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Defensa costosa de socios y apetencias por Ruben Montedónico

Defensa costosa de socios y apetencias por  Ruben Montedónico
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A contrapelo de otros Estados, Donald Trump sostuvo que Irán no cumplió los compromisos a que se obligó en el acuerdo que firmó en 2015 y, por tanto, él cambia, censura y desecha el comportamiento de administraciones pasadas, desautorizando a Barack Obama al signarlo, quebrantando el principio de la continuidad en la óptica del país, difiriendo y presionando las relaciones de aliados que sostienen lo contrario a su decisión. Mientras el anuncio era saludado por Israel y Arabia Saudita, la Unión Europea (UE) no dudó en desvincularse de esa determinación. Aún más: Francia, Alemania y Reino Unido hicieron reiterados llamados a Trump para que cambiara de parecer.

Cuando la Casa Blanca no confirmó el cumplimiento de lo acordado por potencias nucleares aliadas, miembros permanentes del Consejo de Seguridad -a los que se sumaron Alemania y otras 25 naciones de la UE- e Irán, comprometido éste a ejecutar acciones y medidas en materia de utilización de energía atómica que indubitable y comprobablemente no derivaran en la fabricación de artefactos militares, se cuestiona a Obama, a sus aliados que apoyan la ratificación del documento y a otras dos potencias nucleares no aliadas y también firmantes: Rusia y China.

El acuerdo Joint Comprehensive Plan of Action (JCPOA), estipula que Irán permitirá inspecciones a todos los lugares del país en un término máximo de 24 días a partir de la solicitud, sumado a una televigilancia de 24 horas sobre ciertas instalaciones. De acuerdo con la mayoría de firmantes, Irán permitirá una observación que se califica como la «más robusta del mundo» al admitir la vigilancia sobre sus laboratorios atómicos.

En tanto, mientras el canciller persa Javad Zarif viajaba a China para “intercambiar puntos de vista con sus homólogos sobre los acontecimientos relacionados con la cuestión nuclear iraní” -señalaron en Pekín-, el presidente de su país, Hasán Rouhaní -en una declaración en Teherán traducida al español- declaró que “seguirá comprometido con el acuerdo nuclear de 2015 si se protegen sus intereses: si los cinco países restantes y la UE acatan el acuerdo, Irán seguirá en él a pesar de Estados Unidos».

Este paso de Trump se suma a algunos anteriores, como cuando se salió del Acuerdo de París -sobre cambio climático, pese a los ruegos de Emmanuel Macron- y del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP por sus siglas en inglés) que abarcaba el área de Asia-Pacífico: en la construcción de ambos participó su predecesor demócrata. Así se observa que esta posición abre toda suerte de especulaciones: por ejemplo, si las sanciones se aplican contra compañías iraníes que comercian con Europa occidental, las empresas locales que negocien con ellas, a su vez, podrían ser objeto de castigos por el Tesoro estadunidense. Estados Unidos impondrá en dos tiempos penalidades a Irán: en primera instancia, al comercio de grafito, metales en estado bruto o semindustrializados y software. En una segunda fase, dentro de seis meses, renovará sanciones a la National Iranian Oil Company (crudo y derivados) y compañías relacionadas con ella, a los transportes y a la marina mercante y sus astilleros. Asimismo, se sancionará a la banca iraní, las empresas financieras y a individuos ya fichados.

Como acción subsidiaria, Estados Unidos intentará bloquear las presencias de China y Rusia. En el primer caso, impidiendo que Riad comercie su petróleo en yuanes, complementado con la imposición de sanciones o reactivando las anteriores contra Teherán. A Rusia procurará complicarle su influencia con los ayatollas -el dirigente máximo, vitalicio, Alí Jamenei, y los 86 religiosos del Consejo de Expertos-, el presidente Rouhaní, los Guardianes de la Revolución y las fuerzas armadas, con más de 400 mil integrantes: aspira a conseguir cortar ese ascendiente impidiendo que Moscú acceda a puertos “de aguas calientes” iraníes en el invierno boreal desde donde pueda viabilizar el comercio y hasta -quizá- su armada.

La disposición de Trump, asimismo, concita no sólo la atención del mundo -que se pregunta qué va a hacer en consecuencia- sino diversas opiniones de los analistas. Sin la presuntuosidad de algunos de estos últimos, noto que sobresale como primera reacción el acrecentamiento bélico de los discursos y las acciones en Medio Oriente y la lectura indicando que el presidente estadunidense está dispuesto a pagar el precio político de su paso en favor de lo que debe considerarse su portaviones atómico, Israel -de perfecta sincronía con sus ambiciones pasadas y actuales- y la reafirmación del apoyo a la corrupta monarquía sunita de Arabia Saudita, que extiende su influencia a un puñado de países árabes, que se visualizó hace un tiempo con las compras de armas a Estados Unidos y el rompimiento de dicho conjunto con la realeza catarí. Los tres, Estados Unidos, Israel y Arabia Saudita coinciden en sus intereses contrarios a Irán. Estados Unidos por su intención de controlar el expendio de gas y petróleo de la zona y que éste se negocie en su moneda; Israel que no quiere que las fuerzas iraníes estén cerca de sus fronteras -por lo que ataca las que en Siria están al lado de Bashar al Assad- y amenaza con sus armas, incluidas las nucleares no declaradas, al régimen de Teherán; los sauditas que procuran extender sus dominios en la región, combatir el chiísmo irradiado por Irán que “molesta”  no sólo en Qatar sino que  interfiere el apoyo de Riad al combate contra los “rebeldes hutíes” de Yemen.

Los pasos previos de Trump fueron un tanto “inusuales”: en la Península Coreana, luego de mantener una esgrima verbal con el líder norcoreano, terminó aceptando la invitación al diálogo que Kim Jong-un le extendió, anunciando -tras una campaña de expectativa- lugar y fecha del encuentro. En torno al conflicto en Siria, en abrilhabló de retirar las tropas; calló cuando mandos militares sostuvieron que no ocurriría tal y luego dio la orden de atacar sitios de gobierno tras la acusación -sin comprobar- de que se habían usado armas químicas. En el caso del sionista Estado de Israel, reconoció a Jerusalén como su capital y estos días -coincidiendo con los 70 años de declarado el surgimiento de dicha entidad- traslada la embajada de Tel Aviv a la ciudad tenida como cuna del monoteísmo. Con el aliento de esta última decisión, Israel se declaró atacado por iraníes en Altos del Golán -territorio sirio de mil 200 km2 que ocupó en 1967 y se anexó en 1981- sin haber podido demostrar la veracidad de estos hechos, pero desencadenando ataques contra Siria.

Tal vez con la idea de acallar críticas pero “mostrando músculo” el magnate afirmó que desea un nuevo acuerdo no circuncripto a lo nuclear sino que incluya “esfuerzos para eliminar la amenaza del programa de misiles balísticos de Irán, para detener sus actividades terroristas en el mundo y para bloquear su actividad amenazante en todo Medio Oriente». A diferencia de lo expresado por Estados Unidos, Teherán cumple con las obligaciones acordadas con los firmantes del acuerdo JCPOA mediante el que se busca acabar con las sanciones contra Irán y permitirle desarrollar un programa nuclear pacífico, controlado y verificado por la OIEA (Organización Internacional de la Energía Atómica).

Por el momento, la decisión de Trump abre una grieta pública en su tejido de complicidades y alianzas con la UE -en la que hay potencias nucleares aliadas- al decidir apartarse del acuerdo con Teherán. Parece hora que Washington entienda -por cualquier ensueño que lo seduzca o que cultive- lo recordado por Guillermo Castro Herrera: Estados Unidos no ha ganado ninguna guerra desde 1945, en el sentido en que -oportunamente citado- Sun Tzu definía la victoria como «el control del equilibrio».

 

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