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¿Ciencia vs Religión? El mito del conflicto. por Miguel Pastorino

¿Ciencia vs Religión? El mito del conflicto.   por  Miguel Pastorino
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Ciencias hay muchas y religiones también, así como hay muchas formas de ateísmo. No todas las religiones tienen la misma concepción de lo divino, ni del mundo, incluso hay religiones sin dioses y sin dogmas. Por otra parte, algunas formas de ateísmo cientificista tienen una visión metafísica materialista del mundo, que no es científica, sino filosófica. Existen también quienes ven en la religión una versión primitiva de la ciencia o una forma de superstición o pensamiento mágico. Como bien lo expresa el filósofo británico -y ateo- John Gray en “Siete tipos de ateísmo” (2018): “la idea de que la religión no consiste más que en un puñado de teorías desacreditadas es en sí una teoría desacreditada: una reliquia de esa filosofía decimonónica que fue el positivismo”.

El mito del conflicto entre ciencia y religión ha sido construido por el positivismo en el siglo XIX y es un relato que no deja de tener adeptos, a pesar de que hace ya tiempo quienes se dedican a la historia de la ciencia y especialmente de la Edad Media, lo han refutado sistemáticamente. Alcanza solo con ir a las fuentes, no a los manuales que repiten el mito.

Solo el fundamentalismo evangélico, ha sido contrario dentro del cristianismo a la teoría de la evolución o interpretan literalmente el libro del Génesis. De hecho, no es así en el cristianismo mayoritario y mucho menos a lo largo de su historia, cuando ya Agustín de Hipona en el siglo IV explica que la fe y la razón no pueden contradecirse y que los relatos de la creación deben interpretarse simbólicamente. Lo mismo afirmaba el filósofo judío Filón de Alejandría (s. I) a propósito de los textos bíblicos.  La teoría de la evolución ha sido bien recibida por los Papas desde Pío XII hace más de 70 años y no genera conflicto a la teología, porque la fe se pregunta por el sentido y fundamento de la vida, no por cómo funciona o evoluciona. Nunca hubo pronunciamiento oficial de la Iglesia católica por tratarse de una cuestión científica, no teológica. La ciencia y la religión se hacen preguntas distintas sobre la realidad, que no compiten entre sí.

 

Cristianismo y desarrollo de la ciencia.

La ciencia se desarrolló dentro de la cultura judeocristiana, gracias a sus presupuestos filosóficos y teológicos, no a pesar de ellos. Si bien es cierto que en otras culturas (Grecia, China, Babilonia, India) se originó ciencia y tecnología, en ninguna tuvo el desarrollo y el impulso de la cultura europea, especialmente desde lo que hemos llamado la Edad Media hasta nuestros días. La civilización islámica que trajo a occidente gran parte de la ciencia griega y que tuvo importantes desarrollos en sus primeros siglos, luego se detuvo casi por completo. En cambio, en occidente ha sido precisamente el cristianismo quien dio este dinamismo gracias a una concepción del mundo propia, que no sacraliza la naturaleza y que entiende al ser humano como un ser racional capaz de descubrir las leyes del Universo, con una permanente confianza en el poder de la razón, atestiguado por todos los filósofos cristianos, para quienes la fe no es ciega, sino un estímulo para buscar la verdad.

Estos presupuestos estuvieron presentes en quienes investigaban la naturaleza en la Edad Media y en la Modernidad. La fe judeocristiana sostiene que el universo ha sido creado por un Dios racional que lo ha hecho comprensible, sujeto a leyes que pueden descubrirse mediante la observación y la experimentación. Fueron los teólogos cristianos de los primeros siglos quienes “despersonalizaron” la naturaleza y enseñaron que no podía haber contradicción entre la fe y la razón, enseñando que los astros no eran dioses y que las realidades materiales tenían sus propias leyes.

Newton y Galileo partían de estos mismos presupuestos metafísicos, concibiendo un universo matemáticamente ordenado por Dios y racionalmente comprensible. La lista requeriría varias páginas, pero solo con recordar a Hildegarda von Bingen, Alberto Magno, Tomás de Aquino, Roger Bacon, Duns Scotto, Nicolás de Cusa, Francis Bacon, Guillermo de Ockham, nos hacemos una idea de quienes prepararon el terreno para el gran desarrollo que luego aportaron cristianos como Copérnico, Descartes, Kepler, Leibniz, Galileo y Newton. Estos pensadores veían la Naturaleza como un libro escrito por Dios que había que descifrar y entendían el Universo como la obra de un Creador inteligente y providente.

Pero muchos escritos de pensadores franceses y anglosajones del siglo XVIII y XIX se dedicaron a desacreditar siglos de historia y de pensamiento creando leyendas que hoy la investigación contemporánea va esclareciendo, pero sin tanta divulgación. Desde Voltaire hasta Bertrand Russell contribuyeron a la construcción del mito de la “Edad Oscura”.

Voltaire escribió que Galileo murió torturado por la inquisición. Pero la verdad es que no fue torturado y murió anciano, bajo arresto domiciliario en su casa y el Papa le prologó las obras. Las actas del proceso se han publicado en el año 2000 y dejan por el suelo siglos de cuentos y caricaturas, repetidas en la literatura, el teatro y en la divulgación científica. Lo cierto es que el conflicto con Galileo no fue un conflicto entre ciencia y fe, sino entre dos modelos científicos y filosóficos, en un contexto político y religioso que no le favoreció. La Iglesia le exigió retractarse por “falsa ciencia”, no por ir contra la fe, a una de las mentes más brillantes de la época moderna y convencido creyente. Su triste caso, sobre el que se construyó una leyenda negra, fue una excepción y no la normalidad en las relaciones entre las jerarquías de la Iglesia y los científicos.

Tampoco los medievales creían que la tierra era plana, eso es un invento de una novela del siglo XIX sobre Colón (Irving, 1875), porque desde Agustín de Hipona en el siglo IV hasta Nicolás de Cusa en el siglo XV, todos los grandes pensadores escribieron sobre la tierra como una esfera.

 

¿Siglos oscuros previos a una “revolución científica”?

Con la afluencia de intelectuales de toda Europa a Toledo en el siglo XIII y la fundación de las universidades en ese mismo siglo, se sentaron las bases de la investigación moderna y produjeron el progreso científico de los siglos siguientes. La ciencia moderna no surgió por generación espontánea en el siglo XVI, sino que hunde sus raíces en las universidades medievales. La fachada occidental de la catedral de Toledo da testimonio de cuál era la orientación de la escuela de Chartres en la Edad Media, en la cual están esculpidas las siete artes liberales representadas por un maestro de la Antigüedad: Aristóteles, Boecio, Cicerón, Donato, Euclides, Ptolomeo y Pitágoras. Numerosos textos griegos perdidos para los europeos durante siglos fueron recuperados gracias a las traducciones de los árabes que luego se tradujeron al latín en el siglo XII. Los monjes cristianos habían custodiado y copiado lo que hoy podemos conservar de la antigüedad, porque siempre se consideró valioso todo el conocimiento, no importa de donde venga. La censura eclesiástica siempre se aplicó a las herejías teológicas, no al pensamiento filosófico, ni a las obras científicas. La condena de Giordano Bruno, tan citada como muestra del conflicto entre ciencia y fe, tuvo que ver con la postura religiosa de Bruno no con su ciencia.

Roberto Grosseteste (1168-1253), rector de la Universidad de Oxford y luego obispo de Lincoln hizo grandes aportes a la física, la astronomía, y refutó teorías de Aristóteles, siendo el primero en afirmar que en el fenómeno del arco iris interviene la luz reflejada. Introdujo la idea del “experimento controlado”. Enseñaba que antes de ser consideradas válidas las teorías, debían someterse a pruebas experimentales que determinen sus implicaciones o predicciones. Influyó en Roger Bacon, siendo uno de los padres olvidados del empirismo y del método científico, tal vez por pertenecer a la “Edad oscura” inventada por los “ilustrados” del siglo XVIII.

Guillermo de Ockham (1295-1349) se anticipó a la primera ley del movimiento de Newton y el obispo Nicolás de Oresme (1325-1382) estableció que la Tierra giraba sobre su eje.  Nicolás de Cusa (1401-1464) estableció que la Tierra se mueve a través del espacio, por lo cual no era una novedad pensar que el geocentrismo era una teoría equivocada. De hecho, los fundamentos del geocentrismo no eran religiosos, sino de teorías que progresivamente fueron refutadas. Copérnico ya conocía las teorías anteriores, pero su originalidad fue plasmar todas las teorías aprendidas en fórmulas matemáticas y que lograse resolver la geometría del sistema, pero no entendió que las órbitas eran elípticas y fue el protestante Johannes Kepler (1571-1639) quien corrigió sus errores.

El eminente historiador de la ciencia Bernhard Cohen escribió que “La idea de que en la ciencia se produjo una revolución copernicana está en contra de todas las pruebas y es una invención de historiadores tardíos”.

En la Enciclopedia biográfica de ciencia y tecnología de cuatro volúmenes de Isaac Asimov (1987), puede corroborarse la aplastante lista de científicos para quienes su fe cristiana no era un dato anecdótico, sino la matriz que configuraba su visión del mundo.

Alfred Whitehead en 1925 en Harvard explicó que la ciencia se había desarrollado en Europa porque en el continente europeo estaba ampliamente difundida la “fe” en la posibilidad de la ciencia, “la fe derivada de la teología natural”. La fe en las posibilidades de la razón y del progreso del conocimiento son una constante en la teología cristiana desde los primeros siglos y atraviesa toda la historia occidental. La insistencia medieval en la racionalidad y en la relación entre fe y razón, fue lo que movió a indagar en la naturaleza del modo en que se dio en occidente. La confianza en el método experimental y los nuevos aportes de la ciencia moderna son el fruto de un largo proceso de investigación y reflexión intelectual, de continuidad más que de ruptura. Una tradición intelectual en la que el mismo Newton reconoció estar, “sobre hombros de gigantes”.

De hecho, la cultura “ilustrada” y secularizada de la modernidad es la concepción judeocristiana del mundo y sus valores, pero sin referencia a Dios o a nada sobrenatural. La libertad, la igualdad y la fraternidad no son un invento francés, sino de la Biblia.

 

Ciencia y fe cristiana en la Modernidad.

Mary Anning (1799-1847), “la madre de la paleontología”, era protestante. María Agnesi (1718-1799) matemática italiana, fue conocida también por su profunda vida espiritual. El padre de la geología moderna, Nicolaus Steno (1638-1686) fue luterano y luego ordenado sacerdote católico. Los jesuitas fueron los primeros en observar las bandas de colores sobre la superficie de Júpiter, la nebulosa de Andrómeda y los anillos de Saturno. El mayor genio de Yugoslavia, un verdadero erudito en teoría atómica, óptica, matemática y astronomía, fue el jesuita Roger Boscovich (1711-1787). El padre de la química, A. Lavoisier era un católico que fue guillotinado por la Revolución en 1794. El químico y bacteriólogo Louis Pasteur fue conocido por su fe católica. El electromagnetismo fue desarrollado por cristianos que se manifestaban públicamente como creyentes: Faraday, Volta, Ampere, Herz, Maxwell y Marconi, inventor de la radio y premio Nobel de Física. Gregor Mendel, el padre de la genética era fraile y el sacerdote belga Georges Lemaître no sólo fue creador de la teoría del Big Bang, sino que también descubrió el desvío al rojo de la luz que llega de las galaxias y la consiguiente expansión del universo (dos años antes que Hubble).

En biología el primero en plantear la evolución de las especies fue Jean B. Lamarck y era un ferviente católico. Darwin que terminará declarándose agnóstico al final de su vida, se manifiesta como creyente en Dios en el párrafo que cierra el Origen de las especies. En el siglo XX Schrödinger, Max Planck, y Heisenberg tienen varias referencias a la positiva relación entre ciencia y religión. La fe de tantos hombres y mujeres de ciencia no es un dato banal que deba omitirse, sino parte fundamental de su visión de la vida y del universo.

El diálogo entre ciencia, filosofía y religión ha construido la civilización occidental, no la oposición entre ellas. La ciencia no lleva ni a la fe ni al ateísmo, sino al progreso en el conocimiento. La ciencia es metodológicamente agnóstica, por eso no hay conflicto posible, salvo cuando se es fundamentalista, que los hay religiosos y ateos.

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