Cielo del 19 por Hoenir Sarthou
“Cielito cielo que sí/ cielo del 69/ con el arriba nervioso/ y el abajo que se mueve.”
(Mario Benedetti – Hector Numa Moraes)
Medio siglo ha pasado desde aquel cielito esperanzado, amenazante, y seguramente ingenuo, que acompañó a tantos actos, marchas y también a acciones menos lícitas.
En esos cincuenta años, tuvimos más de una década de dictadura militar, luego el desembarco del neoliberalismo en los 90, después quince años de gobiernos frenteamplistas y, como telón de fondo, un mundo que ha cambiado hasta ser casi irreconocible.
Sin embargo, en el Uruguay siguen disputando por la hegemonía las mismas “familias políticas” de hace cincuenta años, blancos, colorados, tupamaros, comunista, y en algunos casos hasta las mismas personas, J. Mujica, J.M. Sanguinetti.
La única diferencia es que, quizá por aquello de que la historia se repite dos veces, una como tragedia y otra como comedia, o porque al universo le divierte la ironía, los que hace cincuenta años eran “el abajo que se mueve”, hoy son “el arriba nervioso”, y viceversa.
Mientras tanto, China se ha vuelto potencia y mercado codiciado, EEUU vive la crisis de su era imperial, Europa se ha deprimido, unificado y vuelto a partir, el petróleo ha hecho rico y desgraciado al mundo árabe, el mundo se ha globalizado, las grandes decisiones se toman ya no se sabe dónde, y la tecnología nos comunica, nos espía, nos divierte, nos manipula, nos deja sin trabajo y nos convence de que podemos ser felices, todo a la vez.
¿Cómo es posible que, en semejante pandemónium, nuestros blancos, colorados, comunistas, tupamaros y poco más, sigan su parsimoniosa disputa infinita por el gobierno y las bancas parlamentarias?
Mi hipótesis es que eso es posible porque están disputando un trofeo vacío.
Hace cincuenta años, disputaban por cargos desde los que todavía se tomaban decisiones sustanciales. Si bien la lógica de la guerra fría ya nos había inscripto en el patio trasero de los EEUU, todavía era habitual que los gobiernos uruguayos pudieran definir cosas que no afectaran los intereses vitales de las potencias mundiales. Como no teníamos petróleo ni otras riquezas muy codiciadas, sólo interesábamos –y no mucho- desde el punto de vista estratégico.
Pero las cosas cambiaron, en el Uruguay y en el mundo.
Por un lado, las grandes decisiones ya no las toman los gobiernos, ni siquiera los de los Estados poderosos. Basta ver la forma en que los gobiernos de EEUU deben plegarse a objetivos que en nada benefician a su propio país para notarlo.
Por otro, Uruguay se ha convertido en propietario de cosas codiciadas. Es muy posible que el agua, la tierra, la posibilidad de producir celulosa y soja, estén empezando a jugar para nosotros el papel que el petróleo jugó para los árabes o la fruta para Centroamérica.
Por si eso fuera poco, da la impresión de que nuestra reducida escala territorial, poblacional y económica nos pone en óptima condición para funcionar como laboratorio experimental de políticas que después serán aplicadas en otros lugares. La obligatoriedad de la bancarización, y la legalización a nivel nacional de la producción de marihuana, por ejemplo, no tienen antecedentes similares casi en ningún lugar.
¿Qué deciden y qué discuten nuestros políticos, entonces?
Bueno, a la vista está. Debaten sobre quién es más corrupto, sobre si está bien o mal que se postulen personajes pintorescos, y prometen todos lo mismo (honestidad, orden, ideas, que todos seremos ricos y felices).
Nadie lo cree ni le da mucha importancia. En el fondo, ellos y nosotros sabemos que lo que harán no se diferenciará mucho. Quizá beneficien más a unos que a otros, pero en lo sustancial todos los candidatos seguirán la misma línea que no trazaron: desesperada atracción de cualquier inversión extranjera, buena letra ante el sistema financiero y ante las calificadoras de riesgo, más endeudamiento, y una parodia de políticas educativas y sociales.
El gran ausente en estas y en anteriores elecciones es el tema que sería vital tratar: ¿qué margen de autonomía tenemos como país en este mundo global, y qué podemos hacer con ese margen de autonomía?
Pero todo indica que ese eje de discusión, “soberanía- globalización”, seguirá ausente en el debate político 2019.
Nadie con chances de gobernar habla ni hablará de eso de acá a noviembre. Es el secreto a voces mejor guardado, el “tabú” que todos conocemos, pero no nombramos. Quienes lo mencionan sólo pueden aspirar a alguna banca testimonial en el Parlamento. Algo que no es para despreciar, pero que también confirma la pobreza de nuestra política nacional.
Me siento tentado a terminar este artículo con otra estrofa de “Cielo del 69”: “Cielito cielo que no/ cielito qué le parece/ borrar y empezar de nuevo/ y empezar pese a quien pese.”.
Es sólo una cita literaria que hago sin demasiadas ilusiones. Sin embargo, “borrar y empezar de nuevo, pese a quien pese” resulta lo más parecido a un programa político sensato en este mustio y globalizado 2019.
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