El impresionante desarrollo de las ciencias biomédicas en las últimas décadas nos va mostrando el poder que vamos adquiriendo sobre nosotros mismos, nuestra especie y el medio ambiente. Muchas promesas que hace pocos años parecían utópicas o de ciencia ficción son hoy posibles. La reciente noticia de la creación de “embriones sintéticos” o los proyectos de úteros artificiales, así como los proyectos de interfaces entre cerebros humanos e inteligencia artificial, exigen cada vez más una reflexión antropológica, ética, social y política. Los avances en Inteligencia artificial aplicada a la salud, en la biología sintética, en la edición genética y en neurociencias, así como el impacto ambiental de nuestras acciones sobre la naturaleza y otras especies, plantean cada vez más preguntas no solo a los investigadores y al personal de la salud, sino a juristas, poderes públicos y a todos los ciudadanos en general. ¿Debemos hacer todo lo que resulte técnicamente posible en procreación asistida para “mejorar” la “calidad” de los futuros niños? ¿Deberíamos editar genéticamente embriones? ¿Merece ser preservado el ser humano tal como lo conocemos o deberíamos modificarnos como plantean algunos transhumanistas? ¿Tenemos derecho a experimentar con animales para mejorar nuestra salud como especie?
Las decisiones que tomamos en estas cuestiones, además de ser complejas porque exigen una gran responsabilidad sobre los demás y especialmente sobre las futuras generaciones, no obtendrán su respuesta fundamentalmente de los aportes de la acumulación de información y pruebas, sino de un profundo, riguroso y sólido debate filosófico (antropológico y ético), que tenga en cuenta las evidencias científicas. Este es el ámbito de la Bioética, y por la relevancia de las cuestiones que trata es que cada vez más se crean comités nacionales de Bioética. Existe un Comité Internacional (Unesco) y redes internacionales de expertos en filosofía (antropología y ética), ciencias biomédicas y derecho que investigan en cuestiones bioéticas para asegurar un discernimiento más responsable en cuestiones de tan alta complejidad.
¿Qué es la Bioética?
Elena Postigo la define como “el estudio sistemático e interdisciplinar de las acciones del ser humano sobre la vida y el ambiente considerando sus implicaciones antropológicas y éticas, con la finalidad de discernir racionalmente lo que es bueno para los seres humanos, las futuras generaciones y el ecosistema, para encontrar una posible solución clínica o elaborar una normativa jurídica adecuada”.
Es una ética aplicada al trato del ser humano con la vida en todos sus aspectos, especialmente en ámbito de la ciencia y de la técnica. Al ser un saber práctico su finalidad fundamental es encontrar, formular y establecer principios, criterios y normas que guíen el obrar del ser humano respecto a la vida y en su dimensión jurídica, contribuir a la elaboración de leyes adecuadas que permitan el desarrollo y el progreso humano. Es un saber interdisciplinar entre filosofía, antropología, ética, derecho y ciencias biomédicas. Considera las cuestiones antropológicas y éticas, las evidencias científicas y el derecho.
Además de ocuparse de la fundamentación filosófica, estudia problemas específicos relacionados con la práctica médica y sanitaria, la relación médico-paciente, la salud mental, las adicciones, la experimentación con seres humanos y con animales, el cuidado del medioambiente y la biodiversidad, la ética de la investigación científica, el origen de la vida, la fecundación, la gestación, la investigación con embriones, el diagnóstico prenatal, la clonación, el uso de células troncales embrionarias, las técnicas de reproducción asistida, la maternidad subrogada, los cuidados paliativos, la eutanasia, el suicidio asistido, los criterios de muerte clínica, las voluntades anticipadas, los derechos de los pacientes, el transhumanismo y los proyectos de mejoramiento humano, etc. A su vez se ocupa de la perspectiva jurídica (bioderecho o bioética jurídica), legislaciones sobre cuestiones bioéticas y de las repercusiones que tienen sobre la sociedad y cómo las decisiones políticas impactan sobre cuestiones bioéticas.
¿Dignidad humana o calidad de vida?
La preocupación central de la bioética es que las prácticas biomédicas estén en armonía con el respeto de la dignidad humana, fundamento de los Derechos Humanos. De hecho, el comienzo de la bioética después de la segunda guerra mundial, ha ido de la mano de la toma de conciencia de los derechos de los pacientes, de los límites de la experimentación con seres humanos y del respeto por la persona, especialmente por los más vulnerables y dependientes. La dignidad humana es el punto de referencia decisivo, pero donde también existe hoy un complejo debate filosófico que tiene implicancias éticas, jurídicas y políticas de gran alcance. De hecho, la concepción de que cada ser humano posee un valor intrínseco e inalienable opera como el fundamento que sostiene las normas que regulan la materia. Y contrariamente a lo que podría pensarse, la idea de dignidad inherente que exige un respeto absoluto por cada vida humana, y ocupa un rol indiscutible en el derecho internacional de los derechos humanos, no es una cuestión pacífica entre los teóricos de la bioética, especialmente en el mundo anglosajón donde las perspectivas utilitaristas y libertarias han ido imponiendo una concepción fuertemente individualista y pragmática, que relativiza la dignidad humana a otros intereses. Este debate está detrás de las diversas posturas en torno a la cuestión del aborto, de la manipulación de embriones, de la clonación, de la experimentación con seres humanos, de la maternidad subrogada y de la eutanasia, entre otras cuestiones problemáticas y sobre las que existe una larga discusión.
Es verdad que muchas veces la noción de dignidad se ha usado como un recurso retórico abstracto y casi vacío, que da lugar a múltiples usos, incluso contradictorios. Pero esto exige un debate más honesto y riguroso sobre lo que implica el reconocimiento y el respeto por la dignidad de todo ser humano, sin importar su condición.
Algunos autores utilitaristas han reducido la dignidad a la autonomía, pero si solo son dignos los autónomos, no tendrían dignidad ni los recién nacidos ni los que han perdido la autonomía en su vejez o por una discapacidad, y en consecuencia no tendrían ningún derecho. La dignidad no se reduce al respeto a la autonomía, porque si bien forma parte de lo exigido por la dignidad, no es su fundamento último. Para evitar tener que problematizar la dignidad en casos de personas sin autonomía o en estado vegetativo, simplemente han argumentado que habría seres humanos que no son personas, y con ello los seres humanos que “no son personas”, no tendrían derechos y podrían ser eliminados sin problema. Por más que sea un individuo de la especie humana, si no se lo considera persona, si no puede valerse por sí mismo, no se le reconocen derechos y su vida no vale nada.
Algunos bioeticistas comenzaron a plantear que no se usara más el concepto “dignidad humana”, sino “calidad de vida”. Lo cual recuerda a un pequeño libro de 1920 publicado en Alemania por un jurista Karl Binding y un psiquiatra Alfred Hoche: “El derecho de suprimir las vidas que no merecen ser vividas”. Se preguntaban si no existen ciertas vidas humanas que han perdido a tal punto su calidad de “bien jurídico” que ya no tengan ningún valor para los portadores de esas vidas ni para la sociedad. Es un problema conocido, una historia catastrófica cuando se ha usado la expresión “calidad de vida” para clasificar vidas humanas que se ubican por debajo de lo “normal” y se justifica su eliminación o un tratamiento irrespetuoso de su dignidad. Este sea tal vez el debate más importante de la bioética en la actualidad y lo que exige un profundo estudio de la cuestión por parte de quienes tienen la responsabilidad de legislar en la materia.
Debates políticos y bioética.
Los temas que más dividen a la sociedad en la actualidad tienen detrás el creciente pluralismo ético y la amplia diversidad de posturas respecto a la utilización de las nuevas tecnologías, pero especialmente a la concepción de lo que sea el bien común y una vida digna. El pluralismo no es un problema, de hecho, la diversidad de perspectivas es una riqueza en una sociedad democrática, pero lo que puede ser un obstáculo a la convivencia es la falta de unos mínimos éticos, de un acuerdo en valores que permita un proyecto común en medio de las diferencias. Agrupaciones de ciudadanos con o sin bandera política, se muestran muchas veces como defensores de los Derechos Humanos, pero luchando por valores opuestos. Lo que para unos es un derecho, para otros es una violación de los derechos humanos. ¿Cómo es posible? Como lo ha expresado el Dr. Omar Franca (“Fundamentos de Bioética”, 2008): En sociedades plurales es preciso realizar honestos y profundos debates que “cristalicen en consensos o se pueda delinear puntos de desacuerdo que permitan también articular legislaciones equitativas”.
La agenda política tendrá cada vez más desafíos en cuestiones bioéticas que despiertan una gran sensibilidad, confusión y posturas extremas. Por ello se vuelve necesario contar, no solo con grupos de expertos que ayuden a comprender temas difíciles de abordar, sino con una mayor conciencia de la importancia de la investigación en Bioética como servicio a la discusión pública en temas que afectan gravemente a la vida y la dignidad de las personas.
En los países donde se cuenta con comisiones nacionales de bioética se elaboran estudios acerca de conflictos existentes en el campo de las ciencias biomédicas, que afecten directamente a la preservación de la vida, al cuidado de los más vulnerables, al impacto en la calidad de vida y el medio ambiente, y pensando siempre en las futuras generaciones. Así se puede contar con informes y recomendaciones sobre implicancias éticas y sociales de cuestiones emergentes en ciencia y tecnología. A su vez, no solo se discierne sobre el futuro, sino que se hace necesario revisar políticas públicas o legislaciones preexistentes a la luz de un permanente discernimiento ético que escuche y confronte las diversas posturas y perspectivas. En muchos países los mismos comités nacionales le piden a diversos expertos, ya sean científicos, juristas o filósofos, que ayuden a comprender para tomar mejores decisiones. A nivel internacional se ha resaltado la necesidad de debates y conferencias para servir como foros de discusión permanente, como un nexo entre la ciencia, la opinión pública y los legisladores.
Conocimiento y responsabilidad política.
Aunque parezca obvio, no es lo mismo opinar que saber. Confundir la opinión con el conocimiento se vuelve mucho más grave cuando las decisiones que se toman afectan la vida de los otros. Durante los peores momentos de la pandemia del Covid-19 los debates en torno a la relación entre política y ciencia dejaron en claro algunas cosas que son evidentes para los teóricos de la filosofía política, pero no lo eran tanto en la opinión pública. En sociedades complejas, donde hay una sobreabundancia de información que suele derivar en un caos de desinformación, se requiere de un duro trabajo de discernimiento prudente que tome en cuenta las evidencias que aportan las ciencias para pensar responsablemente las decisiones que afectan a todos.
Un ejemplo de ello es el actual debate en torno a la eutanasia, donde todavía existe un amplio desconocimiento del tema y una confusión, incluso entre actores políticos, sobre la diferencia entre sedación paliativa y eutanasia, o entre voluntades anticipadas y eutanasia, o entre cuidados paliativos y eutanasia. En otras ocasiones he escrito sobre los mitos que existen en torno a este tema, y todavía siguen siendo creencias arraigadas, totalmente alejadas de la ciencia y de la evidencia internacional. ¿Se pregunta a los especialistas en cuidados paliativos sobre la forma en que se maneja el dolor y el sufrimiento de las personas? ¿Son los expertos en bioética los protagonistas del debate o se reduce a cuestiones emotivas y político partidarias?
Por otra parte, no es desconocido que nuestra interacción cotidiana con los sistemas informáticos entrega una inmensa cantidad de datos que revelan mucho de nosotros, y de esa masa informativa se alimentan algoritmos de todo tipo, que aspiran a saber más de nosotros. Muchos estudiosos del tema están preocupados porque vayamos perdiendo libertades conquistadas, en la comodidad de una libertad asistida por la inteligencia artificial, que va adquiriendo un carácter sagrado e incuestionable. La reflexión ética se impone necesariamente si queremos construir nuestro propio futuro. Chile ha sido un caso único de legislación reciente sobre “neuroderechos”, por el previsible futuro de intervención sobre la intimidad de las personas con la excusa del progreso neurocientífico.
Cada vez más surgen nuevas técnicas que plantean interrogantes éticos sobre su conveniencia para la vida humana, para las generaciones futuras y para el medio ambiente. El desafío de tomar decisiones sobre el futuro de la humanidad no es algo para dejar solo en manos de los expertos, sino que requiere una reflexión colectiva y responsable, especialmente por la magnitud de sus previsibles consecuencias. En este sentido, el diálogo entre ciencias, humanidades y política es fundamental para un discernimiento que tenga en cuenta todas las dimensiones del asunto.
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