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COVID ¿Libertad responsable o mano dura?

COVID ¿Libertad responsable o mano dura?
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La situación parece estar cambiando con el aumento de casos de COVID 19 en nuestro país. Sin llegar a los niveles de nuestros vecinos o de otros países, da la impresión que la excepcionalidad uruguaya está amenazada.  ¿Largamos la chancleta en el cuidado? ¿Se abrió demasiado la canilla con la exposición de La Rural, las marchas y las elecciones municipales? ¿Cómo se debe actuar en casos como Rivera? ¿Hay que proceder al cierre de los free shops y volver a prohibir las celebraciones religiosas? ¿Hay que confinar la ciudad? ¿Se antepone la economía a la salud? ¿Debe ser más firme el gobierno en sus medidas? ¿Alcanza con la “libertad responsable” que pregona el Presidente? ¿Hay que reforzar el mensaje para evitar las sensaciones de qué lo peor ya pasó, o de invulnerabilidad en los más jóvenes? ¿Es un tema generacional exclusivamente? 

Para educar a un niño hace falta toda la tribu por  Mercedes Vigil

Los uruguayos estamos teniendo problemas a la hora de construir ciudadanía, una consecuencia esperable tras décadas de desidia, pactos y concesiones ante grupos de presión que han transformado los centros de estudio en el bastión principal de su perversa ideología a sabiendas que no hay mejor manera de dominar a la ciudadanía que anular su pensamiento crítico.

Seguimos gastando en cárceles, tobilleras y cientos de direcciones de género en un país violento que se niega a admitir que, con una educación altamente politizada y degradada, la violencia solo puede crecer. Porque cuando hablamos de delincuencia, de falta de apego a las normas o de cualquier falencia social que altere la convivencia, estamos hablando de falta de educación.

La educación sigue siendo la mejor herramienta para formar ciudadanos capaces de elegir una vida digna y comprender que sus actos generan consecuencias.

Lamentablemente hemos confundido laicidad con ausencia de valores, cuando es todo lo contrario si es entendida como el ámbito en el que los acuerdos de convivencia humana no son aceptados por mandato divino, sino por ser una construcción histórica, social y plural que vehiculiza la convivencia.

No solo se educa para conseguir empleo o desarrollar talentos, se educa para convivir, lo que no es más ni menos que educar en el respeto al otro. Para ello la disciplina es vital, entendida como la necesidad de exigir que todos los miembros de la comunidad respeten las normas que nos hemos dado para garantizar la convivencia.

Una buena educación debe tener un correlato extra escolar y no es necesario decir que los mensajes que nos entregan los formadores de opinión suelen ser paupérrimos.

No podemos esperar que se respeten las normas cuando llevamos décadas licuando la responsabilidad del ciudadano y quien mata, roba o usa su poder en beneficio propio es el “vivo” de la tribu y se transforma en un modelo a imitar

Esta falta de apego a toda norma ha ido permeando a la sociedad entera, desde gobernantes a gobernados y hoy se hace más evidente porque atravesamos una pandemia y la irresponsabilidad queda expuesta en toda su perversidad.

No hay que olvidar que niños y jóvenes aprenden también de cómo se comportan sus mayores y en ese aspecto, algunos ejemplos locales dejan mucho que desear.

Estamos en una situación límite, con una pandemia que traerá consecuencias impredecibles y los mensajes que nos llegan son contradictorios hasta el absurdo.

Basta ver a nuestros escolares asistir a los centros educativos con barbijos y al mismo tiempo, observar a referentes sociales invitar a festejos masivos en plena pandemia.

El presidente ha manejado muy bien el tema sanitario, pero vivimos en una sociedad partida en dos y no hace falta más que mirar las noticias para comprobar que mientras las autoridades sanitarias apelan a la responsabilidad ciudadana, importantes actores políticos y sociales dinamitan cada logro, llamando a movilizaciones multitudinarias.

Esta lógica perversa nos arroja al peor de los escenarios posibles, una obra trágica en la cual gran parte de la sociedad sigue a sus gurúes como aquellos ratones de Hamelin que embelesados con la música del flautista lo acompañaron felices a su destino final.

Educar es el secreto para tener ciudadanos responsables y nunca estuvo tan vigente aquel proverbio africano que reza que para educar a un niño se necesita la tribu.

 

Las dos cosas por Miguel Manzi

Las preguntas de Voces siempre son provocadoras. Sobre la de hoy, debo empezar diciendo que a mi juicio no existe, en este tema de la pandemia ni en ningún otro, y pese al chauvinismo tan de uso así durante las Eliminatorias como fuera de ellas, ninguna excepcionalidad uruguaya. Turkmenistán, Vanuatu, Samoa, Kiribati, los Estados Federados de Micronesia, Tonga, las Islas Marshall, Palau, Tuvalu y Nauru, no tuvieron ningún caso de Covid-19 (sin contar a Corea del Norte, cruel dictadura donde la gente muere de cosas peores como de hambre). En efecto, los vicios de Argentina y Brasil no nos convierten en virtuosos. En cambio nos adorna, creo, cierto talante nacional proclive a la libertad, que por pendiente incluye su defensa eventualmente con rigor. Digo: “libertad responsable o mano dura” es una falsa oposición: la primera es lo único admisible, y la segunda resulta (en ocasiones) necesaria para sostener a la primera. Las dos cosas, pues. Todo lo demás que anticipa Voces en su pregunta, es estricta verdad: largamos la chancleta, se abrió demasiado la canilla, hay que dar marcha atrás en las actividades más comprometedoras, se debe reforzar el mensaje y, naturalmente, sería deseable confinar a todos los menores de 30 años en la Isla de Flores. Es que los jóvenes se creen inmortales; imbéciles, no se dan cuenta de que en un parpadeo se transformarán en viejos de mierda como uno. Sí: creo que, dadas las circunstancias en la región y en el mundo, es urgente volver a las condiciones de inicio, cuando nos ganaban la incertidumbre y el miedo. Lo que cabe discutir, en todo caso, es si corresponde aplicar medidas más severas a las ya conocidas, como por ejemplo el cinturón sanitario a los amigos riverenses, o el toque de queda a la parisina o, en vísperas de la temporada estival (que le da de comer por todo el año a un montón de uruguayos), mantener básicamente cerradas las fronteras. Y la respuesta estaría dada por los objetivos ulteriores o, si se prefiere, los valores que se pretende salvaguardar. Lacalle Pou estableció desde el principio, a través de la ya instalada imagen de las perillas, que para el Gobierno la prioridad era la salud, que es decir la vida. Descontando que las libertades individuales solo pueden limitarse al amparo de medidas prontas de seguridad votadas por el Parlamento, no se me ocurre otra prioridad más pertinente. Los problemas se multiplicarán para Economía, la OPP, el Mides, la Enseñanza, y el resto del Estado, procurando atenuar el impacto de las restricciones en los más vulnerables y en los más afectados. Pero la salud (la vida) va primero. La buena noticia es que, hasta ahora, el Gobierno lo está haciendo de la mejor manera posible.

 

Billetera mata a galán por Esteban  Pérez

Tengo un amigo octogenario que se refiere al COVID 19 como “El Bicho”. Tan grande es el respeto y su temor al contagio que pareciera que le cambia el nombre como para mantenerlo alejado, no vaya a ser que al nombrarlo se le arrime y “lo pique”.

En el otro extremo están los que lo minimizan o incluso lo desafían no tomando las precauciones sugeridas por la comunidad médica. Hay incluso algunos que se sienten “revolucionarios” siendo transgresores al santo pepe, mirando por sobre el hombro a quienes son racionalmente cautos confundiendo el miedo con la cautela. Nos guste o no la epidemia existe.

Por supuesto que no desconocemos que las guerras imperialistas de los últimos años han generado más muertes que el COVID 19 a los que hay que sumar los fallecimientos por las hambrunas en los países más expoliados.

La economía capitalista ha pisado una cáscara de banana con la pandemia y se tambalea, semiparalizada. Los más afectados son, por supuesto, los más débiles y marginados del sistema y sobre ellos cae el mayor peso de la crisis.

Tenemos en nuestro país un gobierno clasista que, sin pudor alguno, se definió por no tocar a los poderosos y por otro lado se resiste a otorgar una renta básica a las decenas de miles de familias que están padeciendo esta crisis. Reitero: clasista, sin piedad y además utilizando la epidemia para justificar una ley de urgencia y un presupuesto antipopulares.

Cuando se prende la luz amarilla de los contagios, no resiste la “embestida baguala” de los capitalistas que lo apoyan. Es así que se habilita la Rural del Prado, por donde transitaron 100.000 personas incluidas en esa extensa multitud procedentes de los 19 departamentos. Pero a la hora de buscar las causas del nuevo empuje virósico, se las encuentra sólo en las marchas y movilizaciones populares, aunque éstas en números de concurrentes hayan sido mucho menos numerosas.

Por supuesto que quizá los organizadores de las movilizaciones debieron acordar previamente criterios sanitarios por dos razones: la prevención y para no dar el “changüí” de que se los señale como causa del descontrol en el que aparentemente va cayendo el gobierno en la administración de la epidemia.

Como dice el refrán “billetera mata a galán” y es así que sistemáticamente poderosas corporaciones económicas fuerzan al gobierno a flexibilizar las barreras sanitarias, pesando más sus bolsillos que la salud de la población.

No obstante, dado el panorama negativo que se seguirá precipitando sobre el pueblo trabajador, con pandemia o sin ella, no hay que bajar los brazos en resistencia ni entrar en el corral de ramas de la desmovilización.

El camino es seguir construyendo conciencia con organización popular, acumulando fuerza para frenar la pérdida de conquistas logradas y detener el avance de este capitalismo cada vez más feroz e inhumano.

 

La sensatez y los extremos por Benjamín Nahoum

Hace siete meses, cuando se declaró la pandemia en el Uruguay, cada día nos enterábamos de veinte o treinta nuevos casos de contagio de COVI-19; después, esa cifra disminuyó: pasó a ser de un solo dígito y, en una semana que parecía iba a marcar el fin de una época de temor y el comienzo de otra de regocijo, por varios días no se detectó ni un solo caso nuevo.

Las restricciones de circulación de las personas, que nunca habían sido totales (entre otras cosas, porque ello es imposible), pero sí rigurosas, se distendieron, y la vida, el trabajo y las actividades sociales volvieron a renacer. Al principio no hubo cambios significativos, pero llegada la primavera, lentamente primero y luego con más fuerza, el número de nuevos casos comenzó a crecer y ahora ronda los cuarenta, cincuenta y aún sesenta por día.

O sea, el doble que en marzo y abril. Claro que ahora se hacen cuatro o cinco veces más test que en aquel momento, y aunque la relación positivos/número de test claramente no es proporcional (porque ahora los test están mucho más generalizados y no sólo se hacen en casos sintomáticos), es evidente que debemos tener en cuenta ese dato, a la hora de evaluar si estamos mejor, peor o igual que al principio. Y la conclusión debe ser que peor no estamos, pero mucho mejor tampoco.

Por lo tanto, ni ya podemos tirar la chancleta (léanse fiestas autorizadas de a miles, como la Exposición Rural, o clandestinas, como las que reúnen a cientos de jóvenes, internet mediante), ni tampoco es razonable predicar que se contraerá el virus si se sale a pasear al perro.

Una vieja máxima de la comunicación enseña que un mensaje, ultrarrepetido, al principio tiene impacto, pero al final se desgasta y se descree en él. Y otra de las organizaciones, nos dice que cuando se prohíbe todo, termina no prohibiéndose nada. Ambas enseñan que el otro extremo también es dañino.

Por lo tanto, es la hora de seguir siendo sensatos sin caer en absolutismos absurdos o atentatorios. De cuarentenar a los enfermos y de cuidar, tanto como siempre y más aún, a las poblaciones de riesgo, a las y los trabajadores que las cuidan, a aquellos que por su labor no tienen más remedio que tener contactos o estar en lugares cerrados, que son al fin y al cabo los que pueden saturar y colapsar la estructura de atención de salud, que debe ser mantenida y reforzada, y no recortad.

Y más que permitir, estimular, las actividades al aire libre, las caminatas, la movilidad no mecánica, las clases en las escuelas y los liceos, el trabajo en situaciones de bajo riesgo. Porque por allí también hay otra pandemia: la del estrés, la angustia, el no llegar a fin de mes, el miedo por el futuro. Que puede ser peor que el COVID-19 y en muchos lados ya lo está siendo.

 

El miedo no es la forma por Juan Pablo Grandal

Periódicamente en nuestro país asistimos a situaciones de este tipo. Ante alguna preocupación válida, fácilmente y con mucha rapidez empiezan a aparecer las soluciones fáciles a problemas complejos. Muchas veces, de forma metafórica o más literal, se apela a un “garrote mágico”, con la capacidad de solucionar todos los problemas del país, si solo el gobierno de turno aplicara mayor mano dura. Ese tipo de argumento es muy común en las temáticas relacionadas a la seguridad pública por razones obvias, pero ahora también está haciendo acto de presencia en el debate público sobre como lidiar con la pandemia del COVID-19. Los mercaderes del miedo han vuelto a tomar el centro de la discusión, después de estar bastante callados los últimos meses al haberse demostrado empíricamente la poca viabilidad de sus propuestas y las consecuencias negativas de estas donde han sido aplicadas.

En este país ya nos ha tocado asistir al debate sobre la cuarentena obligatoria. Voces muy potentes dentro de la actual oposición como el expresidente Tabaré Vázquez pedían a gritos la cuarentena obligatoria, porque había que “cuidar la vida de los uruguayos”, y buscar mantener cierta estabilidad en la actividad económica, a la vez que se buscaba controlar la situación sanitaria para muchos significaba que no te importaba la vida de la gente. Pasado el tiempo, se ha demostrado que el camino moderado ha sido el más adecuado, como ya he comentado en anteriores participaciones en este espacio. Ahora con el aumento de los contagios, las voces que afirman que el gobierno no ha hecho lo suficiente para controlar la difusión del virus vuelven a la ofensiva.

Y no quiero decir que no se haya podido actuar mejor. La situación en el transporte público, por ejemplo, en la que en hora pico es muy difícil encontrar una línea en la que no vayan decenas de personas abarrotadas respirando una al lado de la otra, es un claro ejemplo de una cuestión que se debería haber manejado mejor. Mucho se habla de la marcha de la diversidad y la Expo Prado, y si bien es posible que en alguna de estas actividades no se hayan tomado los recaudos necesarios, palidece en comparación con la situación diaria que se vive en el transporte público. También el control de las fronteras no ha sido tan eficiente como uno espera y cree necesario, particularmente en el Departamento de Rivera. Pero a todo esto queda siempre una pregunta, ¿acaso les importa a quienes piden un sin número de nuevas restricciones el bienestar y la calidad de vida de los uruguayos?

Porque seamos claros. Ese discurso seudo-humanista, tan común en la Argentina, por ejemplo, de que hay que “priorizar la vida sobre la economía” es un sinsentido peligrosísimo. Ya el gobierno ha debido tomar medidas (en mi opinión tristemente necesarias) que van a afectar muy negativamente a la industria turística. No sabemos cuántas empresas cerrarán en consecuencia, cuántos trabajadores perderán sus empleos, cuánto sufrirá la economía de tantas localidades tan dependientes del turismo, y cuanto se resentirán en consecuencia los servicios públicos ofrecidos a muchos de sus habitantes. La caída económica en el 2020 ya ha sido significativa (aunque bastante menor que lo que podría haber sido), pero está por verse los resultados de una temporada de verano que se está perfilando para ser entre las peores de nuestra historia. Pensemos lo que significaría entonces una congelación más significativa de la actividad económica para un número mucho mayor de compatriotas. ¿Es entre los que defienden ese tipo de medidas que está el “humanismo”? ¿La defensa de la vida pasa por poner en riesgo el sustento diario de cientos de miles?

Acá hay que tener algo bien claro: tarde o temprano la inmensa mayoría de la humanidad va a contagiarse. Es imposible pensar que eso no sea así, porque no es posible pensar que todo el mundo va a vivir aislado por los siglos de los siglos. El truco está en mantener la situación bajo control y que el contagio no sea demasiado rápido y mantener las muertes en el mínimo posible. Pero no hay camino mágico. Hay idas y venidas, momentos con mayor tranquilidad y menos contagios, y momentos como los que estamos viviendo actualmente, de repunte de los contagios. Es la realidad que nos ha tocado vivir. Muchos al leer mi columna podrán pensar que no me preocupan tanto los contagios porque soy joven y no soy población de riesgo. Pero sí que preocupa, convivo diariamente con gente en población de riesgo, y soy consciente de los cuidados necesarios. Pero no pienso hipotecar la economía en nombre de evitar contagios que nos guste o no, tarde o temprano llegarán. No sonará políticamente correcto en nuestro ambiente cultural de falso humanismo e idealismo, pero sin economía no hay Estado, no hay bienestar, no hay salud, no hay nada. Mantengámonos en el camino moderado, cuidemos tanto la economía como la salud. Y citando una frase famosa de Franklin Roosevelt: “A lo único que debemos tenerle miedo, es al miedo mismo”.

De “Dignidad arriba y regocijo abajo” a “conciencia arriba y libertad responsable abajo” por Leonel Briozzo

Antes de la Pandemia COVID 19, el mundo y, sobre todo, las personas más vulneradas en sus derechos, estaban siendo afectadas por una Sindémia Global. La sindémia global es la interrelación que potencia las 3 más grandes epidemias de nuestro siglo: el cambio climático, la obesidad y la desnutrición (por falta o sobre todo por exceso de alimentos)

La base de la sindémia es la misma que de la Pandemia COVID 19: un sistema de producción medioambientalmente destructor e insustentable desde el punto de vista planetario. Uno de los fenómenos más importantes que explican la Pandemia COVID 19 (y la sindémia global por supuesto) es la desforestación masiva que lleva a la expulsión de animales de su hábitat, en general portadores de virus -como el predecesor del COVID 19- los que, al migrar a centros poblados por humanos, generan gran contagiosidad dado el stress inherente a esta situación.

Las pandemias llegaron para quedarse y mientras no cambie el sistema depredador sobre el medio ambiente y la sociedad, el capitalismo en esta etapa de su desarrollo claro está, hoy es 19, mañana 22 y pasado 26. Veremos.

Hoy sabemos que los efectos directos de la infección por el virus del SARS COV-2 (que provoca el COVID 19) en la persona son muy graves. Pero también sabemos que no le van en saga los efectos sobre la salud bio – psico – social de las personas que provoca las medidas de mitigación que se han impuesto a lo largo y ancho del planeta. El efecto en niños, niñas y adolescentes con respecto a la escolarización está documentando. Estamos estudiando el efecto en el proceso reproductivo que parece ser muy serio en la población más vulnerada en sus derechos. Los trastornos de ansiedad y depresión son graves y en las poblaciones vulnerables en cuanto a la salud mental (como la uruguaya con alto consumo de psicofármacos, sustancias psicoactivas y suicidios), es dable esperar incremento de patologías y suicidios

Por lo tanto, a la hora de analizar el efecto de la Pandemia COVID 19 hay que tener 3 consideraciones fundamentales: la vulneración de derechos de la población analizada (pobreza, hábitat, trabajo, violencia basada en genero etc.), la infección en sí misma y por último el impacto de las medidas de mitigación.

La situación en nuestro país es privilegiada por motivos constitucionales y motivos coyunturales. Los constitucionales son: la menor inequidad social de toda América del sur y de las menores de América, un sistema de salud integrado más robusto con una rectoría que desarrolla políticas públicas como políticas de Estado, las prestaciones sociales desde un ministerio creado para tal fin, una población inteligente sensible al mensaje de una comunidad científica comprometida desde siempre con el desarrollo social. Los motivos coyunturales son las medidas tomadas acertadamente por el gobierno, que, en tiempo récord, se empodero con las herramientas institucionales que dejaron armados los gobiernos anteriores, apelando a la libertad responsable y al seguimiento de casos, exitoso dada la baja población y la alta capacidad de testeo desarrollada desde la Universidad de la Republica y el Instituto Pasteur. No hay milagros acá, hay políticas públicas, madurez y compromiso de los diferentes actores.

La apertura conlleva riesgos, pero, como dijimos también beneficios. Lo que sí es claro es que con la normalización de actividades aumenta el riesgo de contagios. Por ahora en proyección aritmética. No debemos pasar a una proyección geométrica, ese sigue siendo el objetivo.

¿Cómo lograr el achatamiento en un escenario de apertura?

Hay que actuar en al menos 3 niveles:

  • Reformulando, desde las fortalezas constitucionales que hablamos, un diseño de mayor protección social de las poblaciones más vulnerables tipo bono o como se quiera formular, pero que de poder de hacer a nuestra gente que la está pasando muy mal. Frenar el ajuste fiscal también es imprescindible en este contexto.
  • Fortalecer el mensaje a los jóvenes en cuanto a las medidas de responsabilidad que deben tomar. No alcanza con hablar en términos cercanos y empáticos como hablan las autoridades. A los jóvenes hay que mostrarles evidencias contundentes y claras para que decidan conscientemente. Hay que diseñar una política que llegue y se comprenda por un sector social que, hasta biológicamente, está impedida de cumplir el distanciamiento. Los adolescentes y jóvenes son sensible a mensajes claros. Fueron estos los que más bajaron el consumo de tabaco en su momento. Hace falta profesionalizar el mensaje y difundirlo de manera adecuada.
  • Supervisar, vigilar e impedir cualquier exceso que se pudiera cometer, de manera inteligente, convincente y firme, pero, disminuyendo riesgos, mediante una habilitación razonable de eventos que sean bien controlados y, sobre todo, donde haya trazabilidad en los mismos para seguir hilos de eventuales casos. En particular en la frontera, aparentemente, tan grave como las reuniones de cultos varios han sido el mantenimiento de la apertura de shoppings y su efecto hipnótico sobre masivas visitas de brasileños. Eso debe terminar.

Hay que generar un nuevo tipo de enfrentamiento a estas contingencias que vivirá nuestro país, la región y el mundo de ahora en adelante, ya que como dijimos, las emergencias sanitarias y sociales tipo COVID 19, llegaron para quedarse.

Estas emergencias nos dan la posibilidad de pensar en términos colectivos y no solo individuales, ya que de lo que se trata es de que todos estemos lo mejor posible. En tal sentido, las respuestas de salud como mercancía, dan lugar a las respuestas de la salud como un derecho.

Hoy hay que lograr un gran acuerdo nacional en la materia de respuesta a este tipo de crisis, desde la visión partidaria, social, académica y científica, sin olvidar a los sectores más vulnerados, que son los que soportan el peso mayor de esta situación.

El ejecutivo tiene en sus manos esta convocatoria y la capacidad para hacerlo. Sería un gesto de estadista. En términos de respuesta, esta sería más efectiva, eficaz y eficiente, ya que nos haría sentir parte del mismo barco que habitamos, nuestro país, nuestro continente y el mundo.

Carl Sagan decía que el conocimiento del espacio lo que lograría es que, al entender nuestra insignificancia, pudiéramos ser mejores entre nosotros mismos como humanos. La pandemia COVID 19 en el contexto de la Sindémia Global, es la primera de su tipo, que a escala global nos pone en la disyuntiva de apostar a la vida, la solidaridad, el estado de bienestar y la sustentabilidad o, por el contrario, seguir por el camino suicida del individualismo, el mercado, el sálvese quien pueda y la destrucción del planeta. Por lo pronto, nuestro destino no está escrito y podemos hacerlo mejor que quienes nos precedieron, necesariamente, juntos.

 

La “libertad” es una responsabilidad enorme por Alberto Rodríguez Genta

Sin considerarme la persona más apropiada para contestar a esas tantas y tan complejas preguntas, creo que el principal error está en la formulación de la misma pregunta: “Libertad responsable o mano dura”. La iluminación de una sociedad nunca viene de un único bichito de luz que pase delante nuestro y nos ilumine momentáneamente la página que estamos leyendo. Somos muchos los que debemos aportar lo mejor, lo más responsable, y lo más criterioso de nuestro concepto humano, para enfrentar un mal que nos afecta a todos y pone a prueba nuestra supervivencia.

Por ello la libertad responsable, que se enmarca dentro del más hermoso concepto del que puede disfrutar la humanidad -la “libertad” -es una responsabilidad enorme de la cual tenemos muy poca comprensión y muy débil interpretación. La “libertad” es lo que realmente hace a cada ser humano único, y diferente, y aportador independiente, de ideas y soluciones que enriquecen a la humanidad.

Ni “libertad responsable” ni “mano dura” a los irresponsables, por separado, nos aportarán las soluciones necesarias. Libertad responsable hasta donde sea responsable, y mano dura hasta donde sea necesario que el resto de la sociedad reconozca y acepte su compromiso, con la responsabilidad hacia los demás.

Podríamos decir que “mi responsabilidad empieza y termina, cuando comienza tu responsabilidad hacia los demás”. Mi responsabilidad es la tuya, y la tuya es la mía.

El resto de las preguntas, y perdón que sea tan sincero, me parece que lo único que logran es embarullar el tema lo suficientemente como para lograr una masiva catarsis donde sabios y profanos opinemos para descargar y desarrollar nuestras inconfesables apetencias personales, protagonismos individuales, y hasta elaborar recetas médicas de acuerdo a nuestra propia interpretación, según preferencias e inclinaciones ideológicas, ¡filosóficas y hasta fisiológicas!

 

La pandemia continúa por Cristina De Armas

Llevamos siete meses en tiempo de pandemia mundial y Uruguay sigue marcando diferencia con el resto del mundo, pero, sobre todo, con la región. Llegó a parecer que había un escudo invisible en nuestra frontera. ¿Responsabilidad ciudadana? ¿Inteligencia del gobierno? ¿La BCG que llevamos todos como tatuaje y que hoy el Reino Unido implementa? No lo sabemos.

En marzo cuando todo comenzó el gobierno enviaba un mensaje a los ciudadanos responsables de hacer presión sobre aquellos que no seguían sus sugerencias. El resultado de eso fueron campañas de escrache, denuncias, un quincho quemado en Punta del Diablo desde dónde las vecinas se quejaban en televisión que los montevideanos iríamos a llevar la enfermedad. Llegaban noticias de violencia desde la región. Eso debía ser evitado y se evitó. Lo que el gobierno también quiso evitar es reprimir y para no reprimir no podía obligar. Nos llenamos de orgullo nacional cuando desde el exterior nos veían como un oasis lejano donde el covid-19 no llegaba y sin cuarentena obligatoria.

Pero asociada a la pandemia va la economía, reactivar se hacía necesario. Llegó finalmente la elección departamental y el movimiento social fue inevitable, la exposición rural imposible de impedir para el sector soporte del gobierno y luego la marcha de la diversidad, una marea de jóvenes a dos días de las elecciones, imposible de evitar. Desde un lado de la política marcaban la irresponsabilidad de la Rural y desde el otro la irresponsabilidad de la marcha, en medio la incertidumbre. Ya se temían consecuencias y el gobierno optó por lo que llamo la estrategia del predicador: el predicador pone la mano sobre el fiel y le dice que si tiene fe se va a curar. Evidentemente si no se cura es porque no tiene fe, nada que ver con el predicador. Así nuestro gobierno una y otra vez en lugar de obligar dice lo que se debe hacer, distancia y tapaboca y si se enferma es porque no se ha sido responsable, nada que ver con el gobierno.

Pero lo casos comenzaron a sumarse, en Montevideo y en el interior, se puede perder el control. Sucedió Rivera, los problemas de la frontera que tienen otro contexto, Rivera y Livramento son una sola ciudad en los hechos, aunque en el covid-19 se había mantenido la distancia; ya no fue posible y la gente ya no responde a las sugerencias. Se hacía necesario un mensaje claro y dejar de ver costos políticos, las elecciones terminaron y la pandemia continúa.

 

HOMO FABER por Fernando Pioli

Cuando supimos de los alcances de la pandemia, uno de los principales desafíos que era previsible que íbamos a enfrentar era la capacidad de resistencia social al distanciamiento físico. Los seres humanos somos seres sociales, al decir de Aristóteles: animales políticos. Quienes no saben o no necesitan vivir en sociedad son bestias o dioses, pero no humanos.

En la mitología Sumeria, Enkidu es enviado para derrotar al poderoso Gilgamesh, pero olvida su misión y vive como las bestias. Cuando es iniciado sexualmente por una prostituta sagrada recuerda su misión, pero al enfrentarse con Gilgamesh indignado porque este había ordenado el derecho de pernada, ambos terminan siendo amigos y se redimen mutuamente. En la sombra de este mito persiste aún la idea de que la convivencia es lo que nos civiliza, si se nos deja solos ante nuestros deseos nos volvemos como bestias o como dioses. Enkidu mejora a Gilgamesh y Gilgamesh a Enkidu. Es la socialización lo que nos vuelve humanos y es algo irrenunciable, es una necesidad existencial.

Lo que la humanidad ahora está viviendo es el desgaste propio de esta situación, quienes pretenden el confinamiento indefinido no parecen comprender la naturaleza humana. No es que simplemente estamos bajando la guardia, estamos viviendo el conflicto permanente entre nuestro afán social y nuestro espíritu de supervivencia ante un virus que se ensaña con nuestra debilidad.

En el caso uruguayo, la orientación científica fue extraordinariamente amplia y coordinó muchos enfoques, esto es lo que propició una respuesta ejemplar. Desde el principio se sabía que el confinamiento era temporal y el enfoque se dirigió a identificar cuál era el mejor modo de desarmarlo de modo seguro. Esta desescalada es inevitablemente conflictiva y siempre tiene algo de caprichosa.

Nuestro gobierno se cuida mucho de asegurarse el mérito de todo lo bueno y deriva responsabilidades de todo lo malo, según su discurso lo que no es culpa de la pandemia es culpa del anterior gobierno. Esta actitud es extraordinariamente irresponsable y puede costarle caro en el mediano y largo plazo. Gestionar las tensiones sociales es uno de los principales cometidos de cualquier gobierno y los cartuchos que ha usado el gobierno en las actuales circunstancias le han dado resultado, pero tendrá que buscar otros cuando el campo de batalla cambie.

Según el romano Apio Claudio el Ciego, el ser humano fabrica su destino (Homo faber suae quisque fortunae). En eso estamos.

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