En las últimas semanas, han destacado dos tipos de debate o intercambios. Por un lado, aquellos propios del clima de campaña, que giran en torno a las distintas propuestas que se van esbozando, o como reacción a los anuncios de los distintos sectores. Pero por otro, hay un intercambio en clave de desarrollo, que busca poner en discusión la agenda del futuro Uruguay. En eso me voy a detener. La presentación del nuevo libro de Gabriel Oddone (El despegue) va claramente en ese sentido, abordando los retos de las políticas públicas para aumentar la prosperidad, reducir la pobreza y disminuir la desigualdad en Uruguay. Ha dado pie a una interesante y provocadora nota en El País del economista Javier de Haedo (Hacer factiblemente político lo necesario). El periodista Gabriel Pereyra también invita a la reflexión al respecto con una cruda columna donde se pregunta por los fundamentos que pueden elevar al Uruguay hacia mejores niveles de desarrollo. Su respuesta es pesimista. En una nota posterior el politólogo Adolfo Garcé recoge el guante y agrega fundamentos a este pesimismo sobre la capacidad del estado uruguayo para lidiar con los graves problemas que se mantienen sin ser resueltos.
A veces parece que se omite un factor obvio como el costo político de hacer. Ese costo no lo tienen los técnicos ni académicos, son los políticos quienes lo conocen de primera mano. Un buen ejemplo es el de la transformación educativa, que apunta a un área clave para el desarrollo. Un área donde existe un amplio consenso y sustento técnico (desde donde se lo mire) sobre la necesidad de generar un cambio. La actual coalición trajo su propuesta, cuando el gobierno anterior ya había intentado el suyo sufriendo la pérdida del sub secretario y el director de educación. Aun así, insistieron. Se podrá discutir si hubo realmente o no una transformación educativa en Uruguay. Los indicadores muestran cambios alentadores (los invito a ver los informes de INEED). Pero, aun así, si el cambio no fuera tal, ¿cómo se explica la reacción gremial sobre quien presidía hasta hace poco el Codicen? Eso es solo un ejemplo de cómo funciona la realidad política; la conjunción del saber técnico y político en la toma de decisiones. Así podríamos seguir con otros ejemplos estratégicos para el futuro Uruguay, como la reforma de la administración pública y el sistema de carrera. Entonces nos vamos al otro extremo. También eligiendo un tema estratégico para el futuro Uruguay, como la concesión del puerto a la empresa Katoen Natie. Lo indeseado… Cambios de política pública que ocurren con una asimetría de información alarmante donde el gran ganador es el lobby corporativo que saca una ventaja a 50 años. El lector podría encontrar más ejemplos de uno y otro tipo. Ahora bien, tampoco podemos caer en la falacia del muñeco de paja para después convencernos fácilmente con una visión pesimista.
En este punto es útil pensar las políticas públicas en clave de modelos de toma de decisión, donde tenemos decisiones incrementales por un lado y decisiones fundamentales o de gran alcance por otro. Uruguay tiene una virtud (que para muchos es un defecto) y es que logra ralentizar aún más lo que se conoce como el “enfoque incremental” en políticas públicas. No es muy común encontrar en nuestra historia reciente la aplicación del modelo de decisiones de gran alcance, es decir, reformas profundas con shocks presupuestales. Basta ver la región para entender de qué hablamos. La agenda liberal del consenso de Washington de los 90’ por ejemplo, marcada por cambios fundamentales en distintos niveles con un fuerte sustento teórico, en Uruguay fue asimilada como gradual y heterodoxa. Lo mismo si se piensa en la agenda de reformas de la ola de izquierdas de las últimas dos décadas.
Pero los cambios graduales, no tan perceptibles si se quiere, también corren la frontera de lo factible, solo que lo hacen a partir de pequeñas desviaciones en lugar de promover cambios radicales. Lo que sucede es que usualmente vemos lo superficial de la política. Esto es, un oficialismo que gestiona y una oposición que públicamente hace oposición. Pero esas políticas de estado que reclamamos, no son otra cosa que el reconocimiento implícito que hace un nuevo oficialismo cuando sigue contribuyendo en una línea política a la que anteriormente se oponía. Sobran los ejemplos. Los más paradigmáticos son los que identifican los economistas en materia de política macroeconómica, o más acá en el tiempo, en lo relativo a gestión de la deuda con los aprendizajes de 2002. En materia educativa con diversas reformas, las que fueron posibles y factibles en un escenario real de puja de diversos intereses; centros de tiempo completo, extensión de la obligatoriedad, descentralización educativa, universidad tecnológica, cambios en la gobernanza educativa y transformaciones de los planes. También están los referidos a la reforma de la seguridad social. Hoy esa institucionalidad se ve amenazada por un plebiscito, pero que, al margen de eso, denotan cierto consenso en el espectro político, que puede dar lugar a un futuro incrementalismo. Y en materia de seguridad pública también hay cambios incrementales, y después de mucho tiempo, se observa un cambio de tendencia de los principales indicadores. En materia de gasto público la implantación de la regla fiscal probablemente sea un primer impulso en el sentido de controlar mejor el gasto en relación a la evolución de la economía. Por cuestiones de espacio, mencionamos por último la matriz de protección social (que dicho sea de paso, no debería reducirse a la entrega de dádivas para buscar una solución estadística a la pobreza). Una matriz que se ordenó y racionalizó en buena medida con la llegada del Frente Amplio al gobierno, que tuvo un impacto medible en la pobreza. Pero que luego, lejos de desmontarse, tuvo nuevos cambios con la actual administración.
Naturalmente, falta y mucho, pero no podemos escoger solo los malos ejemplos de indicadores y políticas públicas para confirmar nuestras creencias a costa de caer en un sesgo de confirmación. Al menos desde este espacio, no cabe esperar un shock presupuestal o de reformas de gran alcance en ninguna área para el próximo período. Lo que sí cabe esperar son cambios graduales que sigan corriendo la frontera de lo factible donde los problemas están a la vista.
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