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Con Victoria Vera “Ser mamá fue una de las experiencias más transformadoras de mi vida”

Con Victoria Vera  “Ser mamá fue una de las experiencias más transformadoras de mi vida”
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Este jueves 7 de marzo se estrena Cómo llorar en una casa llena de niños en el marco del ciclo Nosotras en la Delmira del Teatro Solís.

El espectáculo cuenta con texto y dirección de Victoria Vera, dramaturga con un importante recorrido en nuestro medio. Su voz se empezó a escuchar en 2010, cuando estrenó Las Actices, y sus últimos espectáculos estrenados fueron El amor que nos tenemos, Motivos para no hacer Hamlet (ambos en 2022) y Freeshop el año pasado. Formada como actriz en la EMAD, Vera tiene que hacer un esfuerzo para recordar cuando se empezó a interesar por el teatro: “Sexto de escuela. Sketch de fin de año. Había que hacer una especie de parodia de una telenovela y me dijeron que hiciera de la empleada. No tenía texto pero entré bailando y me puse a cantar: ‘Cómo lloraba la abuela de Colón/ cuando su nieto se iba a navegar’ de Sonora Palacio. Escuché gente reírse y pensé ‘claro, está bueno esto’. Y me quedó la idea. Pero recién a los 17 o 18 años hice un taller con Carlos Aguilera y el teatro fue ganando cada vez más espacio en mi vida. Aguilera fue un referente muy importante, pienso que no ha sido homenajeado en su debida forma. Me gustaría que algún elenco le dedique alguna temporada, que se investigue sobre él. Después surgió la posibilidad de la Movida Joven, que era increíble la cantidad de gente que convocaba Y con Caro (Carolina Piñeyro) nos conocimos en un taller de Juan Pablo Moreno, que también hacía el taller de Carlos Aguilera. Y a través de Juan Pablo me enteré de la existencia de la EMAD. Preparé el examen sola, el monólogo de Ser o no ser de Hamlet y el de Puertas adentro, de Florencio Sánchez. Y nadie sabe bien cómo pero quedé”.

¿Estudiabas derecho mientras hacías la EMAD?

Claro, entré a la EMAD con 23 y ya estaba en facultad de Derecho, y me costó mucho negociar. Soy de una época en la que el concepto de vocación era muy fuerte. Es absurdo pensarlo hoy en día pero en esa época de los dos lados te hacían sentir que si no estabas dedicada totalmente eras un poco como impostora. Entraba a trabajar a las 13:00 y tuve que negociar en la EMAD. Me dijeron “si vos entraste a esta escuela ya sabías que era así, por vos quedó gente afuera”. Fue Margarita Musto que me dijo que me quedara tranquila, que la escuela no era solo para personas que no trabajan, y me permitió irme media hora antes. Eran días intensos, EMAD de mañana, juzgado toda la tarde, después facultad de derecho y de noche ensayos, hice dos años así. Después un año le metí un poco más a la facultad y me cambié al turno de la noche en la EMAD. Y pude terminar todo, aunque fui más lento.

Después de egresar trabajaste escribiendo más que actuando

Participé muchos años haciendo un espectáculo de improvisación que se llamaba Impro Night. Pero ya en el último año de la EMAD Diego (Minetti) me dice, arriba de un 582, que tenía ganas de dirigir, yo le conté que estaba escribiendo y terminamos con Las Actices (estrenada en 2010 y dirigida por Minetti). Para mí siempre fue mucho más natural escribir que actuar. En ese tiempo me mudo a un monoambiente diminuto en el Palacio Salvo y ya con un espacio y tiempo para sentarme a escribir cambió todo.

Las Actices es un antecedente de espectáculos en los que aparece la perspectiva de género, aunque no era vista de esa forma en ese momento.

No, no estaba planteado así aún. Me parece que escribir es como un acto de fe gigante, que parte de la ilusión de pensar que si a mí algo me emociona a alguien más también le puede emocionar. Para mí era importante ver algo mío en un escenario, verme representada. Y si estas dudas e inquietudes me pasaban a mí capaz que le podían pasar a alguien más. Viene por ahí. Después resultó que había un movimiento mucho más grande y cobró otra dimensión. Pero no fue un planteo que partió de algo que se estaba hablando, simplemente me preguntaba ¿Por qué las mujeres nos tenemos que cuestionar tanto? Me lo planteaba antes de los treinta. Pero es como con la obra de ahora, me ilusiona la idea de que alguien más comparta algunas cosas que siento sobre la maternidad.

Una particularidad en tu carrera es que no es habitual que dirijas tus textos ¿Qué problemas te generó dirigir en este caso?

No era la idea dirigir, pero con Caro, que es amiga y mamá, hace años que necesitábamos la excusa de hacer algo para juntarnos y escapar un rato de casa. Y crear y divertirnos. Escribí el texto medio como de un tirón, la llamé y empezamos a ensayar en Casa de las Ciudadanas. Yo le decía de llamar a alguien para la dirección, que yo no iba a poder sostener, que se podía enfermar alguien. Ella me decía que le pasaba la mismo. Y claro, Caro es una amiga, sabía que iba a tener un espacio de comodidad sin nunca tener que fingir demencia. Y asumí la responsabilidad, pero me costó un año pensar cómo íbamos a plantear esto. Si alguien tiene un amigo director o directora tiene que ir a abrazarlo y darle las gracias. Porque es titánico. En este caso se dio así y de alguna forma pudimos acomodar las condiciones de producción a nuestras vidas. Y decidimos que las cosas que paralizaban los ensayos en vez de que nos separaran se convirtieran en un insumo más.

¿Cómo te vinculabas con los procesos de ensayo cuando los seguías sin participar de la dirección?

Es hermoso, un ida y vuelta. Lo veo ahora con Caro, los actores saben mucho más que el dramaturgo. El texto tiene que estar en sus propias palabras y atravesar el cuerpo del que está ahí dándolo todo. Y si eso implica tomar decisiones y correr determinadas cosas del texto hay que hacerlo. Y también es divino ver un espectáculo sin tener la menor idea de cómo se trabajó y sorprenderte. Ahora con BESA me pasó eso (el grupo argentino BESA fue el responsable de la puesta de Freeshop) y quedó una relación preciosa. Para mí el texto es un insumo más, y verlo ahí con el resto de los insumos explotando le da sentido a todo.

Volviendo a tus primeros trabajos escribiste para la revista Krisis en carnaval

A Emiliano Duarte y a Andrés Papaleo los conocí en la generación de la EMAD del 2005. Hicimos un montón de cosas, como Impro Night, y tuvimos esa experiencia en carnaval. Que fue muy determinante. Ahí, y lo digo con todo respeto, me pareció que hacer teatro es lo que hacen los científicos en un laboratorio. Y salir a la calle y hacer carnaval es otro mundo, no me lo voy a olvidar nunca. Está bien pasar investigando ocho horas, pero hay otras formas, hay otro mundo afuera que hay que traerlo.

También estrenaste en Inglaterra en el 2013.

Estrené General Darcy and the Girl con Rosina (Piovani) en Cambridge. Rosina se había mudado y me dijo que quería actuar, tenía el contacto de la sala y estaba ese festival (Hotbead Festival). Yo le propuse el texto de una chica migrante uruguaya que trabajaba cuidando un veterano inglés de la Guerra de las Malvinas. Ella cuida a ese anciano y le va contando su vida, cómo llegó, las cosas que le están pasando. Andrés Papaleo dirigía pro Skype y nunca la vio la obra, una butaca de la función de estreno fue con la computadora abierta hacia el escenario. Yo dejé todo y me fui, estuvo divina la experiencia.

En 2016 sumaste un texto a Los Heridos de Valeria Fontán.

Fui a un ensayo de Los Heridos y le conté a Valeria una experiencia como defensora cuando fui a la Colonia Etchepare, fue tremendo. Le mandé el texto, a ella le encantó y lo sumó, era lo que habría la obra. Fue un ejemplo de cómo algo de mi trabajo profesional me nutre como dramaturga.

¿Se cruzan tus experiencias como defensora de oficio y dramaturga?

Yo creo que es inevitable que se crucen porque soy la misma persona, pero capaz que no de forma directa. En Cómo llorar en una casa llena de niños sí, no es un traslado como la descripción del lugar en Los Heridos, pero pasan cosas que tienen que ver la revictimización si se quiere. Pero para mí no se puede disociar.

¿Cómo surge Cómo llorar en una casa llena de niños?

Con Caro empezamos a hacer teatro juntas y después ella, que no pudo hacer la EMAD por la cantidad de horas que trabajaba, se dedicó más a la danza. La amistad siguió y nos volvimos a encontrar de forma más continua cuando ella estaba embarazada de Emilia y yo de Delfina. Y teníamos ganas de hablar de la maternidad. Ser mamá fue una de las experiencias más conmovedoras, radicales y transformadoras de mi vida, y tenía ganas de que se viera en el teatro.

Ponés el foco en cómo manejar emociones, más allá del desgaste físico que implica la maternidad.

La anécdota de la obra es una mamá que está en un contexto de desborde, lidiando con todos los frentes de guerra que tiene un ser humano en este mundo, pero además con la maternidad. Y pasa un hecho fortuito que hace que se desacate y termina judicializada. Eso desencadena una serie de consecuencias, que tienen que ver con la salud mental, y con las exigencias de la sociedad en general. No va tanto por el meternos con los padres por ejemplo, sino que tiene que ver más que nada con las exigencias diarias que pueden llevar a un punto de quiebre.

Comentabas que las propias dificultades para hacer la obra terminan nutriendo al espectáculo.

Como forma de llevar un registro después de cada ensayo grabamos un video para contar lo que habíamos trabajado, como bitácora. Y cuando no podíamos ensayar grabábamos un video contando por qué no habíamos podido juntarnos. Y pensando la obra como un homenaje a la maternidad en general me parecía importante incorporar ese registro. Ahí entra a jugar Mavi Parada, que es impresionante lo que ha trabajado a nivel de edición, buscando la narrativa desde el audiovisual. Está la historia y también está el contar cómo la hicimos.

Y cómo para terminar de dar coherencia surge el espacio de cuidados en el Solís, para contemplar la maternidad de las espectadoras.

Es una inquietud de siempre, vos para salir tenés que arreglar con alguien, el mundo cambió y no es que están siempre los abuelos. Y se nos ocurrió esto, lo planteamos en el Solís y hubo tremenda receptividad. Siempre entendimos fundamental que esto estuviera por la coherencia con el espectáculo. Y estamos re felices, eso es más importante que la obra para mí. No sé si alguna vez se hizo, pero si no se hizo nunca y hay demanda capaz que se pueden generar más espacios. Hay teatros con lugares enormes y si bien no es para un bebé hay determinadas edades en que no es tan loco pensar que puedas ir al teatro, disfrutar de un espectáculo, que tus hijos están cuidados, y después salir todos juntos a comer en familia.

¿Tenés algún otro texto que se esté empezando a trabajar?

Nuestro sueño con Caro es hacer Cuarentena, que es una propuesta como de una gran ópera rock de cuarenta mujeres puerpéricas que se juntan a celebrar el final de la cuarentena. Tiene que ver con el puerperio como etapa desconocida. Es un estado muy especial, que es tan teatral de por sí que no puedo creer que no se haya abordado. Y tenemos ganas de que sea un espacio de trabajo donde podamos estar con bebés y con niños. Es muy difícil de lograr pero la idea se mantiene. Sería hermoso poder hacerlo, pero es un proyecto al que hay que dedicarle un montón. Aparte estamos hablando con Silvio Flores, que tiene unas ideas para trabajar. Con Silvio trabajé en Implosivo con Esto no es un clásico (2018). Trabajamos monólogos clásicos de teatro y alguna otra cosa con un tremendo grupo de actrices.

Fuiste parte de la primera generación de la TUD (Tecnicatura Uruguaya en Dramaturgia) ¿Cómo evaluás ese proceso?

Acá no había formación formal y era un problema. En un taller de residencia de la Royal Court que hicimos con Analía Torres, Domingo (Milesi), José Pagano y Seba Calderón veíamos que los chilenos y argentinos tenían estudios terciarios o universitarios en dramaturgia, y era un tema el no tener ese espacio. En ese mismo año, 2016, nace la convocatoria para la TUD. Estábamos en Chile y dije que me encantaría pero estaba embarazada de Delfi. Y Seba me dice: “¿Cuál es el problema? vas con el cochecito”. Lo quedé mirando y pensé ¿por qué no?, y me anoté. Pero otra vez fue un tema, había cupo y en la semana que empezaban las clases Delfina estaba naciendo. Y se me cuestionó si iba a poder. Me sentí cuestionada y vulnerable en ese momento. Otra vez esa estupidez de la vocación, de que si hacés algo tenés que solo dedicarte a eso. Pero bueno, la pude hacer. Y lo viví llevando a clase a Delfina, con el cochecito. Después fue Antonio, y cuando me recibí Guillermina era recién nacida. No la hice en dos años, pero la terminé.
Y la TUD cambió todo el teatro. Todo el mundo está escribiendo, trabajando, generando cosas de calidad. Es un espacio que hay que defender y cuidar mucho. Ninguno de quienes la cursaron estaría escribiendo igual. Me tocó estar con la generación de Leonor (Courtoisie), con Marcel (Sawchik), con Seba, con José, con Vanesa (Cánepa), con Vachi (Gutiérrez), con Bruno Acevedo, con Lucía Trentini, con Fede Puig. Para mí fue una fiesta el poder aprender, el compartir espacios donde poder articular e intercambiar entre pares. Esto es chiquito pero a veces cada uno está en su burbuja creativa y es importante salir. Por eso hay que cuidar la TUD y creo que hay que apostar a más y terminar generando una Licenciatura. Hay demanda para eso y sería bueno que no haya que hacerla afuera sino que se haga acá, en la UDELAR.

¿Cómo ves a las nuevas generaciones?

Hay un nivel alucinante ahora, lo vivo con Maru Puyol, que es mi ahijada y un orgullo. Y me generan mucho admiración, me parece que están despegadísimos a nivel de madurez, de ejecutividad, de organización. Tienen una forma de trabajar y plantear las cosas desde el disfrute. Nosotros éramos mucho más hijos del rigor, teníamos unos mandatos teatrales rarísimos, otra forma de trabajar. El texto de Maru (Los lugares intermedios) tiene que ver con eso, con abordar temas muy áridos y jodidos con una madurez y una forma muy adulta. Pienso en Soledad Lacassy, cada vez que la veo está haciendo maravillas. Escribe como los dioses, dirige como los dioses, canta como los dioses, es impresionante. Saben lo que quieren y van tras ello. Ya se ahorraron todo el debate que vivimos nosotros de si podíamos vivir de esto o no. O qué van a decir. No importa esa discusión. Van para adelante sin pedir permiso. Yo me siento y aprendo.

Cómo llorar en una casa llena de niños. Dramaturgia y dirección: Victoria Vera. Actúa: Carolina Piñeyro Duarte. Funciones: 7, 9 y 10 de marzo a las 20:00. Sala Delmira Agustini del Teatro Solís.

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Leonardo Flamia Periodista, ejerce la crítica teatral en el semanario Voces y la docencia en educación media. Cursa Economía y Filosofía en la UDELAR y Matemáticas en el IPA. Ha realizado cursos y talleres de crítica cinematográfica y teatral con Manuel Martínez Carril, Miguel Lagorio, Guillermo Zapiola, Javier Porta Fouz y Jorge Dubatti. También ha participado en seminarios y conferencias sobre teatro, música y artes visuales coordinados por gente como Hans-Thies Lehmann, Coriún Aharonián, Gabriel Peluffo, Luis Ferreira y Lucía Pittaluga. Entre 1998 y 2005 forma parte del colectivo que gestiona la radio comunitaria Alternativa FM y es colaborador del suplemento Puro Rock del diario La República y de la revista Bonus Track. Entre 2006 y 2010 se desempeña como editor de la revista Guía del Ocio. Desde el 2010 hasta la actualidad es colaborador del semanario Voces. En 2016 y 2017 ha dado participado dando charlas sobre crítica teatral y dramaturgia uruguaya contemporánea en la Especialización en Historia del Arte y Patrimonio realizado en el Instituto Universitario CLAEH.