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¿Cuestión de clases?

¿Cuestión de clases?
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El gobierno anunció que el 3 de mayo comienzan las clases en algunas escuelas rurales y luego marca un cronograma para las semanas siguientes. Si bien está comprobado que la ausencia de niños y jóvenes de los centros educativos tiene efectos muy negativos, sobre todo en los sectores más pobres, el informe del GACH del 27 de abril señala que «Estamos en escenario de riesgo para avanzar a una presencialidad segura y sostenida.» La experiencia internacional muestra que la asistencia a clases en muchos países significó un rebrote fuerte de la pandemia, no solo por los potenciales contagios entre alumnos y docentes en las aulas, sino también por el incremento en la movilidad que esto significa.   ¿Es el momento de recomenzar las clases? Cerramos las clases presenciales cuando había en promedio 1900 contagios y 20 muertes a diario, ¿qué lógica nos lleva a que las reabramos con 2700 casos y 60 decesos por jornada? ¿No es conveniente aguardar a que las cifras de contagios y muertes disminuyan? ¿Es un intento de trasmitir un mensaje de retorno a la normalidad? ¿Hay gobernantes con una visión de la paralela? ¿Es más importante la educación que la salud física? ¿Quién se hará cargo si el aumento de movilidad que va a producir la apertura escolar empeora el rebrote del covid?

 

Sobre las cinco perillas educativas por Renato Opertti

El debate educativo que a escala mundial parece emerger con fuerza es como se atiende efectivamente la coyuntura a la vez que se sientan las bases para la transformación de la educación y de los sistemas educativos. Proponemos la imagen de cinco perillas educativas que, concebidas y gestionadas de manera integral y vinculante, pueden contribuir a discutir y acordar el calibre de respuestas que desde el sistema educativo se pueden ir plasmando frente a la pandemia planetaria.

La primera de las perillas versa sobre el fortalecimiento de una cultura colaborativa entre política y ciencia para procesar, tomar y hacerse responsable por decisiones fundadas en diferentes tipos de datos y evidencias. En efecto, un ida y vuelta permanente entre los enfoques epidemiológicos, sociales, educativos, económicos y también políticos que hablita los diálogos entre instituciones, actores y disciplinas desde una mirada país, abierta al mundo, imbuida de un espíritu constructivo, de escucha atenta y de lectura fina de las evidencias.

La segunda perilla tiene que ver con asumir la multidimensionalidad de la vulnerabilidad como interpelación y desafío a la concepción y gestión de las políticas públicas que viene de larga data. No solo se trata de abordar las vulnerabilidades desde lo económico y social, que, a la vez de pegarnos duro como sociedad, nos reafirman en la necesidad de fortalecer el estado garante de oportunidades y de escudo de lo más débiles. También la perilla de la vulnerabilidad tiene componentes educativos asociados a los vacíos de conectividad en los hogares, a los escasos márgenes institucionales que disponen los centros educativos para tomar decisiones, y a las debilidades de propuestas educativas que no lograr conectarse emocional y cognitivamente con alumnos crecientemente diversos en expectativas y necesidades.

La tercer perilla versa sobre la progresividad en el tránsito hacia modos híbridos de enseñanza, aprendizaje y evaluación donde se complementan e integran espacios de formación presenciales y a distancia para ampliar y fortalecer las oportunidades de aprendizaje de los alumnos desde a cero a siempre y bajo que el precepto que podemos aprender a todo momento y en distintos formatos. El modo híbrido es una poderosa herramienta para conectar a educadores y alumnos superando barreras institucionales, curriculares, pedagógicas y docentes entre niveles y ofertas educativas que, en definitiva, tienen una alto cuota de responsabilidad en las discontinuidades de los aprendizajes y en la expulsión de los adolescentes y jóvenes del sistema educativo.

La cuarta perilla refiere a la seguridad y al cuidado integral de las comunidades educativas que se entiende como un renovado compromiso entre educación, familias, sociedad y política. Uno de los mayores desafíos estriba en planificar cuidadosamente la complementariedad y la circulación entre los diversos espacios – aulas, recreativos y otros de dentro de la escuela y de la comunidad de su entorno –  para garantizar que el alumno pueda participar de diversidad de experiencias de aprendizaje bajo un marco de resguardo de su seguridad y de apuntalamiento de su bienestar.

La última de las perillas plantea la transformación de la educación que contribuya a cimentar las bases de una nueva normalidad, o del día después como dicen los franceses, que no quede sólo atrapada en las respuestas de la coyuntura y sin firme decisión política y volumen programático para encarar el porvenir. Bajo esta perspectiva agendamos, tal cual ha venido sosteniendo EDUY21, la necesidad imperiosa de avanzar en modos educativos híbridos ya mencionados y que se puedan inscribir en propuestas educativas que aseguran continuidad, fluidez y completitud de los aprendizajes bajo el paraguas de una educación básica de 4 a 14 años, y de una educación de adolescentes y jóvenes de 15 a 18 años.

 

Para adelante y para atrás… por Leonardo Flamia

Desde el año 2013 ejerzo como docente de Matemáticas en las utus de Santa Catalina, Cerro, La Teja o Paso de la Arena. Esa es la realidad que conozco y desde la que puedo dar una opinión.     En primer lugar, la educación (hablo de la educación media, que conozco) es presencial o no es. Aun partiendo de la base de que la totalidad de las y los estudiantes se conectaran, la experiencia enseña que gran parte de los grupos, por diversas razones, no interactúa espontáneamente. No es fácil levantar la mano para hacer una pregunta, para afirmar que no se entendió algo, hay características individuales que impiden la interacción, y es parte del rol docente estar atento en el aula a todas las situaciones, estar atentos a lo que dicen los rostros, recorrer el espacio, acercarse a las/los estudiantes para interactuar de la forma más adecuada. Esto es imposible de hacer de forma virtual.

Por otro lado, para quienes trabajamos en la periferia montevideana, las declaraciones de Robert Silva acerca de la normalidad y la obligatoriedad de las clases virtuales en el 2021 es el mundo de Disney. La población estudiantil de estas zonas, aún en situaciones de presencialidad, no tienen muchas veces un estímulo en su hogar para hacer deberes, ni hablar de un espacio adecuado para estudiar. En Santa Catalina gran parte de la población estudiantil vive en asentamientos (y no solo el Nuevo Comienzo, el San Martín o Murallones son anteriores). Por supuesto, además de las carencias de higiene, de vivir en piso de tierra y compartir hasta la cama, hay pocos tomas corrientes (si hay luz), no hay internet, no hay computadoras (ceibal tiene mucha prensa, pero ningún estudiante de FPB recibió una computadora, nunca, y hace al menos cinco años que tampoco la población de ciclo básico las recibe). Lo que uno puede suponer ante esta realidad se concreta en la práctica. El promedio de participación en la virtualidad es del 40 %, con grupos en donde no se llega al 10 % (tres de treinta, para que quede claro), o sea, la mayor parte de la población estudiantil no se conecta.

Esto justificaría el regreso a la presencialidad, pero la realidad es que las condiciones no están dadas, y hay responsabilidad política en eso. Este año se recortaron horas de educadoras/es, que en FPB son claves para la interacción entre estudiantes y grupo docente. Además, se les suma la cantidad de estudiantes con los que deben trabajar. Hay menos horas de apoyo, menos horas de coordinación, y más superpoblación. Se hizo mucha gárgara con alquilar gimnasios, hacer convenios, etcétera, para que haya más espacios y menos aglomeraciones. No hubo nada de eso. Repito, hay más estudiantes por salón que años anteriores, y la relación estudiante/docentes ha empeorado. La sensación para el cuerpo docente cuando se ven las comunicaciones de las autoridades de la educación es que mienten sin pudor alguno. Invito a autoridades y periodistas a ir a Santa Catalina para constatar que, por ejemplo, en el Anexo Polideportivo, donde funcionan cuatro grupos por turno más las clases de educación física, no hay personal de administración, hay una sola funcionaria de servicio (que debe limpiar y desinfectar, sola, las aulas entre turnos) y hay un turno sin adscripción (en los otros hay solo un cargo). Por lo que hay momentos en que un funcionario de servicio, con el docente que esté en el momento, debe atender la situación de más de cien estudiantes.

La incapacidad y la improvisación quedaron claras a principios de año. Era evidente que no había condiciones para empezar las clases, y se hizo lo peor que se podía hacer, empezar y suspender, generando una sensación de mucha inestabilidad. La población estudiantil quedó muy golpeada el año pasado, se perdió mucho el estímulo, y eso era claro en las tres semanas que hubo clase conversando con los grupos. Nadie quería que se suspendieran las clases, lo inevitable del hecho demuestra que se debió posponer el inicio hasta que las condiciones fueran adecuadas, nunca ir para adelante y para atrás como se hizo. Esperemos que la improvisación pare alguna vez, estamos en período de reuniones y las autoridades piden que pongamos falta a quienes no se conectan ¿De verdad quieren que repita el 60%, o más, de la población estudiantil?

 

Retornar a la presencialidad, SI, pero ¿cómo? por Celsa Puente

Unos días previos a la semana de turismo y a apenas veinte días de iniciados los cursos debió suspenderse la presencialidad en las aulas. La escalada de noticias de contagios, cuarentenas e internaciones de docentes, familiares y alumnos se sucedían, al punto que en algunos casos casi no había personas sanas para sostener la dinámica cotidiana y ofrecer clases a los que aún permanecían concurriendo. Ya no sabemos si es la primera, la segunda o la decimocuarta ola. Tampoco importa saberlo, si lo que tenemos es un estado afectivo de cansancio y mucho temor e incertidumbre acerca de la posibilidad de preservar nuestras vidas y las de nuestros seres queridos.

Aquella realidad de inicios de cursos, rompía los ojos. Aún para aquellos que estamos seguros de que ningún mecanismo reemplaza lo que se construye en los espacios de presencialidad, la misma   era insostenible.

¿Por qué defendemos la presencialidad? Porque la “presencia” oficia como forjadora de intercambios, salvaguarda de la endogamia familiar, crea ocasiones sociales naturales e indispensables para el desarrollo de los y las adolescentes, permite el aprovechamiento de emergentes espontáneos, entre otras muchas cuestiones. La pandemia provocada por la aparición del virus que nos aísla y deja circunscriptos al ámbito familiar, desnuda las otras pandemias menos visibles, pero tan letales: la soledad, la ausencia de adultos referentes en la vida de los y las adolescentes, la violencia intrafamiliar, la privación de los bienes indispensables para el desarrollo básico, el hacinamiento y la falta de recursos de todo tipo. Deja solos a los más solos y pobres a los más pobres.  El liceo es un espacio  de democracia, que no solo habilita a incorporar conocimientos, es un espacio social de intercambio,  de exploración personal de intereses y talentos pero fundamentalmente es un escenario donde se descubre que hay muchos modos de vivir, que la vida puede ser de otra manera diferente a la oferta que nos hace el hogar que nos tocó en suerte, que hay un proyecto personal pasible de ser planificado y vivido, que hay muchos modos de habitar este mundo y que es nuestro derecho explorar y elegir qué vida queremos.

El pasaje a la virtualidad nos ha llevado a los docentes responder con mayor o menor acierto, con algunas guías o sin ellas, pero siempre obstinados en sostener el vínculo y la práctica pedagógica aún en esta coyuntura pandémica tan compleja. También nos interpela y nos permite preguntar(nos) acerca de qué aprendizajes deberemos cosechar para un modelo educativo pospandémico en que no podremos hacernos los distraídos pues nada será igual.

Por eso, en el análisis, es inevitable que se suceda la cadena de preguntas cuando se está poniendo en escena la posibilidad de retornar a la presencialidad: ¿qué cambió entre el 23 de marzo y estos primeros días del mes de mayo? Solo han aumentado los casos de contagio y se ha estabilizado el número de fallecidos que nunca bajan de cincuenta compatriotas que dejan este mundo cada día, una catástrofe producida por la conjunción de una serie de factores evitables. ¿Qué encuadre novedoso podría ofrecerse hoy desde la presencialidad que creara un escenario diferente al de los últimos días de marzo y asegurara las condiciones sanitarias?  ¿Podemos poner en riesgo la vida y el futuro de nuestros niños y jóvenes considerando que las cepas que van apareciendo se desarrollan con facilidad en estas franjas etarias? ‘¿Y la vida de los adultos? ¿Cuál es el plan de regreso a la presencialidad? ¿Hay algún plan más allá de un cronograma que administra poblaciones en tiempos determinados? ¿Cuánto importa la experiencia que docentes y estudiantes cosechamos durante el año 2020?

Los docentes estamos trabajando con lo que tenemos, con nuestras buenas o malas condiciones materiales en cuanto a dispositivos tecnológicos, con el bagaje de estrategias que hemos podido construir, la mayoría con un gran compromiso, sin negar que algunos desentonan pero que son los mismos que también lo hacen en las instancias presenciales. Queremos el regreso a las aulas, pero también queremos el respeto por el trabajo docente y una discusión profunda para encarar la vida educativa recuperando aquella vieja noción de solidaridad e igualdad de oportunidades, sostén de los sentidos comunes sobre la educación. Queremos construir el regreso a la presencialidad, recuperando la voz de los adolescentes para tomar decisiones que aseguren la polifonía y construir así caminos consensuados para el abordaje de una situación tan grave.

Nuestros chicos y chicas, esperan respuestas adultas en las que considero que sería indispensable que ellos pudieran tener su lugar para la discusión. La presencialidad requiere condiciones, una planificación seria, recursos especiales, mayor personal para la atención y el acompañamiento de los y las adolescentes y trabajo sostenido para restituir a la vida educativa a todos, también a los que quedaron por fuera, “desenganchados” por una multicausalidad ni siquiera enunciable. La presencialidad SI, pero no como un mero retorno sin ton ni son que responde a las voces reclamantes sino como un plan pensado y acordado con recursos adecuados y suficientes como para cuidar la vida de todos

 

Infancia:  única variable de ajuste que blindó abril por Pablo Cayota

Dentro de unos años la actual generación de niños y adolescentes que vienen sufriendo el cierre de sus centros educativos por dos años como nunca antes en la historia moderna, nos reprocharán a los adultos de hoy, no haber sido capaces de superar nuestras diferencias para blindarlos mejor en esta pandemia. Quizás hasta puedan preguntarnos “¿por qué nos dejaron solos blindando abril?” Cuando lo hagan no distinguirán de qué partido u organización éramos cada uno de nosotros y seguramente no les importará. A pesar de las dificultades aprenderán la diferencia entre el mínimo común múltiplo y el máximo común divisor y nos reprocharán haber usado demasiado el segundo y muy poco el primero para tramitar nuestras diferencias. Los documentos del Gach del 7 de febrero y del 27 de abril con sus recomendaciones pudieron ser una excelente hoja de ruta para construir una respuesta colectiva como sociedad. La desperdiciamos. Cada quien empezó a recortarlas y a utilizar sólo las que avalaran sus propias convicciones. Hasta nos advertían del peligro de afrontar la pandemia en medio de divisiones políticas sobre su gestión. Ya desde el año pasado hay evidencias del daño que implica para los niños cerrar escuelas. No las hay del beneficio de hacerlo para combatir el virus nos alertaba Henry Cohen en mayo de 2020 con un escenario de pocos casos diarios. Se perdieron muchos meses sin asistir a las aulas y luego, una semi-presencialidad muy acotada, profundizó una gran inequidad.

Se calcula que durante el año pasado la mayoría de niños y jóvenes tuvieron sólo la mitad de las clases que les correspondía. El silencio a favor de la presencialidad en aquellas circunstancias fue atronador, excepto por los colectivos de familias organizadas y algunos pediatras, educadores y periodistas. Parte del daño provocado fue tangible: déficit y aumento de inequidad de aprendizajes, aumento de la violencia y abuso infantil, mayor aislamiento, depresión y obesidad en niños y adolescentes tal como lo afirma la Sociedad Uruguaya de Pediatría y otras entidades especializadas. Pero hay otros daños intangibles más graves aún: cuando los centros educativos cierran, “se producen daños irreparables” como lo dice el informe del Gach del 27 de abril de 2021 y lo reafirmó recientemente el Dr Gabriel González (neuro-pediatra grado 5 Udelar). No es que los alumnos se pierdan de aprender la hipotenusa.  Se “cierran vidas” al decir del pediatra Sebastián González. Se les arrebata su mundo infantil y adolescente. Unicef ha calificado de “catástrofe educativa el cierre de escuelas” pues no todo puede compensarse después. Por ello no debemos generar falsas oposiciones entre presencialidad y salud, muy por el contrario, las escuelas son aliadas estratégicas de las políticas de salud. Claro que hay muertes evitables y también cierres evitables. No son las escuelas presenciales las que han influido recientemente en el aumento de los decesos. Quienes eso afirman deberían presentar las evidencias contundentes de esa causalidad que justificara una medida tan dañina.  Hace más de cuarenta días que no hay asistencia de alumnos a los centros educativos. En el crecimiento exponencial de contagios y fallecimientos que estamos teniendo no puede atribuirse causalidad (ni siquiera correlación) a la presencialidad. En el informe del Gach del 27 de abril se demuestra que los contagios entre 0 y 9 años han aumentado significativamente desde que se pasó a la virtualidad en el sistema educativo. Lo que es lógico pues las escuelas son el reflejo y no el origen, de los procesos de circulación comunitaria del virus. Son los lugares más seguros para niños y jóvenes pues tienen un altísimo índice de cumplimiento de protocolos sanitarios. En el mundo no existe evidencia de que el cierre prolongado de escuelas sea una estrategia adecuada. Los cierres que resultaron eficaces siempre han sido por períodos bastante más cortos del que ya estamos experimentando este año en nuestro país. Realizados además en el marco de otras medidas de alto impacto y de corta duración. Hay contra- ejemplos significativos. Argentina cerró sus escuelas casi todo el año pasado con resultados sanitarios, educativos y sociales desastrosos.

La recomendación del Gach de que deben ser lo último en cerrar y lo primero en reabrir no se ha cumplido. Tampoco de que se hiciera por tiempos cortos. No puede ser la infancia la única variable de ajuste significativa para reducir la movilidad. En cualquier caso, la infancia ya ha contribuido en exceso con esa reducción, al no dictarse presencialmente la mitad de las clases en 2020 y al menos 60 jornadas en 2021 (con un calendario anual de 180 días de clase). Cerrar escuelas por tiempos prolongados constituye una estrategia de un facilismo inmediatista de “Lesa Educación”. Baja muy poco la aguja de la movilidad (como lo demuestran los datos del Guiad). No implica erogaciones inmediatas adicionales por parte del Estado, aunque es incalculable el costo de largo plazo que tendrá. Para no aumentar el susto de manera falaz, ubiquemos en su justo término el plan actual de retorno a la presencialidad. Es un parsimonioso proceso a lo largo de todo mayo, cuyo resultado en el mes será que en la zona metropolitana (la más densamente poblada del país) sólo volverán las escuelas de Tiempo Completo y las Aprender. ¿Quiénes son los que vuelven? Los niños de franjas etarias de menor contagio según la evidencia. Vuelven las maestras que los protegerán por el cumplimiento estricto de los protocolos, y porque están vacunadas habiendo pasado más de 15 días de la última dosis. Mientras tanto más de la mitad de los alumnos dependientes de Anep no tienen aún fecha de retorno.

Paralelamente a este proceso, la vacunación del resto de la población va a seguir a todo ritmo, lo que hace que a lo largo de mayo 1.500.000 de uruguayos tengan la segunda dosis. Por todas estas razones es que, habiendo aún hoy, más casos que cuando cerraron, es imprescindible iniciar procesos de apertura porque cada día de postergación cuenta. Al inicio del mes próximo sólo restarán poco más de 100 jornadas escolares hasta fin de año. Existe cierta convergencia razonable entre el proceso de vacunación de la población y el proceso de retorno. El “riesgo cero” de contagios en los centros educativos abiertos no existe. Tampoco con las escuelas cerradas. Ni en ningún lado.

Pero de lo que no hay dudas, es que con presencialidad plena se producirán menos “daños irreparables”, esos que no aparecen cada noche listados en el informativo pero que existen en la vida de miles de niños y adolescentes. En este tramo etario del que hablamos, se encuentran los más pobres, los que más cerraron su vida, los que silenciosamente cumplen protocolos cuando se les pide, los más disciplinados para el esfuerzo colectivo, los que están sufriendo, los que tienen miedo por el entorno de muerte y contagios, los que se ponen alegres cuando se enteran que vuelven o tristes y deprimidos porque aún no les toca, los que más han perdido en todo sentido sobre todo en los sectores más vulnerables. Se merecen que al menos seamos un poco Guido, el personaje padre del niño en la película “La Vida es Bella”, que aún en entornos durísimos de opresión y muerte, supo proteger la infancia de su hijo. Hagámoslo de una vez.

 

Que los únicos privilegiados, sean los niños por Juan Pablo Grandal

Para hablar del tema de hoy, hay que analizar primero algunos preconceptos que surgen del planteamiento del tema. Se nos pregunta si “es más importante la educación que la salud física”, y de nuevo, se cae en una falsa dicotomía como en la que se viene cayendo muy seguido desde el comienzo de la pandemia: la dicotomía entre “salud y economía”. Pero en este caso creo que es aún más preocupante, porque no se toma en cuenta un aspecto importante, aunque muchas veces ignorado y ninguneado de la salud: la salud mental.

Muchas veces se peca cuando se habla de estos temas en los medios y también en las discusiones políticas del día a día en no tener en cuenta las realidades humanas que están por detrás. Detrás de las discusiones sobre si deben o no haber clases presenciales no se encuentran solamente cuestiones logísticas respecto al desempeño de la educación en la virtualidad (que son sin duda importantes), o sobre la transmisión del COVID (que no tengo que explicar que también es importante), sino del desarrollo psicológico e intelectual de miles de niños uruguayos.

Muchos no somos plenamente conscientes (y en esto me incluyo también) del efecto que tiene el encierro en los niños chicos. No estoy ni cerca de ser un experto en psicología y menos en psicología infantil, pero es de sentido común el pensar los efectos negativos que puede tener para el desarrollo psicológico de un niño el no tener contacto con otros niños de su edad, para desarrollar la socialización más temprana. Mantener un niño aislado de sus pares en una temprana edad puede tener efectos muy negativos a largo plazo, ya que se encuentra en las etapas formativas de su personalidad, lo cual no se recupera si se pierde. En segundo lugar, y aún más de sentido común, se encuentran las dificultades de aprendizaje que pueden existir para escolares en la virtualidad. En mi caso, soy estudiante universitario, e incluso a mí me cuesta prestar atención en las clases virtuales, distraerse es muy fácil y el aprendizaje sufre. Pues uno solo se tiene que imaginar por lo tanto las inmensas dificultades que esto puede significar para un niño. ¿Un niño puede aprender a escribir o leer mediante zoom? ¿Alguien puede realmente pensar que eso es posible?

Y esto sin siquiera considerar las diferencias en cuanto a clase social que se generan. Si ya el proceso de aprendizaje va a ser increíblemente difícil para cualquier niño, sin duda que en los hogares más pobres estas dificultades son exponencialmente mayores. Empezando por el acceso a internet con una velocidad suficiente que permita acceder a las clases de forma adecuada, más aún en hogares con varios niños; las dificultades que genera para los padres, que en la mayoría de los casos no realiza teletrabajo, para conseguir quien cuide a los niños y se asegure que preste atención; entre otras cosas. Todas estas son cuestiones que no se plantean seriamente en las discusiones que uno ve tanto en las redes como en la vida diaria.

Por estas razones considero que la decisión del gobierno de ir de a poco retomando la presencialidad es correcta. Es inviable pensar en otra alternativa. Cuanto más rápido se puedan retomar las clases presenciales mejor, pero entiendo que la realidad de la pandemia impone, y también la realidad de la opinión pública. Pero es de bastante irresponsabilidad con las generaciones futuras pretender que al menos en los niveles de inicial y primaria, particularmente en las familias más pobres, pero no solamente, los niños más chicos reciban una educación adecuada mediante la virtualidad. Es una cuestión vital para el desarrollo y también de una responsabilidad colectiva básica, brindarle una educación ya ni de calidad, aceptable, a nuestros niños. Una sociedad que no cuida de los más pequeños y no privilegia su desarrollo emocional e intelectual, está destinada a un inminente y merecido fracaso.

 

Las inequidades en la no presencialidad de las clases por Federico Kreimerman

Muchas de las medidas que buscan reducir la movilidad durante la pandemia esconden fuertes desigualdades sociales, y la vuelta a clases presenciales no solo no es una excepción, sino que es una muy marcada.

Ninguna medida puede ser analizada de manera abstracta y general, en el caso de la educación, no ha sido lo mismo la virtualidad en los colegios con alumnos de alto poder adquisitivo, que en las escuelas públicas de los barrios más pobres de las ciudades de nuestro país.

Mientras que en los primeros, se tuvieron recursos técnicos para por ejemplo filmar clases de excelente calidad, incluso con los docentes asistiendo al centro educativo para ello; y donde los alumnos cuenta con las condiciones en sus viviendas para tomar dichas clases además de poseer buena conexión a internet, etc.

Para los segundos, las clases depende del esfuerzo y voluntad del docente, mediante plataformas que no contemplan las dificultades y diferencias en el acceso, con situaciones de vivienda donde se comparten espacios con hermanos (es decir, otros alumnos) y demás miembros de la familia, donde la verificación real del no ausentismo escolar no es posible.

Por ello no se puede hablar de la vuelta a clases en general, sino de cómo impacta la no presencialidad en los niños según el sector social al que pertenezcan.

Cuantos menos recursos, más necesidad de que el sistema educativo sea completo, más necesidad de asegurar que se brinde una educación real, puesto que la profundización de las diferencias educativas son una condena mayor a las posibilidades futuras de esos niños.

Vuelta a clases con correctos protocolos, con el dinero suficiente para que se puedan cumplir de verdad y no solo en el papel; garantías para los docentes en cuanto al cuidado de su salud. Pero esto es una necesidad para miles de niños y niñas que están sufriendo las consecuencias de esta pandemia, sino queremos que sean de por vida.

 

El virus de la desigualdad por Pablo Romero

La pandemia que estamos atravesando ha dejado al desnudo, ha explicitado aún más, las brechas de desigualdad existentes. El binomio virtualidad/presencialidad en relación a los modos en que el campo educativo afronta este panorama, vuelve a posicionar fuertemente en el tapete el debate sobre las formas de reproducir desigualdades que se generan en el sistema educativo. La experiencia vivida a lo largo del 2020 nos dejó en claro que hay problemas que van más allá del acceder a la conectividad, que es el primer escollo a salvar (y que en Uruguay no ha representado un problema central, aunque se hayan presentado aisladas situaciones adversas en tal sentido). Con el paso de las semanas comenzamos a perder contacto con los estudiantes pertenecientes a los quintiles más bajos, los que prácticamente desaparecieron de la escena virtual, diluyéndose la continuidad pedagógica  y marcándose una notoria distancia entre los quintiles más altos y los más bajos. Y entre la educación privada –que prácticamente siguió trabajando normalmente en el ámbito virtual, con clases diarias por plataformas y un número muy alto de estudiantes conectados- y la educación pública.

No solo necesitamos tener una computadora o un celular y una conexión adecuada, sino que hay otros ítems fundamentales, como el de la organización del trabajo escolar en una casa, el tener un tiempo y un espacio, una mesa en donde los estudiantes puedan realizar sus tareas. Y lo cierto es que muchos de nuestros estudiantes presentan grandes dificultades en relación a la adecuada realización de las tareas escolares fuera de las paredes de las instituciones educativas. La virtualidad claramente profundiza las dificultades del trabajo intelectual, particularmente en aquellos alumnos que muestran preocupantes grados de déficit de capital cultural, algo que la presencialidad –por el constante control y apoyo in situ de docentes y equipos no docentes, de equipos multidisciplinarios, sumado a la motivación y el “contagio” positivo de trabajar junto a sus pares- parece subsanar.

Si bien la situación sanitaria está lejos de ser la deseada, es vital impulsar un regreso paulatino a la presencialidad, tomando todas las precauciones posibles y sabiendo que, en todo caso, se deberá volver a la virtualidad, sin dubitación ni demora alguna, todas las veces que la realidad de la pandemia imponga hacerlo.

En el marco de la llamada sociedad del conocimiento, son muchos los que están quedando al margen, los que están quedando excluidos, los que son alcanzados por el virus de la desigualdad. Y ese es un desafío que amerita todos nuestros esfuerzos. Ahí, nos jugamos realmente el futuro.

 

Imprescindible reapertura de centros educativos por Juan Pedro Mir

¿Qué medidas concretas y qué cambios estructurales se deberían abordar?

Abrir en forma rápida y segura cada centro educativo y de cuidados de la infancia, la niñez y la adolescencia, debería ser uno de los primeros objetivos nacionales.

Esto sería más claro aún para toda la sociedad, si junto con la cotidiana información de vacunas suministradas, número de casos positivos de COVID y situación de los CTI, nuestros medios de comunicación pudieran compartir con la sociedad, lo que sucede sanitaria, educativa y socialmente con los más chicos.

Ahí se verían otras voces y otros temas.

Por ejemplo, podríamos enterarnos de la sistemática imposibilidad de miles de nuestros adolescentes (sobre todo los más pobres) para poder integrarse a la modalidad virtual. También sabríamos la alegría que sienten los niños que con apenas 3 años, pueden ver a su maestra del Jardín a través de un video. Podríamos enterarnos del reclamo cotidiano de cientos de miles de los más pequeños de la sociedad, por volver al Jardín, a la Escuela o al Liceo.

El problema entonces no es la disyuntiva entre abrir los centros o no. El problema es cómo hacerlo y qué cambios coyunturales y estructurales deberíamos concretar para hacer de la vuelta a clases, una experiencia educativamente potente, afectivamente completa y sanitariamente segura.

Tres ideas centrales marcan nuestra opinión

Primero: Se deben destinar recursos adicionales para que las instituciones educativas y de cuidados, en un contexto de pandemia, puedan funcionar adecuadamente ¿Cómo se puede sostener el funcionamiento de un Jardín, una Escuela o un Liceo, donde los protocolos exigen mayor distancia entre las personas y mayor intensidad en la higiene, con los mismos recursos que antes?

Para ello es fundamental la contratación de personal eventual que refuerce la limpieza y la incorporación de personal docente adicional para cubrir las eventuales licencias que seguramente se darán por contacto o contagio. A esto sumamos la necesidad de concretar nuevos espacios para aumentar la distancia entre las personas y la ventilación de las aulas.

¿Es necesario más dinero? Por supuesto.

¿Es posible obtenerlo? Definitivamente. Reasignando recursos, asumiendo gastos que sean necesarios y visualizando que las inversiones que no se realicen hoy, incidirán claramente en las posibilidades futuras de miles de uruguayos y en el propio crecimiento y desarrollo de la economía de los próximos años.

Segundo: La sociedad adulta debe modificar sus hábitos, de manera de poner en el centro la educación y el cuidado de los más jóvenes. Desde hace meses sabemos, gracias al GACH, que sólo la disminución de la movilidad combinada a la vacunación masiva, permitirán descender la tasa de contagios. Sin embargo, los uruguayos seguimos empecinados en hacer de cuenta que el COVID no existe. Lo demuestra cada fin de semana lleno de personas aglomeradas en los parques, el traslado despreocupado a centros comerciales y sobre todo, la resistencia al cuidado de los contactos interpersonales.

Es de un profundo egoísmo que quienes tenemos la obligación de cuidar a nuestros hijos y darles el ejemplo de ello, le traslademos a los centros educativos y sus docentes, las responsabilidades que como padres, abuelos o simples adultos, no asumimos.

Tercero: Las instituciones educativas deben asumir el reto y la oportunidad para la transformación. Si queremos que la pandemia deje un aprendizaje profundo a quienes trabajamos cotidianamente en Jardines, Escuelas, Liceos, Proyectos Socieducativos o Escuelas Técnicas, es necesario que se asuma el reto del cambio. Son necesarias prácticas educativas centradas en proyectos que tomen a los estudiantes como protagonistas, a la vez que combinen la presencialidad con el trabajo a distancia, no solo en tiempos de pandemia, sino en el calendario escolar habitual.

Los profesionales de la educación, están mostrando una fantástica capacidad para inventar formas de enseñanza en nuevos contextos virtuales y fundamentalmente un compromiso ético que refuerza su lugar como actores centrales de cualquier cambio.

Es hoy, con liderazgo político que convoque a todos los actores y con la participación de los docentes y estudiantes, que se puede avanzar en un modelo de educación inclusiva y desarrollo de aprendizajes. Lo podemos hacer. Lo debemos hacer.

 

El poder de la negación por Fernando Pioli

Desde el principio debimos tener en cuenta que la fortaleza de transmisión de este virus estaba arraigada en nuestra propia humanidad. Somos seres sociales y como tales, socializamos. Somos el famoso animal político de Aristóteles, que no solo establece comunidades sino que además se comunica con la palabra. Nada tan sospechoso en estos días como hablarle a alguien de cerca sin tapabocas.

Resulta, entonces, que luchar contra la propagación del virus es luchar contra nosotros mismos, una lucha que a largo plazo conduce inevitablemente a la derrota. Esta derrota se empezó a  perfilar sobre finales del año pasado. Los hábitos veraniegos y el fin de las clases nos dieron un respiro, pero en febrero se retomó la dinámica y en marzo se desmadró.

Me resulta muy cuestionable que nadie haya advertido con claridad que la reapertura de actividades educativas en todos los niveles al mismo tiempo, con protocolos más livianos y con la amenaza de la variante Manaos era una mala idea. En el fondo hubo desde el gobierno una lectura equivocada de los efectos de la vacunación. En algún discurso presidencial se deslizó la idea de que el tener la primera dosis de la vacuna en funcionarios de la educación era suficiente para evitar males mayores, no se valoró que los contagios dentro de las instituciones no son el problema. El problema es todo lo que pasa desde que el estudiante sale de su casa y llega al centro de estudios, o en el retorno. Los cuidados, los protocolos, la distancia, son todas cosas que se borran apenas se cruza la puerta. Padres charlando sin tapabocas aglomerados en la puerta de las escuelas, adolescentes reunidos a la salida, amontonamiento en el transporte público y un largo etcétera.

Pero el principal daño lo hizo la negación, esa capacidad humana que nunca debemos subestimar. No darse cuenta de que se estaba tentando al diablo y que esto terminaba en desastre.

Ahora el gobierno quiere retomar actividades educativas de modo gradual y está perfecto. Es lo que se debió hacer desde el principio y no se hizo. Se empieza con la educación rural, se sigue con preescolar, y así se va analizando el impacto. La diferencia es que ahora contamos con un margen más limitado, sistema médico exigido y crisis sanitaria instalada. Lo que espero que también esté limitada esta vez es la capacidad de negación de la realidad de las autoridades, porque hasta ahora es una pandemia detrás de la pandemia.

 

La pandemia y la cuestión educativa por Lucía Siola

Uruguay vive la peor fase de contagios desde que comenzó la pandemia de Covid 19, con un crecimiento exponencial en el mes de abril de los contagios que alcanzarían 35 mil activos y un aumento diarios de promedio semanal de 3500, aumento de las internaciones con ocupación de 530 camas de covid en CTI y la cantidad diaria de fallecidos que alcanza un promedio de 60. Los distintos informes y comunicados de la comunidad científica, tanto del GACH, como del CDC y la Facultad de Enfermería de la UDELAR, el Sindicato Médico del Uruguay y la Sociedad Uruguaya de Medicina familiar y Comunitaria han advertido la situación crítica del sistema de salud, su saturación y la baja en la calidad y capacidad en la atención. Por otro lado, la Asociación de Química y Farmacia del Uruguay advirtió la potencial escasez de medicamentos para pacientes Covid internados en centros de cuidados críticos. Según estima el propio GACH la capacidad de respuesta del sistema sanitario se encuentra fuertemente comprometida y limitada, y estiman que en este cuadro donde además se ha comprobado el ingreso al país de la cepa brasilera P1 que se propaga con más facilidad, no se producirá un descenso del contagio y las muertes en el mes de mayo.

La política educativa del retorno a la presencialidad en estas condiciones es criminal. Si bien es claro, que los niños/as y adolescentes necesitan volver a las aulas, tanto para la alimentación en comedores en los casos de la población más vulnerable y de las familias desocupadas, como para la atención y reforzamiento de los procesos de socialización y aprendizaje, las condiciones actuales sanitarias no lo permiten, y no sólo por las condiciones que denuncian los sindicatos de falta de limpieza de los centros de estudios y de los grupos súper poblados, sino por la virulencia alcanzada por la propagación del virus y la saturación del sistema de salud, que plantea directamente situaciones de vida o muerte, y que por sobre todo amenaza más que nunca a la población más vulnerable con menores recursos, entre los que se encuentran las familias de los y las niñas/os mencionados en los informes.

En diversos países de la región son varios los sindicatos docentes que han enfrentado estas políticas de retorno presencial en contextos de aumentos de casos incluso con paros y huelgas para defender primero la vida de estudiantes y trabajadores (Argentina, Brasil) sin que eso signifique la defensa de la virtualidad como mecanismo pedagógico sustitutivo de los procesos de enseñanza y aprendizaje.

Es claro que el gobierno improvisa, al tiempo que desata un ajuste fenomenal y criminal, busca avanzar en la persecución sindical y en la mercantilización y privatización de la educación, y en el avasallamiento de los derechos y conquistas de los/as trabajadores/as.

La situación actual plantea el desafío de una mirada y un programa de conjunto, un diálogo, debate y redes entre las organizaciones sociales, estudiantiles, barriales y en especial de las distintas problemáticas que enfrentan los trabajadores organizados tanto por los efectos de la pandemia como por las políticas precarizadoras, para salir de una buena vez de la pasividad y/o el corporativismo en las cuales han caído gran parte de las direcciones sindicales y abrir un canal de lucha.

En definitiva, marcar y poner sobre la mesa una agenda propia donde primero estén los intereses y la vida del pueblo explotado, con propuestas y un programa de salida a la crisis capitalista tanto sanitaria, como social. La rebelión colombiana canta “Duque chau, chau, chau”, una consigna contra un régimen político ajustador, que hambrea y reprime a su pueblo en medio de picos de contagios y muertes. Lacalle Pou debería poner las barbas en remojo.

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