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La perdurabilidad de un sempiterno ícono del terror Por Carlos Acevedo

La perdurabilidad de un sempiterno ícono del terror  Por Carlos Acevedo
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Suele afirmarse que la industria cinematográfica está transitando, desde hace décadas, por una crisis creativa. Casi ningún director o productor se atreve a arriesgarse con enfoques o temáticas nuevas. Más allá de posibles explicaciones, lo cierto es que se estiran sagas que comenzaron en los años ochenta o noventa, se producen remakes de filmes clásicos, algunas veces demasiado rápido, o se reflotan añejos personajes. Es el caso de una nueva adaptación a la pantalla grande de “Drácula”, famosa novela escrita por Bram Stoker en 1897, que se estrenará en agosto próximo.

El terror como género es casi tan antiguo como el propio cine. Tan sólo un año después de que los hermanos Lumière presentaran el cinematógrafo, una variante del kinetoscopio inventado por Tomas Alba Edison, George Melliés, uno de los primeros cineastas de la historia, rodó la primer película de terror: “La mansión del diablo” (1896). El propio Edison filmó luego, en 1910, “Frankenstein”, inspirada en la novela homónima de Mary Shelley, siendo esta la primera adaptación cinematográfica de un clásico de la literatura de horror.
La primera recreación de la novela “Drácula”, que no es la primigenia historia de vampiros escrita pero sí la más influyente e imitada, es “Nosferatu”, dirigida en 1922 por F. W Murnau. En este caso, al no ostentar los derechos para adaptar en forma legítima la obra, el director modificó algunas situaciones, el nombre del protagonista y demás personajes.
Sin embargo, la impronta del libro resulta evidente, ya que el filme es bastante fiel al relato original. Tal fidelidad le valió al director una denuncia por plagio por parte de los herederos de Bram Stoker, demanda que prosperó al punto de que un juez ordenó que la cinta fuera retirada de exhibición y sus copias destruidas, aunque -por fortuna- algunas se salvaron, gracias a lo cual podemos seguir disfrutando de este clásico del cine mudo.
Para escribir su renombrada obra, Stoker, crítico y escritor irlandés, aficionado a la literatura gótica, abrevó básicamente de dos fuentes: el libro “Carmilla”, de Sheridan le Fanu, que narra las peripecias de una vampira, y la historia real del Príncipe Vlad Tepes de Rumania. En el siglo quince, al frente del principado de Valaquia, el monarca supo liderar tropas para combatir la invasión turco- otomana a sus territorios.
Miembro, al igual que su padre, de la Orden del Dragón, firmaba con el nombre de “Drăculea”, que quiere decir dragón, pero que en rumano moderno se traduce como demonio.
Feroz en batalla, se caracterizó por su extrema crueldad para con sus enemigos, ganándose el apodo de “el empalador”, por la macabra afición de atravesar a sus víctimas con una estaca hasta que se desangraban.
Considerado por algunos de sus compatriotas como un héroe nacional y por otros un demente que utilizaba la guerra como una excusa para satisfacer su compulsión por matar y torturar, este controvertido señor feudal fue la inspiración directa para el personaje del Conde Drácula, que se transformó en el paradigma del vampiro por antonomasia.
De todas formas, cabe destacar que el libro no posee relación alguna con los hechos históricos de la vida de Vlad, tomando únicamente su apodo y parte de la leyenda devenida en siglos posteriores, que afirmaba que este engendro gustaba de beber sangre y por ello se lo consideraba un vampiro en el folklore rumano.
Stoker nunca estuvo en Rumania, por lo cual para describir sus paisajes se sirvió de dos obras: una, de Emily Gerard, “La tierra más allá de los bosques” (1888) e “Informe sobre los principados de Valaquia”, de William Wilkinson.
La novela; escrita en lenguaje epistolar, consiste en la lectura de una serie de documentos, que son, en su mayoría, los diarios personales de los personajes, y aborda temáticas como el devaluado rol de la mujer en la época victoriana, la ciencia, la superstición, la sexualidad, de forma muy metafórica, lógicamente, la inmigración, el colonialismo y las creencias populares.
La obra es una de las historias más trasladadas al cine, de forma directa o indirecta. La cantidad de versiones para la pantalla grande supera la centena, pero hay algunas que destacan especialmente.
Además de la ya mencionada “Nosferatu” del periodo mudo, podemos destacar su remake de 1979, dirigida por Werner Herzog, “Drácula” (1931), de Tod Browning, protagonizada por el legendario Bela Lugosi, o la saga interpretada en los años cincuenta y sesenta por el gran Christopher Lee. También, sin dudas, cabe mencionar la revulsiva versión de Francis Ford Coppola de 1992, en la cual el vampiro es encarnado por el talentoso actor Gary Oldman.
La nueva aproximación cinematográfica al clásico personaje literario, titulada “El último viaje del Demeter”, cuyo estreno se aguarda para agosto, se basa en el libro pero toma su argumento del séptimo capítulo. En él, se relatan los apuntes de viaje del capitán del barco “Demeter”, que narran una curiosa historia que involucra a un misterioso personaje, una extraña carga y cómo la tripulación va muriendo y desapareciendo en macabras circunstancias.
Este episodio es abordado en otros filmes de forma muy tangencial, pero aquí constituye el argumento medular de la propuesta fílmica, lo cual puede otorgarle un giro más o menos original a una historia que ya cumplió más de un siglo en la pantalla.

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