La palabra “progreso” encierra un conjunto de ideas que tienen su génesis aproximadamente hace dos siglos. Los procesos revolucionarios europeos que iniciaron el ascenso político de la burguesía en detrimento de las aristocracias generaron una inestabilidad que modificó la comprensión de la realidad social y política. A fines del siglo XVIII escribía Immanuel Kant: “Más nueva, pero mucho menos extendida, es la opinión opuesta, que ha encontrado sitio sólo entre filósofos y en nuestra época particularmente entre pedagogos: que el mundo progresa precisamente en dirección contraria, a saber: de lo malo a lo mejor”. Kant da cuenta de una forma de interpretar las sociedades humanas que modifica el sentido de la historia (o funda un nuevo sentido). Las sociedades legitimistas y feudales se autopercibían como desviadas de algún “paraíso perdido” que había que recuperar yendo hacia el pasado. Cuando Kant desarrolla sus ideas esa concepción está cambiando, “el mundo progresa en la dirección contraria, de lo malo a lo mejor”. El progreso es la ideología de la burguesía en ascenso, que desplaza a los anteriores sectores dominantes y ve el sentido de la historia coincidiendo con su propio ascenso. El positivismo será más adelante una de las formas de justificación ideológica, pero también en el campo estético el realismo y el naturalismo comulgarán con la idea del progreso. Esto es compartido incluso entre quienes cuestionando la explotación del régimen burgués pretenden trascenderlo, así veremos que la palabra “progreso” será habitual en los discursos socialistas y anarquistas del siglo XIX.
El progreso, la razón y el desarrollo económico van de la mano y en el futuro se solucionarán todos los problemas de la humanidad, esa es la ideología dominante en las sociedades occidentales del siglo XIX. Sin embargo ese orden se resquebraja a comienzos del siglo XX, las guerras imperialistas dan cuenta de que el “progreso” de algunas naciones no convive pacíficamente con el de otras. O de que la “razón” puede estar al servicio de la edificación de eficientes fábricas de exterminio. Las propias crisis económicas dan por tierra con la idea de un desarrollo económico libre de turbulencias. Y si bien a fines del siglo XX, luego de la caída del bloque soviético, el triunfo de la concepción liberal-burguesa parece incuestionable, el “progreso” social sigue cuestionado. Crisis ambientales, sobrepoblación, desigualdad, hambre y subdesarrollo siguen siendo la contracara del “progreso” entendido como crecimiento económico que por sí mismo “derramará” prosperidad a toda la sociedad.
La gran contradicción es que, al menos en las sociedades occidentales, sí ha habido progreso si analizamos la evolución, por ejemplo, de los derechos políticos formales. La lucha por el reconocimiento ha permitido participar públicamente de la vida social y política a sectores históricamente excluidos. Y de hecho contra este tipo de “progresos” se han levantado voces profundamente reaccionarias. ¿Cómo conciliar estas diferentes formas de entender la palabra “progreso”?
Contra el Progreso
La Comedia Nacional presenta la Trilogía de la Indignación, del catalán Esteve Soler, como obras escritas con el propósito de: “generar la necesidad de la discusión y el diálogo entre el público a la salida del teatro”. Progreso, amor y democracia son ideas que “el poder” se ha apropiado y la intención es discutir con la confusión generada por esa apropiación. En realidad ya esa idea de “apropiación” es discutible, al menos si hablamos del “progreso” que es el concepto que analizamos en este caso, en tanto fue generalizado desde el poder de la burguesía en ascenso. Sí es claro que desde su origen es un concepto que se ha cargado de sentidos muchas veces contradictorios, y que es necesario discutirlos y delimitarlos.
Contra el Progreso es una de las piezas de la Trilogía, y se estructura a partir de siete escenas breves que abordan algún aspecto de lo que se entiende por “progreso”. Cada escena además es abordada desde distintos parámetros estéticos, desde el absurdo hasta lo surrealista, pasando por escenas fantásticas cercanas al terror. Es así que vemos una primer escena que ataca frontalmente a la hipócrita moral de clase media de nuestro tiempo, que se niega a ver la pobreza a los ojos pero siente la necesidad de explicitar “no somos racistas”. La crudeza de esta pieza puede pasar a denuncias más explícitas y discursivas, como cuando en un cínico diálogo de amigos empresarios se afirma: “Soy un humilde continuador de los padres del capitalismo moderno. Las empresas ya somos más poderosas que los estados, incluso marcamos las leyes de los países más importantes. Convertirnos en una religión es sólo una evolución natural. La gente necesita creer en alguna cosa (…) No nos podemos resignar a que, por ejemplo, los contratos basura provoquen depresión en los trabajadores. Necesitamos que los acepten con entusiasmo”. La escena más inquietante de la versión a cargo de La emergente es la que protagoniza Soledad Gilmet, quien encarna a una maestra atenta a narrar una fábula sin atender al pedido de ayuda real de una niña de su clase. En un juego de continuidades casi cortazariano, esta escena debe ser la que da pie a señalar que el autor tiene influencias de la vieja serie La dimensión desconocida. Otro momento alto de la versión es la que protagonizan Leandro Núñez y Vic Quimbo, quienes en un diálogo absurdo parecen cuestionar el “progreso” de las nuevas formas de amor, un progreso en el que solo los plazos contractuales han cambiado, sin que se modifiquen realmente las formas de relacionamiento. El hastío de un paraíso edénico contemporáneo o el morbo ante la muerte como espectáculo son otras sendas formas de cuestionar algunas maneras de entender el progreso antes de la escena final, en donde la humanidad aparece como una plaga a la que otras especies deben aplicar el “garrote sanitario”.
La propuesta global es irregular, como lo es el propio texto. El colectivo de La emergente, uno de los que coproduce esta trilogía con la Comedia Nacional, hace un trabajo interesante en la adaptación, debiendo reformular las formas de contar en varias escenas pero manteniendo siempre el espíritu de polemizar. Las escenas son separadas por momentos de “calentamiento” del elenco, en los que la preparación para el “combate” parece enlazarse con “el culto al cuerpo y la apariencia” como ha señalado la colega Ana Barrios.
La semana próxima continuaremos analizando esta trilogía y el proceso de coproducción. Mientras tanto vayan al Stella a discutir sobre el significado del progreso en las sociedades contemporáneas.
Contra el progreso. Autor: Esteve Soler. Dirección artística: La Emergente. Dirección escénica: Federico Puig y Diego Araújo. Elenco: Gabriel Hermano, Leandro Íbero Núñez, María Emilia Pérez, Matías Vespa, Camila Parard, Soledad Gilmet, Victoria Quimbo. Diseño de escenografía e iluminación: Eugenia Ciomei y Fernando Scorsela. Diseño de vestuario: Florencia Guzzo. Música: Federico Deutsch.
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