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Andar sobre dos rieles por Ruben Montedonico

Andar sobre dos rieles  por  Ruben Montedonico
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Agotar las críticas al progresismo y la socialdemocracia en una nota -por más insatisfechos que nos sintamos con esta democracia y la promesa de quién sabe qué revolución “sine die”- no parece solo un esfuerzo vano sino excesivamente pretencioso. Me satisface quedar al inicio, en el borde, señalando el alejamiento de esos grupos -que fueron o son gobiernos- del combate al imperialismo y la confrontación de clase que no se acaba al derrotar una fase del capitalismo -el neoliberalismo, aconsejado por el Consenso de Washington, alentado por los organismos políticos y económicos afines a EE.UU, que establecieron que Chile era un modelo exitoso de la periferia- y no a todas sus ajustadas modalidades de presentación, de globalización -a veces- o en alguna versión de semiautarquía central con proteccionismo, presionando aperturas a otros.
Recurriendo de base a Antonio Gramsci y adecuándolo a las realidades actuales, partamos del principio de hegemonía de clase dando tiempo a la ejecución política, más cercana al Estado, y otro a lo social, encabezado por el movimiento sindical y organizaciones de DD.HH, en acciones combinadas que denomino “andar sobre dos rieles”. En la propuesta aludida, la solución que aporta la burguesía a la concepción del derecho y a la función del Estado expresa, fundamentalmente, una voluntad de conformismo: la clase es conservadora en general, en el sentido de no pretender acercar la integración de otras fracciones de clase a la suya y ampliar su esfera de esquisto ideológico, abriéndose temporalmente solo en momentos electorales, embarcándose en la función de “educador”: siente que es a la sociedad a la que implanta mayoritariamente su idealidad; en todo momento se siente dominante.
En ese instante surge el papel asignado a los agrupamientos electorales populares que, en mi comprensión, deben adecuar sus acciones pensando en un futuro socialista donde dichos instrumentos podrán ajustarse, pero no abolirse.
Otros aspectos no menores corresponderán al movimiento social -con los trabajadores como vectores principales- por lo que los seguidores del marxismo damos un valor primordial a sus ejemplos de acción revolucionaria, de educación popular a los asalariados que lo demanden, que son objeto de la captura alienante (por los poseedores del capital) de su fuerza de trabajo. Marx nos dejó algo mucho más sólido que una forma de entender lo económico: nos legó una rebeldía plena de ética humanista.
La lucha emprendida pasa porque “la tortilla se vuelva”: la burguesa forma de mandar de “arriba hacia abajo” deberá ser cambiada por la experiencia de dirección de “abajo hacia arriba”. La nuestra y la de las generaciones revolucionarias venideras son las que nos conducen al abandono de las inclinaciones jacobinistas, autoritarias y, en consecuencia, a poner túmulos a vocaciones de rendir cuentas según las reglas disciplinarias que llegan impuestas por los Estados.
En los inicios, la insurgencia será acompañada por grupos intelectuales que harán labores de educación e incorporarán otros contingentes.
Entre las fuerzas autoproclamadas de izquierda -atendiendo a las composiciones parlamentarias, entre otras causas- existen ciertos grupos que despliegan una mirada nacional en coincidencia con sectores ultraderechistas sobre un conjunto de temas, haciéndolo estos últimos sin perder su perfil, lo que equivale a decir que mantienen una óptica híperconservadora. Estas coincidencias, de acuerdo con las explicaciones que se dan, giran en torno a la visión común de cómo enfrentar a poderes transnacionales, que son los que toman las decisiones sobre lo que pasa a los países y en particular lo que pesa sobre los trabajadores. Las posturas dialoguistas, progresistas o socialdemócratas -en conjunción en determinados momentos con la ultraderecha- enfrentan algunos de esos intereses transnacionales entendiendo que están defendiendo de mejor manera al Estado-patrón y a las empresas públicas, incorporándole a sus discursos el término soberanía, entendiendo que es la forma de proteger los recursos nacionales, justificando -en su caso- todos los contactos con el ala más extrema del reaccionarismo.
Los grupos citados -coherentes con su pensamiento y postura- tienen, asimismo, que sostener que las fuerzas armadas deben incorporarse al pensamiento descripto y pasar a constituir el factor militar de la defensa (preponderante) que deberá resguardar los recursos naturales y enfrentar las amenazas que sobrevengan. A esto deben sumarse funciones más tradicionales -dicen- de asegurar la preservación de la seguridad y la paz del territorio (aunque sean disposiciones de los mandos sin consultar al conjunto de los integrantes).

De acuerdo con esa concepción acerca del cuerpo institucional, dichas fuerzas tienen un papel social que cumplir en actos del desarrollo, ocupándose de objetivos “primordiales” del Estado, como los recursos naturales, cuestiones de ciberseguridad y otras. Alguien que lea esta colaboración quizá no dará crédito a lo sostenido: digo que hay pruebas documentales de lo que afirmo. Otros se agarrarán la cabeza repasando cómo militares de diversas naciones, que deshonraron uniformes desobedeciendo órdenes, mintiendo, asaltando las instituciones y reprimiendo, obligaron a exilios, apresaron, torturaron, condenaron, desaparecieron y asesinaron, dando razón a los que proclamaban que esas fuerzas eran reserva y brazo armado de la derecha.

Dudo que un bien nacido -con independencia de su ideología- apruebe la visión de quienes buscan estar protegidos por estos seres -que, salvo contadas excepciones- piensan que (en mal momento) el estanco de la fuerza armada fue puesta a su disposición por quienes argumentaron que así se defendía la soberanía, cuando de forma principal se resguardaban privilegios imperiales por adiestrados obedientes: eran (son) “patriotas del presupuesto”. Es por demás evidente que con esa “izquierda” no llegará el socialismo, sin importar el (o los) nombre (tes) que le den a continuación.

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