Más allá de hacer un “balance” al cumplirse la mitad del mandato del gobierno, prefiero aportar algunos apuntes, quizá reflexiones, sobre la ocasión. A esos efectos, veremos algunos resultados, algunas consideraciones políticas (más referidas al Uruguay en general que al gobierno en particular) y algunas posibles perspectivas.
Resultados. Primero, el balance de la pandemia fue indudablemente positivo, entre salud y economía, anclado en el valor de la libertad que esgrimió el presidente desde la hora cero de esa crisis. De hecho, la “herencia” fiscal recibida del gobierno anterior no fue buena y eso limitó las posibilidades, pero las referidas a salud y políticas sociales sí lo fueron y ayudaron, con políticas arraigadas en la sociedad desde tiempo inmemorial.
Y en materia macro económica, hasta ahora, y como suele suceder, hay buenas y malas. Una economía que había crecido casi nada en el quinquenio anterior (4,2% en cinco años) y destruido más de 50 mil empleos, recibió el impacto de la pandemia y rápidamente se recuperó. Lo mismo sucedió con los empleos en términos absolutos, pero no aún relativos a la población en edad de trabajar, donde destaca un fuerte aumento de los inactivos. Los salarios reales todavía están por debajo de los de 2019 pues cuando iban a empezar con la recuperación, la aceleración de la inflación los impactó, lo que llevó al gobierno a anticipar ajustes. La inflación, precisamente, sigue en el “debe” y no viene al caso “culpar” a la guerra ya que antes de que ella comenzara, todavía seguía a sus anchas en las magnitudes que son habituales en nuestro país, incumplidor serial de metas de inflación. En cambio, es encomiable la gestión fiscal, la de la deuda y el mantenimiento del grado de inversión, que, como la salud personal, sólo se extraña cuando se la padece. Claro está que estamos en “el año del medio” del mandato que, habitualmente, es el de mejor resultado fiscal, antes de que comiencen nuestros “carnavales electorales”. Pero esta vez hay una institucionalidad fiscal y una regla que harían imposible que esto ocurriera. El tiempo dirá.
Política. El presidente, con su impronta liberal, conduce un gobierno de coalición donde sus integrantes mayoritariamente no lo son. Ni la mayoría de los propios, ni, mucho más, los aliados. Y, una vez más, se demuestra que la política es el arte de lo posible. El presidente hace lo que puede, dadas las circunstancias. Si bien ha dejado por el camino alguna prenda del apero (el mercado de los combustibles parece ser el caso más notorio), ha logrado que la coalición funcione: se han aprobado sin mayores dramas las leyes presupuestales, lo mismo que la LUC y su ratificación en referéndum. Ahora se la probará una vez más con el proceso parlamentario de la reforma previsional.
Si bien prefiero la impronta presidencial que la de la coalición, y valoro más positivamente la gestión de aquél que la de ésta, reconozco que el “ADN yorugua”, social estatista y lentón, está mejor representado por la coalición. Eso lleva, para bien y para mal, que los gobiernos terminen siendo más parecidos que distintos entre sí. Y que los cambios se produzcan en cámara lenta.
Para colmo, ese ADN se adoba con la autocomplacencia que es exacerbada en tiempos en los que la región tiene una pobre performance en la que no es difícil ser el tuerto en tierra de ciegos.
¿Cómo seguirá? Naturalmente es muy difícil pararse en el día 1° de marzo de 2025 e imaginar la situación que tendremos en ese momento. Luego de que se sucedieran una pandemia después de un siglo y una guerra europea después de siete décadas, hay que ser más humildes que nunca en nuestras proyecciones. De todos modos, algunas pinceladas deben ser trazadas.
En lo macro, es muy relevante lo referido a la regla fiscal. Si se cumple, algo importante habrá empezado a cambiar y la prueba de fuego para la regla, si este gobierno la cumple a cabalidad, será su cumplimiento por otro gobierno, de otro partido o coalición. Creo que se llegará a fin de período con una recuperación de los salarios al nivel del punto de partida y habrá que ver qué termina pasando con el empleo para saber lo que ocurrirá con la masa salarial en términos del PIB. Mientras tanto, la inflación seguiría sin cumplir con las metas, como suele suceder en nuestro país en más el 80% de las veces.
En materia de reformas, aún si se concretara una buena en materia previsional y se avanzara en los términos previstos con la de la enseñanza pública, lo que en ambos casos está por verse, la agenda de pendientes seguiría siendo frondosa.
En definitiva, sería un gobierno que, como es habitual en nuestro país, cambiaría poco lo recibido de sus antecesores y daría algunos pasos (no demasiados ni muy largos) en la dirección correcta. Nada espectacular, nada espantoso. Fiel a nuestro “ADN yorugua”. Y que pase el que sigue.
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