Victoria Mercado (ya el nombre sugiere mucho) es una política que, ante la necesidad de justificar un ajuste fiscal, habla del costo de haber vivido por encima de las posibilidades a la vez que realiza un panegírico de la austeridad. Es un discurso que recorre varios países de Europa, como Grecia y España, en los últimos años. Un discurso repetido hasta el hartazgo que justifica los recortes presupuestales que afectan a las personas que seguramente menos han vivido por encima de sus posibilidades. Un discurso que opera sobre las conciencias de ciudadanos que lo repiten sin mayor capacidad crítica, justificando así los recortes, y la represión sobre quienes se oponen. Ese discurso es uno de los grandes protagonistas de El rey tuerto, obra de Marc Crehuet que dirigida por Cecilia Caballero va desde mayo en la sala La Escena.
El rey tuerto ha sido presentada como “comedia negra”, y combina enredos, giros bruscos, conflictos de pareja y humor negro. Pero, más allá de que no se enuncia nunca directamente, es una obra claramente política. Porque ese discurso-estrategia de poder que desde las alturas de los “líderes” se derrama por la sociedad determina las acciones de las dos parejas que protagonizan la obra. Porque “vivir por encima de las posibilidades” es una sentencia repetida mecánicamente, para justificar su accionar, por David, un policía de choque que se convierte en brazo armado de ese discurso. Como factor de poder, el discurso se retransmite por la sociedad, convirtiendo a sus víctimas en reproductores de ese poder que los oprime. Pero esa sociedad, de todas formas, encuentra contra relatos que denuncian como estafa a la oratoria política y la enfrentan. En realidad nada nuevo, salvo la forma en que ese conflicto de discursos para dar sentido a la crisis económica se estructura en la divertidísima obra de Crehuet.
Las palabras y las cosas
David y su esposa Lidia, desempleada obsesionada en hacer cursos para matar el tiempo, reciben en una cena a Ignacio y Sandra. Sandra es del mismo barrio popular que Lidia, su amiga de adolescencia, aunque es actriz y parece que su vida transcurre frecuentando otros segmentos sociales. Ignacio es un realizador audiovisual que no necesita trabajar y tiene ideas “críticas” sobre el discurso de austeridad. David e Ignacio, Lidia y Sandra, se enfrentan por sus posiciones ante las formas de paliar la crisis, pero un enredo de pareja termina facilitando que David, tan obtuso como transparente, incorpore el discurso crítico de Ignacio encarando acciones ahora antisistémicas bastante extremas.
Lo interesante del planteo de Crehuet es que pone en problemas al espectador, porque el discurso crítico, pregonado por privilegiados del régimen en realidad, no parece muy convincente a la hora de dar una salida a la crisis. El juego teatral le permite al autor transformar a un guardián del orden en una suerte de militante antisistema sin que realmente haya tomado conciencia real de las contradicciones sociales en que vive. David simplemente abandona un discurso para adoptar otro. Parece haber un escepticismo intrínseco en la obra, una duda respecto a la salida real de la crisis económica y social que atraviesa Europa desde años. O una serie de preguntas de las que es el espectador el que debe preocuparse.
Aquí nuevamente podemos recordar las palabras de Foucault: “Se ha desecho la profunda pertenencia del lenguaje y del mundo (…) Las cosas y las palabras van a separarse (…) es que ahora ya no existe esa palabra primera, absolutamente inicial, que fundamentaba y limitaba el movimiento del discurso; de aquí en adelante, el lenguaje va a crecer sin punto de partida, sin término ni promesa”. El orden social es solo interpretado por el discurso, por el lenguaje, en función de determinados poderes, pero no parece que objetivamente haya posibilidad de dar cuenta de él. Esto mismo sugiere Marc Creuhert en palabras recogidas en el programa de mano de la obra: “En la incertidumbre de la vida intentamos encontrar respuestas y dar sentido a las cosas, dando palos de ciego en un mundo caótico”.
Tuerto oriental
Cecilia Caballero adapta la situación a nuestra realidad, con políticos que veladamente acusan a sus antecesores de haber generado la crisis pero sin golpearlos directamente, presumiblemente porque eran del mismo partido político. Las situaciones se viven en Montevideo, en el barrio de la Aguada, cerca de donde se vivió en 2015 una represión totalmente desproporcionada hacia jóvenes ocupando el Codicen. El hecho de que el actor que encarna a Ignacio sea español es incorporado naturalmente a la obra en nuestro contexto, formando junto a Sandra una pareja hipster, caracterizada hasta en el detalle de que vayan en bicicleta a la cena, portando los respectivos cascos reglamentarios.
La agudeza de la crítica a esos discursos que operan en la sociedad, y el escepticismo acerca de una salida fácil a la crisis económica se transmiten perfectamente a nuestra sociedad gracias a un trabajo de adaptación que no descuidó el menor detalle. El registro de actuación, que vuelve a los personajes cercanos, reconocibles, sin perder las contradicciones más allá de ser algo estereotipados, hace que la comunicación con el público sea directa. Más aún, los enredos en que se envuelven los personajes ponen foco en los aspectos humanos, haciendo posible que uno disfrute mucho de la obra más allá de la profundidad del análisis sobre la realidad social y política. No es fácil destacar a alguien dentro de este elenco, pero Andrea Rodríguez merece unas palabras aparte al construir con total naturalidad a esa Lidia ingenua, repleta de prejuicios, que termina siendo el eje del espectáculo. Una razón más para ir a ver El rey tuerto.
El Rey Tuerto. Autor: Marc Crehuet. Dirección: Cecilia Caballero. Elenco: Andrea Rodríguez, Gonzalo Varzi, Miguela Giménez, Iñaki Moreno, Estela Uria, Rodolfo Seleguin.
Funciones: sábados 20:30 y 23:00. La Escena (Av. Rivera 2477). Reservas: 099 252770.
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