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CLAROSCUROS Jorge Lauro

CLAROSCUROS  Jorge Lauro
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Asistimos a lo que quizás sea la más grave situación que haya atravesado jamás nuestro país. Merkel en Alemania y Conte en Italia, afirman que es el peor desafío desde la Segunda Guerra. Pedro Sánchez advierte a su pueblo que lo peor aún no ha llegado. Pero aún tenemos Bolsonaros o Trumps que lo niegan, mostrando una clara disonancia cognitiva.

Y aunque por aquí tuvimos la enorme ventaja de poder ir campaneándola de lejos, poco y nada se previó. Desde la concientización a la población acerca de los peligros, -donde debió haber habido directivas claras y mensajes centralizados, que en lugar de crear en los más jóvenes la sensación de invulnerabilidad, los hubiese convocado a ser soldados para esta batalla-, hasta equipar los centros sanitarios con todo lo que estuviese a nuestro alcance.

El nuevo Gobierno uruguayo se encontró este “peludo de regalo” cuando recién se estaba parando en el ring. Y no dudamos que hace lo que mejor entiende.  

No parece ser tiempo para disputas políticas, aunque de eso queden exceptuadas las diferencias en cómo afrontar la situación. Ya vendrán momentos de pasarnos cuentas.

Las vacilaciones para la cuarentena obligatoria, única medida que parece tener la humanidad a mano en estos momentos, para ganar el tiempo necesario, merecerían una nota aparte, pero primordialmente están centradas en lo que el Gobierno cree fundamental, que es defender la economía, para evitar ulteriores males mayores. Es muy difícil hasta imaginar lo que deben pesar los zapatos del Dr. Lacalle Pou en este momento. Y escribo esto desde la liviandad de mis ojotas.

En situaciones normales, puede resultar prudente para algunos pensar en términos de déficit fiscal, inflación y hasta reservas monetarias. Pero todo indica que estamos en guerra. Y para una guerra se requiere llevar a delante, como bien titula la pregunta de Voces, una economía de guerra. Corremos el  riesgo sino, que en breve la ortodoxia venga presentada en formato supositorio.

Pensar que cuando salgamos de esto habrá sobrevivido esa economía “normal” que se pretende salvaguardar es aún más ingenuo que comprar atún para un año, para que tenga el gato cuando destapemos la caja de Schrödinger.

Discutimos si subir las tarifas o no. Todo va mostrando que la actividad, aún antes de la cuarentena obligatoria, cae en picada. Los ingresos de la población merman o desaparecen. ¿Quién puede creer que, por ejemplo, en mayo, alguien vaya a usar los pocos pesos que obtenga para pagar impuestos o servicios? ¿Y los alquileres? ¿O las cuotas de lo que sea?

Para las mayorías todo irá a alimentarse.

En esa hipótesis, la recaudación del Estado caerá, y habrá que recurrir a las reservas, emitir en abundancia, pedir prestado, recortar salarios, o no se podrá seguir funcionando. Y no es cuestionable. Esto debe exceder las filosofías, y a quién le tocó estar al mando del bote en que debemos afrontar el iceberg, porque lo que está en juego es la supervivencia.

El Grupo Banco Mundial exhorta a los gobiernos del G20 a suspender las obligaciones de créditos de los países más pobres durante la pandemia.

El presidente Bukele de El Salvador suspende el cobro de servicios, alquileres, cuotas y demás obligaciones durante el periodo.

Varios países europeos avanzan en ello en aras de preservar sus economías. Macrón en Francia, hasta se reserva la potestad de expropiar empresas que resulten necesarias para asegurar las necesidades de su pueblo.

La economía de mercado no debería imperar durante la emergencia sanitaria. No es hoy que debamos discutir si alguna vez tendría que aplicarse. Pero nadie debería enriquecerse con el sufrimiento de las mayorías, y menos en una pandemia. ¿O los bancos se beneficiarán de que la crisis se prolongue para acumular intereses y cobrar moras, o ejecutar a los sobrevivientes posteriormente? ¿O debemos sentarnos a esperar que tengan un gesto solidario? No es recomendable librar dos guerras a la vez, y la segunda no debiera ser entre la vida y las ganancias.

Un chiste que circula en redes habla de que después del Covid19 vendrá otra plaga aún más implacable, el Débola. Debo la luz, debo el agua, debo el alquiler…

Paralicemos la economía durante la crisis. Pongámosla en un coma inducido. Cuarentena obligatoria, pero para todo y todos aquellos que no resulten absolutamente necesarios, asegurando el estricto abastecimiento de lo indispensable para afrontar la situación por los sectores más desprotegidos. Utilizando los recursos que sean necesarios.

Y si no, nadie se tendría que sorprender cuando empiecen los saqueos.

Este lunes, el director general de la OMS, Tedros Adhanom, advertía acerca de la aceleración en el número de infectados: “Tomó 67 días desde el primer caso reportado para llegar a los primeros 100.000 casos, 11 días para los segundos 100.000 casos y sólo cuatro días para los terceros 100.000 casos”.

La experiencia de quienes empezaron antes en esto, muestra que la vacilación ha sido nefasta.

Tarde o temprano, es de suponer que nos veremos empujados a la cuarentena obligatoria.

Claro que será injusta, y los más pobres, muchas veces hacinados, la pasarán peor. Como ya la pasan habitualmente, sin que todos nos hagamos cargo.

Su duración dependerá de muchos factores, quizás el preponderante sea la aparición de una cura o una vacuna.

El paradigma imperante está amenazado. La ortodoxia podría ser su sepulturera. Y nada bueno puede emerger del caos. Pero mejor lo dijo Gramsci, en una frase que me permito forzar para esta situación: «El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos».

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