Notable cruce de géneros de la mano de un director fundamental
En la actualidad, pocos directores pueden hacer gala de una carrera tan ecléctica y prolífica como Richard Linklater, quien gusta de sorprender presentando proyectos tan diferentes entre sí como Escuela de rock, Fast food nation o Antes del amanecer. Linklater, un apasionado del cine que empezó su carrera a fines de los ‘80, no parece conocer límites a la hora de abordar un material que le llama la atención, desafiando el encasillamiento (las tres mencionadas son apenas pocos ejemplos del amplio rango de géneros que el estadounidense ha hecho) y hasta las técnicas de rodaje, como por ejemplo los 12 años que dedicó filmando Boyhood – momentos de una vida.
Pero más allá de las diferencias entre sus creaciones, la realidad es que Linklater siempre logra infiltrar los temas que le interesan, componiendo un cuerpo de trabajo personal con una voz muy distintiva. Tal vez el punto central de sus obras podría considerarse el tiempo y su impacto en los seres humanos, además de la evolución de una persona y la sutil búsqueda de esos momentos decisivos que forman una personalidad o los instantes decisivos e inolvidables de la vida, tendencia que comenzó con el retrato cotidiano de su Austin natal en Slacker y luego se extendió a varias de sus cintas: ahí está esa noche de verano que marca el paso a la adolescencia/adultez para los protagonistas de Rebeldes y confundidos, la noche mágica que cambia radicalmente los caminos de Jesse y Celine en la trilogía Antes de… o el insólito catálogo de recuerdos y ocurrencias de la infancia de un chico de Austin en su anterior cinta animada para Netflix, Apollo 10 ½ — y todo eso sin hablar de la que es quizás su mayor demostración de ese deseo de capturar el paso del tiempo en la pantalla, Boyhood, en donde el crecimiento natural del elenco se entrecruza con una delicada historia sobre el gradual entendimiento de un niño hacia el mundo adulto y sus dificultades. No satisfecho con ya haber cumplido el desafío de un rodaje tan extenso, el director se encuentra actualmente desarrollando otra película multi-anual, esta vez con la promesa de terminarla en 20 años, a la vez que tiene pronto un futuro film sobre los primeros años de la Nouvelle Vague.
Cómplices del engaño puede parecer, en un primer vistazo, una cinta más cercana al Linklater comercial de Escuela de rock o Los osos de la mala suerte que al cine personal y profundo por el que se conoce más a su realizador, pero se trata de un trabajo que habilidosamente pone un pie sobre ambos estilos para dar paso a un resultado tan satisfactorio y fascinante como complejo y retorcido. El film cuenta la historia de Gary, un profesor de filosofía que además colabora con el gobierno para capturar personas que quieren contratar los servicios de un sicario. ¿Cómo funciona esto? Cuando el gobierno recibe información de que alguien quiere llamar a un asesino a sueldo, envían oficiales disfrazados para que los ‘clientes’ rectifiquen su intención, y luego de eso, grabarlos y detenerlos. Luego de una situación inesperada, Gary pasa a ser un agente de campo fingiendo ser un falso asesino, lo que le sale muy bien hasta que conoce a una chica que quiere asesinar a su esposo debido a que la maltrata. El protagonista cambia la rutina y la convence de no llevar a cabo el plan, generando así un enredo amoroso con consecuencias inesperadas.
Linklater co-escribe el guion con su protagonista, la estrella en ascenso Glen Powell, con quien ya participase en otras películas, y ambos dan con un producto que, en su apariencia de comedia, esconde algo más profundo e interesante: la cinta es tanto una comedia negra como un estudio sobre la personalidad y la diferencia entre la máscara social que los individuos cargamos constantemente y lo que realmente queremos ser o somos, encontrando en ese espacio el humor y la oscuridad que todo el tiempo oscila durante el metraje. El amor del director hacia el cine se ve reflejado también en un exquisito cruce de géneros, muy dispares entre sí, que habilidosamente encuentran una armonía en el tono relajado y ligero que se impone; de forma imperceptible la comedia pasa por el neo-noir y el thriller sin sacar la sonrisa de los labios del espectador.
Como mencionaba antes, la película parte de un hecho real, pero Linklater y Powell (quien además realiza una interpretación genial y logra una atrapante química con su co-protagonista, Adria Arjona) no se dejan asustar por los requisitos de una biopic y dejan volar su imaginación hasta límites delirantes, lo que amplía las posibilidades cómicas del film pero también lo acercan aún más al imaginario del realizador, quien una vez más marca una línea entre realidad y ficción para luego desdibujarla por completo. Al ver sus primeros films, uno podía preguntarse por qué Linklater no se dedicaba de lleno al documental; al ver sus obras maestras, en donde entra de lleno Cómplices del engaño, se entiende: para él, la ficción es una forma de explorar con mayor profundidad y sin tapujos los elementos fascinantes de la vida que el documental no podría permitirle, una suerte de cuchillo de cirujano donde disecciona sin pudores los misterios humanos y sus complejidades, logrando aquí un cómico y notable retrato de aspiraciones y deseos que la ficción, en varias capas, logra llevar a la superficie.
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