El tipo que vino a la función es un espectáculo que presenta a Raquel Diana como dramaturga en su máxima expresión. La obra pone en escena a un actor fundamental del ámbito cultural montevideano de los años de la dictadura, un censor que decidía qué se podía decir y qué no. Ganadora del Premio Onetti del año 2014, El tipo que vino a la función fue publicada en Allá (Estuario Editora, 2017), una serie de textos que tocan justamente situaciones y personajes de los años de setenta. La decisión de tratar esos temas en el escenario empezó a ser cuestionada por una generación de jóvenes dramaturgos que empezó a trabajar a comienzos del siglo XXI, y esa crítica se hace explícita en este espectáculo en la voz de Martín, quien dice: “No tengo la culpa. No estaba ahí. Tengo derecho a vivir mi vida ahora, sin que me estén trayendo a cada rato los muertos, los torturados, los desaparecidos. Los represores y los reprimidos”. Pero en esa misma crítica Diana encuentra su razón para trabajar esos temas, ya que ella sí estuvo allí. Conversando con Voces el año pasado la dramaturga nos contaba: “Lo escuché a Gustavo Espinosa, un escritor impresionante, que una vez dijo: ‘yo debería decirme a mí mismo nunca más dictadura, pero no se puede, porque es mi adolescencia, mi juventud’. Pensá vos en tu adolescencia e imaginate la cantidad de cosas que nosotros no pudimos hacer… es tremendo, porque es una etapa de la vida que te determina…” (Voces Nº 592)
La tensión entre las dos situaciones, entre los dos momentos históricos que luchan por aparecer en el escenario es resuelta por Diana apelando al teatro, haciendo convivir estéticas distintas que justamente reflejan momentos distintos y formas distintas de pensar esos momentos. El resultado es casi un pastiche, un collage de estéticas teatrales en que el clasicismo lorquiano convive con el discurso performativo y posdramático, pero en el marco de otro discurso que los contiene y que parece remitir directamente a Pirandello. Esa suerte de pastiche, como decíamos, no es casual en una dramaturga estudiosa de las implicancias estéticas de la sociedad posmoderna, una sociedad que pareciera intentar hacer convivir en un presente continuo estéticas diversas, borrando así la profundidad histórica. Diana se vale de esos recursos, pero los utiliza en sentido inverso.
La obra comienza cuando uno entra a sala y se encuentra con una de las actrices (Melina Gorzy) repartiendo los programas y acomodando al público junto a los acomodadores habituales de El Galpón, que suelen ser estudiantes de teatro como el personaje de Lucía que interpreta Gorzy. Un espectador, A (Agustín Mazzarelli), ha decidido sentarse en una silla del escenario en vez de en una butaca de la platea. Cambiando la lógica del texto publicado, en el espectáculo estrenado en El Galpón bajo la dirección de Marcelino Duffau Lucía intenta que A abandone el escenario para que empiece la función, a lo que el enigmático espectador se niega. “Los actores hablan si yo quiero” le dirá a Lucía, que desconcertada verá aparecer a Sonia (Raquel Diana), Martín (Rafael Beltrán), Dalila (Florencia Salvetto) y Marlon (Héctor Spinelli).
Sonia parece llegar directamente de las representaciones del teatro independiente de los años setenta, Dalila es una productora que organizaba espectáculos clandestinos, Marlon un director que dialoga con A sobre aquellos años, en un duelo que molesta al joven exitoso Martín y desconcierta cada vez más a Lucía. Así, conviviendo estéticas que no dejan de tener momentos casi paródicos, se entreteje la historia de A, el censor de la dictadura encargado de recorrer las salas teatrales, los conciertos y las salas de cine para decidir qué se podía ver.
Diana nos contaba el año pasado que este personaje histórico: “tuvo larguísimas discusiones con Martínez Carril, discutían sobre Bergman, el tipo le cortaba escenas enteras (…) Y el censor murió hace poco y no pudimos denunciarlo, nada. Y pensé que había que escribir sobre eso, porque de alguna manera no puede quedar impune, esto pasó, y así sobrevivimos. Y la gente de teatro tenía este humor. Se sabía que el tipo iba de teatro en teatro pero llamaban de la ACJ y decían: ‘mirá, va para el Circular’ y cambiaban la letra para el momento que llegaba”.
Como se imaginarán, la obra es un homenaje a los hacedores de la cultura de los años setenta, artistas que debieron muchas veces arriesgar su vida, pero que resolvían situaciones cotidianas con creatividad llegando a situaciones absurdas, como las del dúo Larbanois-Carrero que debió realizar una presentación con Eduardo arriba del escenario y Mario abajo, ya que este último tenía prohibido subir al escenario, pero no realizar la presentación. Pero también se habla de teatro, de las salas, de las diversas estéticas, e integra visiones en un final que no necesariamente resuelve las contradicciones en una determinada dirección.
El eje del espectáculo evidentemente es el “villano” encarnado por Mazzarelli, que añora su poder, se defiende sobre su accionar, y se queja de las trampas en que cayó, pero que no deja de tener un aire de aridez burocrática. Lo más positivo seguramente, aunque sea molesto para algunas personas, es el acto de memoria, el recordar a un personaje que seguramente la mayor parte de los espectadores, tanto jóvenes como veteranos, no sabíamos que existía, un personaje que terminó sus días protegido por el silencio de una sociedad mucho más marcada por la impunidad que lo que se permite reconocer.
El tipo que vino a la función. Texto: Raquel Diana. Dirección: Marcelino Duffau. Elenco: Augusto Mazzarelli, Melina Gorzy, Raquel Diana, Rafael Beltrán, Florencia Salvetto y Héctor Spinelli.
Funciones: viernes y sábados 21:00, domingos 19:00. Teatro El Galpón – Sala Atahualpa.
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