Atómica (Atomic Blonde), USA/Alemania/Suecia 2017. Dirección: David Leitch. Libreto: Kurt Johnstad basado en cómic de Antony Johnston y Sam Hart. Fotografía: Jonathan Sela. Música: Tyler Bates. Con: Charlize Theron, James McAvoy, John Goodman, Eddie Marsan, Toby Jones, James Faulkner, Sofía Boutella, Til Schweiger, Barbara Sukowa. Estreno: 07.09.2017. Calificación: Aceptable.
Quien vaya a ver esta película deberá exigirle sólo lo que quiso ofrecer. En Atómica todo está armado para posicionar definitivamente a Charlize Theron como la máxima heroína de acción de la actualidad. Después de verla pelear en Aeon Flux, Hancock y Mad Max: furia en el camino; de descubrir su terrible villanía en Blancanieves y el cazador y El cazador y la reina de la nieve; y de recordarla en su salvaje y excelente labor en Monster, sólo faltaba un personaje como el de Atómica para que la bella sudafricana ocupara el sitial que merecía en el cine de acción y aventuras.
La historia está ambientada en Berlín en 1989, en momentos en que está cayendo el Muro, y tiene como eje a una agente del MI6 británico. Es decir, la chica es colega de James Bond, y tan letal como él, ya que aunque aquí nadie habla de licencias para matar ni “dobles ceros”, la violenta fémina deja por el camino un verdadero tendal de cadáveres. Charlize es enviada a la capital alemana para investigar el asesinato de un colega y el robo por parte de la KGB de un microfilm que contiene una lista completa de todos los espías activos en la URSS. Lo que sigue a partir de ese momento es una incontenible escalada de violencia, en medio de la cual navegan a dos aguas varios resbalosos personajes secundarios, en especial el contacto británico de la protagonista (James McAvoy, casi tan loquito como en Fragmentado) y la bella espía francesa Sofía Boutella (igual de oscurita que en La momia).
Además de resaltar en todo momento a Charlize (ella es la productora del film, qué embromar), el otro objetivo ha sido inventar una versión femenina del John Wick que compuso Keanu Reeves en las estupendas Sin control y John Wick 2. Para asegurarse de ello se contrató a David Leitch, que aquí debuta en solitario tras la cámara, pero que tiene 20 años como doble de riesgo y especialista en entrenamiento y rodajes de escenas de acción. Eso se nota en Atómica, porque los enfrentamientos a piña y patada limpia están llevados a cabo no sólo con la habitual perfección del mainstream de Hollywood, sino con verdadero sentido coreográfico, lo que los termina convirtiendo en un ballet. En ese aspecto merece especial destaque el largo plano-secuencia que comienza en las escaleras de un edificio y termina con una fuga en automóvil, uno de los fragmentos de acción más logrados del cine actual. Esos raptos de furor adrenalínico son hábilmente contrarrestados por fugaces instantes de eficaz sensualidad, como la presentación de Charlize en la bañera llena de hielo o su encuentro lésbico con Boutella, mientras una adecuada banda sonora rescata viejos éxitos musicales, la fotografía se llena de luces de neón y el vestuario nos transporta con gran eficacia a fines de los años 80.
Si Atómica no salva con nota el examen es por culpa del libretista Kurt Johnstad, que se despacha con una historia innecesariamente complicada y no decide qué diablos hacer con ella. Es que de a ratos la película adopta un tono fúnebre con el cual remeda el estilo de John Le Carré, pero el sinfín de traiciones que se suceden contradice la atmósfera aparatosa que domina a la trama. Sin esa absurda seriedad el entretenimiento pudo ser redondo. De todas formas debe reconocerse que el objetivo primario de la producción se ha logrado plenamente, porque el espectador sale del cine deseando ver más películas de esta rubia atómica, aunque sus futuras aventuras deberán abandonar la impostada complejidad argumental en beneficio de una lisa y llana adrenalina.
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