acompaña, y de lo contrario, que busque a otro que lo represente mejor. Esto no implica que no haya comunicación entre la dirigencia y el electorado, ni que se hagan oídos sordos a los reclamos de la ciudadanía. Tampoco quiere decir que el dirigente no tenga margen a equivocarse y cambiar de opinión. Lo que implica, es que si uno se adapta en todas las circunstancias a lo que cree que la mayoría quiere, no es dirigente, es dirigido. Lo grave, en definitiva, no termina siendo la resolución de Cosse, lo grave son las formas, y aunque no le cabe el poncho únicamente a ella, son conductas que empiezan a volverse moneda corriente en la actividad política.
El sistema político se encamina a ir a contramano de la acción comunicativa de la que hablaba Habermas. El diálogo racional escasea, no hay escucha ni intercambio, no importa que diga la contracara, la respuesta del adversario está pregrabada. Se actúa con una irresponsabilidad absoluta, porque la ambición puede más que todos los proyectos
colectivos o la visión de país. ¿Cómo es posible el ejercicio más pleno de la democracia deliberativa, si la apertura al intercambio está sujeta a que pasen algunas instancias que aseguren determinados lugares personales?
Bajemos la pelota al piso, y aprovechemos la oportunidad que este hecho nos brinda para hacer autocrítica sobre una situación a la que no se llega por irresponsabilidad política, al menos, no solo por ello. En lugar de exigir a los políticos un comportamiento altruista, que genuinamente suena cada vez más irreal y que reniega en cierta parte con su naturaleza humana, preguntémonos qué es lo que realmente le estamos exigiendo.
Przeworski sostiene que las elecciones obligan a los políticos a compaginar su interés personal, que será ser electos o reelectos eventualmente, con el interés colectivo. Si actúan en contra de los intereses de los electores, no lograrán alcanzar su objetivo personal. Pero resulta, que las elecciones pasan, y políticos que actúan en contra de mínimos éticos ya no solo para la actividad política, sino que, pensando en el ejercicio de la ciudadanía de forma responsable, logran sus objetivos y acrecientan eventualmente su electorado.
Ante esta situación, los ciudadanos somos entonces, al menos, cómplices de la irresponsabilidad de la dirigencia, apartándonos de un ejercicio responsable de la ciudadanía y de nuestras obligaciones. Si no exigimos un ajuste en la conducta del sistema político en su totalidad, aunque sea, a través del sufragio, lo que viene después son lágrimas de cocodrilo. No cumplir con nuestra parte, es condenarnos al desastre. El precio de desentenderse de la política es ser gobernado por los peores hombres, advertía Platón hace 2400 años. Esta sentencia, que surgió en la crisis de la democracia ateniense del siglo V aC, resuena con una vigencia absoluta en nuestros días.
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