A primera vista, no deben existir ideas más antagónicas que las que surgen cuando pensamos en el cine biográfico y el nombre del director Christopher Nolan, ya que el realizador británico ha creado a lo largo de los años un cuerpo de trabajo que se ha encargado más del espectáculo que del estilo convencional de ese tipo de cintas. Sin embargo, hay dos factores que habría que considerar para entender por qué Oppenheimer pertenece plenamente al canon de películas de su realizador e, incluso, por qué puede que sea la mejor de todas ellas. La primera tiene que ver con su historial previo: además de todos los blockbusters de acción mencionados y la hazaña de construir una de las trilogías más recordadas del cine reciente (Batman), Nolan tiene en su historial producciones más discretas que buscaban el espectáculo pero también atrapaban al público por la complejidad de sus personajes, como Memento o El gran truco, e incluso en sus productos más grandes existe siempre una preocupación de crear un drama que no olvide la parte humana. Y el segundo factor se centra en analizar un tema central dentro de la filmografía del realizador: la forma en la que los actos (o las acciones) son continuamente recontextualizados por el paso del tiempo, creando individuos que se mueven de acuerdo a una fuerte motivación personal (fruto de su contexto) para luego exponer, desde la narración, la obstinación humana y sus consecuencias a largo plazo. Esa misma obstinación también puede ser la del director, quien siempre ha tratado de reflejar, en sus películas, ese cambio intangible, a través de estructuras narrativas no lineales que saltan en el tiempo para aportar información al espectador, complementar o darle un nuevo significado a lo que termina sucediendo en el presente que se nos muestra.
Y según Nolan, eso es exactamente lo que ocurre en la vida de Julius Robert Oppenheimer, físico que pasó a la historia luego de haber sido el director del Proyecto Manhattan, programa del ejército de los Estados Unidos que fue responsable de las primeras armas nucleares que se conocieron en la Historia, al ser usadas contra Hiroshima y Nagasaki en 1945. El protagonista le da al director una oportunidad ideal para analizar, desde un punto de vista histórico, una obstinación en pos de una causa que considera la justa (ideando una bomba de destrucción masiva para ‘tenerla antes que los Nazis’ e, idealmente, acabar con la guerra al demostrar que existe un arma con tamaño poder de destrucción) y su posterior arrepentimiento al ver lo que esa decisión representa para el resto de la humanidad, además de una escena política cambiante que también influye en esa recontextualización de los hechos, analizando y juzgando las decisiones pasadas desde un nuevo punto de vista.
Y ahí se encuentra la clave de esta nueva cinta, que va en sintonía con la fascinación de Nolan: todos los eventos de nuestras vidas dependen del punto de vista en el que se vean. Eso es lo que se cruza en casi todas sus narraciones, desde su debut, Following, hasta Batman – el caballero de la noche asciende, y aquí toma un lugar fundamental, incluso desde lo estético: las escenas objetivas son filmadas en blanco y negro, como documentando la frialdad de los hechos, y las subjetivas, en donde vemos lo que ocurre desde el punto de vista del personaje principal, son a color. Con eso en mente, el realizador vuelve a realizar un estudio de la obstinación humana, sus causas (en este caso, el genuino y desesperado convencimiento de que era una solución definitiva a la guerra) y sus consecuencias (una nueva carrera mundial armamentística con el fin de diseñar una bomba aún más grande), pero también compone en su segunda mitad un notable alegato en contra del revisionismo histórico sin reflexión, la caza de brujas y la huella en el tiempo que dejan todas nuestras acciones.
Aprovechando el rico contexto histórico en el que se sitúan los acontecimientos, el director toma un riesgo y elije algo que no se había observado antes en un cine: una crítica abierta al reaccionarismo que existió en la época altos cargos políticos en los Estados Unidos y una amarga reflexión sobre la forma en la que las sociedades alzan figuras hasta el estatus de héroes, luego se aprovechan de sus capacidades, y finalmente, cuando no son útiles para el sistema o son ahora personalidades incómodas según la opinión dominante, se las destruye hasta ser prácticamente borradas.
Prodigiosamente filmada, musicalizada y montada, Nolan consigue aquí una cinta con gran riqueza de temas y un fino aprovechamiento de sus virtudes como narrador (su habitual manejo de la atmósfera y el crecimiento de la tensión, ahora aplicadas a duelos ideológicos), y deja uno de sus mejores guiones en manos de un grupo de actores uniformemente estupendo, liderado por Cillian Murphy.
Párrafo aparte merece el esfuerzo del realizador para que su película se vea en el formato que desea: el fílmico. Nolan filmó Oppenheimer en 70MM tamaño IMAX, y su intención es que el público se acerque a la cinta tanto en 70MM como en 35MM. En Uruguay, la Cinemateca Uruguaya todavía conserva en buen estado un proyector de 35MM, lo que la convierte en una de solo cuatro locaciones en Latinoamérica que puede proyectarla de esta forma. El resultado es una imagen con colores más vivos, mayor contraste en el blanco y negro y mejor definición. Un formato que fue el estándar y hoy se volvió una rareza que solo un director de primer nivel puede resucitar.
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