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¿Conduce la ciencia al ateísmo? por Miguel Pastorino

¿Conduce la ciencia al ateísmo?  por Miguel Pastorino
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En la divulgación científica nos encontramos muy a menudo interpretaciones muy ingenuas sobre los textos religiosos, interpretaciones “literales” de los versículos bíblicos, como si se tratara de un libro antiguo de ciencia, refutado por sus delirantes e ingenuas creencias. Lo cierto es que ya los antiguos filósofos y teólogos cristianos explicaban que el libro del Génesis no era un texto para ser leído en forma literal, sino simbólica, porque su mensaje sobre la Creación no trata sobre cómo es que las cosas llegaron a ser lo que son, sino sobre su sentido y su finalidad. Grandes científicos sin formación en religión o con un gran desconocimiento de la historia de la filosofía, como Stephen Hawking, creyeron que los textos religiosos defienden que Dios creó el mundo como una causa física, como si formara parte del mismo universo. De allí la facilidad con la que descartan su existencia porque la piensan como un pretexto de lo que no se sabe explicar y a medida que la ciencia avanza, a Dios le quedarían menos lugares para ocupar, porque los misterios se van resolviendo. Es esta una visión muy ingenua de lo religioso y de las preguntas metafísicas. Es hasta divertido ver documentales supuestamente “científicos” para ver “si la Biblia tenía razón”, buscando evidencias arqueológicas de historias que son relatos simbólicos o hechos históricos contados con una narrativa épica que hace difícil distinguir los elementos históricos de los que no lo son y muchos de ellos pertenecen al género mítico.
Cualquier estudioso de la Biblia conoce sus géneros literarios, los métodos de escritura y querer hacerle una confrontación científica es una lectura demasiado infantil y desenfocada, como hacen Richard Dawkins y otros autores que suponen oposición entre la evolución biológica y la fe en la creación. Solo les valdría su crítica para los grupos fundamentalistas cristianos que leen la Biblia con la misma ingenuidad literalista que la leen los ateos de superventas. Y sus seguidores, como tampoco han tenido una mínima formación para interpretar estos textos, se sienten “liberados” por “ilustrados” ateos que vienen a avisarles que no deben creer en esos cuentos para niños.
Tal vez una de las tendencias más frecuentes que uno se encuentra en la divulgación científica que pretende confrontar las creencias religiosas, es hacer pasar el materialismo filosófico, la visión materialista de la realidad como si fuera una postura científica. Como si la ciencia fuera por definición atea, lo cual es en sí mismo una postura ideológica, válida para quien así lo cree, pero debe asumirse el materialismo como lo que es: una visión metafísica de la realidad, muchas veces inconfesada o asumida inconscientemente.
Otra cosa muy distinta -y muy necesaria- es la crítica de la pseudociencia, cuando creencias de tipo mágico o supersticioso se venden con pretensión de evidencia científica o negando las evidencias científicas. En este caso, la oposición no es entre ciencia y religión, sino entre ciencia e irracionalidad. De allí que el catolicismo, apoyado siempre en la mutua compenetración de fe y razón, en la promoción del desarrollo filosófico y científico, haya combatido siempre toda clase de superstición y pensamiento mágico, y haya criticado el fideísmo, ya que consiste en una fe que da la espalda a la razón.
Lo que ya antiguos autores cristianos tenían claro, como San Agustín, es que no pueden la razón y la fe contradecirse, razón por la cual la religión no puede vivir de espaldas a la ciencia u oponerse a la razón, porque allí la religión degenera en toda clase de irracionalidades, supersticiones y fanatismos. Muchas de estas actitudes puntuales que se han dado en algunas formas de religiosidad, han alimentado el prejuicio cientificista, pero lo cierto es que la ciencia tal como hoy la conocemos se desarrolló dentro de la cultura judeocristiana y grandes hitos en la historia del desarrollo científico estuvo protagonizado por hombres de fe y bajo presupuestos de la cosmovisión cristiana, desde Copérnico, Kepler, Galileo, Newton, Leibniz, De Broglie y Steno, hasta Lavoisier, Pasteur, Mendel, Lamarck, Planck, Lamaitre y Francis Collins, por solo nombrar unos pocos.

¿Qué es el materialismo?
Los términos “materialismo” o “materialista” en el uso común suelen tener una carga negativa, generalmente asociados al afán de bienes materiales o incluso reducido a un tipo de materialismo como fue el “materialismo dialéctico” de Marx y Engels hasta los pensadores soviéticos. Aquí nos interesa lo que comúnmente se llama “materialismo científico”, porque formas materialistas de pensamiento existen desde la antigua Grecia hasta nuestros días. El “materialismo” no se refiere a una única filosofía, sino a una amplia variedad de concepciones que, aunque comparten rasgos fundamentales y que en términos generales podemos definir como una visión filosófica cuyo principal postulado es que no existe más que el ser material, es decir, el ser que viene dado por la experiencia de los sentidos y todo ha de reducirse a ello y ha de poder explicarse materialmente. Aunque muchos creen que pensar así es el resultado de la evidencia científica, en realidad es una postura filosófica, es un punto de partida metafísico, válido racionalmente como otras posturas, pero es un presupuesto teórico.
Aunque las ciencias naturales se limiten a estudiar la realidad que podemos llamar “física”, eso no significa que agoten todo lo real, pero si se asume una filosofía materialista de fondo, será incompatible con aceptar la existencia de cualquier realidad inmaterial, mucho menos la idea de la existencia de alguna forma de divinidad o realidad trascendente al mundo.
La controversia entre materialismo científico y teísmo la encontramos actualmente en un debate interpretativo de los resultados en varios campos científicos, especialmente en tres: las neurociencias, los estudios sobre el origen y la evolución de la vida, y la cosmología. Desde el problema del alma, hasta si hay una inteligencia detrás de la evolución o si puede pensarse en un Creador del Universo, son problemas de discusión filosófica con posturas materialistas. Aquí no vamos a detenernos en estos debates actuales, sino que nos interesa explorar brevemente la relación del materialismo con el ateísmo, porque en muchos escritos de divulgación científica se asume el materialismo filosófico como un punto de partida “científico” y no lo es.

¿Es el materialismo una postura científica?

En los últimos años muchos autores materialistas utilizan el término “naturalismo” para explicar su postura. Otros entienden que son nociones diferentes, pero en general se utilizan como sinónimos, porque afirmar que todo es material, o derivado de la materia y que lo material se define a partir de las ciencias naturales, no deja lugar a una diferencia clara entre lo material y lo natural. Aunque podrían hacerse distinciones entre uno y otro término, el materialismo científico de las últimas décadas usa naturalismo como sinónimo de materialismo.
Pero algo importante es distinguir un naturalismo metodológico, donde simplemente el investigador entiende que la metodología y el objeto de estudio de su ciencia le exige buscar solo y exclusivamente causas naturales para comprender la naturaleza. Esta actitud metodológica es aceptable como postura científica, porque se entiende que es por razones metodológicas y es compartida también por científicos que profesar alguna religión. Pero otra cosa es asumir un naturalismo ontológico, porque implica afirmar que no existen más realidades que las que llamamos “naturales” y esto es una postura metafísica, no científica. Igualmente existe el problema de definir qué se entiende por “realidad natural”, o por “materia” lo cual no es una tarea sencilla y adquiere cada vez mayor complejidad.
Las teorías físicas actuales sobre la composición de la materia son de una complejidad increíble, solo accesible a quienes se dedican seriamente al tema, pero no dan una respuesta simple ni definitiva a la cuestión que es más filosófica que científica: explicar qué entendemos por “materia”.
Las explicaciones populares o de que la materia es “lo que podemos ver o tocar” son muy pobres, porque las ondas electromagnéticas, los campos gravitatorios, los protones o neutrones o cualquiera de las “partículas elementales” de distintos niveles no son realidades que podamos ver o tocar, así de simple. Es cierto que los argumentos actuales del materialismo son muy sofisticados, pero no terminan de dar una respuesta definitiva al tema. Además, si se tienen en cuenta los progresos científicos sobre el conocimiento de lo real, la complejidad aumenta ya que lo que entendemos por materia es un pequeño porcentaje del universo observable.
El filósofo y físico argentino Mario Bunge, enumera diez problemas que los materialistas no han resuelto, como la existencia de la libertad o el espíritu, que trascienden las leyes naturales, los objetos culturales, los valores que guían nuestro comportamiento, etc. Pero el autor asume que el materialismo es la más válida filosofía para la ciencia, que le permite progresar. El problema es que no siempre se asume que la ciencia experimental se basa en el estudio de realidades naturales, materiales y por ello nada puede decir sobre la existencia de realidades espirituales, ni a favor, ni en contra. Solo es posible unir materialismo y ciencia si todo el conocimiento se reduce a lo que las ciencias pueden comprobar.
Nadie hasta ahora ha sido capaz de dar una satisfactoria explicación materialista de la inteligencia o de la conciencia, salvo que caiga en reduccionismos por no poder asumir los límites de la investigación científica.
Uno puede no creer que existan realidades espirituales, pero que no existan no se deduce de la investigación científica. No supone ninguna crítica a la ciencia entender que no es su campo de estudio lo que está fuera de los límites de su objeto y de sus métodos. La mayoría de los científicos tienen claras estas distinciones, pero en la divulgación científica generalmente se cuelan posturas filosóficas como si fueran evidencias empíricas. Aunque también hay creyentes creacionistas que pretenden presentar como evidencias científicas de la existencia de un Creador, argumentos filosóficos.
La ciencia no es atea, ni teísta, es ciencia. El problema de Dios es un problema filosófico, metafísico, teológico, pero no tiene ningún sentido buscar en la ciencia argumentos para demostrar la existencia de Dios o su inexistencia. Hay grandes científicos ateos, agnósticos, católicos, evangélicos, judíos, hindúes y musulmanes. No por ser creyentes o ateos hicieron una ciencia menos rigurosa y seria, simplemente saben con honestidad intelectual distinguir ámbitos, lenguajes y la complejidad de lo real que no lo agota la investigación científica.
La evidencia empírica no nos permite hacer enunciados absolutos y el conocimiento científico está siempre sujeto a revisión. No hay conocimiento absoluto de lo real, sino siempre un hacerse camino, un crecimiento en nuestra comprensión de la realidad. Y la ciencia ha avanzado siempre con presupuestos de orden filosófico, ontológico, antropológico, ético y epistemológico, que no son demostrables científicamente.
Tanto para la ciencia como para la filosofía, para cualquier forma de conocimiento son actuales estas palabras del filósofo español Xavier Zubiri:
“La investigación es inacabable no sólo porque el hombre no puede agotar la riqueza de la realidad, sino que es inacabable radicalmente, a saber, porque la realidad en cuanto tal es desde sí misma constitutivamente abierta… Investigar lo que algo es en la realidad es faena inacabable, porque lo real mismo nunca está acabado” (1932).

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