La octava edición del festival Temporada Alta de Girona culminó la semana pasada con espectáculos que, como es una costumbre, desafiaron e interpelaron al público desde lo temático y lo formal.
Luego de la segunda serie de Pecados Capitalistas (ver Voces N° 769) el festival continuó el 9 de febrero en la Sala Verdi con dos funciones de La persona deprimida (Argentina), una adaptación para teatro a cargo de Daniel Veronese de un texto del norteamericano David Foster Wallace. En La persona deprimida la actriz María Onetto encarna a un personaje que describe, en tercera persona y de forma minuciosa, algunas características de personas que sufren depresión de forma crónica. La disección de la patología permite entrever el sufrimiento desde diversos ángulos. El conocimiento clínico que “la persona deprimida” tiene de su enfermedad, conocimiento adquirido a partir de una investigación personal que se nutre del diálogo con el psiquiatra y con un grupo de personas que hacen de “sostén” en momentos de crisis, nos acerca a una angustia obsesiva, autorreferencial y aparentemente hermética. Esta enfermedad típica de las sociedades contemporáneas, en donde ni siquiera un gesto como el grito liberador de Munch es posible, fue la que llevó a la muerte al propio Foster Wallace. Onetto hace un gran trabajo expresivo, con una gestualidad inquietante, apoyada en un juego de luces que subraya la expresividad neurótica de un personaje cercano y reconocible, aunque no siempre estamos dispuestos a aceptarlo.
El 12 de febrero asistimos a la última función de Criaturas domésticas (España y Uruguay), un espectáculo con dirección y dramaturgia de Lucía Trentini. Criaturas domésticas, según se informó, está inspirada en Las Criadas, de Jean Genet, y se desarrolló en Casa Caprario, espacio lindero a la Sala Verdi. Las dos características mencionadas nos llevaron a la Temporada Alta de 2018, cuando los mexicanos de Vaca 35 Teatro en Grupo presentaron en el subsuelo de la Verdi Lo único que necesita una gran actriz, es una gran obra y las ganas de triunfar, también una versión de Las Criadas. En aquella versión el espacio, incómodo y opresivo, buscaba asemejarse al hábitat de empleadas domésticas mexicanas, que pasan su vida en azoteas también incómodas y opresivas, lavando la mugre de otras personas y evadiendo su situación desde la imaginación. La versión de Trentini nos hace recorrer una casona envejecida, inundada de aroma a desinfectante que no oculta el deterioro del espacio. En este caso son tres las criadas, que alternativamente juegan a ser la ama, con la que disputan, cual telenovela, el amor de un fontanero. Según Trentini contara al colega Javier Alfonso, Genet llegó al final del proceso creativo de Criaturas domésticas, que en realidad empezó a partir de intervenciones en espacios públicos de Madrid en los peores momentos de la pandemia. Obligadas por el encierro a agudizar el ingenio para crear, rodeadas de alcohol en gel y desinfectante, las condiciones determinaron la investigación de las actrices hasta que se encontraron con una manifestación de personas que se oponían a que sus “empleadas domésticas” las abandonaran para ir a sus propias casas. Increíble pero cierto, el imaginar a empleadas domésticas encerradas en las casas de sus “amas”, ya devenidas definitivamente en “sirvientas”, fácilmente se cruza con Genet. Las criadas solo pueden evadirse imaginando amoríos y jugando a ser la ama, mientras nos hacen recorrer un espacio que nunca parece terminar de ordenarse. El diseño de luces de Lucia Acuña, con focos colocados a mediana altura o en ángulos que generaban sombras que inundaban el espacio, complementaban las actuaciones exasperadas, casi expresionistas, de Gloria Albalate, Begoña Caparrós y la propia Trentini. Como es una característica de Trentini, la música generada a partir de elementos domésticos y de la propia escena es un ingrediente orgánico del espectáculo. La reflexión de Genet sobre como se establecen y determinan las relaciones de “amo y esclavo” dialoga nuevamente de forma fluida con una realidad contemporánea en que el “mercado” parece no haber disuelto del todo algunas relaciones semi feudales.
El último espectáculo al que pudimos asistir fue a Pocahontas (España), el 16 de febrero nuevamente en la Verdi. En este caso la actriz, directora y dramaturga Bárbara Mestanza nos presentó la historia de Matoaka, hija de uno de los jefes de la población originaria de lo que hoy es el estado de Virginia, en los Estados Unidos. Matoaka fue conocida luego como Pocahontas (“traviesa” en su lengua) y por último bautizada y casada con un británico bajo el nombre de Rebecca Rolfe. La edulcorada adaptación que de los sucesos históricos hiciera la Disney es cuestionada por Mestanza ya desde los escatológicos momentos iniciales en que una tumba con una cruz y una bandera estadounidense es “ultrajada” por Matoaka. Estos primeros momentos contrastan con las naifs escenas, que el público ha visto mientras se acomoda en sus butacas, de un capítulo de Érase una vez el hombre en que Américo Vespucio mantiene sus primeros encuentros con población originaria del continente que tomara su nombre. Ya aquí hay un paralelismo entre la historia individual de Pocahontas y la del continente “descubierto” por los europeos en 1492. Quien es capaz de nombrar y escribir la historia la adapta a su perspectiva, y a partir de recursos escénicos y audiovisuales Mestanza rastrea las contradicciones del relato “oficial”, señalando desde aspectos microsociales el carácter imperialista y genocida de la civilización europea. El hecho, contado por una mujer blanca del país que conquistó la mayor parte del continente mestizo, se entronca con un contrarrelato que todavía debe luchar con el oficial que, hace solo un mes, Felipe VI planteó en Puerto Rico cuando afirmó que “los nuevos territorios se incorporaban a la Corona en situación de igualdad con los demás reinos”.
Pero desde el comienzo Mestanza va colocando flashes que muestran otro aspecto de ese genocidio. Es evidente que la perspectiva de género iba a protagonizar este contrarrelato, pero la forma en que en Pocahontas se señala el carácter patriarcal de las dictaduras fascistas del siglo XX da un brusco giro al final y propone una interrogante ¿Cuántas mujeres deben morir para ver también allí un genocidio? La eficacia de Pocahontas tiene mucho de la trampa que Hamlet le pone a su tío Claudio. Parece que vamos a ver una historia sobre una determinada injusticia ¿Quién que se auto-perciba medianamente progresista no está de acuerdo con la denuncia del imperialismo y el fascismo? Pero sobre esa injusticia se cuela otra, más incómoda, menos tranquilizadora de nuestra conciencia.
La Sala Verdi nuevamente fue la gran protagonista del inicio de la temporada teatral montevideana, ya esperamos un nuevo verano para que lo mejor de la escena iberoamericana contemporánea llegue a nuestro país.
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