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Bichos locos invaden Punta del Este Alejandra Waltes

Bichos locos invaden Punta del Este  Alejandra Waltes
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El artista plástico William Moreira inauguró, el pasado 20 de noviembre, la muestra “Bichos locos”, en la Galería Sur ubicada en la pintoresca Barra de Maldonado. Las piezas, elaboradas a partir de desechos de playas, volquetas y de ferias, proponen una estética inusual por su original lenguaje expresivo.

Como la apertura de esta actividad cultural coincide obviamente con el inminente advenimiento de la temporada estival, la expectativa es que sea visitada por miles de turistas, en su mayoría uruguayos, a consecuencia del cierre de fronteras impuesto por la emergencia sanitaria devenida de la pandemia de Coronavirus.

Más allá de este contexto de alta complejidad –que es planetario- y de la lógica retracción en el consumo de bienes, la labor artística, desafiando como siempre la adversidad, prosigue sin pausas.

La prueba de ello es que esta exposición  ya fue presentada con singular éxito, en España e Italia, dos auténticas cunas de la cultura que saben apreciar el arte de calidad y la intrínseca originalidad, sin reparar en su procedencia.

Conscientes del incuestionable prestigio del autor uruguayo y de su indudable proyección internacional, los responsables de Galería Sur incorporaron al artista a su nómina de exponentes.

Esta muestra, de un autor que llegó a ocupar un lugar de preferencia en la vidriera de la Latina de Montevideo y supo pasear su arte por  la galería Pays de Poche, ubicada a la vuelta de la emblemática catedral Notre Dame de París,  por Buenos Aires y Colonia, destaca por su diseño, su densidad, su ingenio y su explícita originalidad.

La proliferación de figuras y personajes construidos a través del ensamblado de piezas, posee, sin dudas, un intenso impacto visual y, en la mayoría de los casos, simbólico. Es el resultado de la inspiración de un artista sin dudas fecundo y singular, que supo condensar –con indudable destreza y libertad- su talento y emociones a partir de objetos reciclados.

En este caso concreto, su obra corrobora que cuando se posee creatividad en estado químicamente puro como es el caso, casi todo es posible.  Para ello, se requiere trabajar con las formas sobre materiales tan nobles como maleables y, naturalmente, con el componente de fantasía del eventual observador.

Más allá que ha expuesto en conocidas y prestigiosas galerías locales e internacionales, Moreira tiene claro que lo primordial es el permanente diálogo entre el artista y el observador -consumidor, en una suerte de romance que corrobora la universalidad del arte, más allá de tendencias, escuelas, estilos y señas identitarias.

Empero, aquí lo transcendente es la evolución de William Moreira, cuya veta creativa original fue la pintura costumbrista, en cuyo marco representaba gauchos, paisajes y otras escenas de intensa raigambre telúrica. Estos productos, más allá de sus eventuales implicancias históricas, le permitieron posicionarse como uno de los autores más valorados y representativos de ese estilo tan nuestro.

Empero, esta suerte de mutación no fue ciertamente casual. En efecto, a partir de la enriquecedora experiencia de visitas a Nueva York –una de las grandes mecas y emporios de las artes pláticas- su pintura se tornó bastante más abstracta.

Mutación creativa

En ese marco, comenzó a experimentar con materiales que nunca antes había usado, particularmente con objetos en desuso, muchos de ellos con un alto grado de deterioro, cuyo destino inexorable era la destrucción o, en otros casos, el reciclaje con impronta industrial.

Su primer intento de incursionar en una modalidad de arte para él inédita, fue el ensamble de una bicicleta con unas perchas de madera. Como el producto se vendió, esa circunstancia lo motivó a seguir adelante en su nuevo camino.

Por supuesto, como en la vida no hay logros sin renuncias, su pasión fue más fuerte, a raíz de lo cual decidió cerrar el laboratorio dental que gestionó durante casi treinta años, para dedicarse plenamente al arte.

William Moreira Cruz, que nació el 19 de octubre de 1962 en El Sauce, departamento de Canelones, Uruguay, comenzó a pintar con Esteban Garino. Empero, inició su camino como potencial creador en ciernes cuando conoció al maestro Guillermo Fernández.

Luego, desde 1996 a 2002, se nutrió de la obra de los grandes iconos de las artes plásticas en los Estados Unidos, lo cual fue naturalmente decisivo para su ulterior aprendizaje, maduración y desarrollo.

A partir de 1983,  participó en más de setenta exposiciones colectivas y también presentó numerosas muestras individuales, en nuestro país, Paraguay (Asunción), Brasil (Río Grande do Sul), España (Madrid) y Estados Unidos (Nueva York).

Por su trabajo, Moreira Cruz recibió numerosos premios y distinciones y sus obras pueden apreciarse en salas, galerías y museos de instituciones públicas y privadas locales.

La inauguración en el este uruguayo de su exposición “Bichos locos”-denominación que sugiere ciertos componentes de humor  de impronta en este caso lúdica- constituye un superlativo acontecimiento artístico, en plena crisis devenida de la epidemia de Coronavirus.

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