El texto constitucional fue derrotado en una jornada histórica donde 15,1 millones de ciudadanos fueron convocados a votar de forma obligatoria. Hoy, ya con los datos digeridos y muchas notas de prensa sobre la mesa, -de lo cual me sirvo para estas líneas- es oportuno analizar el batacazo que sufrió una reforma constitucional. En los papeles y en las redes sociales se presentaba como altamente popular y predestinada a barrer con las rémoras y lastres del régimen pinochetista, pero ello no sucedió. Veamos.
El alza en las tarifas de transporte del metro de Santiago fue la piedra de toque de un proceso que fue madurando hasta encausar en el plebiscito constitucional. Para muchos analistas y académicos #ChileDespertó. Con hashtag sí, porque fue tendencia y porque motivó la publicación de variados artículos que daban cuenta de las causas profundas de una rebelión contra el “modelo chileno” heredado del 80’ y su clase política, que por extensión demandaban profundos cambios institucionales.
Su traducción se puede sintetizar en diversos hitos. Pero en este enfoque de la nota se escoge tres momentos institucionales claves. 1) El plebiscito de entrada en octubre de 2020; 2) la elección de los constituyentes de 2021; y 3) el plebiscito definitivo o de salida del 4/9.
El plebiscito de entrada, contó con acuerdo parlamentario. Tuvo el objetivo de consultar a la ciudadanía si estaba de acuerdo en iniciar un proyecto constituyente. El primero desde 1989. Pero no es menor que se haya dado como una respuesta a la convulsión social que sufría el país, y tenía contra las cuerdas al gobierno de Piñera. Dio la pauta, al menos a la distancia, de ser más una medida de apaciguamiento de los violentos, que una convocatoria madurada de reforma. El hecho de que fuera de concurrencia voluntaria no es menor. Más bien todo lo contrario. Fue clave porque las elecciones de tipo voluntario suelen movilizar a un electorado ideológicamente más motivado. O, en otras palabras, que no representa necesariamente al votante promedio. La participación igualmente fue del 50,9% de los cuales el 78% manifestó su voluntad de aprobar una nueva Constitución.
El segundo hito. La elección de la Convención Constitucional del 2021 también tuvo la característica de ser de voto voluntario. Se realizó simultáneamente con las elecciones municipales y regionales. El resultado fue una bofetada para el gobierno y la centro izquierda. Los grandes ganadores fueron los candidatos independientes en detrimento de los partidos tradicionales, con la excepción del Partido Comunista y Frente Amplio. No obstante, un dato no menor fue el 42% de participación. Claramente se definía un marcado perfil de quienes tendrían a su cargo la elaboración de la nueva Carta Magna.
El tercer hito. A diferencia de las instancias electorales anteriores, para el plebiscito de salida el voto fue obligatorio. Ello constituye desde el punto de vista de las reglas de juego un cambio de hondas repercusiones. No solo en cuanto a la participación, que fue histórica y alcanzó el 85,8%, sino también en el perfil del votante promedio. En esa jornada se condensaban muchos datos, que de su interacción traerían un resultado binario: aprobar/no aprobar. Muchas personas que no habían participado de las instancias anteriores ahora concurrieron a las urnas. Además, se transitaba por una situación sanitaria completamente distinta a la de las instancias anteriores, con lo que significa, por ejemplo, la salida de los mayores a votar. Y un párrafo aparte merece el contenido del texto constitucional.
En él se proponía un cambio profundo de la institucionalidad chilena a tono con lo que demandaba el estallido social. Los que más han destacado los expertos refieren a un estado plurinacional con sistemas de justicia distintos y con autonomía territorial. Si bien para los impulsores de la reforma los enfoques identitarios y colectivos constituyen un punto a favor, no menos cierto es que, más allá del país en cuestión, se pone en tela de juicio a la propia unidad nacional que garantizan las constituciones modernas desde hace 200 años. La eliminación del Senado es otro punto destacado, ya que es una institución que ha acompañado desde siempre a la República. Otro punto era la aspiración de alcanzar una democracia paritaria, que era una de las grandes demandas de los movimientos feministas. Y se agrega todo un conjunto de medidas tendientes a conformar un Estado Social de derecho. El ex Presidente Eduardo Frei -en su momento electo dentro de la coalición de izquierda Concertación- fue enfático en una entrevista al atribuir el rechazo al “radicalismo y refundacionalismo en un país moderado”.
El resultado era el esperado por las consultoras, pero no con la contundencia que se dio. Un 62% rechazó la propuesta, contra un 38%. Un margen de 24 puntos. Muy elocuente de que la reforma falló en obtener un apoyo transversal en la población chilena. Y muy probablemente en esto tiene mucho que ver el proceso en sí mismo. La razón, entiendo, se vincula a la no obligatoriedad de gran parte del proceso, lo cual llevó a que se movilizara determinado perfil de militantes, se eligiera determinado perfil de constituyentes y por extensión, se elaborara determinada carta constitucional. Y que, en definitiva, si bien hay una voluntad manifiesta de reformar, la reforma finalmente sometida a un plebiscito obligatorio, no se ajuste con las preferencias del votante promedio.
La población de Chile y su institucionalidad dieron una señal clara: las reformas no pueden ser por catarsis.
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