Aunque no están funcionando las salas, hay más cine que nunca para ver, ya sea por streaming o en internet. Casualmente, entre mañana y el domingo se cumplen cuatro aniversarios muy diversos, todos accesibles por alguna de las vías citadas. Tentemos al lector con buen cine para este fin de semana…
EL FOTÓGRAFO DEL PÀNICO (1960): Mark Lewis (un memorable Karl Böhm) es un joven perturbado apasionado por la fotografía y el cine. De día trabaja como técnico en un estudio de filmación, y de noche sale a levantar prostitutas sólo para acosarlas y filmarlas cuando las mata. Todo se le complica cuando su vecina Helen se cuela en su apartamento, mostrando gran interés por él, que también se enamora de la chica, sin percatarse que esa situación sobrepasará su frágil estabilidad emocional y lo hará caer en una espiral de destrucción y muerte. Ver esta película es una experiencia voyeur, ya que el asesino rueda en primer plano los asesinatos y nos convierte en partícipes. A su vez, es un antecedente del género snuff, ya que Mark encuentra solaz recreando los momentos de sus crímenes, al proyectarlos una y otra vez en una pantalla de cine. El director Michael Powell llena la historia de precisas elaboraciones psicológicas acerca del perfil de un asesino serial, y el resultado es excelente porque no pasa por el suspenso o el shock (como hizo Hitchcock ese mismo año en Psicosis), sino por la exploración de la intimidad de un psicópata, al punto que el espectador puede entender cómo Mark ha llegado a esa situación, con lo cual el personaje logra inspirarnos más piedad que odio o rechazo.
LA AVENTURA (1960): Una joven (Lea Massari) desaparece en una isla durante una excursión, y su novio (Gabriele Ferzetti), una amiga (Monica Vitti) y los demás viajeros emprenden una búsqueda infructuosa. La película, silbada por el público en Cannes y saludada como obra maestra por la crítica, es uno de los más acabados ejemplos del estilo de Michelangelo Antonioni. A un desarrollo estudiado con cuidado, donde los personajes centrales y secundarios marchan juntos con total coherencia de conductas, se une un trabajo de realización que reitera puntualmente las más altas virtudes que el director había lucido en Crónica de un amor, Las amigas y El grito. En La aventura empero va mucho más adentro de los personajes, siendo prácticamente sus psicologías las que dictan la acción del film (o la inacción, más bien). Y es por eso que el cineasta se dedica sobre todo a explorar la imagen, manteniéndose fiel a sus preferencias de mostrar la duración completa de una acción o un movimiento, como años más tarde haría Theo Angelopoulos. De la exacerbación de ese estilo surgen la muerte, la angustia, el peso insuperable del inconsciente y el reino de la indeterminación. Por lo general, la aventura antonionesca termina con una comprobación: el mundo burgués es un lugar inhabitable.
FAMA (1980): El director Alan Parker consiguió aquí superar el desafío más difícil que plantea el cine musical, y que muy pocos han sabido sortear: integrar el canto y la danza como elementos naturales de la acción. Exceptuando dos memorables hitos de Bob Fosse (Cabaret y All That Jazz), desde las lejanas épocas de Gene Kelly no se veía un musical tan redondo como éste. Cuenta la historia de varios jóvenes que estudian disciplinas artísticas diferentes. Por eso los bailes y cantos irrumpen naturalmente en la anécdota, constituyendo una prolongación o una ambientación razonable de la misma. Esa zona musical revela una enorme solvencia técnica de montaje y fotografía, con tres grandes momentos: el insólito baile colectivo en plena calle 46, la danza improvisada en el salón de recreos y el excelente final con orquesta sinfónica. Pero lo más sorprendente del film es su desdén por el costado más superficial del espectáculo, lo que lo hace un musical anti convencional. El microcosmos de la Academia de Artes es un epítome de la multiplicidad de razas, de culturas marginadas y de dramas personales que se ocultan y se expanden en la ciudad, y los conflictos que surgen de cada historia individual no son un relleno en la trama, sino que están descritos con verdadera convicción dramática. Un film a revisar.
RÉQUIEM POR UN SUEÑO (2000): Sacude al espectador como sólo saben hacerlo los films arriesgados, personales y meditados hasta las últimas consecuencias. El joven cineasta Darren Aronofsky se sumerge hasta las entrañas en la adicción, hilo conductor del film, mientras una madre (Ellen Burstyn, antológica), un hijo (Jared Leto) y su bella novia (Jennifer Connelly) ven cómo las playas y sus solitarios paseos por Coney Island se convierten en el infierno. Porque aquí la adicción no es sólo a la droga, sino también a la TV y a los fármacos para adelgazar. El director deposita el peso de la narración en un vibrante montaje paralelo y en recursos fílmicos muy arriesgados (división de la pantalla, alteraciones de ritmo dentro de un mismo plano), que funcionan a la perfección e ilustran la imposibilidad de escape de un grupo de personajes sin voluntad, típicos de los tiempos que corren. Todo culmina con un gancho directo al mentón del espectador, diez minutos agobiantes, aunque inteligentemente suavizados por la música de cuerda de Kronos Quartet, perfecto contrapunto para la labor tecnológica de Clint Mansell en el resto del film. Sin concesiones, el mensaje es que no hay salida. Obra sórdida y de difícil digestión, aunque muy recomendable para exhibir en los institutos secundarios, con el debido permiso de padres y autoridades. De implementarlo, esos jóvenes en el futuro tendrán problemas (como nos sucede a todos), pero a la droga la verán pasar desde muy lejos.
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