Daniel Viglietti murió el lunes 30 de octubre a los 78 años. Deja un legado de música y registros sonoros que ya forman parte del acervo musical del Uruguay. Comprometido con su tiempo, contribuyó además a la difusión de una gran cantidad de músicos a través de distintos espacios radiales y televisivos.
Hace unos días, en un programa radial, entrevistaron a un jugador de ajedrez uruguayo. En un momento, presa del entusiasmo, el hombre atinó a señalar que el ajedrez era mucho más que un juego. Era una competencia de estrategias y proyecciones que, además, se sostenía sobre una historia profunda y legendaria. Y agregó: “Quien no entienda esto, cuando vea a un jugador mover sus piezas, solo va a ver a un hombre trasladando trocitos de madera desde un lugar al otro en un tablero. Y nada más”.
El ejemplo calza justo para ilustrar qué sucede cuando alguien pretende asomarse a la vida y obra de Daniel Viglietti, quien falleció esta semana y fue despedido en el Teatro Solís. Porque, como pocos autores nacionales, el camino vital de Viglietti y los tiempos que les tocó vivir fueron carne y uña con su obra, a tal punto que muchos tienen a la segunda como instantáneas perennes de la primera. La real dimensión de la segunda, como en la anécdota del ajedrez, se logra cuando se la une a la primera. A esto se agrega que Viglietti desarrolló toda una serie de actividades – entre otras, el registro de entrevistas con una interminable cantidad de artistas – que se fueron transformando y hoy son testimonios únicos, un enorme acervo musical del Uruguay.
Resulta una tarea casi imposible intentar abarcar su camino artístico en una nota periodística, una faena que además puede resultar en algún punto injusta porque supone el riesgo de omitir algunos de sus tantos mojones. Nacido en julio de 1939, hijo de una pianista y un guitarrista, Viglietti comenzó a estudiar guitarra desde muy niño con Abel Carlevaro. De la mano de eso incursionó en la música popular con el mismo entusiasmo con el que antes se había acercado a la música clásica. Fue en la década del 60 d0nde su nombre empezó pacientemente a grabarse en la música popular uruguaya. Pasó por el semanario Marcha y creó el instituto Núcleo Nueva Música (Nemus), por donde pasaron y se formaron varios de los artistas que con el tiempo pasaron a ocupar lugares de referencia en la música nacional. Y que coinciden en señalar que la experiencia del Nemus les resultó fundamental en su formación.
En el legendario libro “Música popular uruguaya. 1973/1982. Un fenómeno de comunicación alternativa”, de Carlos Martins, se señala al respecto: “A principios de los 60 una cantidad hasta ese momento nunca vista de nuevos cantores, instrumentistas, compositores y letristas comienza a hacer irrupción en el panorama artístico uruguayo. (…) En ese momento había influencias locales muy recientes y en algún caso muy importante como Osiris Rodríguez Castillos, algunos de cuyos temas recorrerán el continente en diferentes versiones”. Luego de mencionar la trascendencia de Aníbal Sampayo, Anselmo Grau y Santiago Chalar como los primeros referentes de aquel movimiento inicial de los 60, Martins agrega: “Muy poco después comenzaban sus carreras los tres que mayor repercusión popular obtendrían: el dúo Los Olimareños y los cantores – letristas – compositores Daniel Viglietti y Alfredo Zitarrosa. (…) La preocupación por la formación musical estaba representada fundamentalmente por Viglietti, quien tenía ante sí una prometedora carrera de guitarrista de concierto cuando optó, por criterio político, por dedicarse a la canción popular”. El concepto “criterio político” al que alude Martins se refiere a un camino artístico / ideológico al que adhirió no solo Viglietti sino una enorme cantidad de artistas latinoamericanos que, por entonces, se inspiraron en la Revolución Cubana. De hecho, Viglietti mantuvo una estrecha relación con la isla y sus principales músicos (Silvio Rodríguez o Pablo Milanés, por ejemplo, con quienes tocó y grabó algunas canciones). De hecho, en octubre de 2015 recibió de manos de Silvio Rodríguez el premio «Noel Nicola», que es otorgado por el Proyecto para la Canción Iberoamericana Canto de Todos, el festival de canción de autor Barnasants de Cataluña y el Instituto Cubano de la Música. Lo recibió en la «Casa de las Américas», en La Habana. Allí mismo Viglietti participó en 1967 del Encuentro Internacional de la Canción Protesta. En esa misma línea su canción “A desalambrar” se transformó con el tiempo en himno fermental de aquellos tiempos de ebullición.
Viglietti fue, a la vez y sobre todo a finales de los 60 y principio de los 70, compositor, músico, cantante, locutor radial y docente. En la década que va de 1963 a 1973 publicó cinco discos que inauguró con “Impresiones para canto y guitarra y canciones folclóricas”. En 1972 fue detenido y estuvo preso y se inició una campaña internacional reclamando su liberación al frente de la cual estuvieron, entre otros, Julio Cortázar, Jean Paul Sartre y Oscar Niemeyer.
Luego de sacar un nuevo disco, en 1973 marchó a un exilio que lo llevó a vivir en Argentina y Francia. En esa etapa apuntaló, sin dejar de hacer música, su lado periodístico, y se dedicó a registrar – en un hecho casi inédito y que bien puede leerse como la consecuencia natural de tener una mirada adelantada a su tiempo – entrevistas a distintos autores nacionales y extranjeros. De esas épocas se recuerda particularmente una conversación que tuvo en Europa con Jaime Roos, quien acababa de editar su primer disco, “Candombe del 31”. La charla, que años después, ya de regreso a Uruguay, Viglietti compartiría en “Tímpano”, su espacio radial, resulta un disfrutable devenir sobre música y otras artes, donde Roos explica cada una de sus canciones pero también hay lugar para hablar de cine o literatura.
Viglietti regresó a Uruguay en setiembre de 1984 y fue recibido – como sucedería también con Los Olimareños o Alfredo Zitarrosa – por miles de personas. Ese mismo día dio un recital que siempre mencionaría como “el más emocionante de su vida”. Desde ese momento nunca dejó de tocar y editó varios discos más, además de publicar notas en el semanario Brecha. El último disco fue un álbum antológico llamado “Trabajo de hormiga”, presentado en 2008. Contenía temas inéditos, canciones en vivo y de otros artistas y nuevas versiones de varios de sus clásicos. Publicó un total de 12 discos de estudio, el último el ya legendario “Esdrújulo”, de 1992. Su obra anterior fue remasterizada y reeditada por el sello Ayuí / Tacuabé luego de una larga batalla legal de Viglietti para hacerse de los derechos sobre ella.
A eso se agregó el trabajo en conjunto con Mario Benedetti o los escenarios compartidos con su amigo Joan Manuel Serrat, por citar algunos hitos más recientes. Por otra parte, además de hacer música, fue, como se señaló, agente difusor de la obra de decenas de colegas a través de su espacio radial “Tímpano” (en radio El Espectador) y “Párpado”, su programa de TV Ciudad. En ambos puso siempre el énfasis en la música nacional y la latinoamericana. Una línea de acción que tiempo antes lo ubicara como gran defensor del rock nacional
Su última actuación en vivo tuvo lugar el viernes pasado en Las Piedras. Antes había tocado en Piriápolis y también en Valparaíso, en Chile. Incluso había anunciado algunos detalles de su clásico recital de cada diciembre en el Teatro Solís.
En estos días posteriores a su fallecimiento comenzaron a circular, sobre todo en las redes sociales, distintos testimonios y anécdotas – algunas de carácter casi doméstico – vinculados a su camino artístico. También cuestionamientos sobre sus posturas políticas – en especial en lo referido a Cuba – , e incluso aspectos poco felices de su vida privada. Más allá de esto, queda su obra, que a partir de este lunes 30 comenzó a trascenderlo y que, como la reflexión del ajedrecista, podrá examinarse en conexión con los tiempos que le tocó vivir.
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