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Cultura e incultura por Hoenir Sarthou

Cultura e incultura por Hoenir Sarthou
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Hace pocos días, la Directora de Cultura de la Intendencia de Paysandú admitió en un programa de radio que desconocía el significado de ciertas fechas patrias.

Inmediatamente se desató en las redes virtuales una catarata de críticas y burlas, que se trasladaron luego al ámbito político, cuando ediles y dirigentes opositores reclamaron la destitución de la funcionaria, al tiempo que el Intendente de Paysandú y la Ministra de Cultura la defendieron sosteniendo que  “le falta cancha” y que es “una chica competente”.

El episodio tiene al menos dos niveles de análisis. Uno es el más fácil: burlarse de la persona y concluir que no está a la altura del cargo que ocupa, pasándole la factura al partido que la colocó en él. El otro es preguntarse cómo y por qué una persona que llega a ese cargo desconoce una información aparentemente tan básica. La distinción no es menor.

Ante todo, las críticas virtuales y mediáticas adolecen de algo que a esta altura se ha vuelto proverbial en el debate público uruguayo: carecen de compasión. Por otro lado, muestran la proliferación de un sinnúmero de críticos que parecen “saberlas todas”.

Voy a decir algo muy antiguo y muy cierto. El que realmente sabe algo de alguna disciplina, lo primero que descubre es la modestia de sus conocimientos y la enormidad de lo que le queda por saber. Es así. El conocimiento profundo genera dudas, nuevas preguntas, conciencia de la relatividad de lo sabido y de la existencia de nuevos campos de investigación. La soberbia intelectual es casi siempre prueba de falta de profundidad del conocimiento o del pensamiento sobre la materia de que se trate. Y lo digo en primera persona, porque cada día –como todos-  me sorprendo por las cosas que desconozco y por todo lo que tengo por conocer.

Se me dirá que conocer la fecha de la Declaratoria de la Independencia y de la Jura de la Constitución no requiere mucha sofisticación intelectual.  Y es cierto. Pero el que domina un área de conocimiento rara vez se burla del desconocimiento ajeno. Es consciente de la relatividad de su saber y de la vastedad de sus dudas, por lo que es compasivo con la ignorancia ajena.

¿Eso justifica que una Directora de Cultura desconozca el significado de fechas históricas?

Creo que no.  Pero la dureza de las críticas habla más del nivel intelectual y espiritual de los críticos que de la criticada. Una actitud noble sería, tal vez, sentir un poco de vergüenza ajena ante el mal momento de la persona involucrada y, con la mayor delicadeza posible, sugerir lo que corresponde que esa persona o sus superiores jerárquicos hagan. El escrache a la persona no agrega nada ni mejora las cosas.

Otra cosa es preguntarse cómo y por qué, en nuestra sociedad, es posible llegar a puestos como el del caso desconociendo datos aparentemente tan básicos.

Este enfoque da vuelta la situación. Porque ya no se trata de la aparente incompetencia de una persona, sino de los estándares sociales de exigencia en lo cultural e informativo.

¿Cuántos uruguayos sabemos de verdad qué significaron esas y otras fechas patrias? ¿Cuántos estamos informados de las polémicas que hay sobre ellas? ¿Indica de verdad cultura repetir mecánicamente “18 de julio – Jura de la Constitución” y “25 de agosto – Declaratoria de la Independencia”?

Me atrevo a decir que nos sorprenderíamos si les (nos) pidiéramos a muchos uruguayos, de todas las edades, que explicáramos qué pasó realmente en esas fechas, que textos se aprobaron y qué contexto político histórico llevó a que se los aprobara. Yo tampoco me atrevería a decirlo con total certeza sin consultar varios libros (ceñirse a uno seguramente sería conocer una verdad parcial).

Quizá lo más revelador de este episodio sea que pone en evidencia carencias educativas que no son para nada monopolio de la Directora de Cultura de Paysandú.

Nuestro sistema de enseñanza es deficitario. Lo sabemos todos. Como consecuencia, nuestra relación con la historia, con nuestra historia como sociedad, es también distante, superficial, a menudo despreciativa. La excesiva valoración de lo “nuevo”, “moderno” y “actual”,  y  el abusivo culto a “la imagen”, impulsados por los vientos globales,  ayudan a que  nos divorciemos del pasado. Y, claro, quien no sabe de dónde viene tampoco sabe bien quién es ni a dónde va.

Mi  hipótesis es que la “gaffe” de la Directora de Cultura de Paysandú es bastante más que un problema individual. Hay una estructura política que la puso allí y una sociedad que no advirtió ni reclamó lo suficiente por las carencias de las que ahora se burla. Y el de Paysandú no es un caso aislado. Es el que saltó a la vista, nada más.

Quizá  la jerarca en cuestión no deba seguir en el cargo, como sostienen muchos. Pero nos engañaríamos malamente si creyéramos que convertirla en chivo expiatorio purgará nuestro progresivo deterioro educativo y cultural.

No es a Paysandú ni a las nuevas generaciones a donde hay que mirar, sino más bien a nuestra relación con el pasado, a nuestro desprecio por el conocimiento teórico, a nuestra pérdida de rigor en el pensamiento, a nuestra devoción por lo “fácil y divertido”, a nuestra frivolidad y “cholulez” intelectual, y al consiguiente deterioro de nuestro sistema educativo.

La cultura y la incultura son siempre fenómenos colectivos. Y es más evidente aun si logran acceder a posiciones de poder.

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