El domingo comenzará un período de diez meses en que los uruguayos estaremos muy activos en nuestro quehacer político. Candidatos y ciudadanos decidiremos cómo serán los próximos cinco años del Uruguay. Mucho cine de ficción se hizo eco de esos temas eleccionarios, y parece oportuno echar un breve vistazo al asunto.
Un primer film importante al respecto fue Decepción (Robert Rossen, 1949), donde el rotundo Broderick Crawford era un político sureño que en la Depresión medraba para ganarse la confianza de la gente con grandes promesas y bellas palabras (¿le suena conocido esto al lector?), y de esa forma convertirse en gobernador y luego senador de Louisiana. La figura estaba inspirada en el político Huey Long, y en 2008 tuvo una remake titulada Todos los hombres del rey, con Sean Penn en el rol titular. Decepción ganó el Oscar y fue un ejemplo de contundencia y valor para encarar un tema riesgoso en plena era maccarthysta.
Después llegaron tres películas de idéntico título: El candidato. La primera la dirigió el argentino Fernando Ayala (1959) y era la historia de un político que renuncia a su banca por honestidad, pero vuelve al ruedo impulsado por su propio hijo. Sin embargo, un turbio manejo del joven evidenciaba que su candidatura era resultado de un compromiso político, aunque para el patriarca ya era tarde para echarse atrás. Había una gran labor protagónica del uruguayo Alberto Candeau, junto a Alfredo Alcón, Guillermo Battaglia y Duilio Marzio. También se llamó El candidato un film de 1972 con Robert Redford, dirigido por Michael Ritchie. Aquí un abogado joven e idealista era elegido por los demócratas para enfrentar al todopoderoso candidato republicano. Como creía no tener chance, el joven se permitía decir todo lo que pensaba y eso no sólo le hacía ganar puntos en las encuestas sino que podía impulsarlo directamente a la Casa Blanca. Una tercera El candidato es uruguaya y la dirigió Daniel Hendler en 2016. Allí un joven se lanza a la contienda política y un partido tradicional lo integra en su lista. Convoca a técnicos y asesores y en un fin de semana construyen su imagen como líder de campaña. Un inusual vistazo a la política nacional, que según lo que suceda este domingo podría resultar profético.
El mejor candidato (Franklin J. Schaffner, 1964) enfocó la campaña electoral de dos políticos antagónicos y sus respectivos equipos. Uno era veterano (Henry Fonda) y el otro joven (Cliff Robertson), aunque ambos tenían sus zonas oscuras: el primero por sus indiscreciones sexuales y una esposa drogadicta, y el segundo porque era un corrupto que podía llegar a manipular las internas del partido para ganar. Según el libretista Gore Vidal las figuras estaban basadas en Adlai Stevenson y Richard Nixon. Una temática similar abordó Secretos de Estado (George Clooney, 2011), que contaba la historia de un joven jefe de prensa que veía asombrado cómo el camino de las buenas intenciones del candidato para el cual trabaja puede estar plagado de basura, traiciones e incluso algún cadáver. Fue una gran película sobre la lucha complicada entre defender la verdad o conseguir la victoria a cualquier precio. Y tampoco debe olvidarse el debut de Tim Robbins en la dirección: El ciudadano Bob Roberts (1992) presentó la historia de un cantante folk que anunciaba su candidatura al Senado y luego desarrollaba una campaña de corte populista en la que quedaban al desnudo repudiables fines económicos y militares de corte racista. Era una fábula agridulce sobre la manipulación política, en la que Robbins utilizó un rodaje con bienvenida estética documental.
Otros dos títulos valiosos exploran el tema eleccionario de manera tan sesgada como contundente. El embajador del miedo (John Frankenheimer, 1962) es un audaz thriller político sobre el lavado de cerebro de prisioneros americanos en Corea, lo cual permitirá la amoral manipulación que una madre (Angela Lansbury) ejerce sobre su propio hijo (Laurence Harvey) para acceder a la presidencia. En 2004 Jonathan Demme dirigió una anodina remake al servicio de Meryl Streep y Denzel Washington. Otros valores tuvo Mentiras que matan (Barry Levinson, 1997), donde el presidente –tras ser pillado en una situación escandalosa días antes de su reelección- decide inventar un conflicto bélico que desvíe la atención de la prensa de su affaire. Para ello contaba con la complicidad de uno de sus consejeros (Robert De Niro) y un productor de Hollywood (Dustin Hoffman). Fue una dura sátira al poder y los medios de comunicación.
Por último, hay films directamente inspirados en la realidad. A la cabeza se halla Oliver Stone, que en Nixon (1995) no sólo detalló la biografía del controvertido político, sino también los tejemanejes de tres elecciones presidenciales. Con menos talento, Stone hizo en W. (2008) algo similar respecto a George W. Bush. Colores primarios (Mike Nichols, 1998) contó la campaña presidencial del demócrata John Travolta, activamente ayudado por su esposa Emma Thompson, aunque salpicado por un escándalo sexual que le complicaba la carrera: aquí todo era muy parecido al caso Clinton. El vicepresidente (Adam McKay, 2018) exploró la historia real de Dick Cheney (Christian Bale) que, de callado burócrata, pasó a ser el hombre más poderoso del mundo como vice de Bush, con nefastas consecuencias para su país y todo el planeta. Finalmente, un film inédito en Uruguay también tiene interés: El favorito (Jason Reitman, 2018) es la historia de la campaña de Gary Hart (Hugh Jackman), senador que en 1988 tuvo todo para llegar a la Casa Blanca y se desmoronó cuando la TV difundió un romance extramatrimonial. Es un vistazo interesante al ascenso y caída de un líder, y debería hacernos reflexionar acerca de qué estamos votando cuando lo hacemos, y sobre la influencia de los medios de comunicación en la vida de las personas y de una nación.
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